Partida Rol por web

MITAD DEL INVIERNO DEL AÑO 4708 RA.

DÍA DEL TRABAJO (LUNA NUEVA), OCHO DE ABADIO.

POSADA DEL DRAGÓN OXIDADO.

MEDIODÍA.

Conviene que comas bien, bien alimentado recuperaras antes las heridas.

Aquí todo esta bueno, así que como lo que más te apetezca. No en vano he empezado a salir a hacer algo de ejercicio por las mañanas o de lo contrario estaría echando barriga de comer tanto.

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DÍA DEL TRABAJO (LUNA NUEVA), OCHO DE ABADIO.

POSADA DEL DRAGÓN OXIDADO.

MEDIODÍA.

Ahora que Bethana se hace cargo de servir la mesa, tomo una silla y la giro para sentarme a horcajadas en ella apoyando los antebrazos en el respaldo.

—Oh, vamos Koya, deja comer al pobre muchacho tranquilo y siéntate tú también a tomar algo. Mira que tiene que alimentarse bien para reponer las fuerzas y volver a cazar muchos conejos para mí. ¿Verdad, Kelsier?

No me pasa inadvertido que se pone colorado al mirarme, pero como es algo habitual en la población masculina que pasa por mi posada, no le doy importancia. Y no es que me hayan faltado requiebros y pretendientes, pero mi espíritu no está por el romance. Hay demasiadas cosas que acaparan mi atención ahora mismo.

—Luego cuando termines, vamos detrás para que te cure Koya y me cuentas eso tan importante que tienes que decirme.

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DÍA DEL TRABAJO (LUNA NUEVA), OCHO DE ABADIO.

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MEDIODÍA.

- "Creiques" y "penseques", ains...- No terminó la frase porque Ameiko intervino para salvar al joven hijo de Shalelu de la reprimenda. La verdad es que Koya ya chocheaba y a veces olvidaba algunas cosas, o símplemente no prestaba la atención por parecerle nimiedades, como la herida del brazo de Kelsier.

A nadie le importa ya hacer esperar a una anciana.- ¿Qué sería lo que le tenía que decir a Ameiko que era tan importante? Lo bueno es que Ameiko la había incluido en la escena así que, con un poco de suerte, puede que se enterara.- Come hijo, y bebe, y luego te haré las curas en la trastienda.- Ser una buena adivina implicaba tratar de enterarse de todo lo que pasaba en punta Arena.

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MEDIODÍA.

El muchacho asintió a las palabras de Ameiko, levemente sonrojado de tenerla como defensora, nada menos, ante la reprimenda de Koya. También asintió ante la amabilidad y sugerencias culinarias de Bethana. La verdad es que tenía apetito como para comer abundante. Llevaba toda la mañana caminando por Puntarena, de arriba a abajo, y al final entre el hambre y las ganas de comer generadas, su estómago estaba preparado para un buen yantar. ¿Como iba a negarse? Además, si la comida resultaba terapeútica ayudando a su mejor recuperación, ¿Como iba a negarse?. Por otro lado sentía que rechazar tanto agasajo y consideración hacia él por parte de la posadera y su camarera podría ser descortés. Así que, ¿Cómo iba a negarse?

Negarse no es una opción, admitió el joven con una sonrisa de oreja a oreja cuando le sirvieron un suculento plato de huevos, salchichas, queso, cecina y abundante pan para untar. Y leche fresca. No, de ninguna manera, concluyó.

- Eso pretendo, señorita Ameiko - corroboró sus intenciones de reponerse cuanto antes. Pronto, conforme devoraba el desayuno, almuerzo o comida con auténtico placer y entusiasmo, pese a estar mermado por su torpeza de solo disponer de un brazo para comer, se fijó como las mujeres lo observaban. Tal vez su gozo resultaba contagioso.

Poco a poco, demostrando su destreza y habilidad aun con la mano izquierda, fue terminando el festín.

- Estaba delicioso, señorita Ameiko. Muchísimas gracias - agradeció el explorador, suspirando con una agradable plenitud en su cuerpo, o en su tripa para ser más precisos. Posteriormente miró a ambas mujeres y asintió tanto a Koya como a Ameiko que estaba preparado para ir a la trastienda.

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MEDIODÍA.

