Partida Rol por web

El Regente de Jade I: El Legado de Muro de Salmuera.

Varisia: Costa Perdida: El Pantano de Tocón de Salmuera.

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15/05/2017, 00:40
Costa Perdida: Goblin.

COSTA PERDIDA: EL PANTANO DE TOCÓN DE SALMUERA:

Notas de juego

- Escena exclusivamente narrativa.

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16/05/2017, 19:18
Koya Mvashti.

Día del Trabajo, 1 de Abadio de 4708 RA: Punta Arena en el Dragón Oxidado.

EL PALADIN.

El barullo que se había formado en el Dragón Oxidado tras el ataque a la caravana de Sandru era casi equiparable al del día de la fiesta de su cumpleaños. Tan sólo habían sobrevivido Koya, los dos hermanos Dalmuvian, y Sandru, quien se había quedado atrás para dar tiempo a los demás a huir y que pudieran llegar sanos y salvos a Punta Arena. Las pérdidas habían sido cuantiosas, un duro golpe para el negocio de Sandru.

Los momentos de espera hasta que apareció su adorado hijo fueron realmente angustiosos. Koya se mesaba los cabellos y caminaba de un lado a otro nerviosa. Pero gracias a Desna que Sandru hizo aparición en la posada, aunque su aspecto no fuera el mejor que había lucido el comerciante. Él, con su habitual aplomo, fue quien relató con todo detalle el ataque sufrido. Al parecer los goblins se habían hecho con un polvo explosivo, de origen tien, como bien les explicó Ameiko, y con eso se habían atrevido a atacar a la caravana, la cual había ardido en su mayoría. A partir de ese momento se abrieron multitud de incógnitas, debates y distintas opiniones sobre lo que hacer.

- Tráeme una silla, querido.- Rozó ligeramente el poderoso antebrazo de Vankor, quien estaba a su lado como un fiel perro guardián y que le pedía que echara las cartas en busca de consejo de la Diosa. Acomodó su huesudo trasero en la silla que le trajo y sacó de su funda el mazo de cartas de su madre, perfectamente guardado en la cajita que Sandru le había regalado. El joven Dalmuvian observaba con curiosidad por encima del hombro de la anciana. Era normal. La lectura de las cartas tenía un aura de misterio que atraía. Algo hipnótico, como la luz de un farolillo para las polillas en las cálidas noches de verano. Con un gesto de la mano hizo que Sandru se acercara.

- Toma una carta.-Koya ofreció las nueve cartas del palo del martillo a su hijo, quien eligió una sola. Era tarea de la adivina la selección del palo. En aquel desagradable asunto Koya no tenía duda alguna. El martillo simbolizaba la guerra, el combate y, lo que no le parecía nada desdeñable, el honor. El honor para los varisios era algo importante. Sobre todo si no eras un sucio Scarzy. Tomó con su mano de pulso algo tembloroso la carta elegida y la mostró colocándola sobre la mesa. EL PALADIN.

Desna hablaba a través del mazo. La carta simbolizaba el papel que jugaría su hijo en aquel turbio asunto.- El paladín...- Orgullosa elevó la mirada hacia Sandru y habló.- Firme ante la adversidad, sin dar un paso atrás ni para tomar impulso. Debes hacer lo correcto y liderar una respuesta al ataque.- Con aquello aseguraba una posición privilegiada de su hijo liderando la respuesta al ataque recibido. No sólo era el adecuado por ser el principal damnificado sino que, colocándolo en el mando, se aseguraban que cualquier recompensa pasara antes por sus manos. No era un asunto baladí pues había ojos y oídos extraños en la posada que podrían reclamar recompensa,si es que alguna hubiera. Con gran agilidad, pues llevaba haciendo aquello toda la vida, Koya recogió las cartas,las mezcló entre el resto del mazo y las desplegó sobre la mesa. Nueve cartas en columnas de tres que representaban el pasado, el presente y el futuro en torno a una pregunta concreta.

- Me preguntas qué hacer, si intervenir en este feo asunto.- La vieja mezclaba las cartas con sorprendente habilidad para unas manos de piel arrugada y con abundantes manchas oscuras, de dedos finos pero de articulaciones algo hinchadas, que parecían raíces secas y retorcidas.-  Si dar respuesta al ataque de los goblins, ¡oh, Vesna! ¿Debemos intervenir?- Con mimo y destreza Koya fue volteando las cartas como su madre le había enseñado.¡Bendita sea allá donde repose su alma, sin duda junto a Desna disfrutando del Sueño Eterno! Cuando todas las cartas quedaron al descubierto se quedó absorta estudiándolas.

El pasado y el presente concordaban con lo ocurrido. En el primero destacaba la carta del SUPERVIVIENTE. Estaba claro. Era Sandru, con sus vendas ensangrentadas, superviviente del ataque de los goblins. Del presente tomó entre sus manos los GEMELOS. Una dualidad. Como sospechaba Ameiko algo está oculto tras el ataque de los goblins. ¿Cómo se han hecho con aquel polvo? Una mano oculta, puede estar dirigiéndolos en la sombra. Pero todo aquello se lo callaba la vieja Koya para no aburrir al personal. Tan sólo le explicaba a Vankor sus impresiones para saciar su curiosidad y enseñarle. Lo que de verdad importaba ahora era el porvenir, pues era el que se habría delante de ellos en múltiples opciones. En la columna del futuro la carta que destacaba sobre las demás era el ALZAMIENTO. Ante un gesto de la anciana que mostraba su intención de dirigirse a los demás Vankor llamó la atención de todos para que escucharan a Koya.

-Desna ha hablado.- Una carta del palo del martillo. Un conflicto. Mostró la carta a todos con gran teatralidad a la vez que se levantaba de la silla.- El alzamiento. Representa enredarse en algo mucho más grande de lo que parece. Podemos decidir dar respuesta a ese ataque de los goblins, es lo correcto, pero aquellos que acepten ir, que sepan que esto es sólo la punta del iceberg. No es un simple ataque de unos goblins evalentonados por su nuevo juguete. Estoy de acuerdo con Ameiko. Algo le obliga a actuar o alguien los dirige.

Presagiar el futuro no es una tarea sencilla. No deja de ser algo subjetivo y, muchos videntes, como Koya, podían usar más la labia y su conocimiento de la naturaleza de las personas para manipularlas en la dirección que les interesaba. Koya no era ajena a esas tentaciones. Era una hábil manipuladora. Gajes del oficio. La falta de dinero y los materiales perdidos no eran una razón muy loable para un supuesto paladín pero sí una necesidad acuciante que debían subsanar. ¿Le importaba a Koya los planes ocultos tras el ataque goblin? Sí, claro. Se preocupaba de la seguridad de Punta Arena pero, sobre todo, de la salud económica de su familia. Cuando Sandru les propuso salir en expedición para devolver el golpe a los goblin Koya no dudó ni un instante. Iría. No sólo eso sino que se esforzó por convencer a sus familiares para que les acompañaran.

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17/05/2017, 05:10
Giorgino Vhiski.

A Giorgino siempre le había gustado el maíz, recordaba haberlo comido desde bien pequeño en casi todas las formas: tierno, hervido, calentado al fuego de una fogata... Aunque su forma preferida era cuando su madre estaba de buen humor y ponía los granos duros en una sartén hasta hacer que explotaran, convirtiéndose en unas pequeñas bolitas blancas, como si fueran copos de nieve. Por eso uno de sus sembrados favoritos eran los campos de maíz.
Quizás ese era el motivo de que en aquellos momentos se encontrara justo delante de uno, eso y que los altos tallos podían ocultar fácilmente a una persona.

Miró a ambos lado y hacia atrás para asegurarse de que nadie le veía y luego comenzó a mezclarse entre la siembra con cuidado, apartando los tallos con suavidad sin romperlos y desplazándolos lo más despacio posible, alguien que no supiera que estaba allí probablemente creería que el movimiento era debido al viento o a algún pequeño animal. Se detenía de ven en cuando para observar, como buscando alguna marca o intentando orientarse entre el follaje y después continuaba con su ritmo lento, como si eso le ayudara a reprimir el nerviosismo que sentía en su interior. Apartó unos tallos y descubrió un pequeño claro donde los tallos habían sido apartados, arrancados o pisoteados, un lugar pequeño pero suficiente para que entraran dos personas: Petunia y él. Aquel era su lugar de reunión secreto y allí la había citado.
No entró en el claro, soltó los tallos que había apartado para que regresaran a su lugar y volvió a quedar semi oculto entre el sembrado. Su mente regresó al momento en el que la había visto la tarde anterior al entrar en el pueblo y verla a lo lejos.

Estaba tan guapa...

Recordaba la fuerza con la que le latía el corazón y como el idiota de Lanshe, el hijo de los granjeros del Chopo Grande, estaba ligando con ella.

Como si tuviera alguna oportunidad. Incluso la cogió de la mano el descarado.

Para fortuna del granjero, Petunia era una chica de buen corazón a la que no le gustaba avergonzar a las personas, por eso no le había dado un guantazo y se había dejado tomar la mano. Giorgino sin embargo si que tuvo ciertas ganas de acercarse y hacerlo, pero estaba herido y cansado y tenían prisa por llegar al campamento de su tío. En cuanto pudo le mandó un recado por medio de un amigo para reunirse al día siguiente, no hacía falta decir donde, ella lo sabía perfectamente. Y allí estaba Giorgino esperando entre los maizales la aparición de su amada Petunia, seguro que se ponía como loca cuando lo viera y mucho más cuando él la pusiera al día de sus aventuras. Los sonidos de algunos tallos al moverse y hojas al ser pisadas lo pusieron en guardia.

¡Ya viene! ¡Ya viene!

Se ajustó nervioso su bufanda a la cintura y sacudió algunas hojas y briznas de su camisa, quería estar radiante, después se mantuvo al acecho observando desde su escondite hacia el claro. Petunia apareció por el otro lado.

-¿Giorgino? ¿Giorgino? -Petunia miraba a su alrededor mientras le llamaba- ¿Estás ahí?

La muchacha dio una vuelta sobre si misma para poder abarcar toda la circunferencia del claro en busca del varisio y este aprovechó cuando le daba la espalda para salir y acercarse a ella.

-¡Aquí está el hombre más afortunado del mundo! ¡Por tener la novia más hermosa de todo Punta Arena!

Petunia retrocedió cuando Giorgino abrió los brazos para abrazarla, seguramente se había llevado un buen susto y eso la había hecho alejarse por instinto.

-¡Eh! ¡Que soy yo, no te asustes! ¡Jajajajaja! ¡Tenía unas ganas locas de verte! ¡Tengo muchísimas cosas que contarte!

-Giorgino, yo también tengo algo que decirte...

Parecía algo seria, pero Giorgino sabía lo que le pasaba, por eso se apresuró a cortarla haciendo un gesto con la mano y tomando de nuevo la palabra.

-Ya se... Ya se... Me marché sin poder decirte nada. ¡Pero es que no te vas a creer lo que pasó! ¿Recuerdas ese viaje a Magnimar que iban a hacer mi tío y mis primos? Ya sabrás que me iban a llevar con ellos pero luego pasó el asuntillo del carro de mi abuela y... ¡Bueno, ya lo sabes! El caso es que durante el viaje unos goblins les atacaron. ¡Casi acaban con ellos, pero pudieron huir! Eso sí, perdieron los carros y casi toda la mercancía. Cuando se pudieron reponer del susto y regresar al pueblo decidieron que tenían que vengarse y además recuperar esas mercancías pues eran demasiado valiosas para darlas por perdidas así como así. El tío Sandru decidió reunirnos a todos y formar un grupo para recuperar la inversión y darles su merecido a esos goblins que estaban machacando la región. Iríamos: mi tío, la señorita Ameiko, mi abuela Koya, el viejo Hattori, Shalelu, Kelsier, mis primos Bevelek y Vankor y también yo. Al principio la Señorita Amekio no quería llevarnos a todos, pero mi tío insistió en que debíamos ir un buen grupo y al final aceptó. ¡A que es alucinante!

Giorgino hablaba rápido, tanto que la pobre Petunia apenas tenía oportunidad de meter baza o algún comentario, pero de vez en cuando el chico se veía obligado a parar para coger un poco de aire, así que la chica aprovechó para intentar comunicarle lo que había ido a decirle.

-Giorgino yo...

Titubeó de nuevo y ese fue su gran error pues Giorgino aprovechó el momento para continuar narrando sus aventuras. Sabía que la chica aún no estaba del todo convencida y que tenía dudas, pero en cuanto fuera contándole todo lo que había pasado se echaría en sus brazos.

-Ya lo se, ya lo se. Que estás preocupada por si les había pasado algo, pero mi tío y mis primos regresaron bien y pudimos marchar en busca de esos goblins. ¡Menudo grupo! ¡Tenías que habernos visto! ¡Incluso se nos unió otro tipo! ¡Era un bárbaro grande y fuerte, un tipo genial, además de peligroso y que buscaba aventuras, así que dijo que nos acompañaría! Tienes que conocerlo, estoy seguro que te va a encantar, es un gran tipo, en todos los sentidos, te lo aseguro. Contaba unas historias alucinantes y divertidas. ¡Me moría de risa! Bueno, el caso es que nos dirigimos al pantano. Shalelu decía que allí vivía un mediano y que sería un buen guía, además si alguien sabía donde se escondían los goblins tenía que ser él. ¡Y no te lo vas a creer! ¡Encanta serpientes! Vale, al principio puede parecer un poco peligroso, pero si el mediano sabe lo que hace... ¿No te gustan las serpientes? ¿Porqué pones esa cara? Vale, está bien, nada de serpientes. Pues nos fuimos todos al pantano y justo cuando llegamos a la casa del mediano... ¡Que tenías que haberla visto! ¡Era una casa muy pequeña! El caso es que había bebido mucha agua esa mañana y con la emoción pues no había podido ir al baño, tampoco iba a ir en la casa del mediano porque es todo muy pequeño y apenas entraría, así que me paré un momento en el camino a... bueno ya sabes. El resto se adelantó para hablar con él.
Imagínate la situación yo allí con los... y la... Bueno, mejor no te imagines nada... El caso es que como pude me puse los pantalones y salí corriendo para ayudarles, pero cuando llegué ya lo habían reducido y... y ya no era un problema.

