Partida Rol por web

- ¿Con Fallon? A qué te… - No le había quedado qué quería decir Bennet, ¿Qué le dijera a McKnight de interrogar juntos a Fallon? ¿Amenazar al alcalde en vez de a Rumsfeld? Se quedaría con la duda, puesto que al girarse para preguntarle su compañero ya se estaba marchando. Improvisaré.

Moira se alejó del pasillo para buscar un lugar apartado donde no hubiera mucho movimiento y sacó su teléfono, marcando el teléfono de McKnight.

 DeFuss se esperaba una respuesta de ese estilo de parte de Elisha. Ver a un agente del FBI consternado por cuestiones sobrenaturales era motivo de risa, ¿no? Jordan hubiese pensado lo mismo hasta hace algunas horas atrás. Incluso le negó a Lewis traer esos planteos a la mesa. Pero no lo podía seguir negando por más tiempo. Y quizá había algo que una anciana mujer negra del lugar pudiera decirle sobre todo eso. Alguien que había visto todo lo que pasaba en el condado por tantos años.

 Por supuesto, tuvo que soltar algo de información. Pero no era nada que no fuera a aparecer en el periódico del día siguiente o el próximo.

- Bueno... la gente detrás de todas estas desapariciones formaba una secta. De índole religioso, y MUY religioso. Cuando los encontramos en una casa, tenían unas... figurillas de arcilla. La misma cantidad de figuras que agentes en el caso. Y parecía increíble, pero... cuando las aplastaban o las afectaban cada uno de nosotros sentía dolores fuertes. Recuerdo profundamente el dolor corporal que me dio cuando el líder de esa panda de lunáticos aplastó una de ellas. Era... era simplemente de no creer...

 Jordan se estaba dando el lujo de mostrarse preocupado públicamente, y en frente de una civil. En efecto, se había dejado vulnerable al escrutinio ajeno. Y solo lo había hecho porque no veía intenciones malas en Elisha. Pero al mismo tiempo... ¿qué demonios estaba haciendo?

- ¿No hay una palabra para eso...? Que formas la figura de alguien y luego le haces cosas y afectas a la persona...

Voy a ir al grano, McKnight.- Se imaginaba que no esperaba su llamada y tampoco podía irse por las ramas.- Tenemos una pista sobre el causante del secuestro de tu hijo, pero tenemos que comprobarlo primero.- Era un suicidio decir todo por teléfono, porque sabía que acabaría actuando por su cuenta.

¿Qué tienes sobre Fallon?

—¡No, no, no, de eso nada! —exclamó indignado el guardia de la fábrica de municiones—. No sé qué mierda le ha podido contar Peggy a ustedes, pero nadie descuartizó los cuerpos de los pequeños, ¡y menos aún yo, joder! ¡Se lo juro por Dios! Rumsfeld me ordenó encargarme de ellos, de darles sepultura y yo…, bueno, lo hice, los enterré en un lugar de la fábrica. ¡Puedo indicarlo en un mapa! No es difícil de encontrar… —en ese momento pareció darse cuenta de que había hablado demasiado—. Pero al reverendo no le pareció bien. Me dijo que era un estúpido por enterrarlos tan cerca, que alguien iba a descubrirlos si comenzaban las obras… ¡Qué demonios iban a descubrir! Pasarán años antes de que ese asqueroso lugar sea transformado en otra cosa que una enorme escombrera… —se calmó un poco—. Me los llevé más lejos, al lago Caddo, cerca del islote de Tarr, donde ustedes hallaron a Theresa O’Hara —se quedó callado y su gesto se contrajo en una mueca de horror.

Aquella última revelación coincidía de pleno con los trabajos de exhumación que estaba llevando a cabo el FBI en las aguas del Caddo.

Elisha abrió mucho los ojos, sinceramente asombrada.

—¡Una secta de blancos que hacen vudú! ¡Jesucristo bendito, agente, dígame que me está tomando el pelo! Llevo toda mi vida viviendo en este condado y he visto y oído historias de todo tipo, algunas que me lograron quitar el sueño durante años; pero nunca había oído hablar de unos blancos invocando al Abuelo Cascabel. No, no puede ser. Debe tratarse de otra cosa, señor DeFuss. Los blancos no hacen brujería, ellos prefieren llamar al sheriff o dispararte con sus armas.

