Partida Rol por web

Todos percibís con claridad cómo Drake comienza a vomitar en cuanto el hedor que ha surgido de la sala que han abierto Vermillion y Berckley lo envuelve. Sosteniéndose en la pala, inclinado, arcada tras arcada van haciendo que expulse vómito como para repartir, justo al lado del carbón que ha ido amontonando al lado del escritorio para poder liberar la portezuela metálica.

Cuando el terrible aroma de la putrefacción alcanzó sus fosas nasales, Marvin mostró una mueca de desagrado y lanzó un gemido de desolación. Era terrible tener siempre razón, sobre todo en asuntos como ese.

-Ya les advertí de que olía igual que cuando encontraron el cadáver de la anciana señora Carlile. Deberían cerrar esa condenada puerta antes de que nos encontremos con algo que sería mejor no ver.-

Se agachó y con sumo cuidado recogió el pequeño libro para alejarlo de la vomitona de Drake. Después se acercó al detective y le apoyó la mano en la espalda.

-Señor Drake ¿necesita  que le ayude a salir de aquí?-

El olor era ciertamente nauseabundo. Saqué un pañuelo de mi bolsillo y lo apreté contra mi boca y nariz para evitar respirar aquella peste a putrefacción.

El señor Drake no pudo soportarlo y acabó vomitando. Era lógico, aquel olor era realmente horrible, aunque en alguien de su profesión se espera que aguante mejor cosas como aquella...

Por su parte el joven Ralph quería cerrar esa puerta sin más y olvidarnos de esa sala. Vale, era razonable pesto que daba escalofríos y náuseas. Sin embargo yo no podía olvidarme de esa sala sin más. ¿Cuántas casas encuentras en tu vida que tengan su propio cementerio en el sótano? En un lugar apartado del amplio jardín era algo bastante habitual, pero ¿en el sótano? ¿Y además con nichos abiertos? No, mi vena amante del misterio me pedía investigar. De modo que me dirigí a mis compañeros:

-Un cementerio así en un sótano es muy extraño. Voy a entrar un momento para ver si descubro algo.

Tenía unas náuseas terribles, pero no podíamos dejar de registrar aquella siniestra sala. Con gran esfuerzo, di un paso adelante y entré.

El olor era desagradable, sin duda, pero no era la primera vez que las fosas nasales de Jane percibían aquel perfume en particular. Era el perfume de los cementerios y los velatorios en los que habían transcurrido su aprendizaje con el otro mundo. Era el perfume del reino del Barón.

Jane inspiró profundamente mientras musitaba una breve plegaria al Orisha de la muerte y a su esposa. - Estoy con monsieur Berckley, hay algo importante en esta sala, puedo percibirlo. - Con un ágil movimiento, la muchacha se introdujo en la sala justo por delante del anciano escritor.

Nada más poner un pie en el cementerio, el señor Berckley comienza a vomitar con violencia. El hedor nauseabundo que emana es tan potente que no logra contenerse y acaba igual que Drake, doblado y agonizante.

Vermillion, por su parte, accede sin problemas a la estancia, como si en vez de ser una señorita de la alta sociedad se tratase de un forense experimentado. Logra alcanzar los nichos sin incidentes estomacales que lamentar. 

Ralph por su parte, consigue enderezar a Drake, quien ha parado de vomitar.

-Gracias, señor Ralph. Ya me encuentro mejor. Llevo muchos años en mi profesión, pero hay cosas a las que uno nunca puede acostumbrarse y una de ellas es el hedor de los cadáveres en descomposición.

Doy un paso hacia el pasillo, ya con dominio de mí mismo, para ver qué es lo que han encontrado y que ha conseguido que regurgite hasta la primera papilla.

-En toda mi vida de policía jamás había visto algo semejante. ¿Quién puede desear, además de aparentemente el señor Wilhelm, tener cuerpos descomponiéndose DENTRO de su propia casa?

La mayoría de los nichos no son recientes. Alguno de ellos tiene mucho, mucho tiempo, tanto que las pequeñas placas que se hallan en el reborde inferior de cada una resultan completamente ininteligibles. Sin embargo, las cuatro centrales están perfectamente visibles, salvo por una pequeña capa de polvo. Son más recientes, como de unos pocos años hacia acá, no más de diez o quince a lo sumo. Sobre ellas hay cuatro tumbas tapiadas y debajo cuatro nichos vacíos, con las puertas abiertas y las ratas deambulando por ellas a placer.

Son las únicas cuatro placas ilegibles.

Dios mío... No puedo... Tengo que salir...

El hedor se hacía insoportable. Nunca había olido nada semejante. Al principio creí que podría soportarlo, pero me había equivocado. Las tripas empezaron a revolverse y sentía el ardor subir por mi garganta.

Oh, Dios... Creo que voy a vomitar...

En efecto. Fue terminar de decirlo y mi estómago estalló de forma que es mejor no describir. Quién iba a decir que los que supuestamente estábamos más capacitados para soportar esa situación fuésemos precisamente los que nos desinflásemos al momento. Menudo día... Demasiado para mi cuerpo.

Tambaleándome y tapándome la boca intentando evitar una nueva vomitona, salí al pasillo. Sabía que el señor Drake estaba hablando, pero francamente en ese momento no estaba para escuchar a nadie.

Al fondo, en el exterior de la sala, Jane podía escuchar claramente los ruido producidos por la cena y el té de la noche rehaciendo su camino en los cuerpos de sus acompañantes, asi como sus entrecortadas palabras. La situación le hacía sonreir. Estaba segura de que nadie se esperaba que ella, precisamente la maltratada muchachita de clase alta, fuera la única que no sentiría ninguna incomodidad en aquel extraño cementerio.

La curiosidad siempre había sido un rasgo predominante de su carácter, lo que la llevaba a cometer múltiples imprudencias. Con unos dedos temblorosos toqueteó las lápìdas y las placas de los cuatro nichos cerrados. Intentaba discernir el más mínimo detalle que le pudiera indicar que nombres figuraban en aquellas placas. 

De forma inconsciente, mientras lo hacía, la joven comenzó a murmurar una oración de protección y de reposo para los fallecidos, como le había enseñado su mambo hacía tanto tiempo. Uno podía entrar en el reino del Barón con relativa facilidad, y convenía congraciarse con él siempre que se entrara en sus dominios.

Parece que por fin se me va pasando... 

La vomitona parecía ir calmándose mientras la joven seguía sola allí dentro. Me sentía un poco culpable por dejarla sola pero, ¿qué iba a hacer?

Señor Ralph, Señorita Vermillion, ¿encuentran algo? ¿Podemos ayudar de alguna forma?

Ayudar siempre y cuando no me hagas entrar a oler otra vez esa peste, señorita...