Tu camino hacia Aam había sido largo, y ahora que estabas cerca de las murallas de la primera ciudad del reino, decidiste no sucumbir a la fatiga y continuar, a pesar de ser de noche. El suelo aún tenía nieve a pesar de haber entrado ya la primavera, pues el deshielo se hacía de rogar. Cruzaste las murallas, casi sin oposición, los guardias te abrieron las puertas al verte y las cerraron tras de tí. Una larga caminata te condujo a las primera casas.
Habías oído de la presencia de una orden de caballeros en la zona, hombre valientes en su fama, temibles, los insignes caballeros Rantanos. Cruzaste los arrabales y el distrito comercial, para llegar al distrito militar, donde estaba la sede de éstos caballeros y cuando cruzabas las puertas, hacía ya una hora que había amanecido. Viste una enorme plaza, frente a la Ciudadela, la sede de la órden.
En la plaza, enfrente de la taberna, se oye el ruido de cascos de un caballo pesado acompañado por un estruendoso cuerno que avisa a los ciudadanos de nuevas procedentes de la capital. El jinete parecía cansado y tenía pinta de no haber dormido en varios días, ni él ni su caballo que cansado, bramaba por un poco de agua. Tras bajar de su caballo y aclarar la garganta con un buen trago de agua, comienza a decir a viva voz.
Su majestad, Temer el Grande, rey de Aam, ha muerto envenenado, en sus aposentos hace cuatro días, su hijo, el príncipe Theorim tomó la corona y se proclamó como el nuevo rey de Aam, ¡Larga vida al Rey!
El rey Theorim ha emitido la orden, de su puño y letra, que obliga a la disolución de la Orden de la Cruz y la Espada, más conocida como la Orden de los Caballeros Rantanos, acusados de alta traición, asesinato, adoración a falsos dioses, sodomía y conspiración contra el rey. Solo los oficiales serán investigados y ajusticiados, los caballeros y soldados que depositen sus armas y juren obediencia al rey Theorim serán perdonados y tendrán un puesto en la Orden de la Garra Roja. Para quien quiera consultar la orden, habrá una copia de la misma en la casa comunal y otra en la ciudadela.
El emisario entró en una taberna cercana tras su discurso, el Dragón Oxidado. Se trata de la única taberna localizada en el distrito militar, no porque sea para los caballeros de la Orden, que la mayoría no beben, sino que estaba allí tiempo atrás, cuando allí residía el ejército previo a la llegada de la Orden, los cuales llenaban todas las noches de guerreros que llenaban las arcas de la taberna. Ahora es una posada frecuentada sobre todo por guerreros y aventureros, de forma similar que la el Ciervo y el arco.
Al lado de uno de los barracones de la Orden de los Caballeros Rantanos se encuentran unas escaleras que profundizan a la tierra, hasta una altura de diez pies bajo la tierra, entonces se alza un umbral con un pequeño túnel que conduce hasta una puerta, de madera de roble rojo, dado que es abundante en la zona, que tiene apuntalada una figura de un dragón, de acero, que curiosamente, está oxidado. Ésta estructura está echa para que, cuando nieva mucho, las puertas no se bloqueen y se pueda salir de la taberna.
Llevaba tres años deambulando por los caminos, ganándose el sustento de templo en templo, de poblado en poblado, dando sanación a los enfermos y poniendo su hacha al servicio de algún adinerado. Siempre llevaba en la cabeza a su amada Ganthya, no podía olvidar su última mirada, mezcla de culpa y desesperación, le atormentaba día y noche.
En el último poblado ayudó a un crio con una pierna rota. Había caído desde el piso superior de su casa, intentando descolgarse por las ramas de un árbol cercano. Podía dar gracias de haber caído de pie y solo romperse una pierna y dejar maltrecha una rodilla. Norwan usó la energía divina de Tempus para ponerle los huesos en su sitio a cambio de unas monedas. No era ningún samaritano, y no le agradaba llamar a su dios para esas minucias que podían curar solas con el tiempo, pero necesitaba ganarse la vida de algún modo.