»No dejen que esos hijos de perra de piel pálida les engañen. Seguramente secuestraban a los niños para violarlos. Es típico de blancos degenerados hacerle daño a los pequeños. Y eso es lo que creo que pasó con nuestros niños, con Trisha Winwood, con Theresa O’Hara… —a la mujer se le inundaron los ojos de lágrimas—. Señor DeFuss, usted es un hombre inteligente. No deje que esos malnacidos se salgan con la suya, traten de convencerles de que están locos y que no sabían lo que hacían.

»Se trata de eso, ¿verdad? —se le endurecieron el gesto y las palabras—. Meter toda clase de mierda sobre el vudú en el caso para desviar la atención de los verdaderos culpables y buscar a algún chivo expiatorio de entre los nuestros. Es el cuento de nunca acabar, agente. Usted lo sabe bien. No permita que suceda de nuevo. No esta vez, se lo ruego.

Se levantó del asiento y rellenó la taza de café del policía.

—Hay una mujer en el pantano, Rebecca Donnington. La llaman la Bruja del Árbol. Ella es experta en todos estos temas y ha ayudado a mucha gente con sus problemas. Es una hermana, está mayor y enferma y será mejor que la trate con delicadeza. Yo puedo indicarle cómo ir e incluso iría con usted si me lo permite.

Se quedó mirando a DeFuss, seria, decidida.

—El secuestrador de mi hijo es el reverendo Alan Rumsfeld y toda la caterva de endemoniados que ustedes andan escondiendo en el condado de Harrison —respondió Eliah McKnight con desprecio—. No necesito que ustedes me lo juren ni que un juez dicte sentencia sobre ello. Tengo mis medios, ¿sabe?

»Reconozco que han estado hábiles al arrebatármelo bajo mis narices. Ese hijo de puta les debe a ustedes la vida, porque si hubiera caído en mis manos le habría castrado y le habría dejado desangrarse amarrado a una silla.

»Pero, ¿qué demonios quiere usted? El alcalde Fallon también está detenido, ¿no es así? Es otra de las ratas que escondía esa iglesia de Smithland, tal vez la más ambiciosa y rastrera de todas ellas. A ver qué dice ahora ese puto engreído de Roger Corman y su mamporrero, el sheriff Smith. ¡Ja!, creo que este condado va a tener elecciones adelantadas para poder rellenar el vacío de poder que va a provocar la caída de ese trío.

Adele leyó el mensaje de Jordan y replicó de inmediato.

Tienes lo que queda de día para "tu" investigación, pero mañana te quiero a primera hora conmigo, vamos a desenterrar cuerpos. ¿Queda claro?

Estaba bastante contenta con lo que había conseguido hasta el momento, por lo que puso rumbo al Excelsior para tomar una ducha y acostarse temprano. Se venía un día pesado, pero estaban cada vez más cerca de encerrar a esos cultistas de por vida.

Delacroix no estaba en el hospital, sino en la oficina del sheriff, en los calabozos, por lo que Bennet se dirigió a la comisaría para interrogarla. El estado en el que se encontraba la mujer era deplorable, aún apestaba a orina y considerando el comportamiento que había exhibido desde su detención, era evidente que aquella mujer sufría algún tipo de trastorno mental.

-Bien. Iré al grano. El señor Mansfield y el señor Mortimer nos han contado todo lo que necesitábamos saber acerca de su papel durante los rituales -indicó Bennet, mirando a la mujer con absoluta frialdad-. Usted era quien se ocupaba de sostener el cuchillo mientras los niños eran asesinados, ¿cierto? -Aquel dato era erróneo. Al fin y al cabo, Bennet sabía que era el reverendo quien empuñaba el cuchillo-. Dígame, ¿de quién fue la idea de colocar la ropa de Theresa O'Hara en el despacho de Mortimer para hacerlo ver como un pedófilo? ¿Fue idea de usted o seguía las órdenes de Rumsfeld?

 DeFuss se estaba preparando para un respuesta emocional por parte de la mujer, pero la conmoción de Elisha era fuerte. Era claro que aquella mujer estaba traumada por la cantidad de cosas que había visto en esos condados. Y definitivamente tenía una actitud protectora y defensiva de toda la gente negra del lugar. No la culpaba, pero era difícil sacar de ella algo que no fuera pura emoción desgarradora.

