Partida Rol por web

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: NUBLADO. CON NIEBLA.

Notó un golpe en alguna parte de su cuerpo, pero no se dio cuenta de que tenía un proyectil alojado en la carne, porque el calor de la pelea hizo presa de él de inmediato.

──Keropis, cobertura, ──dijo, mientras preparaba la ballesta para disparar. La idea era estar tras el ermitaño acorazado y avanzar junto a él, parapetado. En su defecto, echaría cuerpo a tierra, para ofrecer un blanco más difícil. Qué fastidio ahora una pelea, con los bichos come-dedos tras él, y sin poder dormir.

DUODÉCIMO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MEDIODÍA. - TIEMPO: NUBLADO. CON NIEBLA.

El ataque fue inesperado, no se imaginaban que fueran ellos los que sufrirían una emboscada cuando se suponía que iba a ser al revés. Las órdenes fueron rápidas y concisas. Tarado que llevaba ya la lanza corta en su mano se quedó parado un segundo mientras una lanza le pasaba a escasos centímetros de su cara. Por suerte no le habían acertado pero aún así el miedo casi se apodera del guerrero. - maldita sean, así no va a haber forma de evitar un baño de sangre - Enfadado cogió su lanza corta y la intentó lanzar contra una de las ramas de donde había visto salir una flecha. Esperaba que aquellos bastardos escondidos en las alturas se asustaran, pero requeriría comenzar a trepar pronto. Algunos de sus compañeros se lanzaron a trepar, él por su parte aún disponía de otras lanzas y esperaba poder usarlas antes de tener que perseguir enemigos por los árboles cual monos de su tierra natal. 

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

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Espera... ¿Qué? ¿Qué está pasando?

El Gran Grajo estaba actuando por debajo de sus posibilidades, ya que no les había avisado de la emboscada. Y lo que valía para el Gran Grajo, también valía para Rastrojo, que no se estaba enterado de nada. El ángulo de las flechas y las jabalinas le indicó a dónde mirar: las copas de los árboles.

¿No deberíamos retirarnos para obligar a esos facinerosos a bajar al suelo para perseguirnos?

La voz del cobarde Rastrojo se hundió entre los gritos y el mar de caos que supuso el combate. Al parecer iban a luchar a pesar de la desventaja táctica. Y para el chamán había una ley que regía los combates y la vida en general: la ley del mínimo esfuerzo. Él no iba a trepar por los árboles. Él prefería atacar con su arco. Pero teniendo en cuenta lo mal que se le daba, quiso asegurarse de hacer una entrada triunfal, rezándole a su arma para no pifiarla, para no terminar haciendo el ridículo.

Espíritus de los ancestros del arte
de la caza y del arte de la guerra,
la cuerda de mi arco no se parte
y el disparo de mi flecha no yerra.

Tuvo un mal presentimiento, como si el poder de los espíritus fuera más débil en ese bosque y no pudieran cumplir con los ruegos de Rastrojo. Como si espíritus traviesos fueran a sabotear sus oraciones y lo de disparar el arco no fuera tan buena idea.

Nah, serán impresiones mías...

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DÍA: 13, DÍA DEL FUEGO.

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Con el escudo de acero y la espada en la mano se sentía más seguro, sin embargo sus enemigos no ofrecían mucha respuesta al combate. Les faltaban armas de proyectiles para repeler el fuego enemigo, les faltaba el pelotón de los exploradores o de los arqueros puestos a pedir. Él no podía trepar y tampoco lo consideró como la opción más óptima. A esperas de órdenes más concretas comenzó a hablar.

—Un tirador detrás mío, lo cubro con mi escudo —dijo con rapidez mientras elevaba la protección para cubrir hipotéticos disparos. La idea no funcionó tan bien como le hubiera gustado y un proyectil enemigo impactó en él. Gruño el oscuro dolorido, no tenía buena pinta aquel combate.

—Concentrad vuestros disparos en un mismo enemigo, no vayáis cada uno a por uno —gritó mientras trataba de mantener su posición y elevar su escudo, buscando una posición más defensiva que le permitiera replegar las flechas que les lanzaban los enemigos.

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Su intento de trepar el árbol había concluido con un fracaso. Gruñó por lo bajo pero cuando miró hacia arriba, las vio.

-Hay cuerdas de copa a copa -gritó para ser oído-, que permitirán pasar de un árbol a otro.

No necesitaba decir más. Sus hombres eran inteligentes. Era hora de intentar ascender por aquel tronco una vez más.

