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El mudo sirviente se separa del grupo y te insta a entrar en uno de los dormitorios. Podría tomarse la ruda forma de indicar lo que quiere como una falta de respeto, pero la aparentemente afable sonrisa que su rostro bobalicón muestra en todo momento, así como en ansia por agradar, parecen decir lo contrario, pese a la parquedad de palabras.
El sirviente corre hacia el armario, abriéndolo de par en par, y señalándote la ropa colgada en ella, como si quisiera indicarte que tomaras lo que deseases para cambiarte. Acto seguido, desaparece momentáneamente de tu vista, entornando la puerta. Lo oyes en el exterior, deambulando con tus compañeros. Sin duda pretende acomodarlos de la misma forma en que lo ha hecho contigo.
La habitación es oscura y está absurdamente recargada. Hay un ventanal al fondo, y otro más en la misma pared de la cama. Ambas cristaleras están cubiertas por tupidas cortinas rojizas que ocultan el exterior a tus ojos (tampoco es que la oscuridad reinante en el exterior, teniendo en cuenta que en los alrededores no hay ningún tipo de iluminación artificial, te permitieran ver nada de cuanto te rodea).
Hay un cuadro en la pared, sobre la chimenea. En él puedes ver el retrato de una dama de la alta sociedad. Es bien parecida: rubia, de fino talle y facciones delicadas.
Hay una cómoda tapando la ventana junto a la recargada cama, así como un butacón con varios cojines, como si la cama no tuviera bastantes ya de por sí.
Por otra parte, llamativamente, hay una especie de carricoche exquisitamente elaborado, en el cual hay una muñeca de semblante alegre. Al verla, sientes un escalofrío. Más que alegre, te parece que la propia muñeca se está riendo de ti, como si supiera algo que tú no sabes, algo malo, cruel, y se hallase regocijándose en el deleite de contemplar la Espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza.
Puedes hacer lo que quieras durante un rato y cotillear a placer, cambiarte, etc. Eso sí, hazme una tirada de PODERx3.
Jane se había quedado muda de asombro al contemplar al hombre que les había abierto la puerta. Un fugaz recuerdo de la leyenda de los zombu haitianos le pasó por la cabeza, reviviendo con crudeza la fascinación y la intriga que sintió la primera vez que Marie le habló de ellos. Su anfitrión tenía el mismo aspecto que su amiga le describía al hablar de los hombres sin alma, muertos en vida, que trabajaban como esclavos para los houngan que habían aniquilado su voluntad.
Quieta como una mariposa clavada con un alfiler, Jane contempló como el hombre se le acercaba y la cargaba en hombros sin que ella tuviea la más minima voluntad de resistirse. El brusco movimiento y el bamboleo del subir escaleras le causaron un espasmo de dolor que, de nuevo, le dejó sin respiración.
Cuando el aire regresó a sus pulmones, se encontraba ya dentro de la abigarrada habitación que su porteador le estaba enseñando en su inmutable silencio. Nada amenazador parecía haber en el cuarto, pero tenía la insistente sensación de que el abismo estaba más cerca del mundo en aquella habitación. Esa sensación se vió acentuada por el escalofrió que una simple muñeca hizo que recorriera su espina dorsal.
Con un suspiro, Jane cerró los ojos y se concentró intentando desterrar aquellas sensaciones de su cabeza. Poco a poco recuperó el control de sí misma. La sensación todabía no la había abandonado, pero poco a poco se iba volviendo tolerable. No recordaba nunca haber sentido el velo tan fino como aquella noche y eso le asustaba y le atraía a la vez.
El frio de sus ropas terminó de sacarla de sus ensoñaciones. Estaba empapada, sucia y herida. Había ropa en el armario, el zombu se la habia enseñado, así que decidió que escogería algo de ropa y se lavaría un poco el barro antes de ponersela. Creía recordar que junto a la escalera había un baño.
Motivo: Pod*3
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 65 (Fracaso)
Examino la ropa del armario, escojo algo que me valga y me dirijo renqueante a lavarme.
La visión de la muñeca sencillamente te espanta. Parece increíble que un objeto tan insignificante e inocente pueda provocar en un ser humano supuestamente racional tal sensación de rechazo, pero el caso es que pocas cosas han logrado suscitar tanto rechazo en ti como aquella muñeca. No creías que fuera posible que pasaras la noche en el mismo cuarto que aquella inerte criatura de porcelana, mirándote con sus ojos muertos, con aquella expresión de profundo desprecio. Algo tendrías que hacer para no verla porque, desde luego, de seguir allí, de cara a ti, mirando hacia la cama en la que aparentemente ibas a dormir, no podrías pegar ojo.
