Epílogo 1. El hundimiento del reino.
Epílogo 2. Kronan y Anwalën.
Epílogo 3. La guerra de Dolfini.
Epílogo 4. Fiesta en Peregasto.
Epílogo 5. Regreso al norte.
Epílogo 6. Euyun y el sur.
Epílogo 7. Daxa e Ismaîl.
Epílogo 8. El Yacaré.
Epílogo 9. Sid Ben Jezheri.
Epílogo 9. El ferrocarril.
EPÍLOGO 1. EL HUNDIMIENTO DE UN REINO.
EPÍLOGO 2. EL FUNESTO DESTINO DE UN ENANO.
Kronan cayó por aquel insondable abismo. Iba a correr la misma suerte que el maldito elfo que le arrebató todo. Aquel elfo de ojos púrpura que le sedujo con oro y le llevó por el camino del mal y la demencia. Un elfo que apareció en sus vidas con una oferta de trabajo a priori, puede que ilegal, pero que a la postre no parecía que fuera a hacer daño a nadie, al menos no directamente.
Cavar un túnel en las catacumbas de Alejandría en busca de una antigua biblioteca que nadie creía posible que siguiera allí tras el hundimiento de gran parte del puerto siglos atrás, no parecía un trabajo que pudiera acabar como acabó. Al fin y al cabo, aquel elfo sólo quería un estúpido libro y el oro que ellos iban a recibir por proporcionárselo, iba a cubrir las necesidades de sus familias durante muchos años.
Encontraron aquella estúpida biblioteca. Era enorme y estaba llena de libros y de humedad. El techo de la biblioteca era el propio mar de Tildas. ¿Cómo el agua no lo había engullido todo desde un buen primer momento? Era un completo misterio. Durante las excavaciones murieron buenos amigos. En una excavación muchas veces se producían bajas. Las minas eran así, traicioneras. Rahaer, Ulric y Urit murieron durante las labores de excavación. Buenos enanos los tres, buenos amigos.
Chund tuvo suerte de escapar malherido de la inundación que anegó la biblioteca. Cuando el elfo les propuso seguir viajando con él alrededor del mundo, él no pudo ofrecerse, pues debía sanar y se quedó en Alejandría. Él y Otar, el viejo cascarrabias que les lío a todos fueron los únicos que se salvaron de lo que estaba por venir. Le hubiera gustado volver a verles. No sabía de ellos desde hacía mucho tiempo. ¿Un año quizás? ¿Más?
Luego Vorn se colgó. Después de todo lo vivido junto a aquella bestia de ojos negros, Vorn se suicidó. Confundido por los poderes mentales del elfo, Aurun, desesperado mató a su hermano Ronan y él, loco y cegado por la ira al ver morir a su pobre hermano, mató a su amigo Aurun y juró venganza por lo sucedido. Ediberto Dolfini le proporcionó aquella posibilidad. Ediberto Dolfini le dejó embarcarse en aquel viaje sin retorno a Angarkok y ahora... ahora caía hacia el abismo por el que momentos atrás había caído el propio elfo causante de todo aquel dolor.
Curioso final el de Kronan. Un final ligado al del elfo. Un final ligado al de la criatura que arruinó su vida cegándolo por el oro. Los dos morirían allí. Los dos compartirían un sepulcro eterno en el fondo de la tierra. Sus cuerpos yacerían juntos y se pudrirían hasta que nada, ni polvo quedara de ellos. Curioso final el que Sulikar, dios del azar y el subterfugio, tenía preparado para ellos. Sin duda, se estaría riendo en su semiplano al contemplar aquella escena.
Kronan cerró los ojos antes de llegar al final del abismo. Aunque deseaba ver al elfo chafado contra el suelo, su voluntad no fue suficiente como para mantener la mirada en el fondo de aquella grieta. Y entonces sintió que algo le agarraba de brazo y como un fuerte tirón le desencajaba el hombro. Abrió los ojos y solo vio la inmensa oscuridad que dos ojos malvados desprendían. El elfo, le había salvado de la muerte. El elfo le había agarrado antes de su final. El brazo le dolía horrores, pero estaba vivo y Anwalën Manewë estaba allí frente a él, observándolo. Sonriente. Malvado...
