Raban escuchó el intercambio entre el italiano y la pitonisa con el ceño fruncido. Lo que acababan de ver y sentir caía más allá de los límites de la realidad racional, pero el alemán no era un hombre fácil de asustar. No era la primera vez que su camino lo llevaba hasta las orillas de lo desconocido. Por un instante volvió a recordar el azote de la ventisca castigándole el rostro; el rastro de huellas ensangrentadas se perdía en una carrera imposible hacia las profundidades árticas del Quebec más salvaje. Y los susurros aterrorizados del guía indio: Wendigo...
La mano de Helena, que se había acercado sin tocarla a la caja de madera, sacó a Raban de su ofuscación. La mujer quería que abriera la caja, pero la tapa estaba bien sujeta con unos clavos. Si le hubiera permitido a Jake que le esperara en el coche, el exboxeador podría haberla arrancado de cuajo con las manos desnudas... Necesitaba un palanca. O un martillo sacaclavos. No era la clase de herramientas que Raban solía llevar encima.
—Podría lanzarla por el hueco de la escalera, pero no sabemos lo frágil que puede ser lo que contiene —le respondió a madam Blavatsky, dejando descansar el antebrazo sobre la caja en un claro gesto de posesión—. Tal vez Herr LaCroix guardara alguna herramienta más adecuada para esta tarea en el sótano o en algún cobertizo en el jardín.
El alarido que llegó del pasillo hizo que el alemán desviara la mirada hacia la puerta con la velocidad de una víbora. Cuando se apagó el sonido de los pasos al otro lado de la pared, Raban miró a cada uno de los presentes en el dormitorio. Tomó aire con una profunda inspiración y lo dejó escapar lentamente.
—De acuerdo... —dijo asintiendo pausadamente—. Hace tiempo que pienso en... colaborar con la familia Massari. Tú y yo podríamos trabajar muy bien juntos, Gianlucca. Dejar de pisarnos el uno al otro. Ser... socios. Esto —prosiguió, extendiendo una mano al aire para abarcar la estancia y tal vez la casa entera— podría servirnos de prueba. Juntos podremos salir de aquí y hacer negocios. Pero no me la juegues, Massari...
Se incorporó tomando la caja bajo su brazo izquierdo e iluminó el rostro de Helena con la linterna.
—Bueno, Frau Blavatsky, si quiere saber lo que oculta esta caja, tendrá que bajar conmigo al sótano. Tal vez allí encontremos una palanca o alguna otra herramienta para extraer estos clavos. Dejemos que Gianlucca cuide de su delicada Mauerblümchen —dijo señalando a Sophie con un ligero cabeceo. Sus finos labios esbozaron durante un instante una sonrisa maliciosa; en su rostro marcado, esa expresión hacía pensar en las fauces entreabiertas de un depredador.
Se dirige a la puerta y su intención es salir al pasillo (Distribuidor de la planta superior) para bajar las escaleras y bajar después al sótano.
Helena escuchó a los dos hombres. Quedaba claro que en el pasado no habían congeniado y eso podía suponer un riesgo para ella. Necesitaba que todos estuvieran de acuerdo y no se opusieran a los hechos, a la realidad, de lo contrario, podrían quedar atrapados en un lugar desagradable y eso no era buena idea, sobre todo si alguien portaba la caja...
Los pensamientos de Helena fluían rápidamente. Estaba segura de que Massari sabía lo que hacía, pero no sus intenciones. Y Raban dejaba ver que el botín lo llevaba él, intenciones claras, pero sin duda, no sabía lo que estaba haciendo.
Blavatsky dedicó una mirada serena a Gialucca
—Me alegra que esté mejor, señor Massari. Está claro que ha conseguido darnos algo de tiempo, pero no sé qué se esconde en esa caja, solo tengo la certeza de que abrirla podría serme de utilidad en este momento. Hay fuerzas ocultas con mucho poder aquí, en esta casa, y necesitaré el contenido de la caja... cuanto antes.
Hizo una pausa y observó a Luger con su trofeo, como quien tiene el boleto ganador y está dispuesto a compartirlo a cambio de un precio. Helena no sabía qué deseaba aquel hombre.
— Señor Shcwartz, le acompañaré para que abra la caja. No sé qué espera conseguir de todo esto. Yo le ofrezco salvarle, que no es poco, pero debe darme lo que contiene.— Sostuvo sus ojos en las pupilas dilatadas de Raban.— Espero que tengamos un trato.
Se volvió bruscamente, y miró por la ventana. La tormenta no estaba sólo fuera de esa casa.
—Salgamos a ver qué ocurre. Yo acompañaré a Raban al sótano. Sé que es un hombre de palabra...
Dejó en el aire su aliento, los sonidos, las sílabas. No tenía otra opción, pero sabía que en la vida no hay nada eterno y en un segundo, la realidad puede volverse del otro lado y replegar el universo entero.
Salgo al distribuidor de la planta superior. Acompaño a Raban.
