"No solo nos persiguen por todas partes, sino que ademas nos dan pistas como si estuvieramos jugando." Pero no dije nada sobre eso, ya que pense que eso aumentaria mas la tension entre nosotros tres y preferiria no hacerlo ahora. Cuando tenemos un desconocido al que encontrar.
- Va ser dificil buscarle con esas pistas.- Dije en voz baja y serio.- ¿Tienes alguna idea de como buscarlo o nos dedicamos a buscar algun guia que nos ayude?
Miro la carta... Vaya esto parece un juego como los de los libros de seguir pistas lejos de parecer preocupado, parece que esté incluso entusiasmado por ello...
Leo la carta con detenimiento, mientras noto como una ligera brisa hace que mis huesos tiemblen por el frío que acabo de notar que hace en la ciudad. Me arremolino en mi abrigo, y guardo las manos en los bolsillos, tratando de leer la nota mientras la sujeta María...
Quizá el muchacho y la hermosa mujer sean estatuas... o algún monumento, quizás sea el mismo y sea una representación de una madre y su hijo... Levanto la mirada buscando por el aeropuerto algún sitio de información turística en donde poder conseguir algún folleto donde puedan aparecer diferentes fotografías...
En caso de verlo, me pongo a correr hacia el lugar sin avisar a nadie, y cojo uno de los folletos y me pongo a mirarlo buscando una estatua o algo similar, con las características pensadas...
Al abrir el folleto, Marcos no encuentra rastro de ninguna estatua que le induzca a pensar que podría ser la pista... En su lugar encuentra, escrito a mano al final del folleto, las palabras: "Frío, frío"...
- ¿Un guía? ¿Tú estás mal? ¡Con la que se está liando aquí con el ejército...! - le contesta María a Hugo mientras tanto - Mierda... Yo soy "enfermera", no detective... ¿Qué leches deberíamos hacer ahora...?
Seguid en la escena "Ciudad de Estocolmo".
La mañana del dos de diciembre era dura para la mayoría de africanos en Cartagena. Se antojaba fría para ellos, que estaban acostumbrados a temperaturas de calor extremo, y ahí donde los españoles lugareños se abrigaban con un jersey y un forro polar como mucho, quienes venían del continente de Nadra vestían como si fuesen a pasar un día en el polo.
Ella no tenía ese problema, aunque era más friolera que calurosa, pero en aquel momento podía tranquilamente ir con ropa de otoño o primavera... Por eso siempre la ponían a fregar platos de la noche anterior en plena mañana: Era la única que no se helaba las manos.
Los cristales de una medio resquebrajada claraboya filtraban un aire neblinoso a primera hora... Seguramente Roan sí se habría abrigado mucho. El niño vivía en un orfanato que parecía un palacio, un edificio antiguo, pero bien restaurado, a cruzar una calle de las zonas buenas de la ciudad costera. Muchas veces el pequeño se escapaba para visitarla, y Nadra podía comprobar que iba bien vestido, aunque en lo que era ya casi un año se había dejado crecer mucho el pelo, decía que le gustaba. Al parecer le iba bien en la escuela, y al ser un niño "mayor", no había mucha gente interesada en adoptarle.
Se acercaba la navidad, la primera en Cartagena, y en la ciudad ya empezaban a colocar los adornos y guirnaldas propias de la fiesta: Una explosión de color que era inevitable mirar, pero que se alejaba mucho de aquel lugar de trabajo.
- ¡Eh, negra! -una mujer muy desagradable, la mujer del dueño: Siempre sucia, incluso tenía algo de bigote y perpetuamente le colgaba un cigarrillo de la comisura del labio, incluso cuando cocinaba sin recogerse el grasiento pelo castaño- Preguntan por tí fuera. Es tu hijo -tosió un par de veces. Aquella tos fumadora solía acabar en un denso escupitajo en el suelo, que por supuesto Nadra tendría que limpiar, pero no fue así ésta vez.
El dueño en cambio, un hombrecillo enjuto y desagradable con el vello del brazo demasiado largo y rizado y los rasgos faciales ratoniles, le animaba:
- Vete con él hasta dentro de una hora, preciosa -no sería la primera vez que la llamara así, le tocara el trasero e incluso le ofreciera dinero a cambio de sexo cuando su mujer no miraba- ya nos ocupamos de la barra nosotros...
Miró a su jefe con aire displicente y un tanto arrogante, segura de que ni siquiera se daría cuenta pues estaba mirando a otra parte de su cuerpo y no era precisamente su cara. Se quitó el delantal rápidamente, antes que a la mujer del jefe se le ocurriera alguna cosa y agradeció al menos tener una hora para pasarla con Roan. Quizás aquello había sido lo más doloroso de vivir, no porque la muerte de su pequeña hija no doliera, sino porque alejarse de Roan que había sido su compañero toda la vida, era como una agonía eterna. De suerte que ambos eran muy fuertes, quizás ella aún más. Se encaminó a la parte trasera del bar, ya se imaginaba la carita de Roan, se estaba haciendo mayor pero le gustaba verlo así; esperaba poder recuperarlo muy pronto.
