La música finalmente se detiene seguida de suaves aplausos, y al hacerlo, las puertas con las pizarras se entreabren. -Es momento de continuar. Ya queda poco, ¿se divierten?- Suena la voz que guía. Con una última despedida, la pareja se separa hacia el siguiente destino.
¡Tercera habitación terminada!
Pueden poner un último post de despedida, y continuar a la siguiente sala.
La manera en que Liv tomó mi mano, al principio algo vacilante, me hizo pensar con más fuerza en mi abuelo. Siempre decía que el tango empezaba con un pequeño acto de confianza: dejarse guiar. Mientras colocaba su otra mano en mi hombro y situaba mi propia mano en su cintura con delicadeza, una sonrisa nostálgica se dibujó en mis labios.
—Mi abuelo era argentino, sí —respondí, empezando a marcar el ritmo con pasos básicos—. Se mudó aquí con mi abuela hace muchos años pero nunca dejó atrás el tango y algunas tradiciones.
Mis movimientos eran deliberadamente lentos, asegurándome de que Liv pudiera seguirme mientras marcábamos juntas el compás. Las notas del tango envolvían la sala y, por un instante, sentí que estábamos en una milonga, no en esta extraña sala llena de luces de neón.
—Él solía decir que el tango es como una conversación. Hay momentos para hablar y momentos para escuchar, y también hay que saber dejar espacio para las pausas —añadí con suavidad, llevándola a un pequeño giro que, sorprendentemente, logró seguir con bastante naturalidad.
A medida que avanzábamos, noté cómo Liv empezaba a relajarse un poco. Sus movimientos todavía tenían algo de rigidez pero se iba soltando poco a poco y eso me arrancó una sonrisa.
—Cuando era niña, siempre me fascinaba ver a mis abuelos bailar. Mi abuela no era muy habladora pero, cuando bailaban juntos, era como si no necesitaran decir nada. Todo estaba ahí, en los pasos, en los giros… —expliqué, mi voz estaba cargada de nostalgia mientras la guiaba a otro giro sencillo—. Me alegra poder recordarles un poco ahora.
Dirigía a Liv con suavidad y delicadeza pero con total confianza en lo que estaba haciendo. Había algo que parecía perturbar a mi compañera pero no quise indagar en algo que podía incomodarla.
—¿Sabes? Estás aprendiendo rápido —la animé con una sonrisa, viendo cómo sus movimientos se hacían más seguros.
Cuando la canción llegó a su fin, marqué un último giro antes de soltar su mano con suavidad. La música cesó, dejando un eco cálido en la sala y sentí que el momento que habíamos compartido era algo que llevaría conmigo mucho después de esta experiencia.
—¿Ves? No era tan difícil —bromeé con una risa ligera, intentando aligerar el ambiente antes de que la voz del juego nos recordara que era hora de continuar.
Miré hacia la puerta que llevaba mi nombre, entreabierta y lista para conducirnos al próximo desafío. Sin embargo, antes de irme, me volví hacia Liv con una sonrisa cálida, aunque tímida.
—Gracias por compartir este momento conmigo. Ha sido… diferente, pero en el buen sentido —dije, ajustándome las gafas mientras mi tono reflejaba la sinceridad de mis palabras. El rubor en mis mejillas ya no reflejaba tanto vergüenza como emoción contenida.
Había algo reconfortante en la manera en que Liv había llenado la sala con su energía, incluso cuando el tango la había llevado a un espacio más introspectivo. A pesar de nuestras diferencias, sentí que habíamos formado un buen equipo.
—Espero que el resto de tus pruebas sean igual de interesantes… aunque con un poco menos de luces de neón y de barullo —bromeé, intentando aligerar la despedida—. Algunos de nosotros hemos quedado a la salida para ir a un parque a... comer pipas —el plan resultaba extraño y más aún que fuera yo la que invitase a alguien pero sentía que algo había cambiado—, si quieres venir eres más que bienvenida.
Con una última mirada a Liv, di un paso hacia mi puerta, dejando que el peso de lo desconocido volviera a instalarse en mi pecho. Aun así, había algo diferente en mí ahora, como si este extraño baile me hubiera enseñado que, a veces, no se trata de cómo te mueves, sino de permitirte moverte, sin importar el ritmo. Agarré el colibrí que colgaba de mi pecho y atravesé la puerta con ganas de ver lo que me deparaba la siguiente habitación.
Y tras la vorágine, vino la calma destructiva que alteró todos mis nervios y que gracias a la suavidad y las enseñanzas de la muchacha conseguimos desbloquear el reto, puesto que no habría aguantado mucho más tiempo al son de estos compases que herían las cicatrices cerradas.
Pensar era difícil, casi tanto como dejarse llevar y abandonarse a la aplastante realidad de que no era necesario controlar todo. Al final, su abuelo iba a llevar razón y por una vez en la vida — y sin que sirviera de precedentes — era mi momento de estar en silencio, sin haber entrado en bloqueo. Sólo disfrutando de otro tipo de comunicación.
— Bailé una vez tango — musité abúlica. Aunque el interés era real, algo aún encerraba un pensamiento oscuro — Pero fue hace tanto tiempo, que ni lo recuerdo — y tal como lo solté, yo misma supe que no podía engañar a nadie con esa afirmación, más que a mí misma — Y tu eres una gran profesora — el rictus preocupado, se elevó marcando una sonrisa disimulada en la comisura
El embrujo que había envuelto al habitación se disolvió al remitir las últimas notas y mi nombre escrito, me recuerda el Memento mori, memento vivere. Nada dura, por mucho que los cambios me duelan como puñales en la espalda del César. Y aún sabiendo esa realidad, el cambio cuando le tomaba aprecio a algo o sobre todo a alguien, era devastador. ¿Me sentiría igual de cómoda tras la siguiente puerta?
— Ha sido muy agradable compartirlo contigo — sincera. Como todo lo que había transitado por mi vida, de forma superflua, esto también habría de serlo y sin embargo, algo en la mirada de Gabriela Romano, se quedaba dentro de mí, sobre todo la sorpresa de saber que algunos incluso llegaron a intimar como para quedar tras esta experiencia. El mundo social no era para mí y a cada instante que pasaba en él, escocía y lo constataba — Claro, avísame... — pensativa, no tenía ni idea de como darle mi número de teléfono, puesto que no había nada para anotar y nos habían requisado los celulares — Olivia Ackerman, búscame en redes o puedes venir al Museo de Arte Contemporáneo. Te daré un tour privado — convencí
Tomé su mano, en una despedida y finalmente, impulsiva, me acerqué a darle un beso en la mejilla y un abrazo.
— Espero que te vaya muy bien en la siguiente. Si tienes problemas... grita — guiñé — No podré ir a rescatarte, pero seguro que te desahoga un rato....
Y tras esa banal superficialidad que enmascaraba todo el permanente sentimiento de pérdida, crucé la puerta sin poder mirar atrás.