Giorgino saltó a propósito como había visto al viejo Hattori arrancar el corazón del mediano, Petunia era muy sensible y no quería horrorizarla, pero le entró un escalofrío solo por recordarlo. Tampoco le contó que clase de criatura era aquella y como se había transformado en cuanto Hattori le había dado el golpe de gracia, no quería traumatizar o asustar a la muchacha.

-Luego me enteré que cuando empezaron a hablar con el mediano este se estaba comportando de manera muy extraña, incluso vieron que tenía en el brazo una mordedura de serpiente, lo que es extraño porque las serpientes nunca muerden a sus encantadores. Y ya sabes como es Shalelu, sin mediar palabra cogió y entró en la casa del mediano porque sospechaba algo, fue entonces cuando el mediano empezó a atacar a mi abuela, a Hattori y a Vankor y entre los tres tuvieron que reducirlo. ¡Pues resulta que era un impostor! ¡El verdadero mediano explorador estaba escondido y asustado! Salió en cuanto vio que habíamos derrotado al impostor y era muy simpático y muy amable, un día si quieres podemos ir a conocerlo, ahora somos amigos y se alegrará de verme. Estaba tan contento que insistió en que pasáramos la noche con él, fue gracioso vernos a todos en aquella casa tan pequeña, sobre todo al bárbaro que decía palabrotas cada vez que se golpeaba con el techo, una vez pensé que iba a tirar toda la casa, pero estaba bien construida. Y también le regaló una capa muy bonita a la Señorita Ameiko, yo pensaba que se la iba a regalar a mi abuela porque le vendría muy bien para el frío, pero se la dio a Hattori, que tampoco le vendrá mal, pero no pasa nada porque pienso comprarle a la abuela una capa y también a mi madre y a ti si quieres una, aunque quizás prefieras un vestido, no se, ya veremos. ¡Tenías que haber visto a la abuela y a Hattori! ¡Que manera de pelear junto a Vankor! ¡Y eso no fue nada! ¡Todavía queda lo mejor!

Hizo una pausa para tragar saliva y coger un poco de aire. Petunia todavía guardaba la distancia, probablemente impresionada por todas las cosas que le estaba contando, pero sabía que cuando terminara de contar el relato iba a quedar realmente impresionada. La chica aprovechó para volver a decir algo.

-Pero Giorgiono, ¿Quieres escucharme? Es que tengo...

-¡Tienes miedo a que me mordiera una serpiente! ¿A que sí? No, no, para nada. El mediano me las enseñó y te aseguro que son muy pacíficas, si estás con él no hacen nada, incluso pude tocarlas. Tienen la piel suave y algo fría, al principio da un poco de cosa, pero no hay que tener miedo, son animales como otros cualquiera, al menos cuando están amaestrados, no se me ocurriría acercarme a una que esté por ahí suelta. Y después de dormir en la casa del mediano y que el bárbaro se despertara con dolor de cabeza de los golpes que se había dado jajajaja, nos fuimos en busca del campamento goblin. Había sido muy buena idea ir hasta allí porque si no nos hubiera sido muy difícil encontrarlo. El caso es que los goblins son criaturas malignas que no paran de atacar a la gente y además de haberle robado a mi tío en la zona ofrecían una recompensa si alguien se encargaba de ellos así que era una gran oportunidad para todos, sobre todo si era un grupo de valientes como nosotros ¿No te parece? ¡No te puedes imaginar la de goblins que había por allí! ¡Y lo feos que son! Y además aunque los veas así pequeñajos no te fíes de ellos, son grandes luchadores y se mueven mucho, es difícil matarlos, pero nosotros éramos mucho mejores y no pudieron hacer nada contra nosotros. ¡Tenías que habernos visto! ¡Nadie se mete con un Vhiski y se queda tan tranquilo! Pero la que mejor luchaba contra los goblins era Shalelu, como se nota que está acostumbrada, a veces puede ser algo seca pero pelea muy bien, no me extraña que sea amiga de la Señorita Ameiko y de mi tío Sandru, casi mata al jefe de los goblins ella sola. Y al pobre primo Vankor casi le pasa una desgracia, no se porqué insiste en ir sin camisa, además es tan valiente que se enfrenta a cualquier enemigo, menos mal que Bevelek le cubría, aunque tuvo mala suerte con su ballesta...

Por un momento volvió a sentir la adrenalina del combate y sobre todo disfrutó de la sensación de victoria que había sentido al finalizar todo, eso hacía que las heridas parecieran doler menos, aunque por la cara de Petunia se la veía preocupada por el asunto, incluso parecía algo enfadada, probablemente solo de pensar que les podía haber pasado algo.

-Giorgino ¿Quieres escucharme? Es que...

-Es que creías que nos había pasado algo malo y que estaba muy herido ¿Verdad? ¡Que va! ¿Estas heridas? Poca cosa, casi ni me duelen. La abuela convocó a Desna al final del combate y me curó, a mi y a todos. ¡Tenías que haberlo visto! Además encontramos una poción para curarnos también. ¿A que soy afortunado? Desna me protege y me cura y Shelyn me regala tu amor, no puedo quejarme, soy el hombre más afortunado del mundo. Y hablando de fortuna... ¡Entre las cosas que encontramos y la recompensa... soy rico! El tío Sandru me ha dado un montón de dinero, por eso os compraré capas y vestidos y una parte se la daré a mi madre para que pueda contratar a alguien que la ayude con las tareas del campo, porque yo no podré hacerlo, ahora mi tío confía plenamente en mí y querrá que lo acompañe siempre y quizás mi tío necesite algo para reparar las caravanas, pero hay de sobra. ¡Por fin voy a ser caravanero! ¡Te has quedado muda de la emoción eh! ¡Y aún no te conté lo mejor! ¡Averiguamos donde naufragó un barco cargado de tesoros! ¿No te parece genial? ¡Montones de dinero esperando a que vayamos y lo recojamos! Así que eso es lo que vamos a hacer...

Giorgino adoptó una pose triunfal y sonrió consciente de que Petunia estaba realmente impresionada por todo aquello, tanto que apenas había hablado, ni siquiera se había abalanzado a abrazarlo, pero era comprensible, todas las novedades alucinantes iban a cambiar sus vidas, ahora ya tenía dinero suficiente para pedirle matrimonio a su padre y podrían casarse. Tampoco había porqué alargarlo más, estaban muy enamorados y además Giorgino quería llevarla con ellos en sus viajes, como la buena varisia que era Petunia disfrutaría de lo lindo compartiendo sus aventuras y además podría ayudar mucho a la abuela.

-Pero es que yo...

-¡Ya lo se, ya lo se! ¡Pero mira que eres tonta! Jajajaja. Piensas que ahora que soy casi un héroe y que voy a ser caravanero y tengo bastante dinero... ¿Que ya no te quiero? ¡Pero como puedes pensar eso! No hice otra cosa que pensar en ti durante el viaje y estaba deseando volver a verte y contarte las buenas noticias. ¡Claro que te sigo queriendo! ¡Mas que nunca! ¡Tenemos que ir a hablar con tus padres!

*Giorgino y Petunia abandonaron el maizal, arreglaron el asunto con sus padres y después organizaron una gran boda junto a todos sus familiares y amigos de Punta Arena. Así vivieron felices para siempre y compartieron aventuras, pero eso es otra historia.

Notas de juego

*Este párrafo ha sido vetado por el espíritu de los helado Kamy, léase bajo propia responsabilidad XD.

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17/05/2017, 18:25
Koya Mvashti.

Día del Bienestar, 2 de Abadio de 4708 RA: EL BUENO DE BUENTOCON.

Koya era una mujer abierta de mente, experimentada, y curtida en miles de asuntos. Sin embargo era un duro golpe para ella que la localización de los goblins estuviera cerca de un pantano ya que eso implicaba que tuvieran que ir a pie, en vez de en la comodidad de su carromato. Desde luego estaba incómoda, aunque trataba de no retrasar demasiado a la expedición ni quejarse demasiado. Las faldas se le enredaban en las zarzas, pero ahí estaban su nieto y Vankor, siempre tan preocupados por ella, para ayudarla. La humedad del pantano le calaba hondo a pesar de las ropas, haciendo que sus huesos protestaran y que su pelo grisáceo pareciera apelmazado y lacio.

-¡Cof, cof!- Estaba acostumbrada a los rigores del viaje pero sí que era verdad que hacía mucho tiempo que no emprendía uno como aquel. Tras cruzar sobre varios puentes, llegaron a lo que parecía la choza del hafling al que iban buscando, el Sr. Buentocón, conocedor como pocos de los alrededores del pantano. Walthus Buentocón. ¡Buentocón! Koya no podía evitarlo, sus recuerdos regresaban como las grandes aves migratorias. Quizá su pulso le fallara a veces por la edad, pero la lengua la tenía perfectamente y, se aburría. La habían dejado en última posición de avance con la sola compañía de un bárbaro extraño que no se plegaba, como los demás, a sus constantes demandas de atención.

- Buentocón...jeje. Ay, me trae recuerdos de mi junventud...- Lo normal es que cualquiera de sus familiares más cercanos le hubiera preguntado acerca del asunto y ella pudiera explayarse a gusto acerca de alguna divertida anécdota. Pero la única respuesta que recibió del bárbaro fue un gruñido gutural. Koya se reajustó su sombrero en la cabeza y continuó caminando lo más dignamente posible.

Por supuesto llegó de las últimas a la casa del hafling y Ameiko parecía tener algún problema de comunicación con el mismo. Cotilla como pocas, defecto de profesión, Koya se acercó a curiosear. El Sr. Buentócon parecía enfermo y no respondía con demasiada coherencia a Ameiko. Normalmente Koya sabía comportarse delante de extraños, pero algo le olía a chamusquina, llamémoslo intuición femenina o pálpitos de Desna, pero hacía que perdiera los modales.

- Póngase ahí, pequeñajo.- Koya se puso manos a la obra remangándose para ver qué le sucedía al renacuajo.- Esto tiene muuuy mala pinta.- Dijo sin consideración alguna hacia el hafling que le lanzó una airada mirada. Tenía una mordedura de serpiente y todo indicaba, por el olor y el color de las laceraciones, que era venenosa. Quizá el veneno hubiera hecho que Buentocón estuviera comportándose de manera tan extraña. Lo que Koya no entendía es cómo a un experto criador de serpientes podía haberle pasado aquello. ¡Y que ni siquiera tuviera algún antídoto por si se diera el caso!- Está envenenado y no durará mucho.- Kelsier, el hijo de Shalelu, miraba con curiosidad la herida. El joven elfo le daba mucha pena por tener una madre tan desprendida como la "guardiana de Punta Arena". Una guardiana que, por otro lado, no había evitado el ataque a la caravana de Sandru. ¡Ja, touchée! La próxima vez que la mirara con desprecio por echar las cartas se lo diría. Para Koya la familia era lo primero y no en vano se había sacrificado para cuidar de su madre hasta sus últimos días. Por eso, ver cómo trataba la exploradora elfa a su hijo le hacía hervir la sangre. Como una amantísima madre, a pesar de no haber parido hijos propios, Koya intentaba alojar bajo su ala a cuantos más huérfanos mejor. ¿Calmaba así su innato instinto maternal o buscaba incesante entre su falsa progenie alguien que pudiera seguir sus pasos cuando ella no estuviese? La pobre no tenía a nadie a quien legar su mazo de cartas y enseñar a usarlo.- Ayúdame con esto orejas-puntiagudas.- Le dijo al joven elfo con una sonrisa para dulcificar la broma sobre sus apéndices cartilaginosos.- Hay que impedir que el veneno avance por el brazo hacia el corazón. Ata fuerte esta correa antes del hombro y luego succiona el veneno por la abertura que han dejado los colmillos.- La cara de Kelsier era un poema. Al final tendría que hacerlo ella. Se había llevado cosas peores a la boca en tantos años y tampoco quería el que joven se atragantase y se tragara el veneno, lo que provocaría con toda seguridad que Shalelu le ensartara el corazón con dos certeras flechas.- Ya lo hago yo, anda.- Se arrodillo con gran dificultad, puro teatro, pero al apoyar las rodillas en el suelo sintió el frío que le penetraba en las articulaciones.- ¡Ay!- Aplicó la boca de dientes ya algo destartalados sobre los orificios y succionó con fuerza, provocando un gracioso sonido.- ¡Slurp!- Luego escupió la sangre mezclada con el veneno en el suelo.- Dame algo de agua, Vankor, por favor.- Le dijo mirándole desde aquella posición arrodillada.- Gracias, cielo.-Le tomó del brazo para volver a incorporarse, esta vez sí, con gran dificultad.- Creo que con esto servirá, pero debemos vigilarte de cerca, no vaya a ser que te dé un ataque de repente.- Le dijo sin tacto alguno al hafling. Éste parecía revolverse inquieto y no paraba de resistirse ante la idea de que Ameiko y Shalelu penetraran en su choza.- Tiene que descansar.- Entre Vankor y el bárbaro se lo llevaron más lejos para tranquilizarlo y que Koya pudiera observar su evolución. Los venenos actuaban rápido así que sabrían pronto si moría o sobrevivía. El viejo Hattori se acercó a curiosear. Parece que las viejas urracas son curiosas por naturaleza. La presencia de Vankor siempre era reconfortante para Koya. Ya había quedado atrás el último enfrentamiento entre ambos. ¡Pelillos a la mar! Como el joven siempre parecía admirar a Koya, ésta se divertía charlando con él y tratando de enseñarle cosas.