Dejo a Bethana y Hattori que recojan lo ensuciado y me pongo en pie. Tiendo la mano a Koya para que se levante y, poniendo su mano en el hueco de mi codo, hago señas a Kelsier para que nos acompañe a la habitación de atrás donde estaremos más tranquilos. Observo como se desarrolla la cura en silencio. Mi mente no deja de dar vueltas a lo que estará pasando en el pantano. Me mantengo mucho tiempo en la buhardilla, especialmente de noche, rogando a Shelyn no tener que ver el cielo iluminado por el cohete que entregué a Sandru. Lo echo de menos muchísimo, al igual que a Giorgino. Se me encoge el estómago al pensar en el muchacho. Pero la familia estará con él. Elevo una plegaria a Shelyn para que los cuide por mí. Y por enésima vez me arrepiento de no estar con ellos. Y por enésima vez me convenzo de que es lo mejor.

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MEDIODÍA.

La habitación trasera, junto a la cocina, es una suerte de medio almacén y medio despacho. Resulta curioso observar ciertos libros apilados en una mesilla junto a unos chorizos de jabalí, oreando. Los olores a alimentos salados, especias y encurtidos resultaba, en cierta medida, agradable. Afortunadamente su almuerzo había sido muy generoso, de lo contrario su estómago estaría rugiendo ante las sutilezas y aromas de los diversos alimentos allí depositados.

Ameiko liberó de libros y apuntes una mesa, donde Koya aprovechó para hacerle la cura al joven. Y allí, entre embutidos, el medioelfo observó como su herida mejoraba día a día. La limpieza de la herida y la aplicación de la irritante pomada resultaban ciertamente desagradables, pero el vendaje final concluía con una sensación de alivio y de que se habían hecho las cosas bien.

- Esta mañana decidí caminar por Puntarena, de arriba a abajo - soltó el joven mientras su mirada resultaba perderse en las hábiles manos de Koya -. Tal y como le dije al Sr. Vishki en una ocasión, me puse a buscar a cierto perro - no dijo cual pues ni falta que hacía al comprender las mujeres a cual se refería el explorador -. Sabía que podía vivir en Puntarena así que pregunté e intenté rastrear su guarida. Sin éxito - admitió cabizbajo el muchacho -. Es como si, de manera sobrenatural, el chucho se esfumara, al igual que su rastro - explicó.

- El caso es que, buscando una cosa, fui testigo de otra - su mirada se alzó y se encontró con la de Koya y Ameiko -. En un callejón recóndito, tratando de pasar inadvertidos, observé dos figuras. Como era mi intención recorrerlo y ya había empezado a hacerlo seguí avanzando y pude discernir a ambas personas. Eran el alguacil Belor Cicuta y un familiar vuestro, Koya: Jubrayl Vhiski - reveló frunciendo el ceño levemente.

- No oí lo que decían pues, a pesar de estar ocultos parecían hablar en susurros y además cuando llegué ya se despedían. Eso sí, pude ver como el alguacil le entregaba una bolsa. Yo diría que de dinero. Este último advirtió mi presencia y pareció bastante molesto. Ignoro que significa todo eso. Tal vez incluso el alguacil tenga que pagar impuestos a los Sczarni... o tal vez sea otra cosa - en ese momento miró con cierta intensidad a Ameiko, recordando las palabras que la posadera dijera en su día sobre tener vigilados a esos criminales. Por ello que el muchacho pensó que la Srta. Ameiko debía saberlo -. Posteriormente intercambié palabras con Cicuta, sobre Vhiskirville y se relajó. Me dio un buen consejo: el perro no será hallado si no desea ser encontrado. Y de alguna manera será hallado siempre en las cercanías de Sandru. Creo que tiene razón - concluyó el medioelfo apoyando la tesis de que existía una conexión entre Sandru y ese perro maldito.

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POSADA DEL DRAGÓN OXIDADO.

MEDIODÍA.

Escucho con sumo interés lo que el joven semielfo tiene que contarme. Arrugo el ceño al escuchar el intercambio entre los dos hombres. ¿Por qué el Alguacil le entrega esa bolsa a Jubrayl? ¿Es un pago? Y si es así, ¿en concepto de qué? ¿Acaso el propio Alguacil forma parte de la red Sczarni? ¿O es una víctima más? 

—Entiendo que no llegaste a oír nada de lo que dijeran. ¿Estás seguro que la bolsa contenía dinero? ¿O es una apreciación? Tenemos que analizar los hechos para sacar las deducciones correctas. Aunque el mero hecho de saber que esos dos andan juntándose en sitios poco visibles ya es de por sí una conexión que hay que investigar-Shelyn ha escuchado mis súplicas y me da algo en lo que mantener mi mente ocupada, alejada de mis amigos en el pantano-. Y creo que cierto Alguacil va a beber de gratis en mi posada... a ver si le aflojo la lengua.

