Partida Rol por web

Por fin se ha acabado la horrible velada. Puede que Willhelm sea un generoso anfitrión, pero como compañía deja mucho que desear. Es más, a ninguno se os ha escapado la posibilidad de que sea levemente idiota o meramente un excéntrico, pero desde luego habéis estado en mejor compañía que esta noche.

Por fin has aterrizado en tu dormitorio. Cuerpo aseado, ropa de noche aguardando sobre la cama y el estómago lleno. Sin duda, un reparador sueño es lo que necesitas para alejarte de los horrores del accidente y de la extraña sensación que te transmite la mansión. Te introduces en la cama, entre sábanas sedosas y gruesas mantas, y en escasos segundos caes en un profundo sueño reparador.

Exhalas una bocanada de aliento con olor a almendras amargas mientras te dejas caer sobre una de las ornamentadas sillas que rodean a la imponente mesa. De pronto, todo cuanto te rodea se vuelve difuso. Todo da vueltas en torno a ti, como en un baile, como si estuvieras viendo una representación. Quizás si pudieras acercarte hasta la sala de estar...

¡No! ¡Al salón no! Allí está Emil. ¡Maldito Emil! ¿Por qué te había hecho eso? ¿Por qué?

Recordabas su cara de felicidad al abandonar el comedor, jugueteando con el frasquito de cianuro con sus dedos... Con esa pequeña botellita vacía. La que había vaciado en tu copa de bourbon...

Comienzas a sentir que tus pulmones son incapaces de emitir bocanada alguna, de inhalar ni exhalar. El estómago se retuerce sobre sí mismo en imperiosos espasmos que te hacen plegarte sobre ti misma. Todo tu ser arde como si estuviera siendo consumido por las llamas del infierno...

Pero al menos sabes que no vas a morir sola. Sabes que no vas a salir de este mundo sin compañía...

-Reinhardt...

¡Cómo te dolía aún pronunciar ese nombre! Él te convirtió en lo que eres ahora. Él, la representación humana de la mismísima maldad.

Pero todo eso había quedado atrás, muy atrás.

Tu difusa mente, mientras agonizabas, no podía dejar de pensar en él. Su nombre daba vueltas a tu cabeza, martilleándola, como si no quisiera que olvidaras aquel horrible momento del pasado...

-Reinhardt, Reinhardt, Reinhardt, Reinhardt...

Te despiertas empapada en sudor. ¡Qué vívido ha sido el sueño! Parecía tan absurdamente real que por un momento creíste ser...

Buscas los fósforos y enciendes una cerilla con la que prender la mecha del candil que Zoltan te ha dejado sobre la mesilla de noche. 

Te llevas la mano al pecho. El corazón parece querer escaparse de tu cuerpo, latiendo agitadamente como si hubiese presenciado algo horrible en vez de un sueño. Tu cabello está empapado de sudor, la ropa de noche se adhiere a tu pegajoso cuerpo.

- Reinhardt...- El nombre había sobrevivido al olvido que traía la vigilia. Como una astilla en su cerebro que no se podía extraer. Y el olor a almendras a amargas, la muerte producto del cianuro... Desde luego había sido horrible. No era la primera vez que tenía la visión de la muerte de otra persona, pero nunca la había sentido tan vívidamente como propia.

Eso había sido, una visión. Tenía suficiente experiencia para distinguirlas de los sueños. Un espíritu le había mostrado el momento de su muerte. Un espíritu tan fuerte como para no solo mostrar, sino para hacerla vivir ese crucial y horrible momento. "Pero quién eres? Porqué te asesinaron?"

El horror iba dejando paso a la curiosidad que la dominaba siempre que contactaba con un espíritu. Poco a poco la respiración de Vermillion se iba tranquilizando, pero no así su animo. Era muy improbable que volviera a dormirse y no podía dejar de pensar en lo que acababa de vivir.

-Oh, buen Legba, escúchame: ábreme la barrera. - Jane cerró los ojos mientras entonaba la letanía que la ayudaba a concentrarse y solicitaba la ayuda de los Orishas que tenían dominio sobre el velo. - Papa Legba, Guardián y Puerta, permiteme pasar. Mamam Brigitte media con tu marido en mi favor. Barón Samedi guíame por tus dominios, presentame a quien mi sueño turba...

La letanía continuó durante largo rato, volviendose cada vez más melosa, más seductora. Jane sabía que no tenía nada con lo que sobornar a los Orishas; su tabaco y el alcohol se habían perdido entre el barro y su propio cuero no estaba en condiciones de ser ofrecido, así que tenía que recurrir a los halagos. Esperaba que funcionara.

Te concentras como no lo habías hecho desde el accidente, tratando de descifrar lo que para otros podría ser indescifrable. ¿Acaso un espíritu se había tratado de poner en contacto contigo? ¿Había sido solo un sueño? Solo había una forma de averiguarlo, y era empleando los dones que la Madre Naturaleza te ha proporcionado.

Durante unos minutos tratas en vano de hallar conocimiento alguno del más allá, pero al final el esfuerzo obtiene sus frutos.

Un sonido te distrae, extrayéndote de tus meditaciones. Pierdes la concentración y abres los ojos.

La muñeca. Vuelve a estar en el carricoche. 