- ¿Ves que hendiduras le han hecho en el brazo la serpiente? Son los colmillos por donde intyectan el veneno. - Pero la imagen de aquellos dos orificios le hacían rememorar su juventud, tan agitada por otro lado.- ¡Ay qué recuerdos! Unos como muy parecidos a estos me hicieron abrir con respecto a unos de mis novios, Gaever, si no me falla la memoria. -Habían sido tantos y hacía tanto tiempo. No sólo hombres, sino de otras razas también. "Bajitos" no, eso sí que no. Su vida había sido a veces algo turbulenta.-¡Qué guapo era! Parecía hecho de porcelana, con la piel nacarada, y labios rojos como la pulpa de la granada. Parecía un elfo pero sin embargo era un hombre fogoso como pocos he visto, y su temperatura corporal era muy alta. Tocarle era como posar la mano en un canto rodado que lleva al sol toda la mañana. Suave y cálido. El caso es que ese fuego interno que tenía le hacía siempre llevar las camisolas abiertas, dejando ver ese pecho como esculpido en piedra. Ya fuera invierno o verano no soportaba su contacto, parecía que la ropa le quemase.- La verdad es que Vancor era un poco exhibicionista también, así que supuso que comprendía bien a Gaever.- Pero un día vino el tío con la camisola abotonada hasta el cuello con la excusa de que la moda ahora era así. Sudaba como un cerdo y yo no soy tonta, ¿sabes? Algo ocultaba. Así que me puse cariñosa como solo una mujer sabe hacer y le desabotoné el cuello de la camisola y entonces los vi. Eran dos hendiduras parecidas a estas pero a la altura del cuello. El muy bastardo me había puesto los cuernos y, en su cuello, estaba la prueba. Eso no era un chupetón cualquiera, claro, era la mordedura de una vampiresa.

- Puede que no fuera culpa suya, que lo obnubilara, pero Koya no se comparte. Así que ...- Iba a relatar cómo cortó con Gaever, pues Desna no toleraría aquella relación, cuando por el rabillo del ojo vieron al mediano aprovechar que la vieja chocheaba para tratar de atacar a Hattori, quien estaba distraído dándole la espalda.

-Pero...- ¿Qué demonios pasaba allí?- ¡Habráse visto!- Si algo no soportaban los varisios era a la gente desagradecida. ¿Le habían salvado la vida y así se lo recompensaba? Tanto Hatorri como Vancor se pusieron en acción, tensando sus cuerpos, dándole tiempo a Koya para retrasarse y lanzar una bendición de su Diosa que guiara sus pasos.

Gloriosa Desna

pon tu mirada sobre nosotros

y auxílianos con tu sagrada bendición

a los que seguimos tu Camino.

Una lluvia de golpes y dagazos cayeron sobre el hafling y Koya temió por su vida.

-¡No lo matéis!- Gritó y Vankor la miró y asintió pero le endiñó otro puñetazo para tratar de dejarlo sin sentido. Entonces ocurrió. El puñetazo impactó de lleno sobre el cuerpecillo haciendo que éste se ondulara, como si sus perfiles no estuvieran bien definidos. Eso no podía ser bueno ni normal. El bárbaro que debía protegerla a ella, quizá confundido con sus órdenes, trató de amedrentar a Hattori y Vankor para que se detuvieran. El primero pareció dudar y miraba a Koya en espera de otras órdenes. El segundo, aquel viejo cotilla, les sorprendió a todos atravesando el corazón de Buentocón que quedó ensartado en su pequeña daga, no sin haber recibido extrañas heridas también él.

- ¡Oh! -Exclamó por la desagradable escena y la sorprendida por segunda vez por aquel viejo barrendero de Ameiko. No le dio demasiado tiempo a pensar pues, al poco rato, el cuerpo del mediano se transformó delante de sus narices, convirtiéndose en un desagradable monstruo.

- El mediano ha sido suplantado por algún tipo de cambiante.- Sentenció mientras paladeaba molesta por el regusto de la sangre de esa bestia en su boca. Eso lo explicaba todo. Su extraño comportamiento, sus reticencias a que penetraran en su hogar, la picadura de la serpiente. No tardaron los demás en traer, sorprendentemente, al verdadero Buentócón. ¡Estaba vivo! Y desde luego hacía gala a la hospitalidad y educación por la cual los miembros de esta peculiar y pequeña raza eran conocidos. Pudieron disponer de su casa para hacer un oportuno descanso en su camino. Koya se esmeró en curar las heridas de Hattori, al cual el cambiante parecía haber succionado sus energías de alguna manera. Ese viejo era todo un misterio pero, si Ameiko lo toleraba, ella no podía decir nada al respecto. Más miradas suspicaces se llevó el anciano cuando recibió de manos de su hijo la capa con la que el mediano les había agradecido su ayuda.

- Cof, cof.-Koya agachó la cabeza resignada y se ajustó el peculiar sombrero ensombreciendo su mirada. Se arrebujó con sus viejas y ajadas ropas, tan gastadas como ella, y esperó que Desna fuera más indulgente con ella, protegiéndola de aquella humedad de los pantanos que tanto mal le hacía a sus huesos y articulaciones.

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19/05/2017, 11:59
Vankor Dalmuvian.

Los niños, en círculo alrededor del cuentacuentos, escuchaban expectantes. Pero el hombre, viejo y curtido en mil lides, sabía que debía potenciar el interés. Hizo una pausa y bebió del pichel cercano, mirando con picardía a su público.

-Mmm, una cerveza magnífica. Debería pedir otra y dejar la historia para mañana -dijo sin dirigirse a nadie en particular, los ojos cerrados y chasqueando de gusto la lengua.

-NOOOO -gritaron los niños a coro.

-Sigue, por favor. ¿Qué pasó con Sandru? -suplicó una vocecilla.

-No, Koya, Koya, quiero saber de ella -dijo la mayor de las chicas.

-¿Quién quiere saber de ellos? Háblanos de Vankor, Puños de Hierro -replicó un niño de pelo oscuro y ojos brillantes.

El viejo rió y alzando las manos, pidió orden.

-Está bien, está bien. Seguiré contándoos las aventuras de todos ellos. Pero debéis guardar silencio. Shhhh -dijo poniéndose un dedo sobre los labios, antes de retomar su historia.

 

El carro se detuvo con un fuerte tirón de riendas, las ruedas trabadas por la galga que por la fricción de la frenada desprendía un desagradable olor a madera quemada. Vankor bajó con rapidez del pescante y ayudó a Koya a descender del mismo. Habían conseguido escapar, algo solo posible gracias a que Sandru había protegido la retaguardia distrayendo a sus enemigos. Una nube de polvo en la lejanía y que se fue acercando hicieron que el corazón de Vankor se acelerara y solo cuando vio que era Sandru quien lo montaba respiró aliviado. Se colocó en la ruta del caballo y cuando este llegó a su altura, aún nervioso y medio encabritado, tomó las riendas por el bocado y susurró algunas palabras para que se tranquilizara. Su jefe descabalgó con rapidez, haciendo caso omiso de las heridas de su mano, quemadas y sangrientas, y se introdujo con rapidez en el Dragón Oxidado, seguido de su familia.

Vankor cerró la comitiva y se limitó a ocupar un segundo plano. Las palabras no eran lo suyo y deberían ser otros quienes narraran la desgracia ocurrida, el ataque imposible con las bolsas explosivas, la pérdida de todos sus bienes. La rabia y la angustia se mezclaban por igual, e imperaban la frustración por no haber podido hacer nada sino huir y el ardiente deseo de venganza. Sus puños callosos se abrían y cerraban, los ojos cerrados, el ceño fruncido y mientras tanto, solo escuchaba tonterías de aquellos a quienes nada de cuanto se decía parecía importarles. Tomó aire y lo dejó escapar poco a poco, buscando un equilibrio que se resistía a él. Cuando abrió los ojos, vio a Koya, sentada, y arrodillándose a su lado, la tomó por las manos.

-Eres la voz de Desna, Koya -le dijo casi en un susurro-. ¿Qué nos puede decir ella? ¿Qué nos aconseja? -bajó la mirada. Ya se lo había pedido en otra ocasión y ni siquiera era un cuarto de importante-. Echa las cartas, Koya. Que Desna hable.

Y ella atendió a su ruego con un cansado gesto. Las cartas del pasado, presente, futuro se dibujaron sobre el soporte de madera. El Superviviente, los Gemelos, el Alzamiento. El superviviente era Sandru. Los gemelos, una sombra responsable del ataque más allá de los goblins. El alzamiento, la complejidad de aquello a lo que deberían enfrentarse y los peligros que conllevaría. El pequeño de los Dalmuvian volvió a tomar una de las manos de Koya y la apretó afectuosamente, agradecido, y sonriendo a la anciana. Ella era la voz de Desna, la portadora de la verdad, la sabiduría encarnada. Todo debían conocer y reconocer el contenido de sus palabras, mal que les pesara o venciendo su propia incredulidad.

-¡Callad! ¡Todos! Koya tiene algo que deciros. Desna ha hablado a través de ella.

El cuentacuentos sentía la garganta seca y bebió nuevamente, alzando la mano para aplacar cualquier protesta. No necesitaba que lo acuciaran. Él también deseaba proseguir.

 

Pero los augurios de Koya se mezclaron con la realidad cantada por Sandru. Tanto daba lo que las cartas dijeran. Lo cierto era que lo habían perdido todo y que su futuro era tan gris como el peltre. No eran muchas las opciones que les quedaban. O renunciar a su vida pasada y emprender nuevos caminos que los separarían para quizá no volverse a ver o luchar por lo que era suyo. Y para ello deberían cazar a los goblins responsables de sus pérdidas. Sí, pequeños. Cazarlos, pues se ofrecía una importante recompensa por aquellos malhechores. Vankor no dudó acerca de qué hacer. Era su oportunidad para demostrar que servía para algo más que conducir un carro, cuidar de las monturas o retirar estiércol. Era la ocasión en la que sus puños podían servir para hacer justicia. Pero Vankor, pese a su tozudez natural, también sabía que no debía dejarse llevar por su sangre caliente, por su ansia de venganza, pues sabía que la venganza no es justicia. Así que una vez más acudió calladamente a Koya para escuchar su consejo, el consejo que daba a su hijo Sandru.

-Iremos -dijo la anciana.

Le gustó aquello. No podía evitarlo. Y sonrió.

-Y yo cuidaré de ti -fueron las palabras de Vankor.

La salva de infantiles aplausos detuvo al cuentacuentos que sonreía. ¡Bien! ¡Bravo! ¡Pelea, pelea! Los gritos se superponían los unos a los otros. No los detuvo ni los silenció. Simplemente, siguió y fue la mejor forma de acallarlos.

 

Al día siguiente, muy temprano, salieron. Cruzaron marismas y pantanos bajo la guía de la elfa Shalelu que conocía bien aquellas tierras y los peligros que encerraban. Su gesto fue siempre serio y concentrado y dirigía inquietas miradas a un lado y a otro, como si supiera algo que los demás no. Pero la suerte los acompañaba o quizá fuera Desna quien lo hiciera y pudieron llegar sin problemas a un viejo puente de cuerda guardado por... ¡Sanguijuelas gigantes! ¡Y quien diría que aquí comenzaría a forjarse la leyenda del gran Hattori Escoba de Fuego! Pues sí, porque el viejo Hattori, ni corto ni perezoso, prendió fuego a su escoba y como si de una espada en llamas se tratara, arrojó a aquellas monstruosas criaturas, ávidas de sangre, al agua al grito de ¡Paso libre para la señora Ameiko! Ya veis que las soluciones sencillas pueden ser las más efectivas.

Pero con tanto trajín, la noche casi se les echó encima y con ella, una niebla que no prometía nada bueno. Vankor iba junto a Koya, cumpliendo su promesa de que la protegería de cualquier peligro. Y es que habían visto huellas y la elfa parecía especialmente preocupada. Pero la promesa de algo malo se disipó cuando llegaron al exterior de una cabaña. Lo cierto es que no era especialmente bonita y el sonido de cientos de serpientes ocultas en su interior que parecían silbar y escupir, no ayudaba a sentirse cómodo. Pero Ameiko conocía a su dueño, que se ganaba la vida amaestrando reptiles. Y entonces, tambaleante y herido, un mediano salió al exterior trastabillando, no sé bien si huyendo o para recibirlos. Incapaz de decir dos palabras con la cordura necesarias y el sentido adecuado, dadas sus heridas, Koya tomó cartas en el asunto  y se dispuso a curarlo. Entre Hattori, Koya y Vankor, lo alejaron de la cabaña y el resto se dispuso a comprobar qué era lo que había causado tan terribles heridas entrando en la misma y husmeando en su exterior.

Mientras lo curaba, Koya señaló unas marcas en la piel del mediano. "Colmillos" le susurró a Vankor. "Mala cosa. Por algo así perdí un novio". Vankor no entendía nada, claro, y la vieja Koya, feliz por tener público para una de sus muchas aventuras del pasado le llenó la cabeza de truculentas imágenes de mujeres mordiendo a hombres para chuparles la sangre.

Pero distraerse no es cosa buena, ni siquiera cuando, como ellos, creían estar obrando el bien, porque el mediano, traicionero y repulsivo como una de sus serpientes, se revolvió para atacar a Hattori por la espalda. Pero Hattori era mucho Hattori y como si tuviera ojos en la nuca, echó mano de lo que quedaba de su vieja y fiel escoba y le arreó un buen golpe impidiendo que lo hiriera. Y Vankor, como un toro furioso, corrió hasta él. Esa fue la primera vez que usó sus puños contra algo que no fuera un árbol. Y la primera vez que hizo sangre pues como bien sabéis, los árboles no sangran. Su puñetazo fue como la coz de una mula, pero no bastó para derribar a aquella criatura vil y despreciable. Iba a necesitar más palo y más puño.

