Día del Fuego, 6 de Kuthona de 4706 RA. Terreno boscoso al sur de Punta Arena, camino de Magnimar.
Sandru sólo acertó a parpadear un par de veces. Aún no era el mercader que sería, y no tenía las tablas para ocultar la sorpresa que le asaltaba a punta de flecha.
– Claro, son íntimas… ¿Pero cuánto? –
El primer impulso del varisio fue sacar todo por la boca. Toda la rabia y el horror de su pérdida, y cuanto le recordaba ese momento maldito la mera cercanía de Ameiko. Esos últimos minutos de la vida de Alder que habían compartido juntos, los tres, hasta que él los había dejado. No podía revivirlo, necesitaba tiempo. Necesitaba leguas de por medio.
Suspiró hondamente un par de veces mientras se templaba. La elfa era fría como el hielo, tanto como el acero de su flecha, pero Sandru tenía espuelas también. No podía contar con los Dalmuvian o su madre, que le esperaban a media hora, en la granja más alejada de Punta Arena. Tendría que hacerlo solo.
– No me digas que me vienes siguiendo para hacerme esa pregunta. Creía que tenías la suficiente amistad con la señorita Kaijutsu para que ella misma pudiera responder tus dudas. Ahora si no te importa, tengo cosas que hacer y me están esperando. –
Sentía el peso de la cimitarra a su costado, tan inútil como un sonajero para defenderse del arco de la elfa. Le dio unos momentos para que decidiera el siguiente paso antes de arriesgarse a una flecha en las tripas si azuzaba el caballo prematuramente.
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- ¿Esa es tu explicación? ¿Esa es tu excusa? ¿Qué vaya yo a preguntarle? – preguntó indignada, - Te diré que le he preguntado y es por ello que te pregunto a ti y busco el porqué de tu desaparición… de tu huida. – dijo dando un paso más hacia Sandru, saliendo de la oscuridad del bosque, con el arco firme entre sus brazos y la flecha inamovible. – A saber porque tú partida a traición le importa tanto a ella – murmuró con voz dura.
- Y está claro que ahora huyes como el cobarde que eres – dijo con voz clara pero fría. Había esperado más del varisio. – Y que para ti Ameiko no es nadie importante, que solo te importa lo tuyo. Y así es como lo demuestras, evitándola y largándote sin siquiera despedirte, como si fuera una completa desconocida.
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- Así que no lo sabía... - Sólo habría visto a una Ameiko desolada por su partida y había salido disparada dispuesta a dejar a Sandru como un acerico. Bueno, si lo hubiera querido hacer el varsio sería ahora historia así que la aparentemente decidida Elfa también tenía sus dudas después de todo.
- Si no te ha dicho nada tiene sus motivos igual que yo tengo los míos, Shalelu Andosana.
Y ahora seguiré mi camino ya que hay heridas que sólo la distancia y el tiempo pueden curar y no creo que te competa a ti el meter el dedo en ellas. Si quieres aliviar a tu amiga vuelve con ella y permanece a su lado. Yo no puedo estar en Punta Arena más tiempo. Mis motivos y pesares no son de tu incumbencia, y perdona que no me sienta proclive a dar explicaciones a quien nunca ha dicho una palabra aclarando su modo de actuar a nadie que yo conozca.
Es muy valiente respaldar tu ira con un pedazo de madera tensada y acero afilado en forma de flecha. Si de verdad quieres algo de mi ten el valor de acercarte y deja tus flechas fuera de esto. Si no tendrás que dejar volar esa flecha y explicar a Ameiko tus acciones.
Y espero que no me dejes pudriéndome para que me coman los cuervos, por ende. -
Si la mujer Elfa dejaba su arco a un lado Sandru creía que podría dejarla a un lado o al menos desarmarla de su acero de darse un enfrentamiento. Aunque nunca la había visto luchar con el delgado acero que colgaba a su cinto, el fornido Sandru sabía un par de trucos de esgrima y confiaba en superar a la delgaducha Elfa.
Día del Fuego, 6 de Kuthona de 4706 RA. Terreno boscoso al sur de Punta Arena, camino de Magnimar.
- No necesito que me explique nada ella, está claro que tú le has hecho algo y que por eso huyes como el cobarde que eres – dijo con rabia contenida. – Y además está claro que ni siquiera te importa el daño que le has hecho.
- No necesito el arco para respaldar mi ira, pero es la amenaza a tu propia vida la única que ha hecho que te detengas – sonrió fríamente, - En tu huida cobarde no te importó el daño que hacías, solo tu propio egoísmo. – Para reafirmar sus palabras, disparó su flecha que, con un estruendo de madera, impactó en la banqueta, justo al lado de la cimitarra que portaba envainada el varisio. – Temer por tu propia vida puede hacer que hagas muchas estupideces, ¿verdad cobarde?
Volvió a poner una flecha en el arco y mantuvo la posición con firmeza. – Huye y no vuelvas, Sandru Vhiski, no eres bienvenido de vuelta a este bosque. Me aseguraré que Ameiko no vuelva a derramar ni una sola lagrima por ti. – dijo antes de dar un paso atrás para volver a quedarse entre sombras. – La próxima vez que te vea, quizás no sea tan benevolente como para disparar flechas de aviso.