Partida Rol por web

TRIGÉSIMO SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: PASADO EL MEDIODÍA. - CLIMA: LLUVIA MODERADA. FRÍO LEVE.

- "Er... Claro, Gurnier. Esperad aquí, haremos llamar al Alguacil." -

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Cabo Barril envainó su mandoble y con ello la situación se tranquilizó. El castor notó la mirada fatal que hizo el líder de la infantería a su subordinado, Preocupado, ni el yelmo podía ocultar la dureza de esos ojos, lo que acompañado a las palabras "Ya hablaremos al regresar, Preocupado" sirvió para que el aprendiz de analista atara cabos. Falsa alarma, maldita sea.

La lluvia comenzaba a ser más fuerte y el noble castor no pudo percibir nada más que el repicar de las gotas, excepto un notablemente perturbado Preocupado. ¿Y éste que tiene? ¿Acaba de decirle a mamá a Barril o estoy loco? El castor enarcó una ceja. Pobre Preocupado, bueno, después de lo de Desastre yo tampoco quisiera hacer enojar al Cabo.

Capitán ordenó avanzar por el camino corto. Mejor así, este maldito pozo de sombras parece estar desquiciando a la tropa. Pasó la palma por sus abalorios, su amuleto anti-mal yúyus.

Acarició a Bastión al avanzar, sabedor de que ambos, jinete y corcel tenían un aguante extraordinario y que esta lluvia no significaba absolutamente ninguna complicación.

Al llegar al torreón miró a los malhumorados guardias, y de forma automática el castor ya estaba pensando por dónde sería mejor penetrar la coraza metálica de los mismos con su lanza. Miró a ver si había algún tirador apuntando al grupo.

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Lombriz se puso en formación ante la órdenes del Capitán y del Cabo Barril, iba uno de los primeros con su escudo en la mano izquierda alzado a medio cuerpo como si intentara protegerse ante algo invisible que los acechaba. Eran muchas cosas que querría inspeccionar en la aldea, pero poco a poco se iba dando cuenta de donde se encontraba, y la estrategia seguida por el Capitán. Parecía que el Capitán había abandonado su mal humor cuando vio que la metedura de pata de Lombriz no fue a mayor, o a simple vista así se vio. Pero cuando cogieron la callejuela para cortar camino, Lombriz tenía los ojos como platos creyendo que iban a salir enemigos de delante y de detrás para hacerles una emboscada pero esta nunca se produjo. El grupo marchó sin impedimentos hasta el fuerte, el verdugo había demostrado ser un excelente guia y mensajero, como vio cuando mandó a los soldados del torreón que se apartaran. Parecía que trabajar para el inquisidor era uno de los más altos cargos, y todos tenían que facilitar la misión dada a la Compañía, fuera del beneplácito de estos o no, como había visto con el Alcalde y su mujer.

Los soldados estaban fuertemente armados, sus armaduras metálicas dejaron sorprendido a Lombriz, que pensó que sería difícil como los monstruos que le acecharon en el campamento traspasar aquellas placas de metal que llevaban encima. Esperó en formación y callado, confiando en el plan del Capitán, y sabiendo con lo que había visto lo que estaban haciendo, y la pantomima que estaban interpretando en aquel mundo desconocido.

Lombriz siguió observando lo que podía ver en su posición con respecto al fuerte y al torreón, a los habitantes que allí habían, y las construcciones hechas en aquella colina artificial.

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Le sorprendió la mala actitud de la mujer del alcalde, casi la lamentó. En otro momento, en otro lugar y bajo otras circunstancias se podría haber dado de forma diferente, si ella tuviera veinte años menos, él diez más y le gustaran las mujeres maduras, quizás todo hubiera discurrido de otra forma. Poco importaba ya aquello, la mujer y su marido se marchaban tras despacharlos.

La tensión apareció entre sus compañeros y el sonido de las armas desenvainándose se adueño de aquel instante. El viejo vicio del soldado estuvo apunto de llevar su mano a continuar con la práctica de sus compañeros, pero recordó las órdenes y se detuvo a medio camino. Hasta que su primo no diera la orden o sintiera un ataque directo no sacaría su acero oscuro.

