Alcé una ceja, aunque tal gesto seguramente sería poco visible en la penumbra del lugar y bajo mi casco y rostro aún ensangrentados. Tuve la precaución de caminar dejando paso a los demás, para que estos no tuvieran problema en adelantarme. Escuché las palabras de Itsvan y reí. No creí que en aquel entorno la risa tuviera lugar, pero reí.
- No temas por mí ni por los barracones. Ve! - Le dije como respuesta, con la cordialidad de quien ha luchado codo con codo.
Permití que salieran todos los guardias, para salir a su vez tras ellos. No me quedaría postrado, quería ver qué sucedía. Si no podía hacer nada físicamente, por lo menos mis ojos permanecerían abiertos en un lugar donde poder alertar, de ser necesario.
Así, salí al patio, dejando los barracones a mis espaldas.
Al patio, como el último de los hombres.
- Doce guardias ducales salen al Patio, incluyendo a Itsvan y Hakir.
// Salen de escena: Diez guardias, Itsvan, Hakir. - Siguen en: Patio del Castillo.
UNA DE LA MADRUGADA.
SEIS DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
- Hakir regresa a los Barracones.
// Entra en escena: Hakir. - Procede de: Patio del Castillo.
Como pude, me eché en mi camastro. Las palabras del Capitán me relajaron, pues si realmente los enemigos habían muerto y la guardia hasta el alba era sólo un elemento de precaución, lo peor había pasado y, contra todo pronóstico, habíamos sobrevivido.
Aunque ahora me quedaba otra guerra que librar, la de la recuperación de mis heridas. Había visto a muchos morir por heridas menos profundas. Recé por que la ponzoña de las miasmas me respetase, aunque sin mucha convicción.
A penas me dejé caer en el catre, me abandoné al descanso.
SEGUNDA HORA DE LA MADRUGADA.
SEIS DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.