Te diriges hacia el baño a ritmo cansino, el máximo que podrías seguir en ese estado.
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Una arrugada alfombra lo cruza desde la entrada hasta la bañera del fondo. A diferencia de tu cuarto, este cubículo no tiene ventanas.
La pequeña bañera tiene una cortina para proporcionar cierta discreción, aunque no parece que esté concebida para cubrir la bañera por completo, algo bastante negativo teniendo en cuenta que la puerta carece de cerrojo. También hay un lavabo con espejo, un bidet y un inodoro. No es un baño especialmente bonito ni tampoco destacable, pero está inmaculado y cumple su función perfectamente.
Al menos el baño no parece siniestro. Jane evaluó rápidamente los pequeños inconvenientes del aseo y decidió dejar una prenda suya colgada de la manilla de la puerta por fuera, para indicar que el baño estaba ocupado. Espero que lo entiendan.
Tras dejar colgado su maltrecho y antaño blaco abrigo, cerró la puerta tras de sí. Acercándose a la bañera, abrió los grifos hasta conseguir una temperatura agradable y, mientras la tina se llenaba, comenzó a desnudarse con delicadeza para no hacerse daño.
Una vez el agua llegó al nivel adecuado, la joven cerró los grifos, preparó una toalla cercana a la bañera y se sumergió suavemente en las cálidas aguas jabonosas. El calor pronto comenzó a relajar sus doloridos músculos y tuvo un efecto sumamente relajante en Vermilion.
Corrió la cortina cubriendo la mitad superior de su cuerpo de modo que si algien ignoraba el abigo de la entrada, lo único que vería son sus rodillas sobresalir del agua y, durante un par de minutos, se permitió cerrar los ojos antes de comenzar a retirar el barro y la sangre de su cuerpo.
Esta casa tiene algo que me aterra. Es como si el velo fuera más fino aquí que en cualquier otra parte en la que haya estado antes. - Oh, Papa Legba, protegeme...- En un susurro, Jane no pudo evitar musitar una breve oración; no solo a los loas, sino también al Señor de sus padres.
Algo te está haciendo sentirte intranquila. Aunque estás sola en el largo y funcional cuarto de baño, una estancia harto corriente, tus sentidos no pueden evitar permanecer completamente alerta. ¿El motivo? Pasos. Alguno de tus compañeros ha salido de uno de los dormitorios cercanos al baño, lo has percibido con total claridad. No te crees capaz de determinar si se trata de Drake o de Ralph, que son los dos muchachos que ocupan los cuartos colindantes, uno frente al otro, pero sin duda se trata de uno de ellos.
Lo que más te ha puesto sobre aviso es el hecho de que, sea quien sea el hombre que ha abandonado su cuarto, se ha parado delante de la puerta del baño. De eso estás completamente segura. ¿Por qué se ha detenido ante el cerrado umbral? ¿Se ha percatado de tu presencia en el interior? ¿Se habrá fijado en la prenda que dejaste colgada a la puerta, como una señal de que está ocupado?
De lo único que estás completamente segura es de que estás en mitad de tu sesión de higiene personal, en un cuarto de aseo sin pestillo ni cierre alguno y con un hombre al que realmente no conoces detenido ante una puerta que podría abrir sin dificultad.
Jane respiró profundamente por un segundo, llenando sus pulmones y dejando que al expandirse el oxígeno por sus recovecos, la seguridad de la que había hecho gala siempre se aferrara a su alma. Sus costillas fracturadas acusaron el roce de los henchidos pulmones, pero la joven ya lo esperaba y resistió el dolor lo mejor que pudo.
Haciendo ruido de forma evidente con el agua a la hora de continuar lavandose, esperaba demostrar una indiferencia que estaba lejos de sentir. No pretendía actuar como una niña asustadiza, nunca lo habia sido, no pretendía comenzar ahora.
Una vez controladas su respiracón y sus emociones, revistió su voz de un tono despreocupado, casi juguetón al hablar, lo suficientemente alto para que se la escuchara al otro lado de la puerta.
- Está ocupado, mon amí. Espero tardar lo mínimo imprescindible, tenga paciencia.
Terminas de darte el chapuzón y, tras escuchar cierto ruido en el pasillo, procedes a salir del baño en dirección a tu cuarto.
Fin de escena :)