EPÍLOGO 10. EL SOLITARIO CAPITÁN.
Sid nunca se llegó a recuperar. Su corazón roto por la pelirroja con la que se crío, nunca sanó del todo. Hubo más mujeres después de Nadja, por supuesto que las hubo, pero nunca volvió a amar a otra. De la capitana, además de muchos rompecabezas y de haber sido declarado proscrito en el Imperio Rojo, donde no podía regresar, tan solo obtuvo un único beso robado. Pero después de todo, la seguía queriendo.
Para Sid, Nadja siempre sería esa niña con la que descubrió el mundo en las calles de Duartala. La pequeña niña con la que aprendió a robar en los puestos de fruta y con la que soñó con una vida adulta en el mar, asaltando galeones, robando tesoros y matando piratas. Piratas que aunque con la patente de corso en muchas ocasiones, al fin y al cabo era en lo que se habían convertido.
Sid Ben Jezheri no era todavía un hombre viejo. Había pensado en retomar las ideas de su padre. Unificar las tierras del sur de Harvaka y del norte de Avidrain bajo una misma bandera, en nombre del legítimo rey era algo que cuanto menos le provocaba curiosidad. No obstante, el linaje real, el linaje de El-Dûm se había corrompido. No había un heredero con la suficiente porte y nobleza como para jugarse la vida por su causa. El linaje real se había convertido en una sarta de contrabandistas y asaltadores a los que no se les podía otorgar el poder de un Imperio.
Sin más objetivos en la vida que seguir viviendo y tratando de cambiar el mundo, Sid Ben Jezheri navegaba ahora en los mares de Arthanis, tratando de sobrevivir y combatir el esclavismo, algo que su padre si hubiera aplaudido. Algo que aprendió no de Ben Jezheri, sino del hombre que le arrebató a su amor. Daito el liberador de esclavos, o más bien, Daito el asesino de esclavistas.
Ese era quizás el consuelo que le quedaba. Daito era un buen hombre. Había cambiado un reino. El principal reino esclavista sobre Gea. El nuevo rey de Catán, Ediberto Dolfini, entendió al fin que el esclavismo no era algo que se debiera proteger o fomentar y lo prohibió en todo Catán. Ese era quizás un primer paso de muchos que debían darse para que aquella lacra finalmente desapareciera por completo de Gea, pero un paso firme y decidido al fin y al cabo.
Desde luego Sid Ben Jezheri, aportaría su granito de arena, al menos hasta que muriera en un abordaje o la muerte le encontrara de viejo en su lecho...
- Nadja... - Susurró el nombre de la pelirroja mientras contemplaba el atardecer melancólico. - Si no me doliera tanto, me gustaría volverte a ver...
Aquel hombre solitario permanecía en lo alto del malo mayor, vigilando, oteando en el horizonte, viviendo el mar y siendo parte de éste. Sid Ben Jezheri pertenecía a ese mundo, al igual que pertenecía también Nadja. El mar les unía y el amor les separaba.