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Con su pesada armadura no conseguiria nunca trepar a por los bandidos, pero la estrategia de Pelagatos le pareció lo más acertado en ese momento. Se colocó el escudo alto y preparó su espada para cuando pudiera usarla contra el enemigo.

Otro tirador detrás mio, aprovechad los escudos y formad una barrera para sed menos vulnerables. - Ante la voz de Ponzoña alzó levemente la vista a los árboles - Maldita sea, seguro que usan esas lianas para cogernos por la espalda si les damos la oportunidad.

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Las lanzas y las flechas volaban desde las copas de los árboles, afortunadamente con poco tino la mayor parte de ellas. La fanática había embrazado su escudo y empuñado su Cimitarra Sagrada a la que se dio la primera voz de alarma. No había dudado en seguir la indicación de Grito, que urgió a que ella y Dolor le siguieran al flanco izquierdo. También escuchó a Ponzoña ordenar que treparan a los árboles, pero eso iba a ser bastante más difícil. Tenían la posición perdedora, si les asaeteaban desde arriba.

Retazos de tela roja asomaban entre el follaje, junto a los proyectiles. No había duda de la identidad de los enemigos que habían preparado aquella emboscada.

Cuando se alejó del camino y corriendo llegó a la base de los árboles, dispuesta a trepar por ellos, primero intentó sacudir el tronco de uno poco grueso, por si dejaba caer a uno de aquellos arqueros, como fruto maduro.

Cerca, Derviche escuchó la cantinela del Chamán Rastrojo, quien intentaba algo con su arco. Se apartó...

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──En mi mochila. Cuerda con garfio.

Todo el mundo sabía lo que tenía Ballestero en su mochila. Entre otras cosas, una excelente cuerda de seda con su garfio. Habían repartido la carga. Él había sido, de todos, el que más cosas había traído. Ahora bien, ¿quién la tendría? Ahora mismo ni se acordaba si la tenía él o la tenía cualquier otro en su propia mochila. A la mierda. Ni siquiera sabía si las palabras farfulladas a toda hostia habían sido comprendidas, ni le importaba. Ahora su entrenamiento tenía la palabra: sus manos iban solas a la palanca, al virote, recarga, su mente ya tomaba la medida al blanco, tal y como lo recordaba hacía una pulgada de latido de corazón, cuando le había lanzado un disparo.

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Las flechas y jabalinas volvieron a silvar en el bosque pero esta vez la compañía les vió venir.  Grito avanzó ante la orden de Ponzoña era el momento de tomar la iniciativa, con un rápido movimiento el infante llegó a la base de uno de los árboles mientras fijaba su mirada en los dos hombres que coronaban la verde espesura.

El león fijó su ojo en el capa roja mientras cargaba la fuerza de su brazo derecho, al instante su imponente lanza salió despedida en dirección a su blanco, un vuelo limpio para la lanza que pronto acabó manchada con la sangre de su enemigo.  El metal se había clavado profundamente en su blanco, dando así respuesta a su bienvenida.

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Sabandija caminaba absorto en la voluptuosidad de la naturaleza de aquellas tierras. Cada vez se iba acostumbrando más al frondoso bosque y tanto era así que parecía que las ramas y hojas secas bajos sus pies no se rompieran o no emitieran crujido alguno.

Si no fuera por el condenado frío...- El resto de aquel mundo le parecía un asco. Lo echaba todo de menos de la sabana. El agobiante calor, sus familiares gentes, sus tradiciones y sus dioses.  Al contrario que en la despejada sabana, el bosque podía resultar agobiante y opresivo. Tal era la densidad del follaje que no dejaba pasar apenas un rayo de sol. En eso estaba entretenido, en admirar las densas copas de los árboles, cuando un movimiento en una de ellas le llamó la atención por su tonalidad carmesí. ¿Otro depredador? Efectivamente, pero éste el más común de todos y el más pernicioso. Su cuerpo se puso tenso y la boca se le quedó seca al instante. Lo justo para advertir a sus compañeros de la emboscada.

-¡Emboscada! ¡En los árboles!

Apenas lo hizo descolgó el arco de la espalda y se tiró desesperadamente al suelo. Ahora mismo no le importaba hacer honor a su mote o que lo llamaran cobarde. Eso ya lo enfrentaría más adelante. Ahora sólo quería no acabar insertado por una decena de flechas y jabalinas, cual alfiletero. Como buen cazador sabía lo difícil que era acertar a los reptiles que llevaban la tripa arrastrándola por el suelo.

