Me secaba el cabello cuando entró alguien más en los baños, esta vez ya estaba lista para volver a ser vista por los adultos. Me quedé de una pieza, demorando más de lo normal en extender la mano para saludar al pediatra.
-Un placer... Doctor Lockhart-dije titubeante pero estrechando su mano.
Mi vista se desvió de su cara a su cuerpo, a su cabello, de nuevo a sus ojos. Nunca un hombre blanco me había resultado tan imposible de no mirar, aunque parecía que él estaba como en otro mundo, excepto cuando miraba a los pequeños. No terminaba de soltar su mano y estaba segura de que Roan me miraba expectante pero no lo tenía a la vista, él me conocía mejor que nadie.
-Roan es mi hijo-traté de recomponerme.-Acabamos de llegar pero asumo que lo sabe.
Nuevamente una mirada a todo su rostro y dos segundos después solté su mano, a ver si me iba a quedar con ella. Si hubiera sido blanca, se me habría notado sonrojada. ¿Qué diablos pasaba? ¿Eran todos hermosos allí?
El doctor no pareció darse cuenta de que el contacto se había prolongado algo más de lo normal. Desde luego en su Londres natal había una suerte étnica muy variada, pero Nadra tenía una belleza que traspasaba lo exótico... Era sencillo perderse en aquellos ojos negros, de forma caprichosamente almendrada. Su gesto no cambió un ápice, pero sus mejillas se tintaron evidentemente de rojo. Quizás por el frío que estaba pasando.
Miró al niño. Devolvió la mirada a su madre, y ajeno a las circunstancias que rodeaban a los Oluwatobi dijo:
- Buen trabajo. Se le ve sano, incluso para estar aquí. Nos esforzaremos en que así siga.
Una sonrisa cordial entonces. María levantó las cejas, diríase que gratamente sorprendida, al ver al doctor en una actitud tan suelta. Se preguntaba qué había hecho Nadra que no hubieran hecho los demás para merecer algo de calidez por parte del galeno.
- Si me disculpáis... -se llevó las manos a los bien torneados brazos, protegiéndose de la bajísima temperatura y resoplando, apresurándose en entrar a una de las duchas y abrir bien caliente el grifo.
- Doctor -preguntó Dryden al otro lado de la puerta- ¿Quién está con mi hija?
- Hayes -respondió, con la voz totalmente hueca de entusiasmo.
- ¿Ha visto a mis otros hijos?
- A Rewell. Está algo débil pero está bien. Sin heridas. Supongo que en su habitación. De Donovan no sé nada.
El hombre maduro bajó la cabeza, visiblemente preocupado, pero en una quieta y elegante serenidad. Tomó aire y lo soltó lentamente, volviéndose hacia María en francés:
- ¿Podrías quedarte con las niñas mientras voy a ver dónde está mi hijo...?
Ella asintió, y sin mediar más palabras, aquel hombre se marchó, dejando jugar a su nieta y a aquella pobre niña con el nuevo benjamín del Icehotel. Se habían ido hasta la puerta, donde Amber cogía nieve del suelo y se la ponía en las manos al maravillado Roan, que nunca había visto aquel fenómeno. María suspiró y trató, nuevamente, de ser tranquilizadora y agradable, señalando con un gesto de la cabeza la cabina en la que se metió Sven.
- Por si te interesa... Ese es de los que no tienen superwoman ni es gay... Pero aunque le veas tan encantador con los niños... Tiene un resentimiento bastante exagerado contra los adultos en general. No habla con nadie al margen del trabajo- le confió.
Lo observé ir hasta la regadera, la verdad es que era un espectáculo que una no se podía perder y por suerte, mi querido hijo estaba demasiado ocupado como para fijarse en mí y en lo idiota que me había dejado el doctor. Cuando Dryden se fue, terminé de secarme el cabello mientras escuchaba a María y recordaba el rubor en las mejillas de Sven.
-Es bueno que sea uno de los que ni tiene superwoman, ni es gay...-dije murmurando para que él no me escuchara.-He visto dos tíos hermosos aquí, Mara... El doctor y Andrea. Lo del doctor... Ahora creo que me gustan los blancos.
Sonreí sin explicarle que desde que dejara al padre de mis hijos, mi vida ha sido la del celibato, ya lo haré si hay tiempo. Volví la vista a donde se duchaba el doctorcito y me asomé sin el menos pudor a ver el cuerpo del doctor, de vuelta miré a María, según yo una nueva y buena amiga.
