EPÍLOGO 11. EL FERROCARRIL.
Si algo caracterizaba al elfo de ojos morados, pues ahora volvían a ser morados y habían perdido aquel tono negro enfermizo, era su capacidad de adaptación. Anwalën Manewë había sobrevivido milenios sobre la faz de Gea. Si lo había hecho era gracias en gran parte a eso, a su gran capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias. Si bien, en ocasiones le era imposible, para eso tenía siempre a sus esbirros. Kronan, era un buen enano y un enano leal. Al menos después del pequeño incidente de Angarkok y una vez borrado de su memoria el hecho de que por culpa del elfo, su hermano y sus amigos se mataron entre si en Peregasto un aciago día.
Mucha era la gente que había acudido a la inauguración. Mucho el dinero invertido por el elfo y otros inversores, pero Anwalën se había procurado ser el inversor mayoritario. Nunca olvidaba un dato, siempre y cuando le pareciera interesante. Lo cierto era que, mientras Euyun dormitaba aburrida por la charlatanería de su anfitrión, Anwalën Manewë escuchaba atento a todo lo que el señor Di Bracco le estaba contando. Aquella reunión en Alejandría, previa a la consecución de sus planes, no solo le desveló datos importantísimos acerca de sus próximos y probables movimientos, sino que también le dio una alternativa.
Un pionero enano llamado Khivald Narizgruesa, había diseñado una máquina de vapor que podía moverse siguiendo unas guías sobre el suelo. El invento consistía en una caldera que generaba vapor de agua por calentamiento, lo cual producía la expansión del volumen de un cilindro empujando un pistón. Mediante un mecanismo de biela, el movimiento lineal alternativo del pistón del cilindro se transforma en un movimiento de rotación que accionaba las ruedas de una inmensa locomotora que se movía a través de unos raíles.
Aquella revelación causó cierta conmoción en el elfo cuando la escuchó. Supo desde el primer momento que aquel descubrimiento iba a cambiar no sólo Catán, sino el mundo entero. Si no se había interesado más por el descubrimiento desde un buen principio, fue por motivos obvios, tenía mejores cosas que hacer. Pero ahora que su plan para convertirse en dios había fracasado, al menos podría vivir bien los años que le quedaran sobre Gea.
Anwalën Manewë junto con Khivlad Narizgruesa sujetaban unas enormes tijeras que servirían para cortar la cinta que cruzaba sobre la línea ferroviaria que unía las poblaciones de Airoc y Alejandría. Ante ellos, un sinfín de asistentes, entre ellos el nuevo rey de Catán, Ediberto Dolfini, quien por desgracia, no conocía de nada a aquel elfo y no lo relacionó con el de las historias de Daito y Nadja, pues, Anwalën Manewë había muerto y el elfo que tenía frente a él se hacía llamar Hals Javath.
Y entonces cortaron la cinta entre vítores y aplausos y la máquina empezó a chirriar por su chimenea y las ruedas empezaron a rodar lentamente emitiendo un tono rítmico y la máquina comenzó a tirar de los vagones avanzando hacia su destino. Las exclamaciones de asombro de los asistentes, así como sus caras de incredulidad no tardaron en aflorar y así como la máquina se fue alejando los aplausos empezaron a ser aún más sonoros.
Para cuando no quedó nadie ya en la vía del tren de Airoc a Alejandría, la locomotora ya estaba muy lejos. Había quedado inaugurada la primera línea ferroviaria de Gea y aquel elfo de ojos morados, era uno de los principales causantes.