Gianlucca, que seguía intentando abrir la ventana, se giró al escuchar al otro hombre y asintió con una seriedad que seguía siendo impropia de él.
-Si hay una oportunidad para trabajar juntos es ésta, Raban. -Afirmó el italiano con rotundidad, mirando a los ojos del alemán. A pesar de las obvias diferencias que los separaban, a pesar de que parecían casi polos opuestos, era evidente que ambos eran capaces de hablar en los mismos términos, como las dos caras de una moneda. -Sin juegos sucios. La prioridad es salir de aquí a salvo y saber qué está pasando.
-Lo primero es asegurar que ese abogado que nos ha llamado sigue aquí, y sacarle algunas respuestas de verdad… -Añadió, con una expresión más sombría. No le había agradado aquel hombre desde el instante en el que lo conoció. -Pero tengo una molesta sensación de que no vamos a volver a verlo. Lo que quiero saber es si todo esto es cosa de Seamus, o él también ha sido una víctima. De todos modos… creo que aquí ya no hay más que ver hasta que tengamos lo que sea que va sobre el pedestal. Será mejor ir juntos.
-Gianlucca, por favor, Helena. -Contestó a la médium con un amago de sonrisa. Parecía que pese a todo, era capaz de mantener un eco de su actitud más despreocupada incluso en aquel momento. -Dejemos el trato de usted para los espíritus. De todos modos... ¿de verdad no sabía nada de todo esto?
En principio, salvo que me encuentre algo inesperado en la ventana, Gianlucca pensaba salir también con ellos y llevar a Sophie.
Duda 2: ¿Hay alguna cosa en la habitación que me pueda servir para hacer palanca y abrir la caja? Para no tener que ir hasta el sótano. Puede ser un listón de madera, un cuchillo, cualquier placa metálica...
Sophie empezó a ser consciente de que era la única de los allí presentes que deseaba salir corriendo de aquella casa embrujada. El alemán mantenía la caja bajo el brazo, como si fuera su tesoro y no estuviera dispuesto a cederlo ante nadie. Le lanzó una mirada ácida cuando se refirió a ella como si fuera un gatito asustadizo, necesitado de los brazos y la protección de su amo. Sí, de acuerdo, había aterrizado entre los brazos del italiano, pero maldita sea, todo aquello estaba siendo demasiado terrorífico. Ella nunca había tenido una experiencia paranormal, ni veía muertos ni hablaba con ellos. Tampoco se dedicaba a sesgar la vida de otras personas y dejar sus cadáveres en solares abandonados...
¿Pero qué clase de amigos había tenido Seamus?
— Mi nombre es Sophie Wallace, para usted señorita Wallace, le agradecería que lo recordara. — Le dijo, arqueando ligeramente la ceja, cansada de sus insinuaciones y sus comentarios mordaces.
Tras eso volvió su mirada hacia Gianlucca y soltó un breve suspiro. Ella había sospechado desde el principio que había algo raro, había intentando interrogar al maldito abogado y nadie la había secundado, teniendo que dejar sus sospechas aparcadas a un lado.. Y ahora que ya no estaba, ahora...
— Sí, busquemos algo para abrir esa maldita caja. —
Salgo junto al grupo
El italiano forcejeó con la ventana para abrirla. La tormenta era tan feroz que dificultaba el hecho, así que necesito de bastante esfuerzo y de permitir que sus manos y traje se ensuciaran con el polvo que esta tenía alrededor. Al lograrlo, la abrió de golpe y, como si la tormenta estuviera deseosa de entrar, empujó al hombre hacia atrás por el viento, así como el agua dio cuenta de su traje, mojando su rostro, brazos y torso de manera generosa. No parecía que la tormenta fuera algo sobrenatural, pero sí que no era buena idea salir en semejante clima. Incluso era difícil ver hacia afuera en esa situación. El agua empezaba a filtrarse a la habitación también, pero ya no parecía posible cerrar la ventana de nuevo, pues se había atorado arriba.
Entre algunas dudas y comentarios, Raban aún no soltaba la caja de madera. Lastimosamente, Gianlucca no encontró nada que le pudiera servir para hacer palanca, así que lo mejor era buscar alguna herramienta útil en la casa. Apenas habían explorado una habitación, así que era natural que no supieran de mucho de lo que había en esa casa. ¿No había dicho Warhus que toda la zona social estaba en el primer piso? Claro que tal vez el sótano guardaba sorpresas.
¿Quién era Warhus? Todos habían escuchado antes de él, pues era parte de la nueva generación de abogados que se estaba abriendo paso fácilmente entre los buffets tradicionales y, poco a poco, estaba creando un nombre para sí. No quería decir esto que fuera una celebridad, pero tenía una reputación que lo precedía.
Cuando se dirigieron al pasillo, se encontrarían con una figura que inicialmente les alarmó por lo que acababan de vivir, mas luego vieron bien de qué se trataba.
Seguimos en la escena "Planta superior - Distribuidor".
Dire: Editado para agregar la descripción de la ventana.