El señor de Ravenloft tiene invitados a cenar y vosotros estáis... en el menú.
Esta taberna servirá para que hablemos de todo lo que es el off de la partida
El jardín del diablo estaba florido sobre el parapeto del castillo.
Miembros carnosos, carentes de todo carácter o rasgo se mecía levemente bajo estrellas crueles. Ningún sueño visitaba a estas formas enraizadas, cuyas mentes habían sido erradicadas de tal forma que sus almas podían convertirse en conductos impíos. Mientras el jardín fuese atendido, el Corazón del día seguiría latiendo.
En la oficina del maestro de espías de la fortaleza aquel nacido de un reino celestial complotaba y confabulaba en nombre de su Señor.
Pelaje dorado, la tostada melena de un león y el porte de un paladín; pero en su pecho latía un corazón de negro vacío. En ese hueco acechaba algo más, algo nacido en los abismos demoníacos. Si alguna vez su espíritu original pudiese obtener de nuevo su libertad, la gracia que le quedase se marchitaría y desvanecería. Mientras el maestro de espías maquinaba, el Señor gobernaba.
Un agua sucia, aceitosa y estancada formaba charcos en los oscuros suelos de las mazmorras del castillo.
Pero bajo la superficie se recostaban los muertos, con la impávida efigie de los soñadores, a la espera de las órdenes de su señora nigromante para alzarse. Ella se afanaba sin descanso en su sactasanctórum, moldeando la muerte igual que un escultor moldea arcilla. Mientras la nigromante cosía, los muertos caminaban.
Sobre todo, bajo todo y entre todo, los dementes planes del Señor del castillo avanzaban hacia su culminación.