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MEDIODÍA.

- Era un saquito de terciopelo. De los que se usan para portar monedas - afirmó bastante seguro de su visión élfica -. No obstante ni oí tintineos ni vi brillo dorado. Aunque si pace como una vaca y muge como una vaca... - dijo el muchacho encogiéndose de hombros con una leve sonrisa de circunstancias.

Afirmó con la cabeza para incidir el punto en el que ambos hombres buscaron para la transacción un punto recóndito y escondido.

- Era un callejón cercano a los muelles - indicó haciendo ver que esas callejuelas eran idóneas para pasar desapercibido.

Ante la idea de la posadera de emborrachar al alguacil el joven mostró sorpresa inicial por la audacia de la mujer y luego sonrió ante su astucia.

- Suerte Srta. Ameiko. Para lo que deseeis contad conmigo - se ofreció el explorador -. Espero que, la verdad, Cicuta solo sea una víctima más. No me parece mala persona. Aunque comienzo a comprender que mucha gente tiene secretos en Puntarena.

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MEDIODÍA.

Sonrío ante el intento dialéctico de Kelsier:

—Si pace como una vaca y muge como una vaca puede seguir siendo un lugareño disfrazado como tal. No debemos fiarnos de las apariencias- de repente mi pelo se torna del color de la paja en verano*-. Porque hay pequeños trucos y distracciones que nos pueden engañar los sentidos. No obstante, lo cierto es que el Alguacil y Jubrayl se encontraron en un sitio en el que era altamente improbable que fueran interrumpidos. Al que se puede llegar fácilmente, sin levantar sospechas, y abandonar del mismo modo. 

Sólo por eso ya resuenan campanillas de alarma en mi cabeza- muevo mi ahora rubísima melena y se escucha el argenteo repicar de varias campanitas en la sala-. Estaría bien saber qué entregó en esa bolsa a ese descastado y por qué. Ahora sólo tenemos que encontrar la ocasión propicia. Y tú, seguirás con los ojos bien abiertos y esas orejas bien atentas.

Acompaño mis últimas palabras con un toque en las puntiagudas orejas del semielfo, sabedora del efecto que tiene en ellos pues una vez Shalelu me dijo que eran muy sensibles y Kelsier está siempre demasiado serio.

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MEDIODÍA.

Kelsier observó levemente embelesado el truco de Ameiko para cambiar el color de su pelo, comprendiendo la alegoría.

- Vaaayaa. Supongo que hay buenos trucos para hacer disfraces de vaca muy creíbles - admitió el joven con cierto humor -. S-su pelo...- comenzó a decir el muchacho, mientras agitaba levemente la mano sana, como quien espanta moscas, a modo de mostrar su disconformidad y pidiendo que quiten algo -... le queda mejor de color cedro, el original - comentó dubitativo y con cierto rubor al opinar sobre la presencia de la hermosa bardo.

Asintió ante la deducción de la posadera sobre que, hacer ese tipo de intercambios en lugares recónditos, ocultaban actos ilícitos por lo general. Al igual que sonrió y volvió a asentir cuando la joven afirmó que vigilaría el asunto y que el medioelfo también debía continuar atento. Sí, sin duda había recurrido a la persona indicada.

Mientras pensaba en lo acertado de poner en aviso a Koya y Ameiko sobre lo descubierto sintió una caricia en sus orejas. El contacto excitó al muchacho con un escalofrío que recorrió su cuerpo, cuanto más intenso al ver que se trataba de la Srta. Kaijutsu. Por ello no pudo evitar que su pálida faz se tornara en otra totalmente colorada. Como un gorrioncillo tembloroso, no se movió, aunque encogió los hombros y no se atrevió a mirar a la mujer, totalmente avergonzado y apurado, sin saber como reaccionar. Era invierno, hacía frío en la calle, había corrientes en varios puntos de la posada, la trastienda era un sitio fresco... y sin embargo Kelsier comenzaba a sentir un repentino e intenso calor.

Su madre, Shalelu, le había hablado sobre el cortejo élfico donde las caricias en diversos puntos del cuerpo de un elfo solían ser especialmente sensibles y significativas, sugiriendo ciertos sentimiento o intenciones. El pobre muchacho quedó paralizado, no sabiendo que pensar.