EPÍLOGO 3. LA GUERRA DE DOLFINI.
La guerra entre Catán y Angarkok y sus aliados duró menos de lo que cabía esperar y fue menos cruenta de lo que en un principio debiera haber sido. La armada catanesa quedó al frente del general Ediberto Dolfini de Peregasto, máximo responsable militar de Catán tras la muerte del rey Hido IV a manos de, según la versión oficial, un grupo de trasgos que operaban bajo las órdenes del rey de Angarkok Gurlb III. El pueblo nunca sabría que la verdadera asesina era una sureña que se hizo pasar por meretriz y que asesinó al rey en sus aposentos de Peregasto. Demasiado avergonzante y no era una buena excusa para iniciar una guerra contra Angarkok.
Las batallas navales se saldaron con empate técnico. Las naves saukianas eran rápidas y pinchaban como avispas. Los buques cataneses eran más lentos, pero más resistentes y sus cañones hicieron su trabajo, muchas naves se hundieron durante las tres semanas que duró el conflicto. Muchos hombres y muchos trasgos murieron ahogados y durante los abordajes. También se produjeron algunas batallas en tierra firme, pero fueron pocas y de escasa relevancia.
Para cuando Gurlb III firmó la rendición, poco quedaba ya de su reino. Había quedado inundado prácticamente en su totalidad. El mar de Tildas fue el mejor aliado de Catán. Destruyó el reino trasgo y llegado el momento en que Gurlb III necesitó suministros, no quedaban. El reino Sauk vio que su aliado se había debilitado demasiado y abandonó la causa. El rey Wilbald IX de la casa Eadjoan y el señor de la guerra Morthos, retiraron la ayuda y retiraron los buques de guerra. Gurlb III y los suyos, no más de tres mil almas al final de la guerra, quedaron sin reino y quedaron sin territorio.
Gurlb III murió pocos meses después traicionado por los que fueran sus últimos seguidores leales y con el él, el ultimo rey trasgo de Angarkok. Los tres mil trasgos se dividieron. Algunos se dieron a la piratería, otros acabaron viviendo en el reino de Sauk, otros se fueron a las montañas. Muchos se mataron entre ellos y otros murieron a manos de messianos o artheños. Lo que es seguro, es que Angarkok desapareció de la faz de la tierra.
Y Ediberto Dolfini fue coronado rey. Siendo el octavo hijo de una familia noble de Peregasto, nunca imaginó llegar a donde había llegado. Soldado de oficio, señor de Peregasto por obligación, amante de la matanza de trasgos, reputado esclavista, negociador, gran anfitrión, embriagado ocasional, político, vicioso frecuente y ahora rey de Catán. ¿Algo más le podía pedir a la vida? Ciertamente la respuesta era obvia. Si, y mucho más le dio la vida, aunque esa es otra historia.
EPÍLOGO 4. NUEVA FIESTA EN PEREGASTO.
Los héroes que habían regresado de Angarkok fueron vitoreados cuando, con ropa nueva recién comprada por el gran anfitrión y nuevo rey de Catán Ediberto Dolfini, hicieron su aparición en escena en el salón del baile de la mansión Dolfini de Peregasto. Ya había pasado un año desde que Euyun asesinara al anterior rey Hido IV, y aunque muchos decían que tras aquel incidente no se volvería a celebrar el baile de anual de Peregasto, allí estaban de nuevo.