Al verlo sintió de nuevo la fuerza que los unía, simplemente no podía resignarse a perderlo pero por el momento estaba mejor donde estaba que al lado de ella, llevarlo a vivir a esa pocilga era un inmundicia, ella quería algo mejor para él, mejor para ambos. Sintió los ojos humedecidos al instante y se fundió en un abrazo fuerte con su hijo, sintiéndolo vivo, completo, tranquilo porque esperaba que lo estuviera. Sonrió y respiró profundo antes de hablar pues no quería que el niño la viera llorar. Lo miró a los ojos y le revolvió el cabello cariñosamente, sabía que no estaba bien que se escapara pero no tenía el corazón para impedirlo o reñirle por aquello.
-¿Qué tal un paseo con tu madre?-le preguntó tomándolo de la mano para empezara alejarse del bar.
Le habló de cosas cotidianas, incluso mencionó el encontronazo con aquel vecino y volvió a sonreír pero en realidad lo que quería era saber de él. Así que directamente le preguntó cómo lo llevaba, si le trataban bien y si se sentía a gusto; era obvio que mal no estaba, se podía ver en el semblante del chiquillo pero ella como toda madre, quería estar segura escuchándolo de la infantil voz de su hijo.
- ¡Mamá! -Roan correspondió al abrazo de su madre enérgicamente, estaban alimentándolo bien, se notaba. Cuando llegaron a España del viaje que mató a su hermana, el niño estaba débil y demasiado flaco. Poco a poco se iba recuperando- ¡Claro! No voy a ir a clase de gimnasia hoy, estoy resfriado -reía. En África un resfriado, aparte de poco común, podía resultar un drama... Pero en España era un simple contratiempo. El niño se adaptaba a un ritmo vertiginoso.
Cogido de la mano de su madre, Roan la escuchaba con los ojos brillantes, aquel asunto de Javier le entusiasmaba, pues el modo más rápido de conseguir la nacionalidad europea no era sino casarse con un europeo... Quizás aquel Javier... ¡Bueno: Dios sabría...! Incluso le echó una mirada pícara y cómplice a su madre.
Pero cuando finalmente su madre le preguntó por él, Roan se sentó en un banco y abrió su mochila.
- ¡Mamá! ¡Mira lo que me ha regalado un amigo del colegio! -los niños del orfanato iban a colegios públicos normales, aunque sus monitores los llevasen de vuelta al recinto al acabar las horas escolares. El chiquillo extrajo un par de cómics de super héroes y se los mostró a su madre- Son cómics... Pero tienen color, no como los que vimos en Marruecos... ¿Te acuerdas cuando los veías en los quioscos y no sabías lo que eran? ¡Pues son geniales! ¡Y ya sé porqué puedes tú soportar que te atropelle un coche sin que te pase nada, mamá! -el niño parecía fascinado. Había dado con los ídolos ficticios del primer mundo- Tienen poderes, como los chamanes de Senegal, pero mucho más grandes y raros... ¡Como tú! -utilizaba un tono íntimo, reservado, pero entusiasta.
Observó a su hijo abrir su mochila, definitivamente aquel aire le hacía bien y estaba bien, le agradaba saber que era así; al menos había conseguido mejorar para él y no iba a morir por un resfriado. Lo habría abrazado siempre pero estaba interesada en lo que el chiquillo acababa de decirle. Lo miró con admiración porque de cierto modo lo admiraba, habían pasado muchas cosas juntos y él no la había abandonado. Sonrió primero como incrédula pero poco a poco supo que Roan estaba hablando en serio y que además, estaba emocionado por ello. Ladeó la cabeza y miró en derredor suyo, por si había alguien cerca y luego le habló en el mismo tono misterioso que el niño lo había hecho.
-Poderes o no, lo mantendremos en secreto... Lo sabes, ¿no, cariño?
Acarició la carita del niño regalándole una enorme sonrisa, no sabía si era bueno que el pequeño supiera tanto sobre sus poderes, que la viera como a uno de esos superhéroes de los cómics, como quiera que fuera, ya lo sabía y no podía mentirle, se tenían uno al otro y la confianza era parte del plan. Pasó una mano por los hombros del pequeño, se sentía más segura sabiendo que él estaba al tanto, al menos se preocuparía menos por ella. Lo apretó fuerte.
-¡Hey, tú también eres como un superhéroe! Aguantas mis abrazos y abrazo fuerte...-sonrió y le dio un beso en la frente.-Esperemos que esto nos sirva para algo, Roan. Aunque creo que los chamanes eran aún más poderosos.
Le guiñó un ojo y cogió uno de aquellos cómics para hojearlo con calma.
