Partida Rol por web

El hombre, visiblemente tenso, no está solo. En el callejón contiguo y tal vez en algún otro lado a juzgar por sus miradas esquivas, como supervisando, hay gente oculta entre las sombras que gracias a tu nueva percepción te resultan bastante obvios.

Arquiro trata de que su voz suene amenazante cuando dice, clavando su mirada en el desconocido:

-No sé cuánto tiempo pueden tardar tus amigos en llegar hasta mí, pero te aseguro que no lo harán tan pronto como para salvarte el cuello: apuesto a que no quieres comprobarlo. O también, puedes decirme por qué me buscas y qué sabes de Andrómeda y después contarles a tus amigos que no soy el hombre que esperábais... así vivirías... un poco más...

- No temo a los nuevos nacidos a la noche, Arquiro, y si intentas algo contra mi haremos algo más que acompañarte a donde te vamos a llevar... dice con voz sibilina para que sólo lo oigas tú. A continuación añade en voz alta:

- ¡Es él! dos fornidos matones surgen de entre las sombras del callejón.

Arquiro tuerce el gesto. Ha sobrevalorado el nerviosismo del egipcio y por ello su farol no ha funcionado. Decide no forzar la situación y responde:

-De acuerdo. Conducidme donde queráis. Os seguiré de buen grado. -Su deseo por saber algo acerca de Andrómeda es más fuerte que cualquier otra cosa. Además, nunca ha sido amigo de la prudencia...

No obstante, presta renovada atención a su entorno.

Como te temías, había otros dos matones a tu espalda, pero dado que la situación al final se ha calmado, parece que simplemente se incorporan a la "comitiva".

Avanzáis los 6 hasta una barca que ya os estaba esperando. Sobre ella un sarcófago de robusta madera.

- Tenemos que viajar Nilo arriba, junto a Andrómeda. Métete ahí -ordena el desagradable hombrecillo con tono de suficiencia.

Arquiro, que nunca se ha medido en combate, no está muy seguro de poder superar a cinco rivales. A pesar de su miedo, su mente trabaja para dar explicaciones racionales al hecho de tener que meterse en el sarcófago.

Quizás vayamos a un sitio muy lejano y sea necesario que esté dentro del sarcófago cuando amanezca... o, tal vez, vamos a un sitio en el que mi presencia no está prevista, y por eso he de esconderme... o, por último, se trata de una trampa, y estoy perdido...

Sin responder al impertinente egipcio, se introduce en el sarcófago con los labios fruncidos.

Como resulta obvio, tu naturaleza vampírica ya la conocían. El sarcófago será muy útil para el viaje, aunque está el tema de la alimentación... También parecen haber pensado en eso, aunque su solución no te resulta nada, nada agradable. Simplemente abren el sarcófago durante algún momento en el día -impidiendo, eso sí, que la luz te toque- y sin darte tiempo a reaccionar clavan una estaca en tu corazón.

Recuperas la consciencia y la "vida" en algún momento de la noche. Alguna noche. Estás en un edificio con suelo de tierra apisonada. Dos fornidos hombres egipcios te sostienen los brazos y un tercero entra ahora a la sala. El egipcio responsable de tu viaje ha sido el que te acaba de retirar la estaca de tu corazón y te ha devuelto, por tanto, la consciencia.

- ¿Tú eres el chiquillo de Andrómeda? pregunta sin casi ni acabar de llegar, como con prisa y con un tono de voz molesto.

Aturdido, apenas puede distinguir la figura del recién llegado. La impotencia que siente, lejos de llenarle de rabia, le hace sentir amargura, desprecio por sí mismo. Piensa en lo que diría Andrómeda si viera a su orgulloso aprendiz, ahora, tambaleante y tembloroso, y eso le llena de vergüenza.

-Mi... mi nombre es Arquiro. ¿Dónde está ella? ¿Quiénes sois vosotros?

- Yo soy Anum, sumo sacerdote del templo de Set en Menfis y tú el chiquillo no invitado de una intrusa en la Tierra Negra. Espero que te des cuenta de la gravedad de la situación en la que os encontráis. Podrás verla en cuanto jures que te atendrás a la decisión que tomemos sobre vuestro destino -sentencia el sacerdote sin el más mínimo asomo de humanidad en su rostro o conversación.

Sostenido por los dos hombres, aún aturdido y desorientado, el cretense no tiene muchas opciones qué seguir.

-Está bien, Anum. Pero no sé a qué autoridad te acoges para juzgarnos...