Llegó a Aam casi por azar. Era la primera vez que pisaba aquel reino y le pareció buena idea conocer la capital. Cambio pronto de parecer al escuchar las nuevas del emisario. Maldijo su suerte una vez más, esperaba encontrar una ciudad tranquila, pero la orden del nuevo rey de disolver los Caballeros Rantanos no tenía pinta de ser algo pacifico.
Por lo que sabía de los Caballeros Rantanos, eran nobles guerreros, justos y honrados, siempre dispuestos a ayudar a los débiles y heridos. Su rostro marcó un gesto de disgusto al comprender que aquella orden del nuevo rey era asquerosa maquinación política, seguramente para librarse de un plumazo de posibles reacios al nuevo reinado.
Decidió volver cuanto antes al camino, para no verse inmiscuido en posibles trifulcas en la ciudad. No sin antes refrescar el gaznate y llenar la tripa. Se encamino hacia el Dragón Oxidado, esperando encontrar una mesa libre y apartada en algún rincón.
El griterío de la gente y las primeras voces que claman a algo en el cielo, los ojos de la plaza se alzan al cielo, para ver algo que los que más inviernos han vivido ni siquiera habían llegad a ver. Una gran sierpe cuya fulgurante armadura de escamas brilla con tonalidades de oro, a sus lomos un jinete, que desde el suelo a penas se percibe. De pronto, el dragón soltó una bocanada de aire, y un estruendoso alarido que hizo estremecerse a todo el que desde la plaza le observaba. Pronto la situación se relajó, al ver la insignia que aquella gran sierpe tenía en el pecho, era el símbolo de la corona, era Argress, la sierpe del rey, aunque la situación continuó tensa, por la presencia del dragón.
El dragón tocó tierra con un estruendoso sonar, tardando lo suficiente para que las gentes se agolparan y dejaran hueco a la monstruosa mole. Un hombre, con corona, vestido de azul real, bajó de la sierpe, con cuidado, ante el enorme tamaño de la sierpe dorada.
Tranquilizaos buenas gentes, yo Theorim, Rey de todo Aam, he venido a calmar la situación personalmente, y a aceptar la rendición de la orden. - Sus palabras eran confusas y bastante oportunas, justo unos instantes después de que el emisario se perdiera de la vista en una taberna cercana.
La reacción no se hizo esperar, las puertas de la ciudadela se abrieron, y un grueso contingente de hombres, acorazados con la armadura de los Caballeros Rantanos, comenzó a desfilar, saliendo de las puertas, en formación de combate. Un hombre con capa negra, los lideraba. Se quitó el yelmo, y su rostro os era familiar.
Soy Artas, mi señor, capitán de la guardia de la Ciudad, y mientras Garl Tum está fuera, estoy al mando de la tropa. No hemos tardado tiempo en deliberar que nuestra lealtad incondicional al rey está por encima de nombres e insignias y por la vida de mis hombres te ofrezco su total lealtad. Larga vida al rey. - Al unísono, más de cincuenta caballeros que habían salido de la ciudadela, se arrodillaron ante el rey y la gran sierpe.
Como oficial, me rindo ante vos majestad, para ser juzgado por los crímenes de los que se me acusa. Los otros cinco capitanes están igualmente de acuerdo en entregarnos, a pesar de ser inocentes de tales crímenes, pues huir nos haría culpables. Todos nos entregamos a la justicia buscando, ante todo, el respeto de la paz en estas tierras.
A vos, Capitán Artas, y al resto de oficiales os considero inocentes de esta trama, solo uno debe responder ante la ley, y ese es vuestro Gran Maestre, Garl Tum, en cuanto a la orden, será disuelta, y vuestros símbolos quemados, y quien así lo desee, me seguirá sirviendo junto a la Garra Roja, de modo que se unificarán las órdenes bajo mi mando y el de mis comandantes.
La Garra Roja restaurará la paz en Nightshade, tal y como lo habéis echo vosotros bajo el reinado de mi padre, ahora entregad vuestras armas y rendid pleitesía.
Cinco hombres salieron de la tropa, y se unieron a Artas frente al rey, se despojaron de su espada, y su yelmo, se arrodillaron ante el rey, para uno a uno, besar el sello real.