-¡Por todos los negros de Senegal!-casi grité.-No parece tan frío si te digo la verdad...-recordaba sus mejillas sonrojadas.-Perdón pero, ¿qué es todo ese lío del que hablan? Hay mucha gente enferma o herida...
María rió un poco. La verdad es que una se acostumbra rápido a las cosas buenas, y de las pocas que tenía su situación es que de golpe había conocido a una buena pandilla de hombres sin desperdicio alguno. Recordó que al llegar también le llamó la atención la cantidad de hombres y chicos guapísimos que había delante de ella.
- Andrea, ¿eh? No está nada mal, y tampoco tiene superwoman... Tienes buen ojo, Nadra -sonreía llevándose un dedo a la mejilla dándose un par de toquecitos con él, con un gracioso gesto cómplice- A mí desde mis españoles y mis Dryden... En fin, a Alejandro no le conocerás por desgracia... Pero con mi Hugo te dejaré alegrarte la vista y a los Dryden es imposible no mirarlos. Y no, no es tan frío... Pero lleva mucho tiempo aquí, incluso está curado, pero se queda por ayudar a las niñas. No le pagan ni nada así por hacerlo, así que me imagino que no es de piedra -suspiró de nuevo, poniéndose más seria- Nuestra anfitriona nos exige cumplir misiones a cambio de permanecer aquí, único lugar en el mundo donde podemos curarnos... Son misiones muy, MUY duras... Solemos salir heridos, a veces nos castiga si hacemos las cosas mal y en las misiones... Bueno... -se encogió sobre si misma, cruzándose de brazos- Seis de las personas que he conocido desde que enfermé han muerto asesinadas... Dos de ellas por una compañera... No sé si conoces a Lex Czigany... -tragó saliva. No le gustaba aquel tema, pero Nadra, como madre, debía saberlo.
Me quedé un poco inquieta respecto a lo que ella me decía. La verdad que ahora no había visión de doctores "mcguapos" que me hicieran olvidar que una propia compañera asesinaba a los que estaban con ella. La miré haciéndome una cola con el pelo casi seco de tanto que lo había estrujado con la toalla y arreglándome el mono un poco.
-Pues me parece un hecho bastante cálido el quedarse en este lugar, si yo no tuviera necesidad, creéme, ya habría huído de aquí-dije en alusión a Sven.-Vaya, siento mucho lo de Alejandro... Supongo que era un buen tipo si es que estabas con él. Respecto a esa Lex, odio tener que preguntar así pero no tengo otra opción: ¿Qué diablos le pasa? ¿No se supone que deberíamos ayudarnos unos a otros en este lugar?.
El doctor estaba curado, así que había esperanza y de algún modo incluso para mí aquello era bueno pero quien más me importaba era Roan, él no tenía por qué sufrir la misma suerte que yo o la suerte que habíamos tenido al llegar a España. Quise contarle todo a Mara pero antes quería y necesitaba saber sobre esa mujer. Aunque tampoco quería irme del baño.
- ¿Qué diablos le pasa? ¿No se supone que deberíamos ayudarnos unos a otros en este lugar? -fue lo que oyeron al entrar en los baños. Nadra estaba charlando con María en los bancos de vestuario situados entre las cabinas de los inodoros y las cabinas de ducha, ambas tenían el pelo aún húmedo pero vestían el uniforme del Icehotel. Una de las duchas funcionaba, a saber quién había dentro, pero más hacia donde se encontraban los lavabos estaban Roan (el hijo de Nadra) sujetando a Amber para que viera el desagüe. Victoria asomaba la cara, visiblemente más sana (a pesar de tener los delgadísimos miembros desnudos por el vestido que llevaba, un par de coletas con un lazo negro adornando cada una, la mirada algo más limpia de venas rotas, incluso parecía que, "simplemente", la niña llevaba días sin dormir. Al parecer los tres pequeños habían echado un puñado de nieve al desagüe de un lavabo y querían comprobar si sería "tragado" igual que el agua.
Al ver a los recién llegados, Roan tragó saliva. No le gustaban ni Andrea ni Taylor. En absoluto. Amber estaba demasiado absorta en aquel puñado de nieve, y a pesar de ello levantó una mano a quien quiera que fuera que estuviera en el rabillo de su ojo, saludando. Victoria parpadeó un par de veces con los labios entreabiertos, mirando a Taylor. No sabía si acercarse a él le iba a suponer una alegría o una molestia, así que esperó a ver su reacción.