La Srta. Ameiko... ¿Conmigo?, pensó totalmente ruborizado. Pero.. ¡Pero si solo tengo 20 años!, recapacitó el explorador viendo la diferencia de edades. Sí, tal vez Kelsier tuviera más años que Ameiko, pero el ciclo vital de un medioelfo resultaba distinto al de un humano. Algo no cuadraba pero la sensación, aparte de vergonzosa, había sido muy agradable.

- S-si, Srta. Ameiko - asintió con un hilillo de voz ante la sugerencia de la mujer sobre seguir vigilando Puntarena.

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MEDIODÍA.

Koya realizaba el trabajo de sanadora de forma totalmente mecánica, lo que le permitía prestar atención a todo lo que en la trastienda se decía.

Jubrayl Vhiski.- La sola mención de aquel malnacido Sczarni hizo que le fallara el pulso y fuera algo menos cuidadosa en sus cuidados del brazo de Kelsier.- Nada bueno para Punta Arena puede salir de ese encuentro.- Koya negaba con la cabeza de verdad disgustada por lo que acababa de escuchar.- Puede que Cicuta tenga que tragar por algo a ese energúmeno de Jubrayl pero, sin lugar a dudas, las intenciones de éste no serán buenas más que para sí mismo.- Como decía Ameiko era necesario que Kelsier mantuviera bien abiertos los ojos y en activo esas orejas puntiagudas. Ante las palabras de Ameiko sobre esperar a la ocasión propicia, Koya era más de forzar un poco la situación.- Quizá yo debería ir a hablar con Jubrayl. Después de todo, como dice Kelsier, es "familia".- La forma en que pronunció la palabra dejaba claro que pensaba todo lo contrario.- Y quizá tú deberías dejar de soliviantar al cachorrito de Shalelu e ir a hacer lo propio con Cicuta.- Le divertía mucho incomodar a Kelsier. Normalmente los elfos eran tan inexpresivos, de rostros tan serios, que ver cómo se enrojecían sus mejillas era bastante gracioso.

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MEDIODÍA.

Frunzo el ceño levemente ante la insinuación de Koya de que estoy "soliviantando al cachorrito de Shalelu" por algo que no sea un inocente juego. Es tan serio que hasta a mí, que normalmente soy tranquila e incluso algo circunspecta, me saca de quicio. Desde luego, siempre he dejado muy claro que no tengo ningún interés romántico en nadie, sea de mi mismo sexo o del contrario. Y menos tratándose del hijo de mi amiga, al que veo, sino como un sobrino, sí como un ahijado. 

—Oh, venga, Koya. Con lo monísimo que está así tan coloradito- compongo un falso puchero-. Está bieeeen. Pero tú sé muy cuidadosa con ese... ese...

Busco una palabra que lo defina. Pero todas las que se me ocurren son impropias de una dama de mi posición. Ello me hace acordarme del responsable de conocer semejante retahila de improperios y juramentos. Shelyn, cuida de ellos. Devuélvelos sanos y salvos a casa. Mi semblante se nubla por unos instantes pero luego se recompone rápidamente. 

—Hay palabras que una dama no debe pronunciar- digo exagerando mi tono más remilgado de niña de alta cuna.

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MEDIODÍA.

El muchacho observó y escuchó como las mujeres parecían divertirse y casi reírse a su costa. Aquello hirió levemente el orgullo del joven explorador. El no era un cachorro ni un juguete al cual cambiar los colores. O al menos debía demostrar que no lo era.

Kelsier carraspeó y se puso en pie tratando de guardar la compostura tan pronto Koya hubo terminado de hacerle la cura.

- Muchas gracias por la cura, Anciana Koya. Muchas gracias por el almuerzo, Srta. Ameiko - agradeció a ambas con una leve inclinación de cabeza -. Cuando recupere la maniobrabilidad absoluta de mi brazo y el uso de mi arco os compensaré ambas - afirmó con tono severo -. Creo que debería echar más ojos y más orejas por ahí fuera - dijo con voz grave cercana al enfado, tratando de parecer adulto y serio, y a modo de despedida mientras comenzó a abandonar la trastienda. Mas en el dintel de la puerta se detuvo unos instantes. Tras dudar unos segundos finalmente se giró.

- Y tengan cuidado con ese Jubrayl. Es muy mala persona - añadió con evidente preocupación, borrado de un plumazo su semblante severo de hace un instante y devolviéndole su aspecto juvenil. Después abandonó el lugar.