Por suerte no hizo falta, todo se relajó. Lo que fuera que había alertado a alguno de sus compañeros se desvaneció. Desde su montura Pelagatos miró hacia a atrás y negó con pesadumbre. Eran una comitiva destinada a dialogar y en el poco tiempo que llevaban en Carnonegro ya habían estado a punto de iniciar un sangriento combate en dos ocasiones. Las supersticiones k´hlatas les arrastraban, no era racismo, era coherencia.

Con sus talones indicó a Jerifalte que se moviera despacio mientras cruzaban las calles más estrechas. Sobrepasado ese obstáculo, únicamente quedaba ver al alguacil que los soldados se habían apresurado a llamar. Recordando que debían de dar buena imagen Pelagatos recolocó su cabello y estiró su capa, que se había doblado por los azares del viaje.

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Nada había pasado, por supuesto, y no tardaron en llegar al lugar deseado. Tarde y mal, pero habían llegado. Tarde, y mal.

"Cuando reemplacemos la Lanza, tengo que conseguir que lo borden como nuevo lema de la Compañía, Tarde y Mal. Que no se diga que no vamos avisando" pensó con algo más que una nota de ácido sarcasmo, mientras se calaba mejor la capa. Les tocaba esperar, y aquello prometía unos cuantos estornudos, si no algo más. Pero, sinceramente, no estaban en posición de tomar al asalto el torreón, así que les tocaba jugar con aquellas reglas. 

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Mientras hablamos con el Alcalde y su mujer, el grupo parece caer en una extraña paranoia y miro alrededor, extrañado pues no detecto peligro alguno inminente mientras que veo como mis compañeros desenvainan sus armas sin tener un enemigo al que amenazar. Levanto una ceja pero permanezco en mi posición, tranquilo y sin sacar mi lanza pues se me ordenó que así hiciera.

Tal como esperaba, nada sucedió e incluso la pareja se retira después de un dialogo nada agradable. Pero la verdad no me importa, somos sirvientes del inquisidor o algo así. Creo que la simpatía no es una de nuestras necesidades realmente.

El verdugo nos guía tal como el Capitán se lo indica y así es como rápidamente llegamos al Torreón. Unos guardias nos dicen que debemos esperar así que eso es lo que hacemos. Por los rostros de mis compañeros, no están nada conformes de como las cosas se están dando pero, para mí, que nada esperaba realmente, no ha sido ninguna decepción. Decepción será si nos vamos de acá sin el objetivo pero, de momento, no es más que una misión en curso.

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Se mantuvo tan indiferente a la lluvia que daba miedo. Parecía una estatua de ébano brillante. Inmóvil por completo. Por completo. Por completo, mirando a los guardias y manteniendo el manto negro como la noche ahuecado para proteger su arma del agua.

La tela se iba empapando y no se movía. El agua resbalaba sobre su calva, y no se movía. Llovía más, y más, y nada. ¿Acaso estaba muerto? Pero eso era imposible porque había venido a pie.

El broche con forma de calavera parecía más vivo que él.

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El desfile del grupo por estrechas callejas, había sido plácido. Quién sabe si por el aviso realizado por la compañía y la estampida en retirada de los lugareños. O bien podía ser que hoy por hoy me hubiera convertido en un hombre que solo viese los designios de los malos espíritus en la cara de los hombres, en la súplica de las mujeres e incluso en la sonrisa de los niños.

Fuera como fuese, alcanzamos nuestro destino. La estampa me hizo confirmar mis sospechas iniciales. Carnonegro tenía que ser un lugar próspero. Había cultivos, talleres, un gran rancho con bestias de monta y como colofón una recinto militar bastante impresionante de madera y roca. Alzado sobre una loma. Dominando el pueblo. Pocos lugares tan apartados de todo podían decir lo mismo.

