Partida Rol por web

 Sorprendido, el druida siente como un enfermizo frío le muerde allí donde la criatura le... traspasó. Aquella cosa contranatura desafiaba cualquier lógica o ley de la naturaleza, capaz de robar la vida sin tocar. Un sudor frío empapó la espalda del barbudo Nikera, aquel ser estaba más allá de sus capacidades, ni Zicko ni él podrían herir aquel... espectro, aquella imagen, estaba más allá del daño que pudieran causar sus armas.

 Temeroso por él y por su compañero intentó huir, escapar de aquel contacto gélido.

 - Corre, corre Zicko, corre por tu vida.

 Maldito mundo, parece que solo había peligro y muerte por doquier. Sin esperanza, el druida empezó a correr, apartándose de aquellas garras espectrales, ordenando a su compañero que corra con todas sus fuerzas.

Cuando Nikeras se aleja, los dedos de la sombra lo acarician con si estuviese a punto de cogerle. El frío le recorre la espalda, y sus fuerzas vuelven a abandonarle poco a poco. Pero a pesar del cansancio, la adrenalina del miedo le hace correr con todas sus fuerzas. Zicko se aleja, gana distancia con respecto a Nikeras, que va quedando atrás.

Mientras, la criatura demuestra que para ser la sombra de un enano paticorto, es tan rápida como un caballo. Sin excesiva dificultad, persigue a Nikeras hasta darle alcance, casi jugando... como lo haría un gato con un delicioso ratoncillo. El druida ha estado echando los hígados durante un buen rato, corriendo en la niebla, para al final acabar justo dónde empezó. Con el mensajero de la muerte rondando a su lado.

 Otro lacerante contacto gélido daño la vitalidad del barbudo Nikeras, quien prosigue en su huida esperando alejarse de aquel maldito ser... y dar tiempo a Zicko para que, pase lo que pase, él pueda librarse de ese maldito ser.

 La niebla lechosa se llena de los resoplidos del druida y sus pasos a través de la espesura. Pero incluso su capacidad para pasar corriendo por setos y matojos que frenarían a cualquier otro ser, ese ente los cruza como si estos no existieran.

El terreno se empieza a volver más empinado, y Nikeras camina de espaldas a lo desconocido mientras mantiene la vista en la sombra, hasta que la niebla la convierte en solo un borrón lejano. Finalmente no puede retroceder más, palpa para identificar lo que tiene detrás... es roca. Es el comienzo de una montaña, su falda escarpada.

Con su presa acorralada, la sombra se lanza con todo contra el objetivo. Atraviesa el cuerpo de Nikeras y rompe su alma en mil pedazos, saliendo por la espalda y rodeandóle casi en un abrazo. Ya no queda ni rastro de Zicko. Por lo menos al druida le queda el consuelo de que su perro está a salvo.

 El gélido frío se iba adueñando del cuerpo del druida, era su vida que escapaba. Pero no entregaría su vida sin resistirse, por lo menos ganaría tiempo para Zicko.

 Apartándose un poco de aquella cosa, se sacudió los tirantes de la mochila para quitársela y aligerarse. Con la mochila en el suelo, invocó a Madre para que le diera vigor. Preparándose para marchar hacia la derecha.

Con las fuerzas recobradas, Nikeras no tiene problemas en fintar a la sombra que se abalanza sobre él. El espíritu pasa de largo y sigue recto, atravesando la pared de roca y hundiéndose en la montaña. Aquel movimiento torpe y mal calculado de la sombra le acababa de dar al druida algo de tiempo.

 Aprovechando que la sombra se había perdido en la mole pétrea del afloramiento rocoso Nikeras corrió como alma que lleva al demonio en dirección contraria por la que dio su último paso, con la intención desorientar al ente y tener algunos segundos más para alejarse de él a la espera de encontrar algún lugar en el que ocultarse o pasar desapercibido...

 Corre, correr, corre, por lo que más quieras, ¡corre!

Corrió todo lo que pudo, hasta que se quedó sin aliento, siguiendo paralelo a la falda de la montaña. Para cuando se detuvo, tuvo que hacer inventario de todo lo que había perdido. Lo más importante, Zicko.

Nikeras no poseía apego a sus bienes materiales, pero su sentido común le hacía echar en falta las cosas de supervivencia básicas: la carne del ciervo que cazó esta mañana, la manta sobre la que se recostaba para dormir, la yesca y el pedernal para hacer un fuego con el que calentarse por las noches, una muda seca con la que cambiarse si le calaba la lluvia...

