18 de enero de 1866
Provincia de Kii, al sur de Kyoto, Japón
El viento había vuelto a levantarse con violencia. Las hojas de los árboles de bambú volvieron a rozarse y a emitir aquél sonido que presagiaba la tormenta. Incluso las nubes pasaban con rapidez ante la luna, como si los demonios del Otro Mundo las persiguieran. No había silencio en los bosques, ni calma, a pesar de estar a punto de llegar el día.
Moriya no se amedrentó. Ni la sensación de frío del invierno ni los escasos descansos a la intemperie hacían mella en un guerrero entrenado como él. Sin embargo, se sentía intranquilo. Había escogido aquél lugar para reposar porque le había inspirado paz y tranquilidad, pero esa sensación había durado poco. Y no era el viento lo que la había truncado, si no una presencia. El joven samurái sabía que no estaba sólo en aquél lugar.
Aquello no habría tenido nada de extraordinario en otras circunstancias. En cualquier momento un granjero, un comerciante o un viajero podían pasar por los caminos, pero en esos casos Moriya les habría visto mucho antes que ellos a él. Sin embargo, a esta persona no podía verla, a pesar de que la sensación de presencia que irradiaba era imponente. Y además, era una presencia que él conocía...
Sintió un impulso de tomar su katana en silencio. ¿Kagami...? No, no era él. A pesar de que Moriya había dejado su hogar y a sus hermanos hacía ya más de un año para perseguir al asesino de su maestro, Gaisei, todavía no había encontrado ni rastro de él. Esta presencia era de algún modo parecida a la de su enemigo, pero sin embargo era distinta. Y por algún motivo, no quería dejarse ver...
Cerró los ojos, y dejo de buscar con ellos. Estaba claro que poco podía hacer con esos sentidos, cuando lo que notaba, esa presencia imponente, estaba justo un poco más allá de esos sentidos.
Si, el poder debía de ser de alguien parecido a Kagami, lo que decía de esa persona que era alguien peligroso, un guerrero bien entrenado.
Si no había atacado, o se había mostrado, era quizás porque estaba espiando al samurái, o porque estaba esperando el momento adecuado atacar.
Bien, provoquemos esa respuesta.
Pensó el joven. Si no salía a la luz, solo había algo que hacer, provocar que quisiera dejarse ver.
Con movimientos lentos pero fluidos Moriya saco la katana del obi de su ropa, y la estiro vertical frente a sus ojos. Luego, con un dedo, separo la tsuba de la empuñadura de la saya del arma.
Dejando justo frente a sus ojos un trozo de hoja limpia y reluciente que sin duda reflejaría lo que tenia detrás, pero sobre todo, era un punto bien visible en la noche. El frio color del acero bruñido, era una clara invitación a la acción.
Su cuerpo, ya estaba tensándose, esperando tener que moverse más pronto que tarde. Y su mente mientras esperaba, había seleccionado un par de rutas para evitar los golpes, rodar hacia allí, salto lateral hacia allá.
Fuera lo que fuera, estaría preparado.
Moriya no tardó en localizar la presencia que había sentido. Venía de su izquierda, y se reveló entre las cañas de bambú sin temor. Era un hombre inmenso, tan grande y corpulento que parecía una montaña. Y era uno de los últimos hombres que Moriya esperaba encontrar allí.
El maestro Naoe Shigen le observaba, con el rostro imperturbable y serio como una roca. Cuando habló, lo hizo con voz profunda y grave, pero calmada.
- Sigues siendo muy perceptivo, joven Moriya -dijo-. Lo celebro. Es bueno comprobar que tus capacidades no han menguado.
Moriya recordaba como si fuera ayer el terrible enfrentamiento que había tenido en una recóndita caverna con el maestro Shigen. Era un adversario duro de derrotar, y de no ser por la ayuda del maestro Okina, tal vez no hubiera salido con vida de aquella pelea. Sin embargo, ahora que había recuperado la cordura, era un buen hombre y el joven samurái sabía que podía confiar en él. Pero... ¿qué estaría haciendo en aquella parte de Japón, y observándole descansar en mitad de la noche?
Con mucha tranquilidad y parsimonia volvió a enfundar el pequeño trozo de metal dentro de la funda de la espada, pero por el contrario, no bajo el arma, la dejo a la altura del pecho.
Su mirada se dirigió a los ojos del maestro, y busco respuestas en ellos.
No le gustaba que le espiaran, y mucho menos antiguos amigos. Si hubiera querido hablar desde el principio se hubiera mostrado sin más. Algo mas estaba pasando.
El silencio parecía una espada muy afilada, y estaba claro que el joven guerrero quería mas información antes de dar la bienvenida a su “aliado”.
Algo le decía, que debido a las antiguas circunstancias, había quedado más que probada la capacidad de Moriya para el combate, y nada le hacía dudar que las capacidades del maestro hubiera flaqueado en el tiempo que hacía que no lo veía.
Así que supuso rápidamente, que aquel hombre no tenia verdaderos motivos para desconfiar de sus capacidades, a menos que estuviera pensando en volverlo a meter en algún asunto extremadamente peligroso.
Pero descartando aquella idea, se quedo con lo que le decía su corazón. Que aquella visita inesperada, aun no se había terminado de definir, y que debía de seguir atento.