Nuestro tortuoso guía hizo de su trabajo. La lluvia marcaba surcos en el suelo de tierra, empezando a correr en riachuelos que empapaban los pies del grupo. El Capitán parecía de un humor de perros. La lluvia salía despedida de su cuerpo en volutas de vapor. Y más parecía que iba a caldearse la situación por el retraso de los guardeses del lugar.

Quedaban pocas formas en las que pudiéramos arreglar la situación. Pero aquello me parecía una prueba en toda regla. Nadie tardaba tanto si no quería comprobar de que pasta estabas hecho. Como en el inicio de una batalla, cuando los ejércitos se ven cara a cara para saber quién es aquel que indudablemente sobrevivirá a la primera carga.

Lo único que podíamos hacer era soportar la lluvia, el frío y el barro, como si nada más importase en aquella tierra que permanecer clavado a ella. Así que afiancé mi posición y me fundí con el suelo de tal forma que daba la impresión de ser una columna de negro basalto perfectamente tallado por los avatares del tiempo. Aquella era mi única misión.

Por los espíritus que encontraría la forma de redimirme de mis errores.

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El grueso Oscuro se adelantó un par de pasos con el consiguiente repiqueteo metálico. Observó la reacción de los guardias, evaluando su equipo y su temple, así como los alrededores. El alguacil de los cojones se estaba haciendo esperar, y Barril no era conocido precisamente por su paciencia y buenas maneras.

— ¿Y sabemos si el Alguacil está muy lejos, soldados? Está lloviendo un tanto y esta espera se prolonga demasiado a mí parecer. No le buscamos a él, queremos hablar con los guardeses. Y tenemos prisa. —

Esta pantomima se estaba extendiendo demasiado y el clima no acompañaba. Barril no acababa de ver qué pelotas tenía que ver el Alguacil en todo eso, ya que no era a él a quien venían a ver. Estaba empezando a estar hasta las pelotas de este país de mierda donde todo el mundo se hacía el ofendido de pellejo fino de la manera más rápida, y se permitían lanzar heces a la cara de los demás sin esperar repercusión alguna. Por sus ancestros que una matanza a tiempo arreglaba las cosas de vez en cuando, y es que la Oscuridad debía campar a sus anchas de vez en cuando.

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El Cabo Barril hizo audible lo que seguramente la mayoría estaba pensando en esos momentos, o al menos así lo hacía Reyezuelo. ¿Por qué mierda se están tardando tanto? Miró a las inmediaciones a ver si percibía signos de que se estuviera preparando una defensa.

La lluvía comenzaba a ser más fuerte, nada que el noble castor ni el resistente Bastión no pudieran soportar. El calor de la Gran Sabana es mucho peor que esta agradable lluvia, y Bastión no se vería afectado por tan poca cosa. Acarició el cuello del destrero.

Miró al resto de la tropa y le pareció notar que todos estaban llevando la tormenta bastante bien.

Asedio defensivo al alba, asalto ofensivo al mediodía... Parece que vivimos en una tormenta constante, pero como decía el Padre Castor, las tormentas hacen que los árboles tengan raíces fuertes. Sintió orgullo por sus hermanos.

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La lluvia seguía cayendo, con cierta intensidad, y ellos seguían allí, parados como estacas clavadas en la lodosa tierra. De hecho, le parecía que llevaban un rato, aunque por su parte estaba dispuesto a esperar hasta el fin de los tiempos si era necesario. El problema es que no lo era. Allí les estaban tomando el pelo, y Capitán ya tenía bastante de eso. Observó, bajo su capucha, a los dos soldados que estaban guardando las puertas, que parecían estar sobrellevando aquello mucho peor que ellos.

-¿Puedo preguntarles sus nombres?-preguntó el oscuro, con un tono firme que indicaba que no era una pregunta, tamborileando casualmente con un par de dedos sobre el anillo de sello del inquisidor-se me requiere un informe por parte del inquisidor Serpejo, y estoy seguro de que querrá que sea todo lo minucioso posible, reflejando cualquier retraso o impedimento. 

