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EPÍLOGO 9. EL YACARÉ.

Seyran se encontraba sobre la línea del horizonte. Era enorme y anaranjado en aquel atardecer. La brisa del mar chocaba contra los rostros de los marineros refrescándoles tras un duro día de calor intenso. Las gaviotas sobrevolaban por encima de los mástiles y se olía el estofado que el cocinero estaba calentando en las bodegas de la nave.

El Yacaré rompía las olas con su quilla como lo hiciera antaño. El rumbo escogido era sureste. Rápido y veloz como siempre, cortaba las olas como una navaja bien afilada. Al timón el mismo estaba el norteño Daithoborgh, segundo de abordo y la capitana volvía a ser una reluciente Nadja. Volver al mar le había rejuvenecido cinco años como mínimo y sonreía ampliamente mostrando su perfecta dentadura blanca.

Dejar a la niña a cargo de Ismaîl y Daxa había sido una buena idea. Cuatro años tenía ya, pero la vida de un corsario no estaba hecha para niños. Ahora Nadja volvía a surcar los mares a cargo de una tripulación de casi cien hombres y mujeres dispuestos a vivir y morir por ella y lo hacía bajo la bandera corsaria, habiendo adquirido la patente de corso del reino de Catán, algo que no había sido difícil, pues Ediberto Dolfini, su viejo amigo, no había puesto demasiadas pegas.