Partida Rol por web

¿Otra canción? Pero, ¿cuándo iba a terminar? Comenzaba a estar cansada de tanto bailecito. Se detuvo un momento, cogió aire y lo soltó con un largo suspiro, mientras se abanica con la mano (de un modo totalmente ineficaz a la hora de que se le pasen los calores).

—¿Otra? Pues... venga, vamos.

Esta era la de los Village People. Se la sabía. Había que hacer una i griega, una eme, una ce... vamos, las siglas de la Young Men's Christian Association. Pero, antes, había que empezar por el comienzo de la canción:

—¡Choped! ¡Yo no quiero jamón, quiero... choped!

Martha comenzó a interpretar su famoso baile de los coditos y los muslitos, moviendo ambas parejas con más entusiasmo que gracia, y cuando por fin llegó el momento álgido de la canción, se colocó haciendo las formas de las siglas de la canción. Primero los brazos extendidos hacia fuera y hacia arriba para simular la i griega. Después dar un salt... ¡no! ¡Después poner los brazos como para abajo para hacer la eme. Y luego, rápidamente, hacia un lado para hacer la ce. ¿Se había inclinado para el lado correcto? ¿Había hecho una ce o una u tumbada hacia la izquierda? ¡No importaba! ¡Lo haría mejor la próxima vez! ¡Había que hacer la última letra, la a! ¿Y cómo demonios se hace una a? Martha abrió las piernas y luego puso los brazos a los costados y a ver cómo coños hacía para simbolizar el hueco de la a en el centro. Y, sin saber por qué, hinchó los mofletes y luego pensó que eso era absurdo y los deshinchó y después se puso de nuevo a interpretar su baile de los coditos y los muslitos porque, oh, maldita sea, porque estaba muy cansada y se empezaba a poner roja y por favor, que se termine ya este baile antes de tropiece y me caiga de nuevo encima de un hombre. Hombre encima del que ya me he caído una vez, gracias.

Otra canción bailonga. Si querían que nos moviéramos les hubiera salido más a cuenta habernos puesto un par de cintas de correr. Y mira que yo era bailongo pero es que no era el tipo de fiesta que yo frecuentaría. Por eso y no por otra cosa iba un poco a resuello de Martha que, oye, la chica se lo curraba. 

Por continuar la prueba, que no la fiesta le seguí el rollo y empecé, no sin mirarla de reojillo, a imitar sus movimientos en la formación de las letras. Aunque no cantaba al ritmo de ella porque me resultaba sumamente raro lo que decía, no sabía reconocer si es que era un idioma extraño o el acento de Wisconsin.

—_{Young man, there's no need to feel down...}—cantaba bajito tratando de entender lo que cantaba la otra —_{I said, young man, pick yourself off the ground...}

Le ponía unas ganas tremendas y se contorsionaba haciendo cada letra. Yo solo marcaba las letras sin ponerle mucha pasión, seguro que el reto se lo llevaba ella pero es que este reto había sido especialmente agotador y sobre todo sentía que no estaba en mi zona de confort con aquel juego. Yo que había tirado siempre hacia adelante en los anteriores retos al menos agradecía que fuera Martha el alma de este. Repetía con cada vez más precisión el estribillo, porque otra cosa no, pero tonto del todo no era y cualquier coreografía no me iba a dejar sin la gloria de acabar la tercera habitación.

—Oye, Marza—dije con determinación mientras seguía dando los pasos facilmente ya aprendidos—¿Y después del scape que tienes pensado hacer?

Al hacer las letras del YMCA, la música cambia una última vez. Un letrero aparece en la pantalla:

Boss level:

Tango!

Estaba algo hecha polvo. Le dolían los pies y su respiración estaba entrecortada. Y la canción parece que cambió de nuevo. ¿No se iban a terminar nunca? Martha paró un instante y miró a Yoel.

—¿Cuando acabe esto? Ah, pues no sé —dijo, tratando de recuperar el aliento—. ¿Lo dices por tomar algo?

No había pensado en qué hacer al salir, la verdad. Pero sí podría ser divertido quedar con los otros compañeros de escape y tomarse algo.

—Vale, buscamos a gente y vamos a algún sitio. Conozco un par de locales chulos cerca de aquí. Y a comer algo, que estoy hambrienta.

Martha todavía no tenía claro qué estaba sonando.

—Oye, esto que suena... ¿qué es? ¿Sabes cómo se baila?

El sudor me perlaba la frente, aunque esperaba que el desodorante no me hubiera abandonado todavía. De todas formas no quise levantar el alero para confirmarlo. Sonreí y asentí a la jovenzuela mientras la música cambiaba un el potente compás de un tango porteño se me metía en el cuerpo.