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Pasó sus manos por su cabello, peinándolo hacia atrás, haciendo que su melena oscura no quedara apelmazada sobre su frente y le restara visión. La espera era pesada y pese a que se consideraba paciente, relativamente al menos, el mantenerse allí quieto bajo la incesante lluvia estaba poniendo a prueba su paciencia.

Su cabeza comenzó a divagar sobre la situación y las divagaciones le llevaron a pensar cosas poco positivas de aquellos guardias que les retenían bajo la lluvia. No podía entender que el alguacil tardara tanto en ir a verles, ni que dar con los guardeses en una población pequeña, como era Carnonegro, estuviera siendo tan complicado.

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Los dos guardias feudales se quedaron sin habla, al parecer bastante intimidados por los miembros de la Compañía Negra, en particular Ballestero, el Cabo Barril y el Capitán. Por suerte para ellos, les salvó de contestar la oportuna llegada del Alguacil, que descendía en ese momento el camino de la colina que bajaba desde el torreón de piedra al fuerte de madera en la base de la misma. El hombre se movía con cierta soltura, pese a su edad y corpulencia.

- "Buenas tardes, mercenarios. Soy el Alguacil Diderot de Malar, primo del Señor Feudal de estas tierras, y estoy al cargo de la ley y el orden en este pueblo. ¿En qué puedo servirles? ¿Qué se les ofrece, mercenarios?" -

La palabra "mercenarios" era pronunciada cada vez con un cierto énfasis, que no sonaba particularmente apreciativo o deferente.

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De Malar... Como ese tal Jacques, el noble que osó atacarnos y luego nos contrató... El aprendiz de analista evaluó al Alguacil. La verdad es que lo único que tienen en común son las entradas, este viejo se ve curtido por batallas a diferencia del otro pelmazo. Reyezuelo recordaba al tal Jacques como a un idiota, aunque tanto él como el castor eran nobles, el aprendiz de analista era además un guerrero que en sus días comandaba desde la primera línea.

Observó en detalle la armadura del Alguacil, no parecía tener nada que envidiarle a la de Cabo Barril.

¿Dónde mierda están los guardeses?

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Estudió con tranquilidad las defensas y la actitud del hombre. Esos solían ser sus objetivos en la batalla, máxime cuando ahora había líderes de sobra para que no tuviera que preocuparse mucho. Si había jaleo, apuntar a la cabeza, donde el hombre no se había puesto yelmo, inexplicablemente. Y se limitó a eso.

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La lluvia cae sobre sus cabezas mientras miran hacia los soldados y la construcción... Los minutos se vuelven lentos e incómodos. Lombriz siente como un ligero resfriado se apodera de él al estar a la intemperie, sin ningún tipo de protección. Cuando los ánimos parecían flaquear ven como se va acercando un hombre de aspecto señorial, severo, con cicatrices, y una preciosa armadura sujetando en su mano una espada noble, lo más seguro heredada. 

El caballero impone y se acerca a ellos... Lombriz se siente empequeñecido ante el alguacil, y por un instante todo aquello de malo y tenebroso que vio en la aldea, desaparece, como si aquel hombre de gran alcurnia hiciera olvidar a Lombriz todo lo malo que había en la aldea.

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La espera se alarga más de lo que me habría gustado aunque estar de pie bajo una suave y cálida lluvia no es algo que me moleste en lo más mínimo. Es mucho mejor y más refrescante que estar de pie bajo un sol implacable, como muchas veces en el pasado me vi obligado a hacer.

Veo en los rostros de mis compañeros la incomodidad, la molestia, la frustración. Los sentimientos se manifiestan cuando el Cabo Barril y el Capitán hablan, haciendo preguntas que claramente tienen una intención subyacente, de incomodar e intimidar a los hombres para que se muevan más y acelerar así nuestra propia misión.

Pero todos esos intentos se acaban cuando aparece el Alguacil, quien resulta ser primo del imbécil pomposo que envió a sus hombres a morir contra nosotros cuando regresábamos de acabar con los Capas Rojas. Eso no me puede sonar peor pues, aparte de ejercer un cargo público de cierto respeto, tendrá la arrogancia de la nobleza y las buenas conexiones. Será un tipo difícil por sobre quien no será fácil pasar.

