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El mudo sirviente se separa del grupo y te insta a entrar en uno de los dormitorios. Podría tomarse la ruda forma de indicar lo que quiere como una falta de respeto, pero la aparentemente afable sonrisa que su rostro bobalicón muestra en todo momento, así como en ansia por agradar, parecen decir lo contrario, pese a la parquedad de palabras.
El sirviente corre hacia el armario, abriéndolo de par en par, y señalándote la ropa colgada en ella, como si quisiera indicarte que tomaras lo que deseases para cambiarte. Acto seguido, desaparece momentáneamente de tu vista, entornando la puerta. Lo oyes en el exterior, deambulando con tus compañeros. Sin duda pretende acomodarlos de la misma forma en que lo ha hecho contigo.
La habitación destaca por dos factores: el primero es la escasez de mobiliario acorde a los criterios habituales de la época en la que la mansión había sido construida. El segundo factor es la abrumadora profusión de ventanales que cubren las paredes, todas ellas cubiertas por fuera por pesadas contraventanas de madera. Unas finas cortinas sedosas y prácticamente transparentes cubren las cristaleras.
Hay una cama de matrimonio con cabecero y pie de cama de forja, así como un diván muy amplio al pie de la cama. Dos pesadísimas cómodas completan el mobiliario del dormitorio, ambas cubiertas de adornos lustrosos y, posiblemente, muy caros, como todo cuanto te rodea.
Solo hay un elemento discordante en aquel sencillo pero inmaculado dormitorio: aquella mecedora, sita en el medio de la estancia. Una mecedora simple, que se mece suavemente a causa de la leve corriente de aire que penetra por los bordes del marco de la ventana. Un sonido molesto, hiriente, que te hace sentir un escalofrío. Aquel sonido te recuerda a las carcajadas de tus compañeros en la universidad, los que se reían de ti por tu miserable aspecto desaliñado y tu imposibilidad de encajar en un entorno hostil. Es el sonido como el de una risa siniestra, como si la propia mecedora se estuviera riendo de ti, como si supiera algo que tú no sabes, algo malo, cruel, y se hallase regocijándose en el deleite de contemplar la Espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza.
Puedes hacer lo que quieras durante un rato y cotillear a placer, cambiarte, etc. Eso sí, hazme una tirada de PODERx3.
El maldito ruido me estaba comiendo poco apoco, socabando en mis recuerdos mas amargos, pero no podía dejarme llevar por el pasado, así que me dirijo al armario y me cambio con ropa de dormir de mi talla, ya que la mía estaba empapada, entrar en nuevo en calor me reconforta, y sin esperar un minuto mas, me meto en la cama esperando caer de inmediato en los brazos de Morfeo, dado mi tremendo cansancio
Motivo: Poder
Tirada: 1d100
Resultado: 80
Tengo de poder 11 así que nada :(
Mientras te hallas sentado en el diván, te percatas de que alguien ha salido de una de las habitaciones del fondo, las de Vermillion o Berckley, no podrías determinar cuál. A paso cansino, parece recorrer el pasillo, rumbo al cuarto de baño. Escuchas la puerta de tal estancia cerrarse y, al cabo de un par de minutos, el agua de la bañera corriendo. No parecía mala idea la de quitarse toda la mugre que cubría vuestro cuerpo, con aquel estado lamentable que presentabais todos tras haberos caído por una pendiente y haber deambulado bajo la lluvia torrencial por un auténtico lodazal.
Te metes en la cama, impregnando la almohada y las impolutas mantas del barro acumulado en tu cabello y por toda tu piel. Estás física y mentalmente exhausto, pero algo te impide dormir. El sonido de la mecedora te atrapa, cautivando tus cinco sentidos. Tal sonido sencillamente te espanta. Parece increíble que un objeto tan insignificante e inocente pueda provocar en un ser humano supuestamente racional tal sensación de rechazo, pero el caso es que pocas cosas han logrado suscitar tanto rechazo en ti como aquella mecedora y su cansino y sonoro vaivén. No creías que fuera posible que pasaras la noche en el mismo cuarto que aquella inerte silla que despertaba en ti tan bajos instintos. Algo tendrías que hacer para no oírla porque, desde luego, de seguir allí, escuchándola mecerse, no podrías pegar ojo.
Me levanto, harto de la puñetera mecedora y a tumbo en el suelo, de manera que ya no se mueve y ya no moleste mas Maldita mecedora, NO TE ATREVAS A VOLVER A INTERFERIR ENTRE YO Y LA CAMA pienso cabreado mientras vuelvo a mi calida camita
En el mismísimo instante en que tus manos se posan sobre la mecedora, sientes una extrañísima sensación, como un escalofrío que recorre de principio a fin tu espina dorsal.
Por unos instantes te quedas contemplando la mecedora, sin ser capaz a reaccionar. ¡Por el amor de Dios! ¡Es una mera mecedora! ¿Por qué te hace sentir tal sensación de desasosiego?
Te giras para volver a meterte en la cama, pero mientras te inclinas sobre el lecho para abrir de nuevo las mantas, sientes cierto peso sobre tu hombro derecho, como si alguien hubiese posado su mano sobre él. Es una mano cálida, pero firme.
Te giras a toda velocidad, puesto que pensabas que estabas solo en tu cuarto...
Para darte cuenta de que estás solo en tu cuarto. La sensación sobre tu hombro ha desaparecido. Allí no hay nadie más, salvo tú.
Antes de que puedas pensar en nada, alguien llama a la puerta con cautela. Ante tu alterada voz de "Adelante", la puerta se abre ligeramente, lo justo como para que a través de ella pueda asomar la cabeza del criado quien, con un leve gesto y sin pronunciar palabra, parece estar solicitando permiso para entrar en el dormitorio.