María, por su parte, esbozó una sonrisilla cansada y llena de tristeza. Andrea no la conocía mucho, pero el batería pudo leer claramente en los ojos de la española que al otro grupo no le había ido bien.
- ¿Cómo estáis...? -se limitó a preguntar, poniéndose algo más seria e interrumpiendo unos instantes su conversación con Nadra.
Levanté la mirada cuando María pareció cambiar su tono y claro, no era para menos. Entre los pequeños jugueteando con la nieve y los recién llegados, más valía que estuviéramos atentas. Que yo lo estuviera mejor dicho. Mis ojos se cruzaron breves instantes con los de Taylor, no quería otra escenita como la que habíamos tenido apenas conocernos. En realidad no quería una escenita con nadie pero el rubio, el rubio era una cosa muy distinta y aún tenía un par de cosas que hablar con él, así que aunque mi mirada se quedó fija en la de Andrea, saludé a ambos con un movimiento de mi mano.
-No le mires más, Nadra... No, no es buena idea.
Pero nunca escuchaba a nadie, mucho menos a mi subconsciente que para eso estaba bien guardado. Nuevamente me dejé llevar estudiando los rasgos de Andrea, ah, definitivamente sabían escoger a los tipos en Icehotel. No era el momento pero lo tendría, por lo pronto valía con restarle importancia.
-Buenos días...
Volví la vista atrás, al menos la vista seguía siendo buena.
-Hay duchas libres...
Me hice a un lado con una sonrisa, al menos el buen humor que me habían traído desde un lugar lejano gracias a un ligero contacto más humano, aún no se me había borrado y me hacía a la idea de que allí esos contactos no eran nada común. Estaba dispuesta a conservar lo mejor de cada quien, Mara, Andrea, Sven, incluso Dryden y por supuesto, mi amado hijo y esas dos hermosas niñas. Me acerqué hasta los niños en afán de olvidarme del recién llegado y del doctor bajo el agua tibia.
-¡Qué lindas amiguitas tienes, Roan-Kale!-dije a mi hijo encuclillándome junto a ellas.-Las dos son preciosas y tienen unos nombres, espectaculares. Dignas de un par de princesas-sonreí y miré a la rubia, la más pequeña; sentí una punzada en el corazón, los ojos se me llenaron de lágrimas y los posé unos instantes en los de Roan, luego asentí.-Hermosas damitas, sin duda. Más vale, Roan que seas todo un caballero.
Apenas me di cuenta de que Taylor había salido detrás de mí, pero no le dirigí la palabra, no me apetecía hablar con nadie, demasiadas mañanas solitarias como para cambiar hábitos de un día para otro.
Al entrar en el baño los sonidos me recuerdan demasiado a la obra culmen de Dickens, una escena donde el huérfano se asoma por la ventana y observa a la familia sentada a la luz del fuego, feliz y dichosa, y él siente a la vez envidia y desprecio por lo que ve, por lo que nunca tuvo, y por lo que nunca tendrá. Roto en mil pedazos, lo que una vez fue llano y confiado, ahora sólo muestra afiladas e irregulares aristas que desgarran allá donde tocan.
Apenas recordaba a la chica morena que los saludó, pero reconoció al instante su gesto, un quiero y no puedo acorde con su personalidad, la de una jugadora acostumbrada a perder con resignación, he hecho todo lo que he podido y aún así no ha podido ser, si en la mesa no hubiera tanto cabrón mentiroso y con los nervios templados, ella ganaría sin dudas. No rehúyo la mirada de Nadra, inquisidora. Aparto el cabello que ocultaba parcialmente mis ojos, ladeando ligeramente la cabeza, apenas amagando una sonrisa, los sueños mueren cada noche, los días se convierten en cuentos cuando únicamente piensas en volver tener, la realidad nunca ha sido tan intensa como cuando la vida se va perdiendo a cada segundo que transcurre.
Pero es siempre así, nunca te lo planteas hasta que no ves que la hora del final se acerca, apuéstalo todo, no importa la hora que sea, si crees que puedes ganar, inténtalo, perder siempre lo harás. Se supone que los consejos son para ayudarte, pero a mi únicamente me martirizan al percibir el susurro de un fantasma.
