Partida Rol por web

Nikeras escuchaba embebido en la voz de su interlocutor, quien tenía su rostro más allá del radio de luz de su bastón. Pero cuando el dragón habló de la Tarasca, fue incapaz de escuchar nada más...

Varios segundos después de que esplendoroso dragón terminara de hablar, el barbudo druida a penas pudo balbucear.

- ¿La... Tarasca...? ¿En... en el valle?

Los hombros del hombre se arquearon manifestando su estado de ánimo. Pocas veces se habías sentido tan impotente y... viejo.

- Esto es el fin.

Lentamente puso de nuevo la lanza en forma de cayado, aferrándose a él como si precisara un punto en el que sostenerse. Paso su otra mano por su rostro la cual se deslizó por su entrecana barba. Al llegar al extremo, su expresión había cambiado. Como si con aquel movimiento se hubiera quitado el pesar de sobre.

La Tarasca arrasará el valle, llevándose con ella a Yuris Khan, y a gran parte de los moradores del valle también. Pero seguramente queden sobrevivientes... y hará falta que un druida medie entre ellos y Madre. Alguien tiene que sobrevivir, alguien tiene que mantenerse aquí... bueno, en el valle, ahora que los ancianos ya no están.

Con resolución, miró hacia las sombras donde debería haber la cabeza del dragón.

Ahora que sabía esto, no podía girarle la espalda, o dejar que el dragón le borrara la revelación. Sino pudiera ser que no tomara las medidas oportunas para estar a la altura de su deber. 

- ¿Hay alguna posibilidad de que me dejes marchar sin borrar mi memoria? Ahora que sé esto, y tras la muerte de los ancianos druidas, siento que debo estar preparado para cuando todo haya pasado, y estar listo para atender a los supervivientes. Tal vez eso sirva para empezar de cero en el valle, y la presencia de un druida pueda hacer que las cosas se hagan bien para la prosperidad en el valle en un futuro. Por favor.

 Tras una breve pausa añadió.

- No sé dónde estoy. Terminé emplazado en esta región tras el mal funcionamiento de un pergamino druídico, no sé dónde estoy, y la niebla lo cubre todo en la superficie, en caso de que logre salir sin morir de inanición antes y sobrevivir a los peligros que entrañan las nieblas, no sabría como regresar. Este lugar seguirá siendo seguro. Por mucho que me pregunten o interroguen. No tendría posibilidad de guiar a nadie para molestaros.

- Por favor.

No-setenció escuetamente-. A no ser...

¿Es esta información sobre la Tarasca ese bien intangible por el que estarías dispuesto a prestar tus servicios? ¿Es ese el pago adecuado para ti? Oh, da igual. Ya no queda tiempo para discutirlo. El conjuro solo borra los últimos cinco minutos de memoria y no podemos explayarnos más.

Oh, qué pena.

El dragón calla, pero en aquel silencio sus poderes sortílegos empiezan a trabajar. La mente de Nikeras es literalmente violada, y el dolor de cabeza se hace casi insoportable.

Un Zicko tembloroso se pega a la pierna de Nikeras. El druida piensa lo peor, que hay algo en esa oscuridad, algo amenazante. Asustado, se apresura a encender la penúltima antorcha. Falsa alarma. Solo hay túnel y más túnel, como las cuatro o cinco aburridas horas anteriores. Se había propuesto continuar hasta que se quedase sin luz antes de volver a tientas, así que aún le quedan ciento veinte minutos de caminata antes de quedar desamparado. Su hambre es cada vez más feroz, pero no puede malgastar la llama de las antorchas en detenerse a comer.

Mientras, en la cámara del tesoro, el dragón se vuelve a tumbar sobre su lecho de oro y joyas.

Bueno, no se puede decir que no lo haya intentado. Es una pena que se resistiese a mi sugestión. Podría haberle programado para que siguiera mis planes sin él saberlo. Vaya... tenía una mente fuerte, sí señor. Hubiera sido un gran siervo. Con todo ese potencial... Pero bueno, ahora será mejor retomar mi pequeña siesta. Buenas noches, Nikeras. Suerte en tu viaje.

De vuelta al túnel, Nikeras está confuso. Según recuerda, hasta hace unos minutos no había runas inscritas en la pared. Pero fue volver a encender la antorcha y encontrar restos de esa escritura desconocida por todas partes. Es como si esos muros estuviesen vivos, tratándose de comunicar con él.

Pasa el tiempo.

La última de las antorchas se extingue, y sigue en aquel maldito túnel. Cuando se dispone a dar media vuelta, Zicko ladra y sale corriendo hacia delante. Al cabo de unos minutos, se percibe un pequeño punto de claridad al fondo del corredor. Nikeras empieza a notar la humedad de la niebla en su piel. ¡Benditas Brumas! ¡Zicko ha olido el aire fresco!

La tierra en el patio deja muy claro que están en el punto de partida. La manta anudada indica que Nikeras ha salido por la misma boca por la que entró. Por lo menos ahora puede comer sus últimas provisiones tranquilo. Y quizás hacer unas cuantas antorchas más antes de que la noche caiga. Le quedan aún tres túneles que explorar, aunque quizás tengan la misma brujería que el pasillo del oeste.

 Nikeras respira ansioso el aire del exterior, el olor de la humedad embriaga su ser. Durante unos instante se queda ante la entrada del túnel, mirando la brumosa claridad del exterior.

 Finalmente con el hambre aguijoneándole, saca sus provisiones y se dispone a devorar sus últimas existencias. Tiene que salir de ese agujero cuanto antes, comer y hacer más antorchas. Ahora que tiene ese lugar no puede abandonarlo sin más... y menos para dirigirse a ningún lugar en concreto... solo hacia el este.

- Espérame aquí, voy a por algunas bayas y material para hacer más antorchas. No tardaré.

 Dicho eso empezó a trepar por la cuerda de tela y empezó a buscar por las inmediaciones, usando su corta lanza como guía para no caer o tropezar. Recogió un buen puñado de bayas para poder usar la gracia de Madre en ellas y que estas le dieran sustento y suficiente material como para hacer una buena pila de antorchas, no quería tener que preocuparse por ellas. Tenía la esperanza que en este lugar, hasta ahora escondido, tuviera alguna solución a todas esas locuras...

 Así que se puso manos a la obra, haciendo antorchas hasta que la luz menguada por las nieblas fue oscureciéndose, momento en el que se tumbó en un rincón de la entrada del túnel por el que había venido, junto a Zicko y se preparó para pasar una noche más.