 Hasta que dijo un nombre que DeFuss no escuchaba desde hace un rato largo. La Bruja del Árbol, aquella misteriosa mujer que fue tan relevante en los primeros días del caso. DeFuss no sabía si volver a molestar a aquella mujer podría dar nuevos indicios, pero si ahora contaba con la ayuda de una lugareña y además le llevaba la noticia de que el caso estaba cerca de ser resuelto entero... quizá aquella "bruja" tuviese algo más para mostrar.

- Creame, Elisha, que cualquier prejuicio o discriminación que quieran pasar bajo mi vista como evidencia lo descartaré enseguida. Yo no permito que se hagan las cosas así bajo mi guardia. Ahora, respecto a lo de la Sra. Donnington... hemos ido a hablar con ella y ha indicado que sentía presencias oscuras en el condado... ¿me acompañaría usted al bayou a hablar con ella de nuevo? Quizá pueda... "percibir"... más cosas ahora...

 Jordan intentaba mantenerse lo más abierto posible en toda aquella situación, incluso concediéndole credibilidad a una mujer que tenía poca como lo era aquella Bruja. Todavía recordaba las palabras de Dutch, describiéndola como una "vieja chiflada". Quien diría que el chiflado era otro en aquella situación...

—Otra vez tú. ¿Me echabas de menos? —respondió Susan Delacroix con una sonrisa malévola y mordiéndose los labios—. Antes de ponernos a hablar de cosas tan serias, ¿podrías ayudarme? Estoy un poquito sucia y me encantaría que tú me lavaras —se pasó obscenamente la lengua por los labios e hizo ademán de bajarse los tejanos, aunque tener las muñecas esposadas le impedía continuar con el movimiento.

El agente Bennet se dio cuenta de que la mujer era más dura de pelar que otros de los miembros del culto del reverendo y que le gustaba jugar a sacarles de quicio. No obstante, los rasgos perversos de personalidad parecían auténticos.

—Está bien —pareció rendirse ante la impasibilidad del ranger—, eres un tipo muy aburrido, un conejo miedoso y desconfiado, tal y como nos advirtió el reverendo. A ver…, sí, lo del cuchillo… No, me temo que Mansfield y Mortimer están equivocados, yo no he matado a ninguno de los niños. Y Mortimer tampoco se los ha follado —provocó Delacroix—. Lo de la ropa fue una estratagema de última hora, pero no funcionó. Al pobre pastor se le acababan las ideas y estuvo bastante lento y torpe, algo que al final he terminado pagando yo —confesó con cara de fastidio.

Apartó la vista de Scott Bennet y contempló aburrida la sala de interrogatorios que estaba cargada con el aire viciado y el olor corporal de Susan.

—Alguien debería ir a mi casa y desatar a mi marido —dijo de repente—. Lleva desde ayer por la mañana encadenado en el desván. A estas horas, si no ha muerto de insolación, debe estar más meado y cagado que yo.

Elisha accedió a acompañar al agente especial DeFuss en su visita a la Bruja del Árbol. No le gustan los polis, ¿sabe?, le advirtió mientras aparcaban en Uncertain y antes de subirse al bote. La mujer conocía el camino pues le confesó al federal que había estado allí varias veces por asuntos personales y acompañando a otras personas.

—Rebecca es muy buena persona. Se preocupa realmente por nuestros problemas y utiliza su don para ayudarnos, no para sacarnos los cuartos —le comentó mientras se movían por el bayou.

Desembarcaron al pie de la escalera que ascendía a la casa de la Bruja del Árbol. Jordan se había quedado fuera la vez anterior, tratando de darle conversación a Dutch Redbear al que, poco después, había tenido que pegarle un tiro. Qué cosas, pensó mientras ascendía tras los pasos de Elisha.

Se dio cuenta de que algo no iba bien antes de llamar a la puerta. El penetrante hedor se sobreponía al resto de aromas del pantano: allí dentro había un cadáver. Dio instrucciones a Elisha para que se quedara fuera, pues si estaba en lo cierto aquel lugar se había convertido en el potencial escenario de un crimen.

Entró con cuidado, con el arma enfundada: quienquiera que hubiera estado allí se habría marchado ya. Encontró el cuerpo de la mujer en su cama, salvajemente apuñalado hasta haber provocado su evisceración parcial. El olor a muerte era insoportable. El calor, la humedad, la espantosa manera de acabar con su vida y los insectos habían provocado la aceleración de la descomposición de los tejidos.