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La lanza rasgó su carne, buscando el corazón y la caída desde la altura solo sirvió para empeorar lo que ya de por sí era malo. Ponzoña supo que su vida se escapaba por el río de sangre que bañó su cuerpo, tiñendo el negro de rojo oscuro.

-Mierda -barbotó, para luego escupir un esputo sanguinoliento. Poco más podía hacer. Intentar trepar al árbol incluía el riesgo de volver a caer y fuera del cuerpo a cuerpo, era inútil. Era hora de tomar decisiones.

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Rastrojo estiró la cuerda del arco y...

¡Plic!

La cuerda se partió, dejando su arco inservible. Era como si su bendición se hubiese convertido en maldición. Eso significaba que le iba a tocar trepar, lo cual era una actividad demasiada atlética para lo que el mestizo estaba acostumbrado. Así que probó otro hechizo, para mejorar su coordinación ojo-mano.

Trepo como un gato
y golpeo como el león.
Salto como un campeón
y corro como un jabato.

Ya. Ahora sí que era invencible. ¿Qué era lo peor que podía pasar?

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Una vez en la base y con las manos vacías Grito se dispuso a trepar por el árbol, el infante ascendió unos metros por el tronco pero no lo suficiente resbalando de nuevo hasta la base.  Aquello iba a resultar mucho más dificil de lo que parecía y por si fuera poco algo se clavo en el cuerpo distraido de Grito haciendole una herida.

En su vuelta al suelo vió como Ponzoña tuvo aún peor suerte haciendose daño en la caida además de resultar también herido, mientras replanteaba su estrategia Derviche llegó a la posición de Grito quien le recibió asintiendo con la cabeza.

Estoy bien, cubreme voy a intentar algo.  Capitán, Cabo hay que prender fuego a la maleza en la base de los árboles, el humo nos cubrirá y les obligará a bajar o tener que moverse y quizá alguno caiga.

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Tras lanzar la segunda lanza, Tarado disponía de otras dos en su carcaj mientras que los enemigos seguían estando en lo alto de las copas. Las flechas y jabalinas volaban desde las copas de los árboles, pronto parecerían puercoespines si no hacían algo. Uno de sus compañeros sugirió incendiar todo, no sería la peor idea del mundo, no es que le apeteciera trepar en busca de enemigos. Aprovechando el alboroto se movió hacia un lateral bajo uno de los árboles que estaban saliendo flechas y donde uno de sus compañeros ya había comenzado a escalar. 

Esperó la orden, tal vez no debería lanzar más lanzas y centrarse en encender los fuegos. Aunque hasta que afectaran a los de las copas altas tardarían un rato que quizás no tendrían. 

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Levantó la vista y ahí estaba. Presionó el gatillo. Comenzó a cargar de nuevo. Todo era mecánico. Ya tenía a la siguiente víctima de sus dardos. No se daba cuenta de que iba dejando salpicones de sangre tras él.

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Campaña se agachó instintivamente ante el silbido de los proyectiles. De momento tuvo suerte y no resultó herido, pero viendo cómo algunos de sus compañeros empezaban a sangrar, supo que en cualquier momento podría caer.

La rabia inicial ante los enemigos de la Compañía Negra, había tenido su fruto momentos antes. Casi sin pensar, se había agachado y su mano encontró una piedra. La había lanzado con un grito de furia hacia la oscuridad de la espesura.

Un ruido sordo y seco había acompañado al grito de dolor. La pedrada había sido salvaje, y había tenido su efecto, indudablemente. No era un tirador fino, pero el proyectil había zumbado en el aire, de la fuerza con la que iba.

Pero ya no había más por allí cerca. Frustrado se acercó a Grito, que estaba debajo del árbol. Como alguno se cayera o bajara se iba a enterar de quién era Campaña.

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Con una jabalina ya alojada en su cuerpo, otros tantos heridos, una situación de inferioridad numérica y táctica y una carencia de posibilidades y opciones cada vez más acuciante, decir que la cosa pintaba mal era probablemente quedarse corto. El campamento de aquellos canallas tenía que estar por allí cerca, era la única posibilidad para que tuvieran aquel despliegue montado de antemano. O eso, o alguien se había ido de la lengua. 

Fuera como fuera, no quedaba más remedio que triunfar como solían triunfar últimamente en la Compañía, tristemente. No por superioridad táctica. No por superioridad armamentística. No por superioridad numérica. Simplemente, a base de echarle un par y rezar muy fuerte porque fuera suficiente... Otra vez más.