Norwan corrió a situarse a resguardo, cerca de la pared de la taberna en cuanto se percató de la gran sierpe. Tensó sus brazos, dispuesto a coger su hacha, pero afortunadamente, después de unos momentos de tensión, la criatura se posó en el suelo y su jinete descabalgo con total tranquilidad, dándose a conocer como el rey Theorim. La cara de Norwan reflejaba el estupor que la visión del dragón le había causado. Tal despliegue de control y poder hizo que el seguidor de Tempus sintiese un repentino respeto por el nuevo rey.
Al parecer no era el único abrumado ante el suceso, la multitud que se congregó alrededor parecía igualmente ensimismada. Los caballeros Rantanos no tardaron en presentarse delante del nuevo rey. En ese momento Norwan pensó que se iba a liar gorda y buscó con la mirada una posible salida de aquel tumulto.
Pero los Caballeros actuaron de forma muy diferente, se rindieron con premura a pesar de asegurar que eran inocentes. Eso les honraba, confirmaba lo que Norwan había escuchado sobre ellos, eran dignos de llamarse Caballeros.
En todo momento, Norwan permanecía apartado, tratando de pasar desapercibido, pero sin perder detalle y deseando que aquella escena no fuese a mayores.
Hay una orden de detención contra Garl Tum - refiriéndose al pueblo y a los rantanos - debe ser entregado para ser juzgado y condenado por sus crímenes, a su vuelta, la Garra Roja se encargará de capturarlo y llevarlo a Cuatrocaminos, donde será ajusticiado. - Subió de nuevo a la grupa de la gran sierpe.
El dragón extendió sus alas, con un sonido metálico y levantando una bocanada de aire a ambos lados de su lomo - Mis tropas llegarán mañana al amanecer, uníos a ellas y rearmáos como caballeros o sed aplastados por su poder - De nuevo la gran sierpe remontó el vuelo y comenzó a ascender, asta perderse en altura.
Norwan se quedo observando como la sierpe desaparecía en el cielo y no se movió hasta que la multitud empezó a dispersarse. Afianzó la idea de abandonar cuanto antes la capital, no quería verse envuelto en las posibles revueltas que todo aquello pudiese ocasionar. Por el momento los caballeros Rantanos habían depuesto sus armas pacíficamente ante el nuevo rey, pero algo le decía a Norwan que todo aquel cambio de poder traería alguna mala consecuencia.
Por fin, se encamino de nuevo a la entrada de la taberna, mirando de reojo a los caballeros Rantanos que quedaron en la plaza y sobretodo a Artas. Su sometimiento ante el rey había sorprendido para bien a Norwan, y ahora lo consideraba como un hombre leal y cabal.
Al abrir la puerta, se abre una edificación de piedra roja con unas escaleras que ascienden hasta el nivel normal. Una vez se superan las escaleras, unas mesas con cuatro sillas cada una hacen un pasillo hasta una caliente chimenea de piedra, al final de la sala. A los lados de la chimenea se abren dos grandes alas de acero con forma de dragón.
La barra se localiza a la izquierda de la gran sala se sitúa la barra, detrás de la cual se encuentra una hermosa joven humana, exuberante en sus rasgos y con una cara pecosa. Sus ondulados cabellos llegan ha la altura de sus pechos. Ésta hermosa dama es Timora, hija de Henry y Elara. Elara murió en el parto y Henry llamó a su hija como a la diosa de la fortuna por el extraordinario caso de su supervivencia al nacer. Henry murió cuando Timora tenía 21 años, por causas naturales, a sus 62 años. Desde entonces Timora ha llevado la taberna sola, y con mucho éxito a pesar de la mala localización, tanto es así que casi todos los inviernos, es utilizada como resguardo en las grandes nevadas, por las gentes las zonas colindantes.
En la entrada hay tres aventureros, hablando y observando la situación, al igual que habías echo tú mismo hace unos instantes.
Seguimos en Introducción 2: En el dragón oxidado. Describe tu personaje, como entras, y qué haces.