Partida Rol por web

Veo que quieres jugar pequeña. El hombre sonreía conforme se quitaba la armadura sin ceremonia alguna. Un verdadero samurai no se quitaría nunca la armadura de aquella manera. Prepararse para el combate era una ceremonia de humildad que se daba en todas las casas de samurai, incluso en las del cangrejo, aunque claro, ellos no se quitaban la armadura para casi nada.

Si quieres que me quite algo más, solo tienes que pedírmelo, pequeña.

La flecha salió del arco del león, surcó el aire y se clavó en el pecho del shugenja, pero no lo desconcentró pues ya preparaba su siguiente conjuro. Fue rodeado por un aura rojiza un instante antes de que sus manos brillasen y emitiesen un poderoso rayo dorado. El hechizo golpeó a la samurai-ko Shinjo en el centro del pecho. A la media mujer se le estremeció el cuerpo y el cabello se le erizó por el cuerpo

El gran guerrero alzó su gran tetsubo y lo descargó sobre la apertura que ya existía en la armadura. El golpe culminó con un fuerte chasquido de huesos rotos. El cuerpo de Shinji cayó contra el suelo, ya carente de vida, la sangre manando de sus labios y sus ojos abiertos aunque apagados para siempre.

Herida, Fuyuko trató de golpear al shugenja que la había dañado, pero las heridas y el viento que el shugenja había invocado instantes antes, desviaron la flecha, que terminó cayendo al suelo a unos metros del hechicero. De repente ya solo quedaban dos, y el gran guerrero se acercaba hacia ellos que aguantaban sus arcos, sin entender que sucedía, como ese shugenja aun seguía en pie, con 4 flechas clavadas en su cuerpo.

Espero paciente a que acabe mientras evito que la sorpresa asome en mi rostro por su absoluto desprecio a las tradiciones. Quizás fuera éso lo que había provocado la caída de su familia y el origen de su obsesión, pero poco me importaba pues pronto todo saldría a la luz y se descubriría la verdadera naturaleza de las cualidades de Dosei.

Inspiré conforme finalmente los kobe tocaban tierra y el bushi volvía a estar libre de distracciones para hacerme frente, o al menos lo suficientemente centrado en el combate y entonces avancé los pocos pasos que nos separaba y dejé que mi katana se ensartara en su pecho como una flecha.

- ¿Y bien Dosei? ¿Qué eres?

Le pregunto y acto seguido hago salir mi espada de un lugar tan infecto, dispuesta para un posible contrataque a pesar de que semejante impacto hubiera tumbado a más de un hombre.

La espada entró en el cuerpo saliendo por el otro lado sin dificultad. Cuando salió la hoja estaba manchada de sangre, pero no dejó tras de si marca de herida, solo el roto en el kimono de Dosei. Aquello comenzaba a irritar a Sha'ir, y la dejaba en una mala posición, demasiado cerca del león para evitar su ataque.

Con un poderoso golpe Dosei proyectó su espada de manera ascendente contra el pecho de Sha'ir. La katana abrió una hendidura desde el ombligo hasta el hombro, llevándose consigo el kimono, que quedó abierto revelando el pecho derecho de la joven. Dosei se relamió de gusto, y una notable erección se marcó en sus pantalones.

Muerdo con fuerza para evitar el dolor lacerante al sentir el frío del acero atravesar mi piel y vuelvo a retroceder para rearmar mi defensa y quedar en guardia frente a otra acometida de aquella criatura, porque evidentemente, Dosei ya no era humano.

- Qué desagradable circunstancia. Si ahora estuvieras en el suelo aún podríamos haber seguido jugando. - Declaro evidentemente asqueada e inmediatamente sacudo su sangre de mi espada - Pero eres inferior a Taduchi, así que no puedo dejarte pasar de éste punto.

Señalo dejando caer el kimono al suelo y apartándome de el para evitar tropezarme. Poco después bajo un poco la mirada, claramente hacia su entrepierna.

- Y en todos los aspectos.

El kimono de ella cayó al suelo, y detrás fue el de él, que se lo quitó rápidamente emulando a la mujer. Su mano se deslizó dentro de su pantalón y posicionó el bulto que se le notaba, de manera que no le molestase. El hombre aprovechó para sobarse el abultamiento un instante con la mano, y luego la olió. 

Para mantener a la mujer apartada mientras hacía aquello, lanzó una patada al aire, como si pensase que podría alcanzarla estando ella en aquella pose defensiva. 

El frío en la piel. Las gotas de sangre de la herida en pecho caían como un pequeño arrollo que recorría mi pierna hasta acabar regando el suelo. La determinación se había alojado en mis ojos marrones. Asía mi katana con firmeza. Y mis labios permanecieron cerrados.

No necesitaba volver a provocarle con palabras vanas, pues sería incapaz de soportar la tentación y acabaría perdiendo los nervios. Estaba en su naturaleza o de lo contrario jamás hubiera ido tan descaradamente a por Fuyuko en el torneo. Y yo lo sabía.