También había perdido cosas de valor intangible, como las botas mágicas de Blazx o su cuadernillo de dibujo con todas las anotaciones en lengua extraña tomadas de las paredes de las ruinas y que ya no podrá dárselas a nadie para que le traduzca su significado. O su pergamino de niebla de oscurecimiento, aquel que nunca encontró la oportunidad de gastar. O la aguja para zurcirse los ocasionales tomates de sus viejos calcetines. O la pipa que fumaba cuando quería reflexionar con calma y meditar las cosas.

Y por no haber comprado en su día una bolsa para el oro que colgase de su cinto, también la treintena de monedas que tenía para pagar portazgos en sus viajes y tabaco para la pipa.

Se aferró a lo que ya tenía: los dos cananás con las tres dagas y las cuatro espadas cortas de Blazx, su propia daga, su puñal de plata...

Y la lanza que llevaba siempre en su mano, y que le había permitido cortar las cinchas de la mochila para dejarla en el suelo, y que de otro modo no podría haber pasado por el brazo que le permitió conservar su preciado escudo. En conjunto parecía un hombre de armas, así, con tanto filo. O quizás un bandolero, con su sencilla armadura de cuero.

También conservaba su odre, colgado del cinto. Algo que agradeció para poder echar un trago rápido tras tanta carrera.

Y la flauta, oh... su querida flauta, que llevaba bajo los pliegues de sus ropajes. Se pondría a tocarla si su sonido no fuese a delatar su presencia a aquella maldita sombra o a quién sabe qué otra horrible criatura.

 Nikeras estaba oculto entre unos matorrales, procurando aserenar su agitada respiración. Sintiendo como las venas laten con vigor en su sien, y el corazón amenaza con salir desbocado de su pecho.

 Cuando la cosa aquella se había perdido en la peña rocosa, Nikeras se había dirigido hacia el sur... había salvado la vida, por el momento, pero estaba agotado, debilitado... y solo, por primera vez en varios años estaba totalmente solo, la ausencia de Zicko le dolía, tenía que dar con él. Pero no sabía hacia que lugar había ido. Vagar buscando rastros, en esos momentos era una locura. La única posibilidad era alertar de su presencia, sin lugar a dudas el sonido de su flauta le llamaría la atención. Detectaría de donde viene el sonido, y encontraría el rastro oloroso del druida... pero el sonido de la flauta también llamaría la atención de otras entidades.

 Respiró hondo y salió de entre los matorrales. Resiguió su camino dirección sur rodeando la peña rocosa, con la intención de rodearla y dirigirse hacia el este. Buscando rastro en el suelo esperando que por casualidad encontrara rastros de Zicko.

La pared escarpada se prolonga ya demasiado tiempo como para ser un simple risco. La falda de la montaña es muy empinada en esta zona, y no hay nada que haga suponer que la orografía cambiará más al sur. Pero al cabo de un par de minutos más encuentra un acceso aceptable.

Se trata de una pendiente de treinta y cinco grados, de tierra resbaladiza, pero lo suficientemente erosionada como para que sobresalgan riscos de distintos tamaños. Los más pequeños, del tamaño de un tejón, permiten apoyar los pies y las manos en el ascenso. Los más grandes, del tamaño de un oso, le podrían servir a Nikeras para obtener una cama segura a media altura, relativamente a salvo de las alimañas, en la que poder pasar la noche.

En cualquier caso, por entre la niebla todavía se filtra la luz del sol. Serán las seis de la tarde, aproximadamente.

 Agotado y debilitado cuando la bendición de Madre desapareció Nikeras trepó un poco entre aquellas rocas, tomando una de gran tamaño para acomodarse y quedar oculto desde abajo. Necesitaba descansar si quería continuar. Pero largo tiempo después, su vigor no regresaba, aquel maldito frío no desaparecía, entre eso y la ausencia de Zicko el druida optó para terminar de descansar lo que quedaba del día y la noche que vendría para enfocar un nuevo día con otras energías, y con la muda esperanza de que en compañía de Zicko, quien esperaba que llegara rastreando con su olfato.

 Finalmente, tras comer una baya más, se tendió en el suelo, abrigado por su capa, a pasar la noche...

 Poco a poco, allí arrebujado en su capa, resguardado del viento y de miradas indiscretas, el druida sintió como se iban desentumeciendo las partes del cuerpo donde aquella cosa le rozara. Ya más reconfortado se sumió en un inquieto sueño bajo la cúpula estelar empañada por la niebla.