- ¡Si, soy un súper hijo! -rió él, sin protestar por el abrazo de su madre, incluso correspondiéndolo- Y seguro que nos sirve, mamá, ¡ya lo verás! Un día usarás tus súper poderes para hacer una heroicidad, y alguien como el profesor Xavier te descubrirá y te ayudará... ¡Y nos iremos a vivir a una escuela llena de súper héroes mutantes! -el niño fantaseaba, como era lo normal a su edad, aquello le servía para sonreír... Pero la realidad es que Nadra no había visto que nadie demostrase las habilidades sobrehumanas que ella tenía...- De todos modos lo tendría que mantener en secreto. Una vez le dije a mis amigos que mi madre podía meterse debajo del agua sin respirar y no me creyeron, ¡así que no me gasto...! -reía. Entonces miraba de nuevo a Nadra. Había aprendido mucho en España. Se puso serio... Acordarse de los chamanes no le gustaba. Ellos eran los que decían que los albinos eran malditos, y que con sus extremidades se podían hacer buenas pociones... Ellos tuvieron la culpa, así como su padre, de que huyeran de Senegal para salvar a su hermana Laniece... Y al final no sirvió de nada...- Los chamanes deberían ser los primeros villanos a los que enjaularas...
Tras la última frase de su hijo, Nadra miró al frente; no miraba nada en especial pero sintió un nudo en la garganta y un vacío en el estómago, tuvo que hacer un esfuerzo por no echarse a llorar. Raon tenía razón, debería odiarles con toda su alma y sin embargo se había olvidado de hacerlo demasiado concentrada en mantener lo que tenía. Ahora con calma, tenía a quien echarle la culpa pero es que no quería y no quería porque eso no le devolvería a Laniece.
-Bueno, seguro que haremos todas esas cosas juntos... Además, no sería un superhéroe sin ti, cariño.
Cruzó la pierna nerviosamente, él era un niño y a pesar de lo sufrido, seguía viendo al mundo con los ojos de un niño. Las cosas no eran tan fáciles y ella temía que si la descubrían, la iban a dejar para siempre sin él y eso no lo podría soportar o quizás sí y eso sería mucho peor. Demasiado tiempo para sobrevivir sin él, demasiadas pesos con los cuales cargar sin dejar de pensar eternamente en el arrebato de el único de los hijos que le quedaba. Sintió deseos de vomitar, de volver a Senegal y patear dos o tres culos. Seguramente Roan la habría acompañado gustoso. Sacó unas monedas, no eran la gran cosa, apenas para alguna golosina y se la entregí al chico.
-Escucha, no sé si habrá un Xavier o no pero ten la seguridad de que nos iremos a vivir juntos. Te lo prometo y nunca más volveremos a hablar de chamanes o de...-hizo un alto, no quería decir su padre.
Después de todo ¿qué era aquel hombre que no tuvo consideración de ella y la orilló a huir con ambos pequeños? Se estremeció al recordar el momento, la mirada fría de aquel con el que había compartido el lecho durante años, siempre había sido demasiado confiada pero si en aquel momento hubiera sabido de aquello que la diferenciaba del resto, se habría quedado y nadie habría tocado un solo cabello de Laniece. Cambió el semblante, pronto Roan tendría que irse y no quería que se fuera con mal sabor de boca.
El chico cogió las monedas enarcando las cejas. Un niño de orfanato no tenía, aun con todo, sorpresas como aquella... Y sonrió ampliamente. Su madre era muy joven, y además de madre era su mejor amiga, se entendían bien además de parecerse mucho.
- Nunca he dudado que lo conseguirás, mamá. En cuanto consigas ser española y estemos juntos, será estupendo: Con catorce años aquí se puede trabajar en alguna cosilla, y estudiaré mucho para tener un gran trabajo y que no nos falte nada... ¡Ya verás! ¡Les mandaremos fotos a los de la Aldea en Casamanza para que se mueran de envidia! -bromeó felízmente, estirándose con los brazos hacia arriba para alcanzar a su madre y besarle la mejilla- Hay una cosa dentro de los comics, un sobre... ¡Pero me tienes que prometer que no lo abrirás hasta que te vayas a dormir!
Se cargó la mochila de nuevo al hombro, pero miraba a su madre con las cejas alzadas, esperando la confirmación antes de marcharse al colegio.
Ladeó la cabeza recibiendo el beso de su hijo, aquello le daba un nuevo sentido a su vida, él estaba emocionado y ella, ella no sabía si terminaría siendo española. Conocía a pocos hombres en realidad, Javier era lo más cerca que había estado de una cita y sólo se daban los buenos días o noches según fuera el caso, cuando se encontraban fuera del edificio. Sin embargo no podía, ni quería robarle aquella ilusión a su hijo, era mejor que creyera que podía suceder y pronto.
-Tranquilo, lo leeré hasta que me vaya a dormir pero podrías adelantarme algo.
Conociendo a su hijo como lo conocía, sabía que no le diría nada pero aún así lo intentó. Le sonrió para que ese fuera el último recuerdo que se llevara él de ella, para no llorar porque sentía deseos de hacerlo al verlo macharse mientras se repetía una y otra vez que era lo mejor. Pronto se olvidó de ello, le dio un beso en la frente a Roan y lo empujo cariñosamente, él debía volver al colegio y ella de nuevo a su inmundo trabajo. Mientras el pequeño se alejaba, ella jugueteaba nerviosamente con el cómic entre las manos. Se había propuesto esperar hasta la noche para abrir el sobre y lo haría. Cuando el pequeño desapareció, ella emprendió el regreso al bar, retrasar no inevitable era una tontería.