El maestro Shigen salió de las cañas en las que se había ocultado, y su imponente presencia llenó el claro al lado del camino. Miró por un segundo al norte y la luz de la luna iluminó su rostro.
- Necesito que me acompañes, Moriya -dijo sin preámbulos-. El maestro Okina ya ha ido a buscar a tus hermanos. Se trata de la Puerta.
Shigen era parco en palabras, pero Moriya no necesitaba que le aclarase a qué puerta se refería. La Puerta del Infierno que habían contribuido a cerrar hacía más de un año. Notó un escalofrío de alarma al oír cómo el maestro la mencionaba.
- Ha pasado algo -continuó Shigen-. No sabemos por qué, pero creemos que es posible que la Puerta vuelva a abrirse. Hemos preparado una reunión en Kyoto, dentro de tres días. Todos los que sabéis algo sobre lo que ocurrió hace un año estáis invitados. Entre todos debemos encontrar una solución...
Moriya bajo el arma hasta la cadera, y se quedo mirando en silencio hacia aquel formidable hombre.
Estaba claro que el asunto pretendía ser grave, y potencialmente mortal. Pero había algo que había omitido, y que le estaba comiendo por dentro.
Si él había estado siguiendo los pasos de Shinnosuke Kagami todo aquel tiempo, quien podía estar obrando para volver a abrir aquellas puertas. Porque le costaba creer que hubiera sido su némesis.
Estas evitando decirme algo, y me imagino que será de vital importancia sama.
Uso en la frase la forma protocolaria para tratar con una persona respetada, pero evito usar el apelativo de maestro. Atrás había quedado el tiempo en que Moriya sintiera que tenía un maestro.
Ahora, en cierta manera se consideraba un guerrero errante, sin el clásico sombrero, pero sin duda, con lo mismo que aprender sobre la vida. El dictaminaba sus acciones, y era maestro de su mismo.
Así que abordo aquel tema como consideraba.
Quien puede siquiera atreverse a pensar que puede abrir las puertas de Jigoku y convocar a los del mas allá. Quien sería tan despiadado y tan ignorante.
Su pregunta quedo marcada por lo absurdo que le parecía, y espero una respuesta con paciencia.
Shigen negó con la cabeza, su gesto permanecía imperturbable. El viento volvía ahora a mecer las hojas de bambú a su alrededor.
- Esta vez el enemigo no es Suzaku. Nadie quiere abrir de nuevo la Puerta -dijo el hombre-. Sospechamos que algó falló hace un año, cuando intentamos cerrarla. El maestro Okina creía conocer el ritual de sellado a la perfección, pero de algún modo parece que se equivocaba. El sello ha aguantado más de un año... pero está empezando a romperse.
Su gesto era de genuina preocupación, y por primera vez desde que lo conocía, a Moriya le dio la impresión de que el corpulento maestro no tenía todas las respuestas. Y si ni él ni Okina sabían qué había fallado al sellar la Puerta, el problema al que todos se enfrentaban era sin duda grave.
- Por eso vamos a celebrar esa reunión en Kyoto -conitnuó Shigen, torciendo el gesto-. Al igual que tú, yo aprecio la soledad... Pero me temo que en esta ocasión toda ayuda será poca. ¿Vendrás conmigo?
Moriya no respondió directamente a aquella pregunta. Pero sus actos como siempre, eran más fieles al reflejo de lo que pensaba el guerrero.
Se puso en pie, y se sacudió las briznas de hojas secas que se habían adherido a su ropa. Luego, devolvió el arma a su lugar, en la cadera.
Dedico unos segundos a mirar el entorno que le rodeaba. Sin duda, el tiempo no les iba a acompañar, y supuso que sus pasos serian raudos para llegar lo antes posible a la reunión.
Seguía teniendo la espina clavada de no haber podido encontrar a Kagami, pues aun buscaba su sangre, pero tendría que esperar.
Disfruta de lo poco de vida que te queda, porque volveré a por ti.
Después de aquel funesto pensamiento, empezó a caminar hacia el maestro, y tras pasar de largo por el punto en el que estaba, dándole la espalda le advirtió.
Mi vida tiene un propósito, y lo sabes bien, si tenemos que volver a cerrar las puertas de Jigoku, será mejor que nos movamos rápido.
Puede que aquella actitud pareciera arrogante, infantil, y algo pueril. Pero la verdad es que Minataka Moriya había crecido mucho y en poco tiempo.
Naoe Shigen no era un hombre habituado a sonreír, pero en aquella ocasión lo hizo. La determinación del joven Moriya le complacía, y se alegró de que el muchacho no hubiera puesto pegas a su petición de acompañarle.
- Pongámonos en camino sin demorarnos -dijo con su voz grave-. Seguramente aún podamos evitar ser los últimos en llegar...
Aunque eso no sería mucho problema. Al fin y al cabo, Moriya y él eran de los miembros del grupo que más sabían de lo que había ocurrido hacía un año. Comenzó a caminar a paso tranquilo, esperando que el samurái se colocase a su lado.
- Y en cuanto a tu enemigo personal... quizá tengas ocasión de encontrarle en este viaje. Los caminos de los hombres pueden cruzarse cuando menos lo esperamos.
- Fin del capítulo -