-¡No lo matéis!

Era Koya quien gritaba con aquella extraña petición, más extraña si cabe teniendo en cuenta que el mediano había conseguido herir a Hattori, y aunque a Vankor aquello le resultó muy raro, obedeció a la anciana. Descargó un terrible puñetazo, capaz de arrancar un árbol de raiz, sobre el desagradecido mediano pero cuál fue su sorpresa cuando la carne del mediano vibró como un pudding de gelatina recién hecho y sin sufrir daño alguno. La cara de tonto de Vankor fue de las que darían para escribir otra historia pero no hay tiempo para ello. Solo os diré que pese a la petición de Koya, Hattori ensartó su daga en el vientre del mediano y tiró hacia arriba con tal fuerza, que lo abrió en dos y su corazón quedó colgando y chorreante de su filo. Y aunque aquella no era una de las cartas que Koya había sacado, bien hubiera podido serlo.

 

Pronto descubrieron la verdad y esta no era sino al verdadero mediano y la identidad como cambiaformas del falso. Decapitaron y quemaron a este último y el primero hizo bueno aquello de que es de bien nacidos ser agradecidos y los invitó a cenar y descansar en su hogar y les regaló una asombrosa capa mágica que tras muchas discusiones acabó en manos de Hatorri, Escoba de Fuego. Y colorín, colorado...

Su final se vio interrumpido por caras de decepción y abucheos.

-Noooo...

-Ese no es el final...

-¿Y los goblins?

El viejo sonrió una vez más, dejando al descubierto una dentadura que desdecía sus muchos años.

-Es hora de que os vayáis a casa. Debéis dormir. Vuestras madres estarán preocupadas. Mañana seguiremos donde lo hemos dejado.

-Si es por eso, no se preocupe de más, maese cuantacuentos. Soy madre de tres de estos gazapillos y soy la primera en querer seguir escuchando sus historias que son mucho güenas -dijo una mujer de cuerpo generoso y mirada franca-. Siga, siga, que de las otras comadres me encargo yo. Tú, Pelos, ve casa por casa y avisa de que los cachorros están en la taberna conmigo y el cuentacuentos. Y no te demores, zagal. ¿A qué está esperando? Ves, ves -dijo con amplios gestos de sus manos azuzándolo-. Ya vez, solucionao. Y aquí paz y mañana gloria. Siga usté. 

El cuentacuentos hizo un gesto de resignación y echó manos de su pichel, pero ya estaba seco.

-Tolo, tú no junas nah o qué. ¿Pero no ves que hay sed y no hay qué trasegar? O te crees que al maese no se le seca la garganta de tanto parlamentar. Llena su pichel que en si no, tú no vas a llenar el mío en mucho tiempo -dijo la mujer, brazos en jarras, al tabernero que resultaba ser su marido.

Un guiño pícaro correspondido por una sonrisa de agradecimiento del viejo fueron los previos a una rebosante ración de espumosa cerveza.

-Ea, pues sigamos entonces.

 

Habían seguido las indicaciones de su anfitrión, llegando así ante el campamento goblin. Las puertas de su muralla estaban rotas en el suelo, y el aire olía a humo. Sin duda, alguien se les había adelantado y quizá aún siguiera allí. Procuraron entrar en silencio por si acaso algo que hubieran conseguido de no ser por el bárbaro Kromdal Pedos de Trueno, cuyo estruendo se pudo oír en dos leguas a la redonda. Afortunadamente, todo parecía tranquilo. Demasiado. Aquí y allá habían cuerpos de goblins caídos y calcinados y todo hablaba de una cruenta batalla. Pero, ¿habrían supervivientes? Sandru así lo creía pues algo había oído más allá de la bulla que Kromdal montaba. Y no se equivocaba. Tres goblins salieron de una puerta con tan mala fortuna que se dieron con todos nuestros amigos de frente. Giorgino Odiapetunias y Kelzier Mataciervos dieron matarile a los dos más adelantados. Y Vankor corrió para zurrar de los lindo al tercero.

-Dejad uno vivo- volvió a oírse de boca de alguien. Aquello empezaba a ser frustrante para el joven Vankor deseoso de demostrar su valía.

Dos puñetazos que hicieron que el goblin resonara como una nuez bajo el martillo no bastaron para cumplir con aquella petición y fue Sandru quien la culminó. Mas cuando ya creían que todo había acabado, ruidos lejanos les dejaron claro que no estaban solos.

Corrieron de un lado a otro, buscando la mejor posición y por vez primera, Vankor antepuso el amor hacia su hermano a la promesa hecha a Koya dejándola atrás pero bajo la protección de su hijo Sandru. Sus pasos los llevaron hasta un edificio con almenas y flanqueado por dos torres. Y en ellas, sendas puertas por las que subir o esperar a que aquellas estúpidas y verdes criaturas bajaran. Y cuando se sabe que el enemigo es estúpido, lo mejor es aguardar a que cometa un error.

Vankor Puños de Hierro, Hattori Escoba de Fuego y Ameiko Dulces Sueños aguardaron a los pies de su torre a que aparecieran y tan pronto asomaron el hocico los dos primeros, acabaron con ellos a base de daga y tentetieso, sin dar opciones a la hermosa doncella a manchar sus manos. El tercero escapó corriendo y Vankor, emocionado por la batalla se dispuso a seguirle para darle lo que se merecía, ignorante de cuanto ocurría a su alrededor. Pero yo os lo contaré. Giorgino Odiapetunias y Kelzier Mataciervos demostraban su valía matando a los tres goblins que asomaron por su puerta. E inesperadamente, otros tres se alzaban sobre las almenas y pese a los esfuerzos de Shalelu y Bevelek por alcanzarlos con su arco y ballesta, nada consiguieron.

Pero volvamos a Vankor Puños de Hierro. Corría y corría y corría pero en su inconsciencia ante aquella su primera gran batalla resbaló con la sangre de un cadáver. La costalada fue de aúpa pero lo peor fue sentir el arma del goblin al que perseguía hundiéndose en sus entrañas.

-No, no, no... -sollozó una niñita de trenzas rubias.

-No muere, ¿verdad? -dijo el chico moreno sorbiendo por la nariz.

-Tonto, claro que no. Si hubiera muerto nadie conocería a Vankor Puños de Hierro -dijo la chica de más edad.

El cuentacuentos alzó las manos, pidiendo calma.

-No, tranquilos, no muere. No aquí y ahora. Lo hará. En su día, cuando llegue su momento como llegará el de todos nosotros, pero aún deberá vivir muchas aventuras. Dejad que siga.

 

Y allí estaba Vankor, herido pero consciente, sabiendo que no debía moverse porque el goblin volvería a atacarle, pero sabiendo también que de no hacerlo, moriría allí. Dura y difícil decisión. Pero Desna velaba por él, y condujo a Kelzier Mataciervos hasta él y lo salvó de una muerte segura hundiendo su arma hasta la empuñadura en las tripas del goblin. Y todos conocéis a Vankor. Era bueno y valiente y fuerte, además de tozudo y tímido. E inseguro en aquellas edades. Creía haber falllado a los suyos y se sentía muy, muy avergonzado. Así que olvidó el dolor que sentía y la sangre que manaba de sus heridas y corrió. Corrió como nunca lo había hecho, más incluso que cuando conducía un carro y conducía muy rápido. Adelantó a unos y a otros, sombras fugaces en su carrera acercándose allí donde se libraba la última batalla. Los tres últimos goblins contra Giorgino Odiapetunias y Kromdal Pedos de Trueno. Vio cómo caían dos de ellos pero también cómo el último los hería a ambos. Vankor, como un búfalo furioso cruzó la distancia que lo separaba de aquel gusano verde que osaba herir a los suyos y de un terrible puñetazo destrozó el craneo de aquel indigno ser. Y si algún día llegáis a visitar el lugar donde todo esto ocurrió, aún podréis ver las manchas en la pared donde los sesos del goblin quedaron esparcidos para secarse al sol. Ese era el gran Vankor Puños de Hierro. Y siguió siéndolo gracias a Koya, que lo sanó allí mismo.

Y ya poco más hay que contar. Interrogaron al goblin que habían dejado insconsciente y este cantó como solo saben hacerlo las gallinas. Habló del tesoro de un naufragio rescatado y llevado al campamento, del ataque de unos esqueletos que mataron todo cuanto hallaron a su paso para recuperar lo que les había sido robado, y también de un mapa dibujado en un abanico y que guardaba su jefe en algún lugar que pronto supieron dónde era gracias al parlanchín prisionero.

No diré que fuera sencillo, pero lo lograron junto con un más que correcto botín además de muchas orejas de goblin que les darían mucho dinero. Todas aquellas orejas se guardaron en el cofre en el que habían hallado el famoso abanico y fue Vankor el encargado de llevarlo hasta su poblado.

Pasaron algunos días en los que descansaron, se repartieron el botín y cantaron y rieron. Y fue entonces cuando Ameiko Dulces Sueños descubrió algo. El enigma encerrado en el abanico había sido resuelto. Sabía dónde estaban los barcos naufragados. Y ante aquel conocimiento... ¿irían en su busca o seguirían con su vida tranquila en las caravanas y en la posada? Yo lo sé, pero esa, esa es otra historia.

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21/05/2017, 00:23
Shalelu Andosana.

Día del Trabajo, 1 de Abadio de 4708 RA: Punta Arena, en la posada del Dragón Oxidado.

Hacía tiempo que Shalelu no se dejaba caer por el Dragón Oxidado. Últimamente veía a la ciudad más preparada y autosuficiente que lo que había estado en las últimas décadas. El trabajo del alguacil Cicuta para organizar la milicia en defensa de la ciudad, así como los movimientos de los Sczarni en las granjas aledañas de Punta Arena, implicaban que el trabajo oculto que Shalelu realizaba empezaba a no ser tan necesario.

Y aunque no le gustaba reconocerlo, la elfa sentía cierto orgullo por el progreso de aquel pequeño pueblo de humanos. Apoyó su jarra encima de la barra mientras sonreía a Ameiko. La conversación había pasado de una rápida explicación de las últimas escaramuzas de la elfa a los detalles y cotilleos típicos de la posada. Pero todo se torció cuando el varisio Sandru entró por la puerta con aire resuelto.

El jefe caravanero mostraba sus manos ligeramente quemadas y ensangrentadas, apañadas con  unas vendas improvisadas, y explicaba algún suceso a los más cercanos. Las agudas orejas de Shalelu se tensaron involuntariamente al escuchar la palabra “goblin”.

Frunció el ceño y, olvidándose de su bebida, de Ameiko y de todo lo demás, la exploradora se abrió paso entre los parroquianos para situarse entre las más cercanas a Sandru y poder así prestarle toda su atención. Al parecer los goblin se habían vuelto demasiado audaces. Le extrañaba que se envalentonaran tanto. Vale que los caminos no pertenecían a Punta Arena, y que las granjas estaban protegidas… pero asaltar a una caravana con hombres armados no era propio de los Lamesapos.

El revuelo que se alzó a continuación era típico de lugares pequeños como aquel. Incluso el alguacil Cicuta llegó y mantuvo unas breves palabras con Sandru. Mientras, la vieja Koya echaba las cartas para tratar de augurar qué les depararía el futuro. Shalelu por supuesto no creía en semejantes paparruchas, pero se mantuvo pensativa durante todos esos minutos.

La multitud, con el corazón enardecido por las profecías de Koya y las palabras de Sandru, pronto estuvo clamando por las cabezas de los goblin. Shalelu sólo tuvo que esperar a que Sandru y Ameiko indicaran que organizarían una expedición… y sin dudarlo alzó su voz para unirse.

Día 2 de Abadio, y sucesivos, del 4708 RA: Viaje a la marisma del Tocón de Salmuera.

La expedición partió de Punta Arena con un considerable número de componentes. Algo inadecuado para pasar desapercibidos en un pantano, pero Shalelu sabía que era mejor no discutir con los cabezotas humanos. Sí que mantuvo unas palabras con su hijo, Kelsier, que estaba empeñado en formar parte de la expedición. La propia Shalelu acabó aceptando a regañadientes pero imponiéndole una condición:

- Mantente cerca de mí y no hagas tonterías. – Dijo a su hijo de forma imperiosa.

Shalelu sabía que ni siquiera ella era capaz de moverse con total fluidez por aquel pantano sin que existiera una posibilidad de perderse, así que sugirió a Ameiko que fueran a buscar a Walthus Buentocón, un mediano explorador que hacía las veces de guardián del pantano. La elfa sabía que aquel mediano era quien mejor conocía esas tierras, y a la tribu cercana de los Lamesapos. Si alguien sabía cómo dar con el escondrijo de los goblins, ése sería Walthus.

Así que se adentraron en la marisma en busca del refugio de Walthus. El cenagal no era agradable. En muchas ocasiones tuvieron que caminar con el agua por la cintura, a veces incluso más. Los mosquitos no paraban de molestarles y más de uno se llevaría unas cuantas picaduras de recuerdo.

En alguna ocasión Shalelu estaba segura de que le había parecido ver una figura pálida moverse por la espesura en un lateral… para luego desaparecer. Cuando cerca del siguiente puente colgante que cruzaron, Kelsier vio una huella en el suelo, Shalelu se acercó a inspeccionarla. Parecía el Monstruo del Río Empapado y así se lo comunicó al resto. De nuevo pensativa, y preocupada por esos humanos, Shalelu observó los alrededores e incitó a todos a que aceleraran la marcha. Con suerte el monstruo no les atacaría mientras siguieran en movimiento o fuera de día.