Nadja y Daito se sintieron como la primera vez que asistieron a aquella fiesta, como el centro de atención de todo el mundo. Ediberto se había convertido en un gran político. Mintió sobre el asesinato del rey para poder declarar la guerra a Angarkok. De esa manera lograba quitarse a un vecino muy molesto de encima y aunque no hubiera hecho falta, pues con la entrada el mar de Tildas en el reino subterráneo, el reino de Gurlb III hubiera quedado destruido de todas formas, ahora podía decir que habían sido aquellos cuatro hombres, los causantes de tal destrucción en una maniobra programada desde la inteligencia catanesa. Si, mintió también en eso.
Nadja, Daito, Tulius, Gorbagog y el difunto Kronan eran ahora héroes locales. Los cinco habían viajado hasta el interior del reino trasgo, habían colocado cargas explosivas en puntos estratégicos y habían volado el techo de la caverna provocando el desastre. Uno de ellos cayó en la incursión, pero el resto sobrevivió y ahora estaban siendo aplaudidos por una inmensidad de nobles, adinerados y amigos de Dolfini. Eso era lo que el pueblo catanés creería y no lo que realmente pasó. No obstante, de esa forma Ediberto seguiría siendo rey, la nación catanesa se había quitado de encima el grave problema de la nación vecina y sus continuos saqueos y ellos cuatro, quedaban como héroes que no eran y serían recordados por siempre.
Salvo aquel dudoso honor ganaban algo más. El favor de un rey, una cuantiosa recompensa, un título nobiliar en Catán y tierras y lo más importante, el cariño de un hombre sin el cual nunca hubieran podido rescatar a Elsabeth, ni frustrar los planes de aquel maldito elfo, que si bien no era su intención primera, no había estado de más. Fuera como fuera, ahora eran héroes, para lo bueno y para lo malo.
Mientras contemplaba el barco en el cual regresaban hacia el Norte todos nuestros amigos, mis ojos no podían desviarse de aquella figura que se despedía en cubierta, de Tulius y de mí. El rostro de Elsabeth agradeciéndonos todo lo que habíamos hecho, era más que suficiente para mí, aunque mi corazón anhelase mucho más. Sabía que su amor no estaba destinado a ser compartido con el mío, al igual que sabía que aquella sería la última vez que la vería.
Adiós, mi amada. Mi querida Elsabeth, luz del atardecer y sonrisa de la mañana. Hasta siempre.
Sabía cual iba a ser mi destino y también, mi vida. Solo Tulius, mi fiel amigo, mi compañero, frenaba mi camino, porque él, al contrario que yo, todavía tenía toda una vida por delante.
-Ven, amigo. Bebamos algo por nuestros camaradas. Despidámoslos como se merecen -le dije, colocando una mano sobre su hombro y marchando en busca de la primera cantina que encontráramos.
Esperábamos hallar un lugar cálido y tranquilo, pero los gritos de júbilo y el sonido de jarras chocando entre sí, nos rodeaban. Muy pronto, Tulius se vio contagiado de semejante algarabía y se unió a los que allí se encontraban. Yo callaba y dejaba hacer a mi amigo, que se había ganado el premio de ser reconocido por su sin igual valor y su lealtad infinita hacia mí. En un momento dado, cuando alguien preguntó cómo había sucedido todo aquello, mi respuesta fue clara y directa.
-Él lo hizo. Mi amigo Tulius nos salvó y gracias a él, hoy puedo contarlo.
Tulius me miró, sorprendido y a la vez agradecido, mientras yo levantaba mi jarra en su honor y él se veía rodeado de manos que golpeaban su espalda y le animaban a relatar la historia de sus aventuras. Sin dejar de mirarnos, asentí con la cabeza, me puse en pie y me marché. Ahora él tendría que labrarse su propio futuro, pero estaba seguro de que tendría éxito y de que sería reconocido.
En cuanto a mí, sabía que mis pasos debían llevarme a Lutus. Les debía mucho. En aquel pequeño poblado había empezado mi nueva vida y gracias a ella, la de Elsabeth, así que lo justo era dedicar lo que me quedase de ella a reconstruirlo y convertirse de nuevo en el hermoso lugar que era cuando lo conocí por vez primera. Ahora, estaba de nuevo lleno de gente, pero había mucho, muchísimo que hacer.