"Y con esta van la diosa sabe cuantas ya..." pensó un Capitán malhumorado y dolorido, avanzando para intentar hacer su parte. Pues no les quedaban más opciones que esa, en especial teniendo en cuenta la ausencia de fuego y lo mojado de toda la vegetación en aquel condenado clima húmedo y neblinoso. 

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Aquel desagradable y deplorable atajo de violaconejos combatían escondidos. Subidos a las ramas de esos frondosos árboles que dejaban entrever formas poco claras, que él había identificado como enemigos. Con el escudo subido y en una posición claramente defensiva fue capaz de hacer una radiografía rápida del conflicto, el resultado no era positivo, aunque por el momento tampoco concluyente.

La falta de armas de proyectiles y la desventaja de la altura, una derrota táctica que declinaba cualquier combate, les ponía en una situación complicada. No tenían forma de contrarrestar los disparos con igualdad, las jabalinas de los tiznados acabarían por agotarse y eso les dejaría casi indefensos. Descartó casi al instante el instar al enemigo a descender y establecer un respetuoso y honorable combate frontal, cuerpo a cuerpo, no parecían ser de esa clase de oponentes. Ante su falta de opciones y la acuciante situación, no le quedó más remedio que mantener alto su escudo y confiar en que sus compañeros equipados con armas a distancia estuvieran más precisos que sus enemigos.

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Había llegado hasta donde estaba Grito, tal como le había indicado éste, pero poco podía hacer ella desde abajo contra un enemigo afianzado en las ramas de los árboles, y que les estaba disparando flechas y arrojando lanzas. De hecho, el propio Grito fue herido, y eso hizo que la fanática se decidiera. 

Había contemplado la posibilidad de sacudir los troncos intentando hacer caer a los Capas Rojas, pero los árboles eran ancianos, y de cuerpo grueso y firme. Nada que hacer.

Finalmente le dio su escudo a Grito para que se protegiera, guardó su cimitarra a su espalda, con la otra, y empezó a trepar. Lo hizo bien, al principio, y consiguió llegar hasta más o menos la mitad de su destino.

Debería afianzarse bien, y seguir trepando.

Entonces vislumbró, allá abajo, que alguien estaba haciendo fuego en la hojarasca, y una incipiente humareda empezaba a subir. En su fuero interno sonrió, aplaudiendo la idea.

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Palomita se puso delante de Rastrojo para protegerle. Era bastante ofensivo. Sobre todo porque Rastrojo era un misógino que no iba a aguantar que una débil mujer le protegiera. Sobre todo porque Rastrojo era un racista que no quería recibir ningún trato de favor de una sucia Oscura.

Palomita, mira lo que te digo... Soy un hombre santo, bendecido por los ancestros y protegido por los espíritus. Solo me han herido en un combate de entre todos los que he protagonizado-que no llegaban a la media docena, incluyendo entrenamientos-. No necesito que me protejas de unas cuantas flechas. No quiero ser malpensado, pero parecería que estás buscando un pretexto para hacer ver que estás ocupada, en lugar de luchar.

Rastrojo era experto en fingir estar atareado para no cumplir con otras tareas, sabía reconocer a los vagos porque él era uno de ellos. Todos esos Oscuros, con sus relucientes armaduras, solo eran un lastre a la hora de trepar a un árbol para luchar. En aquel combate solo podían contar con los K'Hlatas... y en menor medida con un mestizo torpe y simplón como Rastrojo. El chamán avanzó para parapetarse contra el árbol más cercano. Si Caratótem estuviera allí, controlaría el clima para dispersar toda esa molesta niebla.

Sí, eso haré...

Potentados de la Naturaleza,
éter que conforma el clima...
Oidme: no ayuda y da pereza
que mantengáis esta calima.

Del chamán surgió una patética brisa, que no logró disipar la bruma, pero que balanceaba tímidamente las ramas de los árboles. Después se formó un nubarrón en el cielo, pequeño y patético como Rastrojo, sobre la cabeza de uno de los enemigos. Empezó a llover en un área pequeña, una versión ligeramente superior a su truco para crear agua, e igual de inútil.

¡Sí! ¡Sí, crece! ¡Cubre todo este bosque con tu tormenta!

La nube no solo no creció, sino que sus vientos no eran ni capaces de desequilibrar al Capa Roja en su rama, con lo que ni siquiera sirvió para tirar a un enemigo al suelo. Aún así, Rastrojo estaba muy satisfecho con el poder desplegado. Se sentía poderoso. Se sentía... ¡Inmortal!

¡Muahahahahaha...!