El aroma a pan caliente impregnaba la estancia con su característico y familiar aroma. Como era de esperarse de un enorme castillo con un considerable número de habitantes con suficiente dinero, la cocina era espaciosa y contaba con todos los utensillos y objetos varios necesarios tanto para cocinar como para lavar platos, cubiertos, ollas y otros recipientes. Habían muebles enteros en los que sólo se guardaban platos de cerámica, ollas de enormes proporciones y comida no perecedera. Numerosos hornos a leña estaban ubicados en una de las paredes para que dentro se cocinasen desde los más deliciosos pasteles hasta los más jugosos filetes. En una esquina de la sala habían un par de sacos de harina, y a su lado una puerta de metal con un cartel que indicaba "Dejar cerrado".
Un hombre que estaba buscando algo en una alacena los vio llegar, y saludó alegremente a Eiara, aunque se paró en seco por unos instantes al verte a ti, algo extrañado. Miró a Eiara con un aire de interrogación y luego volvió a mirarte.
—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó.
Eiara por su parte te miraba, espectante, pues el caso era que no le habías dicho para qué querías ir a la cocina.
Entré en la cocina y me impregné del olor. Me recordó a mi infancia cuando me metía en las cocinas para robar comida, esconderme o solo para fastidiar a mis instructores. Sentí cierto aire de nostalgia, pero tenía una gran misión por delante, no me podía permitir el fracaso en tan grandiosa empresa.
El primer obstáculo para mi plan fue la aparición del cocinero, pensaba que me iba a encontrar a señoras rechochas y con necesidades de palabras amables y sonrisas picarescas. Eso se me daba muy bien, tratar con damas, pero con caballeros... eso era otro cantar. Aún así debía hacer algo.
¡Buenos días amable señor! sino me equivoco digo mientras dedico una sonrisa aprendida de los mayores vendehumos que hayan existido Es usted el autor de tal deliciosa comida , venía a felicitarle. Hace meses que no he probado semejante bocado A lo mejor te estas pasando con el lenguaje cojo uno de los hongos que había apartado y comienzo a comer, de mis ojos salen unas lagrimitas que intento disimular ¡Dioses! No he probado algo tan delicioso en tanto tiempo... Venía a felicitarle, debía conocer a tal maestro a tal artista... espero que funcione Pero también he venido a comprobar el templo donde se han ideado tales manjares vuelvo a dar un modisco a otro hongo e intento mantener mi postura... He venido a inspeccionar los tres elementos indispensables, que estoy seguro que usted conoce, que toda cocina elitista posee. Le dedico mi mejor sonrisa y espero a que caiga en el anzuelo.