El grupo continuó en constante movimiento. La elfa agradecía sentir el espesor de la naturaleza alrededor, los mosquitos e insectos alrededor, y en definitiva, sentirse lejos de lo que muchos llamaban “civilización”. Llegaron hasta otro de los puentes colgantes, pero esta vez se toparon con más problemas. Una especie de babosas cubrían las cuerdas, pero pronto el bárbaro Propiedad Transitiva se adelantó con una linterna sorda para tratar de ahuyentar a las criaturas con el calor. El plan no le funcionó al resbalársele la linterna de las manos, pero el viejo Hattori le imitó y prendió un extremo de su escoba para espantar a las babosas con el fuego.

Sin más problemas cruzaron y llegaron hasta la cabaña del mediano. Casi anochecía, y Shalelu sentía la necesidad de buscar cobijo pronto. La huella del monstruo del Río Empapado, o eso creía ella, no le había tranquilizado. Casi parecía como si el ser les estuviera acechando, y prefería enfrentarse a una criatura así en un refugio defendible en lugar de en plena naturaleza. Al menos siendo un grupo tan numeroso, y tan poco sigiloso.

Ameiko golpeó la puerta de la cabaña, y un receloso Walthus asomó el rostro. Tras un breve intercambio de palabras, el mediano salió al exterior, y Koya, Hattori y algún otro lo alejaron unos pasos de la entrada de la cabaña para atender lo que parecía ser una mordedura de serpiente. Pero algo le parecía raro a la elfa. Algo estaba fuera de lugar. Sin esperar a ver si alguien le acompañaba, Shalelu se adentró en la cabaña y comenzó a registrar el lugar. Alguno de los humanos le acompañó, pero la elfa no se fijó en quién o quiénes iban con ella. Simplemente centró sus sentidos en tratar de descubrir algo más que estuviera fuera de lugar.

Tras registrar los dos pisos sin encontrar nada extraño, Shalelu salió de nuevo al exterior, aunque antes de poner un pie fuera del edificio escucharon una voz desde el piso de arriba. El verdadero Walthus apareció bajando las escaleras y les explicó que un doppleganger le había intentado atacar y le había suplantado. Cuando la elfa y los que le acompañaban salieron al exterior, el resto del grupo ya había neutralizado la amenaza.

El verdadero mediano, agradecido al grupo, les ofreció su cabaña para pernoctar y reposar, además de ofrecerles una hermosa capa como regalo. Les indicó también el camino hacia el campamento de los goblin y desde entonces no hubo otro pensamiento en la mente de Shalelu. Sólo quería matar y exterminar a esos pieles verdes.

A la mañana siguiente, fue de nuevo Shalelu, con la ayuda de Sandru, quien guió al grupo hasta el borde de la empalizada que protegía el poblado de los Lamesapos. Trataron de actuar con sigilo, y se adentraron por un hueco en el muro. Eso les sirvió en parte, pues los goblin comenzaron a aparecer con cuentagotas al percatarse sólo de la presencia de un único individuo: el bárbaro Propiedad Transitiva.

Creyendo que se enfrentaban a un único humano, los goblin fueron saliendo de sus escondrijos y el grupo pudo dar buena cuenta de ellos, dejando a uno vivo para interrogarlo a posteriori.

Tras un agitado, pero breve combate, todos los goblin cayeron, y los pocos que conocían el idioma de los goblin se encargaron del interrogatorio del superviviente. Shalelu permaneció en silencio, pero escuchando cada palabra que salía de la mandíbula de aquel hediondo ser.

Las palabras del goblin revelaron el escondrijo del líder de los suyos, así como de los pocos guardianes que le quedaban. Revelaron también que el campamento goblin había sido atacado por unos esqueletos, que habían acudido al parecer en represalia por el saqueo que los goblin habían realizado de un barco hundido. Los Lamesapos se habían topado con los restos del naufragio y entre el tesoro que se llevaron a su campamento se encontraban las bolsas de pólvora que posteriormente usaron en el ataque a la caravana de Sandru. Cuando los esqueletos llegaron, el jefe les cedió buena parte del tesoro que previamente habían robado para salvaguardar las vidas goblin, y al parecer funcionó.

El prisionero hizo alguna matización más, pero los oídos de Shalelu hacía rato que no escuchaban. Se había hecho una idea mental del camino que debía seguir para dar con el resto de goblin, y partió sin dilación. Pese a ello, Sandru y Ameiko iban por delante en el camino y llegaron primero a las puertas que daban acceso al edificio del líder.

El combate que siguió fue aun más breve y brutal que el asalto inicial al campamento. Shalelu recibió un peligroso impacto de flecha pero a pesar de ello destripó al líder goblin. Con ira, pero con control. Los movimientos gráciles de la elfa parecían sacados de algún manual de danza. Odiaba a los goblin con todo su ser, pero ello no impedía que una parte racional de su cerebro mantuviera el control y la hiciera ser más precisa en todas y cada una de sus estocadas.

Cuando Shalelu recuperó la consciencia de sí misma tenía el rostro empapado en sangre goblin. Todo el grupo humano de Punta Arena había sobrevivido, algunos más heridos que otros… pero todos vivos. Kelsier, su hijo, también estaba vivo, aunque con el brazo roto o dislocado… no estaba segura.

Apenas murmuró un par de palabras en el camino de vuelta, lo que no contribuyó a mejorar la opinión del resto acerca de ella. Algo en su interior le decía que los problemas no acababan más que empezar.

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21/05/2017, 03:34
Serveris.

Día del Juramento, 3 de Abadio de 4708 RA: Punta Arena, en la posada del Dragón Oxidado.

Una posada parece ser más trabajo del que inicialmente creía. Con la escoba me encargo de barrer el piso del Dragón Oxidado, sacando así la tierra que entra pegada a los pies de los viajeros que a veces caminan por grandes y pantanosas distancias. Pero barrer es algo sumamente aburrido y no considero que me esté luciendo ni demostrando mis habilidades con ello.

Estar protegiendo este lugar es un honor, pues es la guarida de la señorita Kaijitsu, pero a la vez es una condena pues significa que no puedo estarla acompañando en el viaje que decidió realizar con el resto de los habitantes para cazar a los trasgos que habían destruido la última caravana Vhiski.

Tomo un paño para limpiar una mesa mientras pienso en cómo podría estarla protegiendo y luchando en su nombre, pero la verdad es que estoy acá encerrado por aceptar sus palabras.

"Como si tu padre te dejaría ir a una cosa así. Es una clara mentira pues el viejo jamás permitiría que su hijo fuese más que el aburrido granjero que es él mismo. Tiene tanto miedo de la vida que no la vive y no deja que yo lo haga."

Recuerdo la última discusión con mi padre acerca de eso, donde me juró que su hijo no moriría por seguir un sueño estúpido y que las tierras de sus ancestros no serían yermas por mi pereza y mis sueños estúpidos. Lo odié por eso y me juré que no volvería a hablarle de mis sueños, sino que solo los realizaría sin decirle nada.

No me gustan esos pensamientos pero son más ciertos de lo que quisiera aceptar. Constantin no me dejaría ir a ningún lado y mucho menos si eso involucra comportarme como más que sólo un campesino. Uno que nunca ha sabido su lugar, como mi elegante padre nunca pierde la oportunidad de manifestarlo, sobre todo si es en un lugar con mucho público, que pueda apoyarlo en su acusadora mirada, que expresa lo culpable que debo sentirme por abandonarlo.

"Pero no le daré en el gusto y el fantasma de mi madre puede estar tranquilo de que no me quedaré con esta vida miserable y que haré uso del legado que mi familia de origen Tien me heredó."

Enjuago un poco la barra mientas Bethana se encarga de los clientes. La mediana es una buena empleada de la Señorita Kaijitsu, pero no es especialmente comunicativa, aunque no puedo culparla pues yo tampoco soy especialmente elocuente.

Mientras limpio, recuerdo que ella me pidió que protegiese este lugar mientras ella iba a acabar con los trasgos del pantano. Hubiese dado lo que fuese por protegerla pero fue clara en que no me necesitaba y que estaba mucho más preocupada por dejar Bethana sin protección en caso de que las cosas saliesen mal.

Es un honor pensar en que la Señorita Kaijutsu me confió la seguridad de su morada y es el único motivo por el que acepté, pero no puedo dejar de fantasear con las proezas de combate que habría efectuado contra los trasgos, demostrando que mi madre me enseñó de manera correcta y que soy un digno heredero de la tradición familiar. Demostrar que soy digno yojimbo de la Señorita Kaijitsu.

Pero ahora solo me queda limpiar aquí y seguir atento por si tengo que proteger el local de alguna amenaza. La verdad es que me aburro y no permitiré que vuelvan a irse sin mí a ninguna aventura. Estoy decidido a dejar la granja y decirle a mi padre que no seré el granjero que él desea. Ya lo he decidido y seré un samurai, como mi abuelo antes de mí, o moriré en el camino.

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21/05/2017, 18:16
Sandru Vhiski.

Día 28 de Kuthona de 4707 RA

A pesar de que esa mañana había despertado de una pesadilla con el sonido de un aullido arrancándole del sueño, Sandru enseguida se puso de buen humor. Acababa de invertir la mayoría de sus ahorros en doblar el tamaño de su caravana y tenía seis estupendos carros, y con ellos cargados de mercancías oriundas de Punta Arena y sus alrededores, esperaba hacer un buen negocio en Magnimar. Había reservado un espacio para las botellas de hermoso vidrio que Ameiko le había proporcionado. Esperaba vender la mitad de ellas al menos, y traer llenas las otras de buenos licores para el Dragón Oxidado.

A pesar de los esfuerzos del Alguacil Cicuta, y sacudiendo la cabeza pensado en el trato que éste tenía con los Sczarni, el camino caía en la categoría de tierra de nadie, por lo que el varisio había contratado la escolta de tres aventureros. Pertenecían a un grupo mayor que había tenido algún tipo de desavenencias por el reparto de algún tesoro, y del grupo original que iban a ser cinco, sólo se presentaron tres, un mercenario humano, una “exploradora” humana y un mago semielfo.

Aquello no era muy alentador, pero lejos de tomarlo como un signo de mala suerte, Sandru dejó a un lado las palabras que le había dirigido Kelsier a modo de advertencia sobre la naturaleza del infame sabueso que parecía perseguir a los Vhiski. Partieron camino a Magnimar, y empezaron a dejar a tras granjas hasta que por último perdieron de vista Punta Arena. Cuando el camino comenzó a bordear el Pantano de Tocón de Salmuera y hubieron pasado un par de horas es cuando estalló el desastre.

Y estallar es la palabra correcta, ya que aquello malditos de los Lamesapos, tenían consigo algún tipo de ingenio que voló en pedazos el carro más adelantado antes de que nadie pudiera ver que se sufría una emboscada. El mago semielfo viajaba en ese carro, decía que sus poderes de adivinación funcionarían mejor allí. Sandru pensó que sus poderes le debieron fallar aquel día. Se sucedió una refriega, y más de esos ingenios explosivos volaban de aquí para allá, lo que causó la ruina de dos carros más antes de que el maestro de caravana consiguiera hacer que dieran la vuelta al carro de Koya (cosa que hizo personalmente) y que los primos Dalmuvian hicieran lo propio con los suyos. Cuando los goblins caían sobre los pocos ya miembros de la caravana, Sandru desenvainó su cimitarra y usó la cobertura de los humos y fuegos que había por doquier para hacer pagar caro a los malditos Lamesapos su atrevimiento. Acabó con unos cuantos, pero vio como abatían al mercenario aventurero a flechazos. No supo del destino de la “exploradora”, más no recordaba haberla visto desde que estalló la batalla.

Llegó un momento en que estuvo casi rodeado, y sólo el irrumpir de una de las monturas de la caravana, cuyas crines estaban en llamas y corría desbocada, salvó a Sandru de una muerte segura, ya que se agarró a sus riendas y apagando el fuego con las manos, puso grupas en dirección al desastre que era la caravana atacada cabalgando hacia Punta Arena tras su familia, rogando a Desna que los goblins no les hubieran alcanzado. Con los ánimos embravecidos, se dirigió a la posada del Dragón Oxidado, donde se reunió con su familia a en los establos, abrazando y besando a cada uno de ellos, y dando gracias de que su sobrino no les hubiera acompañado. Mandó a todos a descansar y pasó el resto de la noche evaluando daños en carros y mercancías. Había perdido casi todo.

Días 29 a 31 de Kuthona de 4707 RA

Tras airear en Punta Arena lo sucedido, el varisio se aseguró de que el Alguacil supiera de la efectividad de sus medidas para dar seguridad al área, lo cual trajo como primera medida instaurar la recompensa goblin.

A las malas podré recuperar algo de las pérdidas. – Era el consuelo del mercader, aunque interiormente creía que no había suficientes orejas en el pantano para recuperarse del varapalo sufrido.

Tras poner en común con Ameiko los detalles del ataque, conversación que trascendió a muchos de los habituales del Dragón Oxidado, ésta admitió preocupada que los explosivos que usaron los goblins eran oriundos de su tierra natal, y que no había en Punta Arena ni alrededores ni un gramo de ese tipo de sustancias.

La propia Shalelu apareció, y se decidió finalmente a hacer una expedición de castigo hacia la tribu de los Lamesapos. Tres enanos mercenarios, animados por el excelente alcohol de Ameiko decidieron adelantarse en pro de cobrar la recompensa para sí, más después de ver otra serie de explosiones esa noche, parece que encontraron un prematuro fin a manos de esa sustancia de los Tien.