Asentí a las palabras de Nadra, y avancé despacio hasta situarme justo delante del lugar donde estaban sentadas, agachándome para quedar a su misma altura, Todos estaremos mejor me mantengo en silencio unos cuantos segundos, un deseo sincero o pura palabrería, el caso es que nunca sean capaz de distinguirlo mientras me entrego a sus miradas con confianza. Sonrío ahora si más ampliamente apoyando cada una de mis manos en la rodilla izquierda de Nadra y la derecha de María para levantarme y rodear el banco.
Me planto frente a la ducha y me quito la camiseta, algo incómodo, no estoy demasiado acostumbrado a esto, agacho un poco la cabeza y tras descalzarme entro con la parte inferior del mono aún puesta, cerrando tras de mí. Abro el grifo de agua tibia, y cierro los ojos. Estoy asustado, he huido tanto tiempo que olvidé pelear.
Taylor seguía el camino de los pasillos unos metros por detrás de Andrea. Lo hacía en silencio, admirando tres cosas del maltés: la primera, que no era un charlatán. La segunda, que resultaba reconfortante como compañía en los solitarios pasillos. Y, por último, su ancha espaldera: Hawkins agradecía un tipo fuerte cerca y con la boca cerrada.
Scerri desapareció tras la puerta de los baños y Taylor, al llegar a esa altura, se detuvo y no supo qué hacer. Quizá era demasiado pronto. Quizá...quizá esa voz que venía del interior era la de...
- María...
y entró.
-Bonito vestido, princesa.- dijo tras unos segundos en los que no pudo apartar la vista de su hija, ignorando los saludos de las chicas. La voz le salió como un hilo, pero un hilo fuerte, lejos de quebrarse: para ello tuvo Taylor que hacer un esfuerzo considerable, porque se sabe el el top ten de la revista Forbes de "Los Padres Más Inútiles Del Planeta": lo estaba intentado todo, y cada intento se traducía en cagada. Aún así, a pesar de él, Vic mejoraba día a día. Crecía en todos los sentidos...y su padre se lo estaba perdiendo. Es lo que tiene el estar más centrado en el mañana que en el hoy.
-¿Me dejas verlo de cerca?.- tragó saliva. El californiano recuerda el episodio en casa de Milo. La penúltima y más grave gilipollez. Y Victoria estuvo allí, viéndolo todo.
Taylor se acerca a su hija, sonrisa triste. Pide perdón con los ojos, atento a su mirada, a cada uno de sus gestos y temiendo un justo reproche.- Hey, ¿sabes qué?. Me recuerdas a Shirley. Una chica dura, casi tan guapa como tú. Canta en un grupo y además toca la guitarra...Why do you love me...Why do you love me, it´s driving me crazy!!...- canturrea. Es su manera de decir que el último Taylor que vió no era su padre. Que éste es el verdadero. Hawkins levanta a su hija por las axilas, despacio, y se la lleva al pecho. Le dice algo al oído.
-Amber...- saluda, ahora sí, primero a los chiquillos, asintiendo.-Ummm...esteee,...- ¿jodida mierdecilla de cabra tocapelotas?- No...Noah?. Noah, si. ¿Cómo vá, chaval?.
Y llega el turno para los adultos. Con la excepción de Andrea, por ausente, tampoco es fácil. Para Nadra tiene un gesto conciliador, levantando la barbilla y evitando en cuanto puede su mirada. Y para María tampoco tiene una palabra: a pesar del saludo aséptico que la española dedicó al californiano nada más entrar, Taylor se acerca a ella con Vic en brazos y la besa en la mejilla.
-[ESP]Hola[ESP].
Cita:
-Te quiero.
-Eso es, así se hacen las cosas así. Hay bandos, amigos y enemigos o por lo menos gente que está contigo y gente que no, pero claro, no tienes por qué caerle bien a todo el mundo. Tengo tan pocas horas aquí que parezco una jodida veleta sin entender lo que me pasa y al mismo tiempo hace mucho tiempo que no estaba tan tranquila respecto a lo que pasaría, por lo menos tengo a Roan conmigo aquí.