Tira por COR 0/1d4
Dios,¿que me estaba pasando? Jhon tranquilízate, solo es tu imaginación, procura descansar, y mañana te irás de esta lóbrega casa Adelante le digo al invitado con cortesía
Motivo: cordura
Tirada: 1d4
Resultado: 1
En el mismísimo instante en que te percatas de tu soledad en el cuarto, sientes una extrañísima sensación, como un escalofrío que recorre de principio a fin tu espina dorsal.
Por unos instantes te quedas contemplando la nada, sin ser capaz a reaccionar. ¡Por el amor de Dios! ¡Han debido de ser imaginaciones tuyas! ¿Por qué sientes tal sensación de desasosiego?
Fue ese el instante en el que el criado llamó a tu puerta, por lo que desdeñaste el seguir pensando en tal asunto, no cuando tenías a quien tan amablemente os había acogido para la noche delante de tus narices, solicitando permiso para entrar.
El hombre, con cara de bobalicón, entra en la estancia portando una bandeja que deja sobre la mesa. En ella hay un pequeño botiquín con alcohol, vendas y un frasquito de calmantes. A su vez te ha subido una pequeña tetera de porcelana con una tacita y una cuchara, todo a juego. Es un conjunto muy caro, parecido al que tienes en tu propia casa. El aroma que desprende la tetera es francamente apetecible y, al contemplar el trozo de bizcocho casero que reposa al lado de la tetera, tu estómago comienza a rugir con furia.
El hombre no te dice nada, pero extrae una tarjetita del bolsillo que te tiende amablemente. Mientras el hombre comienza a servir el humeante brebaje en tu taza, te alejas de él momentáneamente para leer la tarjeta, encontrándote con el siguiente texto primorosamente escrito en ella con elegante caligrafía de estilo gótico:
Espero que sus respectivas alcobas sean de su agrado. No duden en solicitarle a mi fiel Zoltan todo lo que precisen. Tienen una hora para descansar o deambular por la planta baja y la primera planta a placer, hasta que el gong de la entrada les anuncie que la cena está servida en el comedor. Espero se unan a mí para un pequeño refrigerio nocturno.
Su humilde anfitrión,
A.W.
La entrada del extraño ser me impresiona un poco, pero ver lo que trae consigo hace que me relaje, sin duda aquél buen hombre hace su trabajo con cierta eficiencia y amabilidad, cuando me entrega la carta le respondo con una sonrisa y un amable Gracias la nota aclara un poco mis dudas al respecto de la casa, un amable anfitrión nos acoge y nos invita a cenar, parece ser una buena persona, debo agradecerle su hospitalidad en la cena, y nada mejor para eso que dándome un baño y arreglándome.
Tras leer la nota, me acerco y tomo el cacho de bizcocho, la verdad es que tenía un hambre soberana, pero el terrible cansancio físico y las fuertes emociones de la noche lo enmascararon. El bizcocho estaba delicioso, y esperé diligentemente a que terminara de servir el Té
El señor de esta casa parece una persona muy correcta y amable, es de sumo agrada que nos ofreciera cobijo y comida después de nuestro incidente, pero como puede ver no estoy presentable, me gustaría tomar un baño y arreglarme, para poder estar adecuado para la cena con nuestro anfitrión, después de que acabe con el té, podría decirme si en el baño hay material de afeitado, creo que va siendo hora de parecer respetable (digo con una sonrisa)
El hombre no te dice nada, pero ante tus preguntas, se retira ligeramente el cuello de su levita para mostrarte unas horrendas cicatrices que tiene en el cuello y que, sin ser un as de la medicina, no te resulta difícil asociar a su incapacidad de pronunciar palabra.
El hombrecillo te sirve una taza de té que tus heladas manos reciben con agrado, pues está muy caliente y te hace entrar en calor al instante. Antes de partir, se acerca al enorme armario del cuarto y extrae algunas toallas limpias y, tras un rato de contemplar las diversas prendas allí colgadas, todas ellas con cierto olor a naftalina por llevar bastante tiempo guardadas sin que nadie las emplee, toma un traje completo de corte casual y lo tiende sobre la cama.
Es un traje negro de corte impecable, ciertamente elegante para tus estándares habituales, de tejido barato. La camisa es de un blanco inmaculado y todo está perfectamente planchado. El único defecto es que el corte no es precisamente moderno -de hecho, lleva varios años pasado de moda-, pero tampoco es cosa de ponerse exigente, máxime teniendo en cuenta que tienes barro por todo el cuerpo y que tu ropa está rota, sucia y arrugada.
Se acerca a la puerta y te indica con gestos una puerta hacia el fondo del pasillo, el cuarto de baño, y también hace un cómico gesto como de enjabonarse con una esponja y aclararse con una ficticia pera de ducha, como indicándote cual mimo que si quieres, tienes la opción de darte un baño. De hecho, a juzgar por lo que tus oídos están percibiendo, jurarías que hay alguien en aquellos desaguando la bañera, así como otro de tus compañeros de viaje charlando por el pasillo.
Expresado aquello que se le ordenó que viniera a decir, hace una cortés inclinación de cabeza y sale de la estancia, dejándote a solas de nuevo con tu taza de té.
Todo aquello era sumamente inquietante, la misteriosa mansión, el grotesco pero servicial mayordomo, y nuestro anfitrión... todo aquello daba mala espina, pero no era momento de comerse la cabeza con sandeces. El bizcocho y la taza de té me relajaron, y al acabarlos tomé la ropa que me ofreció y salí al pasillo con intención de darme una merecida ducha y arreglarme un poco, ya era hora de dejar de parecer un mendigo