Días del 1 al 4 de Abadio de 4708 RA

 

Tras organizar el grupo, hubo algunas modificaciones de última hora. Se sumaron a la expedición los hermanos Dalmuvian, decididos a ayudar en la recuperación de las pérdidas de la caravana de su patrón Sandru. A pesar de cierta disensión al principio entre ellos, acordaron participar en la expedición y arrimar el hombro. Ya una vez Sandru les dijo que aprenderían a luchar si se daba el caso. Y parecía que esta era su oportunidad. Tampoco tuvo fuerzas para negar una segunda vez su participación a Giorgino en los avatares de los Vhiski. Si era su momento que Desna lo ayudara. Y fue la propia Desna quien alentó estas decisiones, ya que Koya le pidió auxilio echando las cartas. Esta vez los augurios estaban de nuestra parte: El Paladín estaba claro en la mano de Sandru cuando éste dio la vuelta a la carta. Debía tomar la iniciativa en este asunto.

 

El viejo Hattori se sumó a la comitiva, y es que Ameiko no dejaba de ser una noble y necesitaba de un ayuda de cámara. Al menos esperaba que pudiera mantenerse cerca de Koya si las cosas se ponían feas. Sandru nunca se había equivocado tanto de lado a lado. El viejo tenía una escoba certera y un pulso digno de un cirujano. Más adelante se demostró que así era.

Un fornido y tatuado bárbaro Shoanti que parecía estar deseoso de hacer caer el peso del oro en sus vacíos bolsillos también decidió unirse a la comitiva. Y su enorme hacha era más que agradecida.

Por último, Shalelu aceptó llevar al joven Kelsier, quien con su puntería como cazador y sus habilidades como explorador, sería de gran ayuda para orientarnos en un terreno hostil como era el Pantano.

Pero sólo había alguien que podía indicarles el camino hacia el lugar donde estuvieran los Lamesapos, y ese no era otro que Walthus Buentocón. El recluido Mediano, vivía en un caserón en medio del pantano. La compañía puso rumbo hacia allí, y tras un algo accidentado viaje, algo que se hacía pasar por el Mediano los recibió. Una suerte de cambiaformas asesino que había hecho refugiarse al verdadero Buentocón en una sala bajo llave en su caserón. Más la criatura no podía engañar a las numerosas serpientes que el verdadero Mediano tenía amaestradas y lo habían mordido sin piedad. Y tampoco pudo engañar al viejo Hattori que tardó un segundo en darse cuenta del engaño tras el ataque del monstruo, y otro en sacarle el corazón del pecho con un cuchillo.

Tras recibir las apropiadas indicaciones del agradecido Mediano, y una capa encantada que se convino en entregar a Hattori, el grupo puso rumbo hacia la aldea de los Lamesapos. Al llegar allí descubrieron que la aldea había sido atacada anteriormente, y tras una escaramuza con unos pocos goblins, se extrajo información de un prisionero, constatando que así había sido.

Tras un enfrentamiento que terminó con la derrota del líder goblin, el cual costó varios heridos y a un Kelsier profundamente lesionado con un brazo roto, la información que se sacó en claro era sorprendente:

Dos barcos Tien habían encallado en la costa del pantano, como mostraba un torpe mapa que había pintarrajeado el jefe goblin en la parte de atrás de un abanico. También mostraba la localización de una cueva. Era evidente que los goblins habían sacado los explosivos Tien de los barcos, pero la nota siniestra del asunto venía de que algún tipo de maldición pesaba sobre los naufragios, ya que marineros no muertos habían asaltado la aldea de los Lamesapos en orden de recuperar su tesoro. Tesoro que había vuelto a los barcos.

Y más siniestro aún era algo que nadie había notado, y que por más que Sandru lo había intentado comunicar por las buenas y a gritos finalmente, es que todas estas pistas estaban en una caja que claramente había sido construida por las manos de un demonio. La mezcla de una maldición, no muertos, y poderes demoníacos era algo que les podía estallar en la cara. La verdad es que Sandru empezaba a estar harto de la maldita palabra...

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21/05/2017, 19:12
Viejo Hattori.

Al igual que todos los días, Hattori barría la posada con esmero y dedicación, aunque la velocidad a la que lo hacía, cada año era menor. Aparte de los parroquianos habituales, mientras el viejo se movía por toda la estancia en segundo plano, pareciendo ajeno a todo y a la vista de todos, observó a caras más familiares. Al ver a un taciturno Sandru, decidió que lo mejor era ir a menear su escoba por su espalda, para saber que lo afligía, aunque en cierta medida se lo esperaba. Las noticias llegaban siempre, tarde o temprano, y los goblins estaban demasiado alterados, con número suficiente y el valor que les infundían dichos números para hacer de las suyas. Rapiñar y saquear.

Escuchó durante un buen rato la charla que mantuvo con todo aquel con el cual habló. Los malditos goblins habían atacado su caravana y había perdido todo el dinero, cosa que no era sorprendente en parte. Lo raro fue lo de aquellos ingenios explosivos de los que habló y describió. Sonaba a artimaña de una inteligencia superior. Cuando escuchó todo lo que le interesaba, volvió a moverse por todo el salón principal de la taberna, sin parar de menear la escoba, y atento a posibles nuevas noticias.

Todo transcurrió sin más sobresaltos, mientras Sandru seguía contando su historia, hasta que apareció un bárbaro en la posada. Tenía una pequeña fama de agitador, y se colocó en una mesa central, a la vista de todos, como dispuesto a montar gresca en cualquier momento. Su señora, la joven y dulce Ameiko, se acercó a él, y por consiguiente, Hatorri y su escoba en un segundo plano.

Por lo visto no tenía dinero, comida ni donde dormir, pero aseguraba que pondría su hacha al servicio de aquel que quisiera para acabar con la amenaza goblin, ya que se había puesto una recompensa por cada criatura muerta, previa presentación de las orejas cortadas de los cadáveres.

Finalmente, como esperaba, se montó una 'partida de caza' para averiguar más sobre los artefactos explosivos de los goblins, amén de recuperar cierta parte de las ganancias perdidas de Sandru, entregando a las autoridades locales, la mayor cantidad de orejas que pudiesen cortar.

Al viejo no le importó nada. Tenía claro que si Ameiko iba al pantano, él estaría detrás suya como su sombra. No podía permitir que le pasase nada malo, por poco que fuera. la familia de Hattori había servido a la de su señora durante incontables años, no iba a ser él quien dejase vagar por aquel pantano infecto a quien debía de proteger y cuidar.

La marcha fue lenta y costosa, no era la primera vez que se movía por un pantano, pero a su edad, ciertas cosas no eran recomendables. Aún así, sonreía cada vez que a alguno de los integrantes de la comitiva se le quedaba una bota atascada en el barro, o los vapores hediondos del lodo que cubría todo, hurgando en las narices de los menos acostumbrados, produciendo terribles muecas de asco.

La mayoría tenía una gran sensación de peligro, veían sombras acechantes, monstruos imaginarios que andaban cerca suyo, y la niebla no parecía infundir valor alguno, todo lo contrario.

El primer escollo de la partida, fue un puente infestado de sanguijuelas enormes, casi como un brazo humano gordo e hinchado. Mientras cada uno proponía su forma de evitar el paso por aquel puente, perdiendo incluso una lámpara en el proceso, Hattori prendió su escoba, y tranquilamente cruzó el puente mientras espantaba a aquellas grotescas criaturillas. Todos se sorprendieron menos él.

Son unos críos. Pensó cuando todos cruzaron aquel puente.

Sin más dilación continuaron hasta alcanzar la casa de un mediano conocido como Buentocón, el cual según sospechaban, sabría la localización de la tribu de goblins que andaban buscando.

Entonces fue cuando la cosa comenzó a precipitarse. Tras ofrecerle comida al mediano, este, sin motivo alguno, comenzó a atacar de improvisto, cosa que cogió a todos desprevenidos.

Cuando el primer golpe del mediano falló, Hattori tiró su palo de escoba al embarrado suelo, y antes de que repitiese aquel tipo su ataque, sacó con rapidez una daga escondida, la cual insertó con fuerza entre las costillas de Buentocón. Ese fue su error.

La criatura contra la que se enfrentaban, no era un mediano, y esto Hattori lo comprobó demasiado bien, cuando recibió un buen golpe imposible de esquivar, que además del impacto, pareció drenarle parte de su energía vital.

No, esto es otra cosa. Hay que acabar con ella, antes de que haga daño a nadie.

Había perdido fuerza y velocidad, pero no precisión ni determinación. Aquello tenía que acabar. Esperó durante unos segundos, mientras la criatura estaba entretenida con uno de sus compañeros, y cuando se dio la vuelta, Hattori tan solo tuvo que aplicar la fuerza necesaria para incrustarle la daga por debajo de las costillas, ensartarle el corazón, y sacarlo aún clavado en su arma. Mejor prevenir que curar.

A partir de ese momento, el peso de las acciones había que encomendárselas a otros. El recibió una preciosa y poderosa capa como pago por su valía contra el cambiaformas, y, aunque se negó las 2 veces reglamentarias, a la tercera fue la vencida y la aceptó.

Cuando llegaron a la aldea de los goblins, Hattori supo que el momento de gloria le pertenecí a otros, así que se limitó a servir de apoyo cuando lo necesitasen. El bárbaro acabó con todos los enemigos que le salieron al paso, al igual que Sandru y los demás. Hasta su señora Ameiko tuvo su momento de gloria. Estaba bien, así debía de ser. Todos exaltados por lo logrado aquel día, y él en segundo plano, en las sombras. Vigilante y al acecho.

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21/05/2017, 19:14
Kromdal.

Días del 1 al 4 de Abadar de 4708 RA. Kromdal.

Aquel día fue a la posada cantando su cancioncilla, alegre ante la expectativa de ser contratado por alguien para ir al pantano a matar a aquellos goblins.

El nomo a Kromdal insultó, Kromdal le quiso cortar la cabeza, pero el nomo dijo que no podía, que su cabeza era suya, y no una propiedad transitiva. Propiedad transitiva, el nombre me gustó, así que me lo quedé pero no la cabeza del nomo.

 

 Siempre ocurrí así. La gente iba a las posadas, a contratar a otra gente, para matar gente o cosas. Su padre, Krigg hijo de Kragga, se lo había enseñado el día de su doceavo albor, al alcanzar la mayoría de edad.

No tardó mucho en llegar a un acuerdo con la chica guapa que llevaba aquella posada. Todo era simple. Él necesitaba dinero y un sitio donde pasar la noche, ella y sus camaradas necesitaban músculo y les sobraba un sitio en las cuadras.

Kromdal no sabía bien sumar, pero aquello era fácil, y los caballos se portaban (Y olían) bien al igual que él.

El viaje al pantano fue como otro cualquiera, con ansias de estampar su poderosa hacha contra sus adversarios, pero la faena tuvo que esperar un tiempo largo. Al menos vio como el viejo barrendero le sacaba el corazón a un cambiaformas, de un solo golpe.

-Eh, viejo, tiene'h  que enseñarme a hacé eso ¿Eh?- Que no se dijese que Kromdal, hijo de Krigg, no tenía interés en aprender nada.

Para cuando llegaron a la aldea de los goblins, Kromdal, o Propiedad Transitiva, que era como le gustaba que lo llamasen (Según él, le daba cierto aire distinguido, ya que no entendía aquellas palabras, y por lo tanto, serían palabras cultas y de un gran rango), estaba nervioso y deseoso de entablar combate. No tardaron mucho, y el bárbaro se lanzó contra las bestias con inusitada (Normal para él) rabia y contundencia. Destripó, destrozó y cortó orejas para reclamar su dinero. Los goblins no eran rivales para él ni sus acompañantes. Ni siquiera el jefe.

Una vez cumplido el objetivo,  Kromdal se relajó, pues solo quedaba inspeccionar una cuevas, de donde sacaron algunos objetos bonitos y brillantes. Pensó en reclamarlos, pero ya tenía orejas de goblin suficientes para ir tirando una temporada. Y seguro que aquellos tipejos querían seguir contando con sus servicios.  Y si no, siempre había gente dispuesta a apostar sus dientes y dineros en peleas a puño desnudo.

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21/05/2017, 21:07
Kelsier Deznad.

En aquella ocasión el muchacho entró por la puerta de la cocina. Había conseguido, aparte de liebres, tres hermosas perdices difíciles de obtener en aquella época. Le sorprendió no ver a nadie en la lumbre, a pesar de ver varias ollas y pucheros, cuchillos y verduras, dispuestos para su inminente empleo. Mientras se preguntaba donde estaría la patrona colgó la caza de los ganchos habilitados para ello.

Sus apuntadas orejas parecieron abrirse levemente cuando captaron el sonido de las voces en el salón - Algo se cuece y no es en esta cocina -. Asomó su cabeza por la puerta de acceso al mismo que disponía la cocina y accedió a la barra y el comedor de la posada. Un corro de personas hablaban con voces excitadas sobre algo. Ameiko, a este lado de la barra, escuchaba con detenimiento.

Con el habitual movimiento ágil y silencioso del medioelfo, como si se encontrara en la espesura, se posicionó junto a la tien y escuchó con atención. Pronto supo que el eje de la conversación lo llevaba un magullado Sandru y que su caravana, prevista su llegada para el presente día, ya había llegado. O lo que quedaba de ella. Sus ojos se abrieron aun más cuando observó que a un lado, de pie y con brazos cruzados, se hallaba su esquiva y tan cara de ver madre.

La palabra goblin logró que el joven ahogara una exclamación de sorpresa que lo delató ante Ameiko. Aun así su atención a lo que se hablaba pareció aumentar cuando se relataban los desafortunados sucesos y que tenían a esa odiosa raza como principales responsables.