Sujeté a la pequeña bebé rubia mientras Taylor se acercaba a la otra pequeña, no me atreví a levantar la mirada pero por la manera en que le hablaba, no había duda, aquella era su hija y estaba siendo o intentando ser un buen tipo con ella. Me perdí por un instantes en los hermosos ojos de la pequeña a la que Roan hacía musarañas para que sonriera, era preciosa y un nudo se formó en mi garganta, muy posiblemente tendría la misma edad que la pequeña hija que perdí en aquella maldita escapatoria. No podía quedarme, si lo hacía, ella habría muerto igual y peor, Roan quizás habría sucumbido también. Hacía tiempo que no me devanaba los sesos pensando si había hecho bien o mal al llevarme a mis hijos de aquella manera de Senegal pero al ver lo que se acontecía allí, no podía evitar pensarlo y repensarlo.
Me miré en los ojos de Andrea, una vez más, esa mirada, esa seguridad pero al mismo tiempo esa pared que lo cubría de todo, de las posibles cosas malas de la vida o al menos esa idea, esa sensación me daba a mí. No tenía dudas de que tenía buena intención, tranquilizarme y demás pero me preguntaba hasta que punto le importaba de verdad. Luego la calidez de su mano me tomó por completo por sorpresa, debo reconocer que él tenía la virtud de distraerme de las cosas que intentaba obviar. Habría tomado su mano si hubiera tenido tiempo o quizás no me di cuenta, quizás era lo mejor, su beso aún me parecía una afrenta de la cual, según yo teníamos que hablar y decirle que era una mujer decente, me hubiera reído, pero tenía que responderle.
-¿De verdad lo crees?-la pregunta fue alta y clara, desviando la vista a un punto donde ni los niños, ni otro de los adultos que no fueran Andre, me miraran.
La lluvia de la ducha me hizo recordar quién está en ella, me siento tentada a voltear y mirar pero al mismo tiempo me obligo a no hacerlo, concentrándome en la pequeña Dryden que sostengo en los brazos. Mi cabello escurre agua, veo a Roan, parece feliz y estoy segura que si lo dejara, me diría que aquella niña se parece a mi hermana pero no le permito hablar; no sé bien qué cosas se puedan hacer allí dentro pero quizás podríamos, así que me vuelvo a María y le pregunto si cree que Roan, Amber y yo podríamos dar un paseo.
-Creo que ya somos demasiados aquí...-pero aún espero la respuesta de Andrea si es que se atreve.
- Je suis tout un galant, mamá -rió Roan cuando su madre le refirió la primera vez, pero la presencia de Andrea y Taylor le ponen visiblemente nervioso, incluso siente asco hacia ellos cuando intentan hacerse los simpáticos. Ya había visto a muchos blancos "simpáticos" que en cuanto estaban solos con él dejaban de serlo. Ni siquiera respondió al californiano cuando éste dijo mal su nombre... Parecía más pendiente de que nadie tocara a Amber que otra cosa.
Amber en cambio, ya acostumbrada a pasar de unos brazos a otros mientras su complicada familia parecía demasiado inmersa en otros temas como para ocuparse de ella, se había hecho a los cambios de humor de la gente y había aprendido, en cierta medida, a aprovechar los ratos de buen humor. Saludó de nuevo con la manita y una sonrisita radiante al "tío Ty", como se empeñaba en llamarle Rewell.
Al ser sujeta por Nadra, Amber abrió mucho los ojos y miró hacia abajo, para luego decirle a Nadra, con fascinación:
- ¡Qué alta! -tras lo cual, sin ningún problema, se acomodó en brazos de la africana y le tocó la cara con curiosidad por aquella tez oscura. Había visto cosas más raras que esa, por ejemplo a su tío convertido en un esqueleto negro y llameante.
Por otra parte, Victoria había llegado a los brazos de su padre con renovado (aunque no muy esperanzado) ánimo. Ante su adulación por el vestido, lentamente pero hilando las palabras con un poco más de soltura que la que solía, dijo:
- Ayer la mamá de Amber nos compró cosas bonitas... En Kiruna... -sin duda era una niña muy enferma la que hablaba, teniendo que tragar saliva de vez en cuando y respirar cada poco. La niña incluso cogió la falda ondeándola con cierto orgullo en los brazos de su padre, con la ilusión de tener algo hermoso que poder mostrar, por una vez. Quizás eso sirva de algo... La niña, sin saberlo, se sentía como un perro abandonado, mil veces atropellado y llevado a un centro de acogida para animales, donde la vacunaban y alimentaban con objeto de que, si mejoraba, alguien se la llevara por fin.