—Quedé con Jackie tras el primer reto para ir al parque a comer pipas y tocar canciones—dije con animosa jovialidad—. Luego se apuntó a la propuesta la chiquita de Gabby.

Un pensamiento distante pareció ruborizarme unos instantes que incluso hicieron que me echara una mano a la parte inferior del cuello como confirmando algo que había o debería estar allí. Pero la música me puso en evidencia, teníamos que bailar para al fin salir de allí.

—Esto es un tango argentino, Marza. Gabby, es hija de argentinos, seguro que ella sale mejor de esta que yo pero...—suspiré un instante acercándose a la muchacha y le agarró una mano, la otra a la cintura y comenzó a caminar hacia atrás para animarla a avanzar— agárrate que vienen curvas.

No tenía ni idea de tango. Si acaso podía comprender la sensualidad del baile, el exotismo, el desparpajo de los bailarines profesionales. Pero para que resultara bonito evidentemente necesitaba de una gracia y un control que yo no tenía.

¿Tal vez debería tomar clases?

Pensé mientras intentaba con todo el ímpetu del mundo no caerme y por supuesto no dejar que se escoñara ella de nuevo.

¿Pipas y tocar canciones? Bueno, a ella le gustaba más salir por ahí a cenar y escuchar música, pero estrictamente hablando, comer pipas se podía considerar cenar (si comías las suficientes) y tocar canciones era escuchar música.  Y si venían más chicas, podría ser divertido. 

—Ok, me apunto. Aunque yo no sé tocar instrumentos, el músico de la familia es mi padre. 

Lo cierto es que su padre se habría apuntado a un bombardeo sin dudarlo, y ella era digna hija de su padre, ¿verdad? Verdad. Pues había que ir. Como para reafirmarlo, asintió una vez, vigorosamente. 

Y entonces Yoel le dijo que lo que sonaba era un tango argentino. Y después le cogío la mano (eh, pero...) y luego le paso la mano por la cintura (¡oiga! ¡pero, pero...!) y se puso a bailar muy pegado a ella.

Por un instante, Martha pensó que debía negarse, pero después decidió que: 

a) solo estaban bailando.

b) había que pasar la prueba.

c) no bailaba mal el señor Yoel.

Y ahí se vio, arrastrada por el baile argentino, moviéndose por toda la sala y tratando de acompasar sus movimientos a los del fogoso latino. 

Ay, eso ha sonado muy turbio. 

Al menos solo lo he pensado y nadie lo ha oído, pensó.

La música finalmente se detiene con los suaves aplausos, y al hacerlo, las puertas con las pizarras se entreabren. -Es momento de continuar. Ya queda poco, ¿se divierten?- Suena la voz que guía. Con una última despedida, la pareja se separa hacia el siguiente destino.

—Claro que nos divertimos—grité extasiado por la música y el devenir del tango—¿Verdad, Marza?

Para una canción que de verdad me gustaba algo. La había apurado hasta los últimos compases si es que Martha había sido capaz de seguirme el ritmo, pasitos parriba, pasitos pabajo, requiebro y golpe de tacón final. Al final lo había disfrutado de verdad.

Una vez se acabó la música y la voz de guía indicaba la finalización de la habitación saludé con una gran sonrisa a mi compañera de baile y fui hasta el sofá donde al principio había dejado mi guitarra con su estuche. Con dos dedos y en actitud marcial le dediqué un último saludo.

—Ánimo, Marza. Si hemos sobrevivido tres habitaciones es posible que sobrevivamos a la última—dije con un tono irónico—. Nos vemos luego campeona. No hace falta que toques nada...

Agotada, estaba agotada. Yoel no parecía haber sudado ni siquiera un poquito del esfuerzo de bailar, pero ella no daba pie con bola en esos momentos. No tuvo fuerza para responder a la voz de los organizadores, más allá de asentir y boquear en busca de aire. Pero a Yoel, al menos, sí trató de contestarle.

—Ha sido —arf, arf—... ha sido —puf, buf—... pues eso, sí, que —Respira, Martha, UuuuUuuuUUUmmpfff—... ay, mi madre, sí ha estado bi_ennn —Se le había quebrado la voz al final—. Eso, bien.

Estaba poco a poco recuperando el aliento, y para ello tratar de hablar no ayudaba, así que ante las últimas palabras de Yoel, Martha simplemente levantó el pulgar derecho en un «ok» silencioso.

Quedaba la siguiente prueba.