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MEDIODÍA.

Hago una breve inclinación de cabeza a modo de despedida del joven semielfo. 

—Kelsier, y que sea sólo orejas y ojos. No te metas en líos innecesariamente. Mantenme informada de lo que veas y oigas, pero siempre de una pieza. ¿Entendido?

El joven asiente y sale con una compostura tan compuesta, ofendido en su incipiente orgullo masculino que lo que dan ganas es de volver a tocarle las orejas. Me pongo las manos enlazadas a la espalda para contener la tentación y le dedico una tierna sonrisa antes de que salga de la estancia.

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MEDIODÍA.

Cuando calculo que Kelsier ya no puede oírme, me inclino levemente hacia delante aún con las manos enlazadas a la espalda y suelto una carcajada. Verlo tan tieso y ofendido me ha resultado enternecedor y gracioso. Pero no iba a echar más leña al fuego soltando mi hilaridad a su costa en sus propias narices. Me acerco a Koya y me ofrezco a ayudarla.

—Estos jovencitos... - digo como si yo fuera mucho más vieja que él. Tal vez en días del nombre no, pero sí en espíritu. Los años de férrea educación no se descartan tan fácilmente. Pero dado que contribuyen a proporcionarme cierto aire de respetabilidad, pese a todo, me aprovecho de esa circunstancia cuando es conveniente. Al fin y al cabo, formar parte de una de las familias fundadoras de la ciudad tiene sus ventajas y yo pienso aprovecharlas. Así no pensaré en otros temas menos agradables.

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- De nada, hijo. No hay de qué.- Contestó al elfo aún con una sonrisa dibujada en su ajado rostro. Pero por mucho que le gustase a Kelsier desaparecer ahora mismo tendría que volver a vérselas con Koya, si es que quería recuperarse lo antes posible, como decía.- Recuerda venir a verme a mi casa para las curas.

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Kelsier miró detenidamente a ambas mujeres durante unos instantes. Finalmente asintió en silencio y abandonó la trastienda. Observó como Hattori y Bethana se afanaban en recibir y servir a nuevos comensales que iban entrando en la posada para comer. Poco a poco el lugar se iría llenando y él sería un estorbo. Se despidió con su mano sana de los dos trabajadores y abandonó el lugar. Todavía tenía tiempo de visitar otro lugar y con la tripa bien abastecida siempre se hacían las cosas mejor.

Oh, bueno. Creo que me voy a echar una siesta en la sombra de algún árbol primero, se dijo con una sonrisa palmeándose el repleto estómago. Luego haré la visita.

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Koya acompañó la carcajada de Ameiko con una media sonrisa y un leve gesto de la cabeza a modo de negación. Ella también disfrutaba de aquellas bromas que hacían enrojecer al hijo de Shalelu.

- A lo que íbamos. Intentaré ver qué averiguo por ahí acerca. Nada se le escapa a Koya Mvashti.- Dijo hinchando el pecho como un palomo cortejando a una hembra en celo. Sin embargo, todo era una pose pues, a veces, a Koya le costaba entablar una cotidiana y banal conversación con la gente. Un "cómo está usted" o un  "hoy ha refrescado", ponía en tanta tensión a sus convecinos que le resultaba incómodo. Al parecer imponía demasiado para el simple común de los mortales. No dejaba de ser la anciana más venerable del Punta Arena, una pitonisa como pocas, capaz de atravesar las más infranqueables barreras hasta el fondo del alma de cualquiera que se cruzara con ella.

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El resto del día transcurre sin percances. Nadie molesta el tranquilo ambiente que reina en la posada, y Punta Arena permanece en silencio y continuando con la rutina habitual.

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POSADA DEL DRAGÓN OXIDADO.

POCO ANTES DEL ANOCHECER.

Un pequeño grupo de parroquianos se ha arremolinado en el interior del Dragón Oxidado.

Bethana se mueve a toda velocidad entre las mesas sirviendo bebidas y atendiendo peticiones de los clientes. 

Parece otro día más en la posada, con la clientela habitual y sin demasiado jaleo.

El alguacil Belor Cicuta entra por la puerta... como algunos días de la semana. No acude siempre, pero de tanto en tanto se deja ver. Hace lo propio casi en todos los establecimientos del pueblo, aunque por lo que habéis escuchado no suele dedicarse mucho a la bebida en el resto de locales. Parece preferir tomarse algunas cervezas, de tanto en tanto, en la posada de Ameiko.