La comprendo, protegiéndose, intentando evitar sentirse culpable en el caso de que me pase algo, que parece que es habitual cada que se va de “misión”. Quizás ella no entienda que no es por ella por quien me quedo, su literalidad es tan novedosa para alguien como yo, sus gestos, su incomodidad es tan gratificante para alguien que siempre se jacta de ser capaz de sobrevivir en cualquier jungla.
Es imposible que sea mi amiga, que ni siquiera estemos cerca de serlo, pero aún así, la creo a pies juntillas, quien lo iba a decir, Madison colándome un farol, pero ni siquiera sabe que ha ganado, Espera avanzó un paso, y con la mano que aún se cerraba con el crucifijo, la abrí, quedando este colgado de la misma por la cadena, y tomé el brazo de la joven canadiense, atrayéndola hacia mí.
Hay mucha gente aquí a la que tal vez pueda ayudar empezando por mi por eso me quedo, también lo hago por Milo, parece un buen tipo que se esfuerza sonrío, ¿más tranquila? Suelto su brazo, pero únicamente para coger su otra mano, y obligarla a abrir la palma, depositando en ella la pequeña cruz románica de plata, soltando poco a poco la cadena, con cierta reticencia involuntaria, fue un regalo, siempre he creído que me ayudaba, ojalá sea cierto. Los verdes ojos la observan, con fijeza, no perdiendo detalle de su delicado rostro, luchando por evitar mezclar aquel castaño con ese atrayente y despiadado mar que me canta con sensualidad.
Un dulce antídoto, desconocido, arriesgado, demasiado, arrancar esa tierna planta sin estar seguro de que funcione, un suspiro, mis ojos se cierran unos instantes, mejor ayudarla a crecer fuerte mientras engañas a tu cruel sirena.
La suelto, y vuelvo a revolver su pelo, Para ti, como muestra de mi amistad hago un gesto con la cabeza en dirección al pasillo, Venga, si, ve con Dale, parecía muy nerviosa y la veo alejarse, un tímido sol mañanero, que apenas puede sobreponerse a la oscuridad.
Me giro cuando vuelve a hablar, más tranquila con lo que dice, asintiendo a las palabras que dice sobre Milo, pues estoy completamente de acuerdo con él, pero un poco más tensa porque me agarra otra vez... Miro la cadena que prende de su mano, levantando la cabeza sorprendida cuando me la da y abriéndose la boca alucinada cuando me dice que me la regala.
El recuerdo de otro detalle, una fina pulsera de oro, acude sin remedio. Mi expresión torna a tristeza, mordiéndome el labio inferior. ¿Dónde estará el que me la regaló? ¿Y con quién? Una dolorosa certeza, lo único que me importa es que se encuentre bien, a salvo. Me alegro sinceramente de que no tenga nada que ver con todo este infierno... Que pueda ser feliz.
Todo vuelve a vertiginoso, me despeina y me pongo nerviosa como acto reflejo, con él, desde luego ya lo es. Yo…, gracias Andrea. La muevo un poco para verla, sonriendo tímida y ampliamente Es preciosa. Me gusta mucho… Lo miro a los ojos y, sin pensar, algo que espero no se convierta en una costumbre… le doy un beso fugaz en la mejilla, o sea, rápido y suave. Ala… ¡Dios mío!
Per… No la fastidies más, Madi. Aprieto los labios Me voy, luego nos vemos. Con las mejillas a plena carga y la misma perplejidad de él en mi cara, salgo disparada, ya sí, a buscar a las chicas. La mano apretando fuertemente el regalo.
¿Qué pasa hoy contigo, Madi? Un pensamiento que parece va a acompañarme por bastante tiempo.