- No sabes a qué autoridad me acojo para juzgaros... Por todos los dioses, ¿tan poco te han enseñado? Estás en la Tierra Negra, extranjero y aquí mandan otros que los compañeros de clan de tu señora Andrómeda. Esta es la tierra del fértil Nilo que corre bajo el ardiente ojo de Ra. Y su noche es de mi señor Set, al que sirvo y al que reconoceréis o por el cual moriréis esta misma noche -dice el sumo sacerdote de Set con fiereza.

- Llevadle con su señora -añade.

A continuación te sacan de la habitación donde estábais, iluminada por un brasero y descendéis por un pasillo cerrado y sin luz hasta que vuelve a nivelarse el suelo. Entonces giráis a la izquierda y topais con una puerta de madera cerrada con un guardia egipcio que os la abre. Dentro, en una habitación que si no fuera por el sarcófago depositado en ella podría calificarse de calabozo, se encuentra Andrómeda.

Arquiro reprime su primer impulso, el de abrazar a Andrómeda. Incluso en una situación como en la que se encuentra, siente algo parecido a la felicidad.

-¡Andrómeda! ¡Gracias a los dioses!

De repente, el cretense cae en la cuenta de que si su maestra había puesto alguna esperanza en él para liberarse, éste era un cometido en el que no podía haber fracasado más... le embarga la verguenza de no saberse digno y musita:

-¿Qué esperan estos fanáticos de nosotros? ¿qué adoremos otro ídolo más? ¿crees que así nos dejarán marchar?

- Arquiro, mi estimado Arquiro -dice Andrómeda, claramente afectada por tu aparición- He sido tan tonta... Quise suponer que no se darían cuenta de nuestra presencia en un país tan grande, pero me equivoqué. Y no, no adoran a un ídolo hueco o un dios que no escucha las plegarias. Adoran a Set, un vampiro poderoso como pocos, amo y señor de la noche de Egipto. Me lo han dejado bien claro y les creo. Sólo hay una posibilidad si queremos pasar de esta noche: debemos acatar lo que nos impongan, o de lo contrario... Andrómeda deja la lúgubre frase sin acabar.

Aun en la desesperación del momento, Arquiro se siente seguro por la presencia de Andrómeda. Sin embargo, la cretense parece haber perdido el aplomo y la seguridad que la caracterizaban, lo que le produce cierto temor.

-Así será, Andrómeda. Acataremos lo que nos manden.

Mira el sarcófago de la celda y examina las paredes y la puerta buscando algún fallo en la seguridad. No obstante, sabe que si Andrómeda, prisionera en el mismo lugar desde antes de su llegada, no ha encontrado nada, él tampoco lo hará.

El reencuentro pasa entre las claustrofóbicas paredes de tierra y la puerta de madera al otro lado de la cual se oye al guardia cambiar de postura de tanto en tanto. Andrómeda permanece muy callada, sumida en sombríos pensamientos y no eres capaz de encontrar las palabras que la liberen de su pesar. Al llegar el día, aunque no podáis ver el brillo del sol, os refugiais instintivamente en los sarcófagos.

La siguiente noche trae consigo la semilla de una nueva relación: el guarda, acompañado por un sacerdote setita que permanece todo el tiempo callado, os conduce hacia arriba de nuevo, hacia la sala de la estatua de Set. Allí os aguarda el impresionante Anum, algunos wabs (jóvenes sacerdotes, ayudantes, acólitos o algo así) y un formidable y ceñudo militar acompañado por dos ayudantes más jóvenes.

- Andrómeda de Creta y su chiquillo Arquiro Pade, habéis sido descubiertos morando en la Tierra Negra sin permiso alguno, disfrutando de la vida de sus gentes sin que nadie haya puesto coto a vuestras ansias, dominando una porción de ella sin que el más mínimo recoveco de ella os pertenezca. Por todo ello, si por mi fuera, por tamaña ofensa, seríais sacrificados a mi señor Set, señor de la noche, amo de la oscuridad y líder de las dos tierras. Pero por respeto a los designios de Anum, sumo sacerdote del culto en Menfis, líder designado por el propio Set en su ausencia, yo, Kenbel, pastor del culto, os he conducido hasta la capital del imperio para que sea él quien decida vuestro destino -proclama solemnemente el militar.

- Y yo, Anum, sumo sacerdote del culto en Menfis, capital del imperio, he decidido que, a pesar de las ofensas y de que yo mismo debería arrancarles las entrañas y dejar que sus cenizas quemaran al sol, seré misericorde y perdonaré su no-vida y dejaré que continuen con una existencia pacífica en la Tierra Negra (Egipto) si juran acatar, de ahora en adelante, los designios del culto a Set y acudir en su ayuda cuando ésto se les reclame. ¿Lo juráis? -pregunta el sacerdote.