Había una nube de moscas por todas partes pero ninguna muestra evidente de lucha o forcejeo. El asesino de Rebecca Donnington debió sorprender a la anciana dormida o descansando en su cama y no la había permitido defenderse. La mueca del rostro, más de sorpresa que de espanto, corroboraban su teoría.

De todas formas había mucho que investigar allí, puesto que el tipo, aquello era sin duda obra de un hombre, había sido muy descuidado dejando algunas huellas de la suela de su calzado manchado de sangre y tal vez muestras de ADN y de tejido textil en el cuerpo de la señora Donnington. Los chicos de la científica tenían mucho trabajo por delante; pero primero había que evitar que el sheriff metiera las zarpas alegando que se trataba de un crimen local.

Delacroix había confesado que no había sido ella la que había empuñado el cuchillo, lo que unido a lo que Tim Mortimer había dicho, dejaba al reverendo Rumsfeld como la mano ejecutora de los asesinatos. Además, la mujer había reconocido que el padre Rumsfeld había orquestado lo que Delacroix colocase las ropas de Theresa O'Hara en el despacho de Rumsfeld, lo que hacía que fuese complicado incriminar a Mortimer como único responsable.

El ranger estaba satisfecho con la confesión de Delacroix, aunque lo que le dejó atónito fue lo que indicó al final, provocando que Bennet arqueara una ceja, sorprendido. ¿Verdaderamente aquella mujer había dejado a su esposo encadenado en el desván o se trataba únicamente de una broma macabra?

-Está usted como una regadera, señora Delacroix -reconoció Bennet, antes de marcharse de la sala de interrogatorios.

Después, Bennet se dispuso a buscar a uno de los ayudantes del sheriff por la comisaría para ponerle al tanto de lo que Delacroix le había dicho.

-Ignoro si Susan Delacroix está casada o solo trataba de tomarme el pelo, pero dígale al sheriff que envíe a alguien a la casa de Susan Delacroix. Según ha dicho ella, mantiene a su esposo encadenado en el desván. A estas alturas, puede que el hombre esté cerca de morirse de una insolación -afirmó Bennet, informando al ayudante del sheriff. No sabía hasta qué punto tomar en serio las palabras de Delacroix.

Aquella mujer era imprevisible y no descartaba desde que en verdad tuviera al esposo encadenado en el desván, que el esposo no existiera y le estuviera tomando el pelo, o incluso que hubiera dejado alguna trampa u objeto en el desván en caso de que acudiese la policía.

Una vez que saliera de la comisaría, Bennet trataría de echar un vistazo al grimorio en el interior del coche. No tenía nada claro acerca de si debería entregar aquel grimorio a Frank Riley. ¿Había desmantelado un culto religioso solo... solo para ayudar a crear otro? Las dudas empezaban a hacer mella en su mente.

No sé por qué se sorprendía de que supiera toda la información. Al fin y al cabo justamente por eso le estaba llamando, porque tenía contactos hasta en el infierno.

Necesito información sobre Fallon. Aunque tengamos pruebas y testimonios más que suficientes para retenerlos un par de horas, ambos sabemos que sólo necesitarán un par de llamadas para salir indemnes de aquí. 

Sé que conoces sus trapos sucios, y sólo jugando a su nivel podremos atraparlos. 

—Hum… Es difícil tirarle mierda a Fallon —meditó McKnight—. Es cierto que se propasó con la negrita esa de la biblioteca y que convenció a Corman para que un perito médico declarara que la chica es medio subnormal, previo pago de una buena cantidad de billetes; pero una acusación por acoso sexual no es nada comparado con verse entre rejas por asesinar a niños…

McKnight se quedó pensativo unos segundos.

—Fallon es un tonto útil manejado por ese puto reverendo y por Corman. Es un cerdo ambicioso que cree que puede llegar a ser gobernador, jajajaja, el muy gilipollas. Lo más fácil para destruirle sería hacerle ver que se ha quedado solo y sin apoyos de nadie, pero para eso tendría que convencer primero a Corman de que hable con él.

»Por mi parte puede usar mi testimonio en el juicio contra esos animales. Iré gustoso a testificar lo que haga falta.