EPÍLOGO 6. UNA GRAN SORPRESA.
Fuera hacía frío. En el norte era una constante que rara vez se alteraba. Por suerte, la estufa tenía leña suficiente para caldear el ambiente y la chimenea expulsaba muy bien el humo de la combustión. Cierto era que los pocos norteños que ahora vivían en aquella nueva Kornvaskr, no eran los mejores constructores, pues los padres y abuelos que albergaban los secretos de las construcciones desde tiempos inmemoriales, habían muerto durante los asaltos. Por suerte, algunas gentes, llamadas por la noticia de que el puerto volvía a estar poblado, comenzaron a acudir a la zona y de entre ellos, había algún veterano que todavía albergaba dichos conocimientos.
La luz tenue de las velas creaba una sensación de tranquilidad dentro de la tensión del momento. En el interior de aquella casa de piedra y madera construida por Daito y sus viejos amigos Grudvik, Ragnar y Flajnagar en lo que fueron las ruinas de Kornvaskr iba a ser el lugar donde Nadja la Roja diera a luz a su primer hijo, quien sabe si el último. Daito quería estar presente en dicho acontecimiento, puesto que aunque no tenía la certeza de que el bebé fuer a ser suyo, si era cierto que lo sentía como tal desde hacía mucho tiempo. Y aunque la costumbre dictaba lo contrario, se le permitió estar en el interior de la casa donde iba a nacer el nuevo bebé.
Elsabeth estaba presente ese día. No le guardaba rencor a Daito. No se enfadó con él cuando supo que su amor ya no le pertenecía. Puede que nunca le hubiera pertenecido. Si algo había aprendido en Catán, era que uno no debía enamorarse por obligación de quien por cercanía y edad tuviera que ser necesariamente su marido. Esa era una de las reglas norteñas a las que menos sentido le encontraba tras su regreso a casa. Entendió que Daito rehiciera su vida. Puede que ella también lo hubiera hecho. Le debía mucho a ese hombre. Le debía la vida a ese cabezota empedernido. De no ser por él, difícilmente hubiera sido rescatada. Había movido cielo y tierra por encontrarla y lo había hecho y la había traído de regreso a casa. Le debía mucho y ayudando a dar a luz a su bebé empezaría a pagárselo.
Elsabeth junto con Dalla e Idunna asistirían al parto. Ya lo habían hecho antes y pese a los nervios de ser la primera vez que lo hacían en solitario, tenían muy claro lo que debían hacer. Agua caliente y paños limpios, eso siempre era necesario en un momento como aquel. Eso y la paciencia necesaria como para dar las instrucciones necesarias a la parturienta y sacar al niño en el momento preciso.
Nadja empujaba, sudaba y gritaba. Una contracción y luego otra. Empujar y volver a gritar. Así durante siete largas horas hasta que empezó a intuirse la cabeza del bebé. Nadja era una mujer dura. Había soportado mucho durante su vida y ese era un nuevo reto al que nunca antes se había enfrentado. Un reto que sin duda iba a superar, no sin esfuerzo, sufrimiento y dolor, pero que le otorgaría un gran regalo, el regalo de ser madre. Algo que nunca creyó que pasara, pues su vida, la de una pirata, no era vida para un niño y nunca antes se lo había planteado.
Con un último esfuerzo, con un último grito y con un alivio infinito, nació el bebé. Elsabeth lo agarró entre sus manos y fue la primera en ver su rostro. Era una niña. Una preciosa niña, como bien había profetizado el elfo Anwalën. La norteña se la entregó a Nadja. La depositó sobre su pecho e inmediatamente empezó a mamar. Nadja la vio y luego Daito cuando se acercó a la Roja y le besó en la frente. Era morena. Indudablemente morena y de rasgos indígenas. No era la hija de Daito... o si. Eso debía decidirlo él y sólo él.
- Es preciosa, Daito... - Le dijo Elsabeth a su ex prometido con lágrimas en los ojos.
Lo dijo de corazón. Posiblemente ella hubiera querido que esa niña fuera suya y que su padre fuera el apuesto norteño que tenía frente a él. Pero no podría ser. No debía ser así. No sería así. Eslabeth por un momento pareció frágil, pero enseguida se repuso. dejó de llorar, se secó las lágrimas con el dorso de la mano y sonrió. Acto seguido abrazó a Dalla y luego a Idunna.
- Felicidades Nadja. - Le dijo a la pelirroja. - Creo que todo ha salido bien.
Cansada hasta la extenuación por le esfuerzo del parto, acaricio la cara del norteño cuando este la beso en la frente y sonriendo dejo que la pequeña mamase, pues su pecho era generoso y eso seguramente le vendría bien a la niña. Miro con un poco de temor a Daito, estaba claro que por los rasgos de la pequeña no era de él, aunque no tuviese padre ya que murió, hace tiempo. Ella lo tenia bastante claro, la había llevado dentro nueve meses y era lo que más quería en el mundo en ese momento, el norteño podía elegir, tenerlas a las dos, o perderlas a las dos, era su decisión.
-¿Que nombre le pondrías?-dijo rompiendo el hielo.
El norteño acarició el rostro de la pelirroja, tratando de espantar las dudas que se reflejaban en sus ojos.
-Nuestra hija se llamará Freisial. En nuesta lengua es el ritual en el que se libera a un escclavo de sus cadenas- dijo sonriendo afablemente a Nadja, dándole luego un tierno beso en los labios.
-Has hecho un espléndido trabajo-susurró -Ahora debes descansar.
Luego con su inmensa madre abarcó todo el rostro de Elsabeth, limpiándole una de las lágrimas con el pulgar.
-Gracias por todo lo que has hecho por ellas... a todas-extendió el agradecimiento a Dalla e Idunna
-Elsa, quizá suene egoista por mi parte, pero querría pedirte que tú fueses la Seanmathar de la niña, si eso no te causa sufrimiento- ofreció a la que había sido su prometida años atrás. Se sentía en una extraña deuda con la norteña. Por haber tardado tanto en rescatarla, por haberla desalojado de su corazón, por todo el sufrimiento causado...
- Claro Daito. - Respondió Elsabeth. - Gustosa aceptaré tal honor. Te debo mucho, tú me rescataste. De no ser por ti ahora... bueno estaría muerta y nunca hubiera regresado a casa.
En el rostro de Elsabeth se dibujó una sincera sonrisa. No había vuelto a ser nunca la chica alegre que le regalaba flores a Daito, pero parecía realmente feliz estando de nuevo en el norte. Lo cierto era que Elsabeth había perdido su inocencia en Catán y eso era algo que nunca recuperaría. No sólo había perdido eso, sino gran parte de su vida y ahora tocaba recuperarla. Fuera como fuera, no parecía que fuera a ser madre, no al menos a corto plazo, pues para empezar debía encontrar un marido y los hombres solteros escaseaban en el norte. Por eso quizás, ser la Seanmathar de aquella niña le hacía especial ilusión.
- Seré la Seanmathar de Freisial. - Miró entonces a Nadja y le cogió de la mano. - Siempre que su madre quiera.