La misma muñeca que se hallaba dentro de un armario y que allí seguía hasta que cerraste los ojos para concentrarte. La misma que se había personado de la nada y que ahora se hallaba sentada en el carricoche, con su cara muerta mirándote, sonriéndote con malicia.

El horror embargó a Jane como hacía mucho que no lo había hecho. Ni siquiera en los instantes en los que el autobús se había precipitado por el barranco y ella había caido hacia una más que probable muerte, había sentido un horror tan ajeno, tan completo.

Los espíritus eran entes inmateriales, se podían comunicar con las sensibilidades adecuadas, podían incluso poseer a dichas sensibilidades por breves periodos de tiempo, pero si algo tenían todos en común es que eran intangibles. No podían afectar al mundo material y esa era gran parte de las razones por las que sufrían y buscaban comunicarse.

Desde luego no podían sacar una muñeca de lo más profundo de un armario, enterrada bajo una montaña de mantas y ropajes pesados y colocarla con la velocidad del pensamiento en un carricoche, mirándola con su vacía y demoníaca expresión.

Poseída por unos temblores que la hacían jadear, empapada en una película de sudor frío que había comenzado a cubrirla, Jane se levantó suavemente de la cama y se acercó a la muñeca. El señor Berckley se sentiría orgulloso al escuchar lo que iba murmurando mientras se aproximaba al carricoche: -Padre nuestro, que estás en los cielos..

Preparándose para lo que pudiera pasar, Jane agarró bruscamente a la muñeca y, abriendo de nuevo la puerta del armario, la arrojó a su interior para cerrar la puerta velozmente a continuación. Apoyando la espalda contra la puerta del armario, la muchacha trató de recuperar el aliento que había casi estado conteniendo desde  que había abierto los ojos.

Al contrario que la vez primera en que tus manos se posaron sobre aquella condenada muñeca, ahora no has notado nada fuera de lo común, no fuera del sonido del cráneo del juguete al fragmentarse tras chocar con violencia contra la pared del armario. Ninguna sensación extraña. No es más que una muñeca como cualquier otra.

Claro que no todas las muñecas aparecen y desaparecen de una ubicación concreta cuando menos te lo esperas.

Poco a poco vas recuperando el control de tu cuerpo y de tu mente. No percibes ninguna presencia a tu alrededor, ningún espíritu tratando de contactar. Estás sola, completamente sola. Es la primera vez desde que has llegado a la casa en que por fin no te sientes observada por nadie. 

Claro que, momentos antes, habrías jurado que no era así.

Desde donde te hallas puedes ver claramente el reloj que reposa en tu mesilla de noche. Son las 3 de la mañana. Es muy posible que más de uno de tus vecinos, de no hallarse dormido, se haya percatado del ruido que acabas de hacer con el armario a causa de tu encuentro con un suceso fuera de lo que podría considerarse normal. 

De pronto escuchas claramente el sonido de una puerta abrirse, así como pasos en el exterior, en el pasillo.

Con la espalda pegada a la puerta del armario, Jane intentó por todos los medios conseguir tranquilizar el stacatto que marcaba su corazón. La respiración agitada de la muchacha era lo único que se oía en la habitación, que parecía absorver aquel sonido como si ofendiera a la estancia en sí misma.

Ya no se sentía observada, la sensación se había desvanecido por primera vez desde que entrara en aquella casa. No obstante se sentía más aterrada de lo que había estado nunca. El vacío que sentía ahora era mucho más preocupante que la presencia que notaba anteriormente.

La sensación era como si se hubiera encontrado hasta entonces en uno de aquellos speakeasy llenos de humo, calor y humedad, el hambiente cargado y múltiples aromas azmizclados asaltando sus fosas nasales y, derepente, en un segundo, una tormenta de montaña arrastrara todo y a todos para dejarla perdida en medio de una extensión de nieve sin mácula.

Se sentía desnuda y perdida. Con esperanza y miedo a la vez del causante del sonido que se oía al otro lado de la puerta.

Percibes claramente el sonido de voces en el exterior. Agudizando el oído eres capaz a comprender parte de la conversación, aunque no están hablando en voz muy alta.

El primero en hablar parecía el señor Drake:

-...noches... Berckley... madrugada en realidad... despertado... ruidos... raro... echar un vistazo... encuentre mal.

A lo que el señor Berckley respondió:

...muy amable... Drake... Me encuentro... bien... oído esos ruidos... armarios y de la puerta de la casa y... cascos de un caballo... despierto... no consigo conciliar... sueño.. tantas emociones... la señorita y el joven... bien... Usted... ver... señorita Vermillion... cuarto... Ralph.

Acto seguido percibes otra puerta más abriéndose, así como la voz del señorito Ralph:

- Buenas noches... no soy el único... despierto... escuchar... su conversación... ¿ruidos?

Sientes que llaman a tu puerta con delicadeza.

Jane respira profundamente, empleando toda la fuerza de voluntad que es capaz de reunir para tranquilizar su respiración. Con una suavidad deliberada, dá los tres pasos que la separan de la puerta y responde con la voz más serena que es capaz de emplear. -Quién es?

Un miedo irracional sigue atenazado en lo más profundo de su mente. Miedo a que al abrir la puerta vuelva a ver la muñeca, aunque sabe que eso no es posible, que probablemente solo se trate del Señor Berckley o de monsieur Drake el que se encuentre al otro lado del umbral. Al fin y al cabo acaba de oir sus voces.