Con la falda aún en las manos, dándole vueltas a la tela entre los dedos, miraba a Taylor con una sonrisa mientras le tarareaba una canción de Garbage. Cuando se acerca a su oído, los ojos de Victoria parecen encerrar algo más de vida, un breve brillo que, aunque hace que su sonrisa se relaje, no la apaga hasta luego de unos segundos.
María observa con ese aire entre ausente e inmerso, como de costumbre, como se desarrolla la situación. Sonríe a cada comentario de los tres niños de forma algo triste, no quiere entender porqué están ahí, no quiere entender que están enfermos y sus vidas corren peligro a cada segundo... Se acuerda de aquel niño, Jake, en brazos de Madison el primer día que la vio... Se acuerda de Marcos irremediablemente, y también de Jolene. Dieciséis años y embarazada por segunda vez, además, de un muchacho de diecinueve años que había muerto hacía pocas horas.
Todas aquellas cosas pesaban. Pesaban los ataques y la angustia, la desconfianza, el miedo que no era sino una mezcla de las dos sensaciones anteriores... Se llevó las manos a la cara. Pesaba tanto que ya ni siquiera los sentía.
Se frotó y al bajar las palmas se encontró con Taylor a su lado. Sus ojos castaños le entregaron una frase silenciosa junto a una sonrisa, "me alegro de volver a verte".
- [ESP]Hello... [/ESP] -levanta los brazos, los dedos aferran a las palmas los puños de la cazadora amarilla, rodea el cuello de Taylor suavemente con un abrazo y le da un beso cariñoso de vuelta en la mejilla. Un abrazo, un gesto sencillísimo y necesario, lo suficiente como para que se te empañen los ojos si crees que confías tanto en alguien como para abrazarle después de otra nueva catástrofe. No le sale ni decir qué ha ocurrido antes de que Nadra capte su atención hablándole y ella se vuelva de nuevo hacia la africana, con los ojos apenas algo humedecidos.
- Tengo que quedar con Amber hasta que vuelva señor Dryden, Nadra... -su inglés, algo torpe aún a pesar de la intensidad con la que ha tenido que aprenderlo. Lo intenta por educación, para que el resto pueda entender también- Id con Taylor y Vicky por paseo, ¿si? Yo mientras baño a -de nuevo da lo mejor de si para sonreír y recoge a Amber de brazos de la senegalesa- ésta pequeña.
Las palabras de Andrea se las llevaba el frío... Pero quería conservarlas todo el tiempo que pudieran estar calientes...
Finalmente, después de incluso haberse vestido dentro de aquella cabina con buena ropa para aquellas temperaturas, el doctor Lockhart sale de la ducha, al parecer algo apresurado, quizás por algún comentario que había oído.
Camina hasta María y sin mediar palabra coge a Amber.
- La niña ya está bañada, María -responde de nuevo con un tono de voz totalmente estéril- . Haz el favor de decirle al señor Dryden que la tengo yo. Señora Oluwatobi... Voy a llevarme a Amber a desayunar fuera. Si quiere, usted y su hijo pueden acompañarnos.
No iba a quedarse a preguntarle a ninguno de los Dryden. Estaban todos locos. No podía evitar que Taylor destruyera la vida de su hija, pero haría lo posible por no ver truncada la de Amber Daelyn. Empezó a marcharse sin más que un saludo de refilón y por pura cortesía a Andrea.
Cuando Mara retiró a la hermosa princesa de mis brazos, sentí una especie de tristeza, algo que hacía mucho no sentía. Pero rápidamente volví a lo mío, no podía cogerle tal cariño, Amber no era mi hija y por mucho que necesitase cuidados allí, yo debía respetar las decisiones de su padre. La miré unos instantes, me agradaba Mara pero en ese momento me sentí furiosa, aunque fui capaz de disimular, en especial cuando Sven cogió a la niña consigo y su voz tenía ese tono amargoso, esa intención de no demostrar nada, hasta que dijo que llevaría a Amber a desayunar. Sonreí a Mara nuevamente.
-Será un placer...-musité.-Vamos Roan, no hará bien un poco de aire.
Eché la vista hacia atrás esperando aún las palabras que no llegaron y tomé a Roan de la mano, saludando con la otra a Mara y evitando que mi mirada diera con Taylor. Le dije que la vería pronto y me vi tentada a pedirle que viniera con nosotros pero me dio la impresión de que prefería estar allí. Me fui con Roan tras el doctor.
Salgo con el doctor. ^^