Desde pequeño, su madre había inculcado a Kelsier el odio hacia la verdosa raza y los motivos innumerables para hacerlo. Enemigos del resto de razas, los goblins solo vivían para causar daño a los pueblos libres. Nunca había visto ninguno, pero sabía que era su deber de actuar y su oportunidad de demostrar que ya no era un niño, a pesar de las palabras que le dedicaron su madre y Ameiko cuando osó hablar en voz alta y afirmar que él se ofrecía a ir junto al grupo que se estaba formando para escarmentar a esas bestias y anular su amenaza.

A los días, debidamente pertrechado, el grupo formado por Sandru, Giorgino, la anciana Koya, Ameiko, el viejo Hattori, el bárbaro Kromdal, su madre Shalelu y él mismo, partieron a las ciénagas, lugar donde se ubicaba la tribu de los Lamesapos, grupo de goblins identificados como los responsables del ataque a la caravana y del empleo de explosivos. Pero al no saber su localización exacta, el grupo se dirigió primero a visitar a un explorador del pantano que sin duda conocería la ubicación: el mediano Walthus Buentocón.

Shalelu y Kelsier, madre e hijo, abrieron la marcha como exploradores y vigilaron ante posibles peligros. Siempre cerca de ella, como parte de la exigencia de la última para aceptar que su retoño viajara en la expedición, el muchacho trató que su cercanía fuera algo útil y de apoyo, a pesar de su excitación, no el mero hecho de estar bajo las faldas de su madre. Algo que el muchacho estuvo convencido que logró evitar.

Hubo momentos en los que su madre aseveró que el Monstruo del Río Empapado los seguía de cerca. Sin dudar de ella, resultó un alivio el ver como el ser los espiaba pero no atacaba. El capítulo del puente colgante y las sanguijuelas en las cuerdas casi terminó con la aventura. Tras una idea peregrina del muchacho a base de cortar cuerdas - En su momento me pareció muy buena idea - y la pérdida de un farol por parte del bárbaro, finalmente Hattori logró ahuyentar a los parásitos quemando su escoba. Casi derrotados por un puente.

Finalmente encontraron la casa de Walthus, en la ciénaga. Y fue este quien los recibió, de extraña manera, desorientado y herido por la mordedura de una serpiente... a un domador y encantador de serpientes. Tras ayudar a la vieja Koya a tratar la herida y aprender a chupar y escupir veneno - puag -, siguió a su madre que exploró la casa del trampero y allí hallaron a... ¡Otro Walthus!. Aclarado que el de fuera era un cambiaformas impostor, raudos salieron al exterior para contemplar el descorazonador final del ser.

El auténtico mediano, agradecido por librarle del impostor, dio cobijo, un obsequio y la información al grupo. Por fin sabían donde estaban los pieles verdes.

El lugar resultó ser una serie de cabañas rodeadas por una empalizada, junto a una laguna. Con Sandru y su madre a la cabeza el grupo accedió al recinto mal vigilado en silencio. Silencio roto por el brusco Kromdal, que sin embargo dio la idea a los goblins de que un único enemigo entraba en el lugar, envalentonándolos para salir a su encuentro... y hallarse con el grupo al completo.

Se sucedió una refriega entre los asaltantes y los defensores. Para ser su primera vez en combate contra seres "inteligentes" el medioelfo se sorprendería, tras finalizar la expedición, de la sangre fría que conservó. Con una puntería letal, cada vez que la cuerda de su arco cantó, arrebató una vida goblinoide. 

Salvó de una situación muy comprometida a Vankor Dalmuvian y recogió numerosas orejas de goblin. Sus compañeros demostraron similares aptitudes de lucha. Aquel fue un gran día. Por otro lado, tras haber logrado el grupo un prisionero, el muchacho demostró que contra esas criaturas se podía hacer entender. Chapurreando su lengua, - una serie de gruñidos y berridos, más bien -, trató de sonsacar al reo información sobre el lugar, los goblins restantes, sus explosivos, su líder y unas extrañas huellas provenientes de la laguna. Fuera lo que fuera lo que intentara para obtener respuestas... siempre tuvo éxito.

Así supieron sobre el líder goblin, el barco tien naufragado, la maldición que pesaba sobre sus tripulantes, el tesoro que guardaban y el abanico del jefe que describía la ubicación de la nave.

Solo restaba el jefe tribal y un puñado de seguidores, parapetados en la cabaña del líder. El asalto resultó relámpago y contundente. Sandru abrió la puerta y Shalelu entró sin precaución alguna para combatir al cabecilla, quedando rodeada. Kelsier sabía que debía quedarse atrás, según mandato de su madre, pero verla en circunstancias tan adversas espoleó al joven para entrar en la refriega.

Hizo lo más difícil, caminando entre diversos adversarios, esquivándolos o provocando torpezas entre ellos. Finalmente, posicionándose tras la elfa con intención de cubrir su espalda, el joven tensó el arco con fuerza para así agujerear, otra vez, nuevas tripas de goblins.

Sintió un dolor lacerante en su brazo derecho y contempló horrorizado como un hueso ensangrentado asomaba por él. Incrédulo como para poder gritar aun, sin comprender que ocurría, solo entonces se percató de la inmensa colección de cabezas de animales y trofeos que el jefe goblin había colgado por todas las paredes. Y solo entonces se dio cuenta que el hueso que asomaba por su brazo era el colmillo de una cabeza de jabalí, tras de sí, que había empalado y atravesado de lado a lado su extremidad.

Cayó al suelo retorciéndose de dolor, mientras que su madre, apurada al oír sus lamentos, decidió terminar cuanto antes con el peligro al destripar al jefe goblin. Ameiko logró hacer caer dormidos a dos pieles verdes - con su magia, sus canciones no son tan aburridas, aclaremos - y Sandru acabó con el último. El combate había terminado a la par que se iniciaba la convalecencia del joven explorador.

Los poderes combinados de Ameiko y Koya evitaron que la herida fuera de excesiva gravedad y lograron que en dos semanas el medioelfo volviera a tensar su arco, preparado para encarar nuevos retos.

El resultado final aportó satisfacción y algunas riquezas para los participantes. Sandru obtuvo dinero suficiente para intentar rehabilitar su caravana de carros debido a las ganancias de la expedición y las donaciones de la familia y amigos.

Kelsier, por su parte también obtuvo un buen pellizco económico, pero eso era algo secundario. Lo principal es que - traicioneros colmillos de jabalí aparte - era capaz de plantar cara a la adversidad. Aun le quedaba camino para que su madre aceptara su capacidad y autosuficiencia, pero estaba en buen rumbo. Ya no era un niño.

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21/05/2017, 23:30
Ameiko Kaijitsu.

Que el dichoso chucho tiene el don de oler las desgracias ya no lo dudo.

Cuando Sandru regresa, a malas penas, herido y espoleando su montura al límite de la resistencia, sé que el aullido lastimero se ha cobrado su precio. Pero sé qué es lo que más le puede animar y, tan pronto como puedo, reúno a todos en El Dragón Oxidado. Buena comida y mejor bebida elevan y animan el espíritu de cualquier varisio.

Nos pone a todos al corriente de lo sucedido y la sorpresa es máxima. Pirotecnia. Una técnica muy común en la tierra de mis antepasados, pero muy rara de ver en Punta Arena. ¿Cómo ha llegado a manos de esos engendros apestosos? Además, han osado atacar a Sandru. Una mirada cómplice con Shalelu y todo en marcha. Bueno, la jugosa recompensa también es un gran aliciente, para qué vamos a negarlo: 10 piezas de oro por cada oreja de goblin en buen estado y 300 más por la testa del jefe de esos gusanos orejudos. Pronto todos nos enfrascamos en preparar el viaje, todos viejos conocidos salvo un misterioso y fornido hombre que nos ofrece su hacha a cambio de parte del botín. No parece esconder segundas intenciones y aceptamos sus servicios, pues aunque somos varios, ninguno somos combatientes de primera línea.

Pero no puedo descuidar mis deberes al frente de mis negocios. Hattori no ha perdido ripio de lo hablado. Ni nadie de los presentes en la taberna. Se niega a que me vaya sin él. Y la verdad es que no tengo corazón para negarselo. Mi querida Bethana puede quedarse al mando, pero va a necesitar ayuda. Mi mente trabaja a toda velocidad... Serveris. El muchacho es honrado, bien dispuesto y su familia ha trabajado para la mía durante generaciones. Hago llamar a su madre y, tras una breve y encantadora conversación, queda todo cerrado y atado.

Reviso una y otra vez mis alforjas y mi bolsa de conjuros. Llevo todo lo necesario para poder usar mi magia durante una luna. Acaricio con mimo mi samisén y lo envuelvo con sumo cuidado. Compruebo que mi espada, herencia familiar, se encuentre en óptimo estado. Bien, todo correcto. Por consenso, hemos decidido ir caminando, pues no es lugar el pantano para monturas o carros. Temo por Koya y Hattori, pues aunque vigorosos aún, su edad es avanzada. En claro contraste con la exuberante juventud de Giorgino. Mi querido, querido sobrino. No en el sentido más literal de la palabra, pero lo siento como si fuera de mi sangre. Encomiéndole tal tarea y casi lo veo hincharse cual pavo real de orgullo por el encargo.

Nuestra primera parada será la casa que en el pantano tiene Balthus. Nadie como él conoce la zona y tenemos trato habitual cuando viene a aprovisionarse al pueblo. Nos distribuimos para mantener a salvo a mis queridos Koya y Hattori. Además, mantengo un ojo en el joven Gio, evaluando sus posibilidades. Caminamos a buen paso, acorde a los miembros más lentos del grupo, sin perder de vista que el pantano es lugar peligroso. Y pronto así lo comprobamos, pues vamos viendo unas huellas que Shalelu relaciona con un legendario habitante de la zona. Sin embargo, no se muestra, aunque sabemos que se mantiene en nuestra periferia.

Al llegar al primero de los múltiples puentes de cuerda que habremos de cruzar, lo hallamos cubierto de unos bichos sumamente asquerosos que se asemejan a sanguijuelas. Pronto el fuego se erige como la solución para ahuyentarlas... si bien hay el suficiente sentido común como para no aplicar directamente una antorcha. Nuestro nuevo compañero propone usar su linterna sorda, con el metal calentado al punto del rojo vivo para espantar a las viles y repugnantes criaturas sin dañar ni prender el puente que precisamos para continuar nuestra marcha. Mas parece fallarle el pulso y pierde su posesión en el fango del pantano. Y hete aquí que, ni corto ni perezoso, haciendo gala de un pulso que desmiente su edad, mi buen Hattori prende su eterna compañera y la acerca a las sanguijuelas logrando así espantarlas. No obstante, no puedo evitar sonreír al ver contraerse su gesto en un rictus de disgusto cuando comprueba que ha perdido el mocho de su escoba. Sin embargo, se encoge de hombros dejando claro que se hará con una nueva tan pronto retornemos a Punta Arena.

Varios puentes y rastreos después, alcanzamos la cabaña de Balthus. Todo está extrañamente silencioso. Sandru se adelanta para comprobar que no disparamos ninguna trampa que el mediano haya podido colocar a modo de protección. Franqueado el camino, llegamos hasta la puerta. Dado que soy con quien más trato ha tenido, llamo con decisión. La puerta se entreabre y veo a mi viejo conocido al que saludo alegremente. Sin embargo él parece no reconocerme. Eso enciende mis alarmas, no sé bien por qué, pero la sensación de que algo no encaja se asienta en mi estómago como una losa, haciendo compañía al nudo que se ha formado cuando escucho el sonido formado por el silbido de cientos... qué digo... no... miles de serpientes.

Haciendo de tripas corazón, y temiendo que alguien lo esté reteniendo lo estudio atentamente, sin dejarlo cerrar la puerta. Distingo entonces en su costado un feo mordisco. Meto la mano en mi bolsa de conjuros y localizo el componente necesario. Haciendolo girar entre mis dedos, murmuro unas palabras en mi lengua natal, invocando los dones de Shelyn y cuchicheo sólo para el mediano:

—¿Os halláis en peligro? Nosotros podemos ayudaros.

Lo veo dudar y finalmente sale, cerrando la puerta tras de sí. El sonido sibilante se intensifica y me aparto, bajando los escalones de un salto. Aviso a Koya para que examine al mediano. Shalelu se hace con la situación y avanza con decisión para examinar la casa.

Me mantengo a distancia de la misma, atenta a lo que sucede alrededor. No debemos olvidar que estamos en medio de terreno hostil y toda precaución el poca. Balthus parece enloquecer al ver que Shalelu acompañada por su hijo y uno de los Dalmuvian entra en su propiedad. Pero su herida requiere atención y Gio y Hattori lo retienen para que pueda ser examinado y sanado.

Entonces, siento como si me hubiese dormido y despertado varios minutos, incluso horas después. De manera sorpresiva, el mediano ataca a mi buen Hattori, hiriéndolo ante la impotencia de Koya y Gio que están a su lado. No obstante, tratan de contenerlo, reducirlo sin herirlo, pues es probable que el veneno inyectado por el ofidio que lo ha mordido le esté afectando más de lo que creemos posible. Y un puñetazo destinado a atontarlo hace que su cuerpo ondule, de manera totalmente antinatural. Hattori no se lo piensa mucho y, con precisa decisión, hunde su daga en él, arrancando su corazón. Lo que sucede después es un torbellino, pues ni bien he llegado a cubrir a mis amigos cuando oímos voces de la casa que parecen alertarnos. Ante nuestros atónitos ojos, Balthus muda en una criatura, un cambiaformas. Y por la puerta salen en tromba Shalelu, su hijo y el carretero acompañados, esta vez sí, de nuestro apreciado Balthus.