"Lo único que nos faltaba. Ahora tendremos que ir no solo con buenos soldados sino que buenos besadores de culos si queremos conseguir algo."

Me quedo firme en mi posición, en la retaguardia que me indicó Ballestero, atento pero sin armas en las manos y sin una actitud de miedo o amenaza, sino simplemente observando y preparado para reaccionar.

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Barril se refrenó de responder como merecía al paleto con ínfulas que se presentaba ante ellos con aires de grandeza, como si no fuera más que un pisaverde designado de tres al cuarto. Era algo que correspondía al Capitán, o quizás si éste decidía ir por la vía diplomática puede que a Reyezuelo o Pelagatos. Pero estando investido el Capitán del anillo y el contrato, sería más que suficiente para pasar este escollo. O eso pensaba Barril.

Lo cierto es que esta gente tenía la esperanza de que su título o apellidos les salvaran la vida, cosa que no pasaría si fuera el Cabo Barril el que estuviera al frente del asunto, y el tipo siguiera diciendo "mercenarios" como si estuviera masticando una bosta. A veces una acertada táctica de miedo, puede que terror y algo de escarmiento eran una medida a considerar, y ya que estos nidalenses vivían con el dolor en sus vidas día a día, lo mejor era reunirles con su creador por la vía rápida.

Barril seguía pensando que eran gente de pellejo fino, rápidos en ofenderse y asimismo de lanzar mierda a los demás a la cara. El grueso Oscuro tenía pensado tratar aquello como merecía cuando la ocasión lo permitiese, si bien parecía que no sería hoy. Se contentó con emitir un quedo gruñido de disgusto, mientras avanzaba medio paso hacia el Alguacil con intención de verle mejor a él y a su equipo, así como de medir su reacción y su temple.

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"Tus putos muertos pisados, cretino" era lo que le hubiera querido decir a aquel tipo que les hablaba con desprecio de acuerdo a su posición. Primo de era al parecer todos los méritos que se necesitaban en Carnonegro para ascender. Reprimió sus ganas de decir algo y miró a su primo y capitán, esperando que hablara por todos.

En sus órdenes estaba el no intervenir y también el mantenerse en silencio, debían parecer un grupo militar cohesionado y respetable. Sin embargo sus órdenes no decían nada acerca de cómo tenía que mirar al impertinente sujeto que se posicionaba frente a ellos. Torció su barbilla hacia un lado y dejó que el desprecio se desparramara por sus ojos, estuvo tentado de acumular saliva y escupirla frente a él, pero bajo la lluvia perdería efecto dramático.

Se conformó con fantasear en poder ordenarle a Jerifalte que le diera con la coz en la cara a aquel tipo mal encarado, para recordarle que eran la Duodécima de Khatovar y que a sus espaldas acarreaban más historia y gloria de la que todos los de Malar verían.

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La actitud de aquel hombre la conocía bien. Era la actitud de aquel que no teme lo que ve. Incluso del que no lo respeta. Conocía bien esa pose. Esa mirada. Esa inflexión en las palabras. Como Caimán Negro la había visto infinidad de veces en mi vida. Primero como niño. Después como adulto. La había visto hasta que la sangre lo ahogó todo y no dejó nada detrás.

Estaba bien tener el anillo. Pero un miedo futuro no es lo mismo que un miedo presente. Por eso había sugerido llevar el miedo por capa al pueblo. A estas alturas ya habríamos terminado nuestra misión. A fin de cuentas, buscábamos soliviantar a los rebeldes. Si ese era el plan, las buenas maneras no lo iban a conseguir. Pero debía tener paciencia.

O tal vez hubiese otro motivo. Tal vez allí se estuviese librando los primeros momentos de una batalla en la que un bando trataba de ganar tiempo. Miré al Cabo Barril. Tratando de transmitir mis dudas con la mirada.

El sabría que hacer. Porque por lo que me parecía, empezaba a pensar que las órdenes estaban a punto de acercarse mucho más a lo que yo había sugerido inicialmente.