Balasar me recibió con un abrazo...y a su lado se encontraba de regreso, su hija, Fatema, a quien no había vuelto a ver desde mi apresurada huida. Ambos nos abrazamos como dos viejos amigos que llevasen siglos sin verse, pero al separarnos, en sus ojos vi las tragedias de la guerra, y ella debió ver lo mismo en los míos.
No tardaron en ofrecerme una cabaña, modesta pero más que suficiente para mí, y muy pronto, me constituí en uno más de los que colaboraban en la reconstrucción de las casas, de la pequeña presa que antaño había dominado el río, o de los campos que debían darnos de comer. A pesar de no ser feliz, me sentía en paz conmigo mismo y con el mundo entero, y nada más podía pedir de la vida, puesto que tenía ya un techo bajo el que dormir, un plato de comida en la mesa y fieles compañeros con los que trabajar para que el siguiente día fuese mejor. Hasta que un día, Fatema se me acercó y me habló con franqueza.
-Gorbagog. Sé muy bien cuánto has debido sufrir, porque lo he visto en tu mirada. He escuchado tus suspiros cuando el Sol se esconde tras las montañas y crees que no hay nadie para oírte y cuando te curaba, oía tus ruegos y lamentos. Tu cuerpo ha sido esclavo y libre, pero jamás ha encontrado la paz, hasta ahora. Yo he visto dolor y muerte para llenar diez vidas y ahora solo deseo crear y olvidarme de la destrucción.
Tiernamente, cogió una de mis manos, endurecidas por el trabajo del campo, y la llevó hasta su pecho.
-¿Me concederás el honor de dejar que intente llevar un poco de paz a tu corazón, a pesar de saber que pertenecerá por siempre a otra, y que halles algo de felicidad entre toda esta tristeza? Soy una mujer fuerte y te prometo estar siempre a tu lado.
Aquella petición me cogió por sorpresa. Hacía tiempo que ya no contaba con caminar de la mano de nadie por el mundo, y mucho menos, siendo yo lo que era y estando mi corazón roto en cientos de pedazos. Pero su sonrisa, y sus ojos repletos de vida, no me dejaron más que una respuesta. Aparté mi mano de su pecho y agarré las suyas entre las mías.
-Estoy seguro de que si hay alguien que pueda recomponer mi corazón, eres tú, Fatema. Será un honor y un orgullo compartir mis horas contigo y luchar cada día para encontrar juntos la paz que merecemos. Te prometo que como tu esposo, mi brazo fuerte estará siempre para sostenerte y que jamás te faltará de nada.
Una semana más tarde, nuestro matrimonio era celebrado por todo lo alto. Éramos el mejor ejemplo de que los malos tiempos habían terminado y de que una nueva era se abría ante nosotros. Quizás no fuese el amor lo que los unió, sino la necesidad y el compartir demasiados sufrimientos para una sola vida, pero durante el tiempo que estuvimos juntos, jamás pasó un solo día en el que me arrepintiese o me sintiese desdichado.
Nunca olvidé a Elsabeth. Pero sus ojos se difuminaron y fueron sustituidos por los que veía al abrir los míos cada mañana y antes de cerrarlos cada noche. Fatema no solo logró llevar la paz a mi corazón; también consiguió encontrar para mí el momento perfecto, ese que solo aprecias cuando estás a punto de perderlo, y que no fue otro que pasar el resto de mis días a su lado, trabajando el campo con ella y cuidando de nuestros hijos.
Cuando por fin, un día, mis ojos se cerraran para siempre, supe que descansaría en paz porque mi amada esposa la había encontrado para mí. Por esa razón, sla última palabra que pronunciarían mis labios solamente podía ser más que una.
Fatema.
Tulius, si te parece mal en lo que respecta a tu personaje, me lo dices y lo cambio.