Nos narra cómo fue atacado por la criatura y se vio obligado a esconderse en su refugio. Sin embargo, sus niñas, las serpientes que cría lo reconocieron como el intruso que era y lo atacaron. Se muestra agradecido y nos ofrece su casa para pasar la noche. Superando como buenamente puedo mi aprensión, me dirijo sin vacilar a la habitación más segura de la casa y tomo posesión de ella para la pernocta. Pese a todo, consigo dormir debido al cansancio del día. Cuando amanece, desayunamos con nuestro anfitrión que nos indica cómo llegar rápida y seguramente hasta el enclave de los Lamesapos. Amén de una preciosa capa que, tras examinarla, revela su condición mágica. Protección es lo que otorga, tanto ante ataques físicos como los que buscan minar nuestra voluntad. Le agradezco profundamente su presente, confiando en poder devolver su hospitalidad cuando retorne a Punta Arena para adquirir provisiones.

Avanzamos tomando mil y una precauciones hasta el enclave de los Lamesapos por la ruta que nos ha indicado el mediano. En vanguardia, Sandru y Shalelu, sobre los que mantengo constantemente un conjuro que me permite cuchichear mensajes con ellos y que me contesten sin ser escuchados.

Su pericia los permite llegar hasta las inmediaciones de un grupo de chozas unidas por pasarelas rodeadas a su vez de una tosca empalizada que ha sido reventada a ojos vista. Una inspección detenida del interior nos permite comprobar que la tribu goblin ha sufrido, no hace mucho, un fuerte ataque.

Un comité de bienvenida pronto nos recibe y son eliminados todos excepto uno que interrogamos para saber qué ha pasado. Al parecer, hallaron un barco naufragado y lo saquearon... despertando así a sus guardianes malditos que vinieron a reclamar su tesoro. El jefe logró retener parte del mismo pese a todo. Y, lo más importante, un abanico que indica donde está el resto del tesoro.

Tiene que ser un barco procedente de la tierra de mis antepasados. Sólo así se explicaría el origen de los elementos pirotécnicos que usan los desgraciados. Sin contemplaciones, vamos despachando a todo goblin que se nos interpone en el camino, teniendo buen cuidado de preservar sus orejas.

Habida cuenta de que los esqueletos han hecho gran parte de nuestro trabajo, pronto nos hallamos frente a las puertas de la cámara donde está el susodicho. Sandru y yo avanzamos con sumo cuidado y buscamos trampas, asegurándonos de que no seremos pillados por sorpresa. Entre la rendija que separa ambas hojas de la puerta, observamos una tranca. Intercambiando una mirada cómplice con Sandru, alerto al resto con un mensaje susurrado mágicamente y meto mi espada en la rendija. Ambos empujamos con decisión hacia arriba logrando destrabar las puertas. Rápidamente me hago a un lado mientras mi amigo da un empellón hacia dentro dejando paso abierto.

Como un viento huracanado, Shalelu avanza y entra con decisión. Su desprecio por estos seres la hace conocedora como nadie de sus puntos débiles. Pronto se ve acompañada por su hijo que, tal vez por el nerviosismo de un combate real, o por el ansia de querer crecerse ante los ojos de su madre, no hace sino tensar en exceso el arco. Éste salta por los aires logrando arrancar un grito de dolor al joven semielfo al partirle el brazo.

La lucha es rápida, pero el espacio cerrado me hace temer cualquier tipo de desgracia. Así que entono un cántico que sume en un sopor a los goblins del interior... tanto que uno de ellos se agita, paralizado por la pesadilla al punto de que su corazón no lo resiste y cae muerto al suelo. Sus compañeros hacen lo propio, si bien sólo dormidos.

Pronto se demuestra que no son rivales para nosotros y entre todos contamos con varias docenas de orejas y la cabeza del líder. Aparte de dos pócimas y dos cohetes pirotécnicos que guardaba en su bolsa. Si bien no es suficiente. Tengo que hallar los restos del tesoro Tien y Minkai que han saqueado estas babosas orejudas. No pasa mucho sin que hallemos la respuesta. Sandru halla un cofre de manufactura claramente de mis antepasados.

Muy nervioso, me explica que está maldito. Que es un artefacto infernal. Miro desconcertada a mi amigo. Como buen varisio, sé que es supersticioso. Pero esto me parece algo exagerado, si bien no dejo caer sus palabras en saco roto y examino atentamente el cofre. No contiene ningún tipo de magia, de eso estoy segura. La abro y dentro hallamos un buen montón de monedas de oro, casi tantas de plata y dos objetos de delicada manufactura: una aguja para pelo hecha en oro rematada con una perla roja en uno de sus extremos y un elegante abanico realizado en oro y marfil. Al abrir este último se revela un precioso dibujo de un lagarto entre otros símbolos. Pero es al darlo la vuelta cuando dejo escapar un grito: alguien ha dibujado algo, toscamente eso sí, en el reverso.

Contamos las monedas y guardamos todo nuevamente en el cofre. No puedo dejar de admirarlo. Sus dibujos son detallados y delicados. Se nota que fue hecho para alguien de muy buena posición. Alguien lo suficientemente rico como para pagar la magnífica artesanía que tengo delante. El camino de vuelta es algo lento, pues vamos algo más cargados que a la ida.

Cuando retornamos, Sandru se encarga de convertir rápidamente los trofeos en dinero contante y sonante. Pero guardo celosamente el cofre para mí, junto con la aguja y el abanico. Paso horas tratando de descifrar lo que significan esos garabatos. Y finalmente, mi esfuerzo tiene premio: señalan dos localizaciones en la bahía junto al pantano. Dos posibles lugares donde hallar el punto de naufragio. Mi corazón palpita desaforadamente. Respuestas al alcance de mi mano.

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22/05/2017, 23:43
Bevelek Dalmuvian.

Bevelek no quería aventuras, no le gustaban y no las disfrutaba. Él era un hombre tranquilo, responsable y humilde que se conformaba con tener una apacible vida rodeado de una familia que en un futuro pensaba formar. Sabía que su trabajo entrañaba algunos riesgos y en más de una ocasión se había visto obligado a empuñar su ballesta pesada y realizar algún disparo disuasorio, sin embargo en lo que estaba metido ahora era muy diferente.

Todo había comenzado con un simple y rutinario viaje de trabajo con la caravana de Sandru Vhiski, el jefe Sandru. Bevelek iba pendiente de su animal y de controlar de forma correcta el movimiento de este. Era una buena bestia y estaba bien enseñada, motivo por el cual él podía ir tranquilo. El viaje estaba resultando realmente simple y rutinario hasta que escuchó un terrible ruido, una explosión y el griterío de unas voces estridentes e incómodas en una lengua que le era extraña. Se giró sobre su asiento y allí estaban los goblins, les habían emboscado aquellos malditos. Entre el terrible ruido, el caos y los caballos encabritados el varisio pudo escuchar a su jefe ordenarles que se marcharan, mientras por el rabillo del ojo veía como éste contenía la amenaza. No dudó, obedeciendo a Sandru se marchó con el carro que él manejaba y su hermano Vankor hizo lo mismo.

Al llegar al pueblo todos se dirigieron a la posada de Ameiko donde aguardaron con pesadumbre hasta la llegada de Sandru. Él confirmó lo que Bevelek suponía, el ataque de los goblins había sido fatal para su negocio, y lo que era fatal para el jefe Sandru era fatal para él. Aquellos inmundos y pequeños seres estaban armados con unas armas peligrosas que provocaron las explosiones. La situación era complicada y no quedaba más remedio que entablar conversación con el alguacil Cicuta para que se pusiera manos al asunto y ofreciera soluciones a eso. La situación sobrepasaba claramente los conocimientos del mayor de los Dalmuvian, por suerte no es así para el resto de los presentes. Ameiko reconoce las bolsas empleadas por los goblins y ofrece una explicación a los que la escuchan. Mientras más conocía menos le gustaba lo que ocurría a su alrededor. Tanto es así, que no presta atención a su hermano ni a la vieja Koya. El carretero es consciente de haber escapado por poco y teme verse sin trabajo.

Sus temores no son infundados y Sandru le explica a su hermano, a Koya y a él que está arruinado y que la única forma que ve en ese momento para recuperarse es acceder a la recompensa que se ofrece por los goblins. Para Bevelek es la peor idea posible, tal y como teme su hermano desea ir el primero a combatir. Ellos no son guerreros, son carreteros, es lo que repite una y otra vez. Sabe que es diferente ahuyentar a algunos matones con la ballesta, que internarse a por un grupo de goblins. Sin embargo y pese a no querer hacerlo, Bevelek cede ante las peticiones de su hermano. Ambos deben mucho a Sandru y aunque no desee correr el riesgo, sabe que es justo ayudar a su jefe en esta ocasión.

La noche se hace larga para él y repasa todo sus pertrechos una y otra vez esperando no olvidarse nada que pueda ser necesario para el cometido que van a emprender. A la mañana siguiente la compañía está lista y todos parecen dispuestos. Todos los integrantes le son conocidos excepto un imponente bárbaro procedente de lejanas tierras que ha decidido acompañarles ante la posibilidad de conseguir suficiente oro como para proseguir con su vida. Pese a que no es una compañía muy agradable para Bevelek, prefiere tenerlo de su lado en las puntuales circunstancias en las que se encuentran. Deben encontrar a un mediano conocido de Ameiko, para que les guíe por el pantano y les indique a qué lugar deben ir.

El viaje por la ciénaga es horrible a cada paso que dan, en la cabeza de Bevelek resuenan los cuentos y leyendas sobre los terrores que hay en esa zona. Temiendo por su integridad física y la de sus compañeros, tomó la decisión de sacar su ballesta pesada y estar atento a cualquier pequeño problema que sucediera. Los ruidos le tensan y le hacen desconfiar, no obstante intenta mantenerse firme y fingir que no tiene miedo. El primer escollo para el grupo llegó ante un puente infestado de bichos, pero fue resuelto rápidamente por el diligente Hattori que no dudó en quemar su escoba y espantar a las babosas para que la comitiva pudiera pasar sin problemas.

Finalmente llegaron a la casa del mediano que tras hacerse de rogar les abrió la puerta dubitativo y herido. No parecía recordar a Ameiko y su comportamiento era realmente extraño, con argucias consiguieron sacarle de su casa y tratar de curarle, mientras lo hacían Bevelek siguió a la elfa Shaelu al interior de la casa del extraño Tocón. Entre ambos registraron la vivienda empleando quizás excesiva fuerza para su tarea. No había nada excesivamente extraño salvo una puerta que no pudieron abrir en el piso superior. Sus pesquisas fueron interrumpidas por unos gritos en el exterior que les forzaron a salir para auxiliar a sus compañeros, pero el caos no acabó ahí pues tras su espalda apareció un nuevo mediano idéntico al primero pero en mejor estado, que pudo explicarles todo el entuerto. Él era el vedadero señor Tocón que había sido atacado por un cambiaformas, asesinado por el sorprendente Hattori de forma brutal.

El mediano les agradeció a todos la ayuda y les regaló una capa que acabó finalmente en manos de Hattori por sus servicios prestados, era lógico que el anciano se quedara con ella aunque a Bevelek no le hubiera importado que se la regalaran. Descansaron en el hogar del mediano y siguiendo sus indicaciones continuaron con su camino. Eligieron una formación segura de avance en la que Shaelu y Sandru iban los primeros abriendo el camino y asegurando los pasos del resto. El mayor de los Dalmuvian era consciente de su inexperiencia en ese campo y por eso optó por ir en la zona trasera ballesta en mano protegiendo la retaguardia del grupo.

Cuando llegaron al campamento goblin la sorpresa fue mayúscula, algo había atacado a aquellos pequeños seres y el grupo decidió entrar a averiguarlo pese a las pocas ganas que el carretero tenía de hacerlo. Sus ojos durante la incursión estuvieron siempre sobre su hermano Vankor y el pequeño Giorgino. Ballesta en mano Bevelek se escoró para disparar a los que pudiera y ayudar a sus compañeros, aunque cuando estuvo listo para hacerlo no hizo falta, ya habían dado buena cuenta del primer grupo. Confiado y pecando de ingenuo se adelantó hacia una muralla interior, mientras sus compañeros terminaban con los enemigos caídos, y allí escuchó gritos en idioma goblin que no hacían más que presagiar una nueva batalla. La mejor opción que tenía era retrasar su posición y prepararse a disparar al primer enemigo que se asomara. Vio pasar a su hermano y al enorme bárbaro a la carrera para trabarse en combate cuerpo a cuerpo contra los enemigos que aparecieran. Luego todo sucedió muy rápido.

La tensión era enorme, tanto que cuando los enemigos aparecieron y quiso usar su arma, esta se resintió y se fracturó. Su arma se quedó inútil y eso casi lo inutilizaba totalmente a él. Bevelek miró su preciada posesión sin saber qué hacer. Tras unos segundos de incertidumbre y tras ver a su hermano en peligro, decidió soltar su arma y desenvainar la cimitarra para lanzarse al combate, incluso lanzó un potente grito para animarse a él mismo, sin embargo cuando llegó los enemigos estaban derrotados. Los goblins cayeron con velocidad y Bevelek fue poco útil en el combate. Había ido para nada y había perdido su posesión más preciada. Su hermano había sido herido durante el combate, pero la anciana Koya supo tratarle, mientras el resto se ocupaba de interrogar al goblin que habían apresado.

Bevelek tuvo suerte y tanto Shaelu como Ameiko pudieron reparar su ballesta y hacerla de nuevo completamente útil y funcional. Agradeció el gesto con su mejor voluntad a ambas mujeres siendo sus palabras mejor recibidas por Ameiko que por la distante elfa.

El goblin confesó todo lo que sabía y más, al parecer habían sido atacados por un tesoro que poseían, un tesoro que podía servir para que Sandru volviera a poner en marcha su caravana, no necesitaba saber más. Si aquello salía bien podría volver a tener trabajo estable y esa era su prioridad. Acompañó al grupo hacia el asalto final aunque tuvo poca participación en él y cuando todo acabó cedió su parte del botín a Sandru para ayudarle a reponerse económicamente.