La última flecha se enterró casi por completo en el pecho del shugenja, con la misma inofensiva precisión con que lo habían hecho todos y cada uno de los proyectiles que habían surcado previamente los aires, impulsados siempre por los diestros y firmes dedos del León.

Sin embargo, tal como había ocurrido también en las otras ocasiones, el maligno ser apenas si se percató de ello. De hecho, esta vez ni siquiera detuvo por un instante su abominable cántico blasfemo, y continuó gesticulando impasible con perturbadora majestuosidad, siempre inmutable, sereno, balbuceando con total impunidad sus viciosos juramentos a los cuatro vientos.

Aquello era imposible. Aberrante. Repulsivo. Inconcebible. Una afrenta al mismísimo Orden Celestial. Sin embargo, por sobre todas las cosas, era indudablemente cierto.

Demasiado había tardado el Akodo en confirmar la horrorosa naturaleza de aquel impío ser. Demasiado en comprender aquella extraña sensación de alarma que había ido creciendo ominosamente en su pecho.

Pero ahora ya no tenía dudas. Pues, sencillamente, nada podía mantenerse en pie tras aquellos letales ataques. O, cuanto menos, nada que hubiera nacido bajo las tibias caricias de Amateratsu.

Con un fugaz y penetrante vistazo, el León centró su atención en el brujo, escrutando con horrorizada aprehensión su infame semblante. No había ningún rastro de dolor en él. Ni siquiera de la más leve molestia. El shugenja tan solo continuaba con su sacrílega letanía, desdeñando con altiva suficiencia los recios astiles de madera que sobresalían grotescamente de su cuerpo.

- Fuyuko… - bramó el León a su camarada, haciendo un terrible esfuerzo para que su tono no evidenciara el profundo horror y la desesperación que comenzaba a embargarlo – Esto no tiene sentido. Los proyectiles son inútiles contra ellos, debemos hacer algo…

Por primera vez, Shigeru tomó conciencia de la magnitud de los enemigos que enfrentaba. Por fin pudo dimensionar el terrorífico alcance de su poder… y lo fútil que había sido su estúpida estrategia de combate.

Con otro certero vistazo, impulsado más por la costumbre y el oficio que por verdadera curiosidad, el León confirmó también sus sospechas respecto del enorme bruto que se acercaba dando grandes zancadas hacia él. Ya sin esperanzas, intentó encontrar en su imponente figura algún rastro, cualquier cosa que permitiera adivinar el mortífero surco que la fría hoja de Shinji debería haber dejado a su paso.

Nada. Tan solo un perturbador y sugestivo vacío en medio de algunas de las placas de su armadura.

- ¿Puedes correr, Fuyuko? – sentenció casi sin pensarlo, con su corazón elucubrando planes que su fría mente de Akodo aún no alcanzaba a vislumbrar - ¿Puedes llegar hasta el brujo sin que te toque esa bestia que tenemos por delante?

Solo a medias, un esbozo de idea se iba formando en la cabeza del León.

- Debes entretener al brujo, mantenerlo ocupado… que rompa su concentración. Pero no podrás conseguirlo desde la distancia. Debes llegar hasta él y obligarlo a combatir cuerpo a cuerpo. Trataré de darte algo de tiempo…

Fuyuko escuchó las órdenes del León y buscó la forma de acercarse al shugenja. Corrió al galope lo más cerca posible al acantilado, tratando de dejar atrás el alcance de los brazos del enorme yojimbo. Sin embargo no fue suficiente, y con un poderoso golpe éste estampó a la mujer contra el acantilado que la flanqueaba. Sus sesos se esparcieron en el suelo, bañando su larga cabellera dorada del rojo de la sangre y el gris de su cerebro. Ni siquiera tuvo tiempo para verlo venir. Su cuerpo, inánime, se quedó quieto en el suelo. De él emanó un ligero brillo verde como el campo, pero Shigeru no podía prestar atención a aquello. Dejó que la flecha saliese de su arco de nuevo, la última oportunidad contra el shugenja. La flecha le atravesó el estómago, pero de nuevo éste se mostró inmune al acero. 

Rápidamente sacó su espada, justo a tiempo de recibir el fuerte impacto del cuerpo del yojimbo sobre él. La katana consiguió clavarse en él, hasta la empuñadura. Sin embargo parecía que él así lo había esperado, y agarró el brazo que sostenía la hoja. La mano libre se proyectó contra la mandíbula del león. Shigeru escupió sangre y un diente, debido al fuerte golpe. Su mente se sintió abrumada y oscufada del duro golpe. Su mano se aferró a la katana y cayó al suelo, sacando la hoja del cuerpo del enorme ronin. El agujero del estómago se le cerró al instante, y su enorme pie se posó sobre la mano que empuñaba la katana, dejándolo completamente inmóvil. 

El shugenja aprovechó la situación para pillar desprevenida a Sha'ir. Su magia ascendió por los pies de la joven, y se extendió por todos sus miembros. Ella sintió el cuerpo pesado y rígido, cada vez más difícil de mover. Dosei aprovechó la situación para agarrarla entre sus brazos, ella no pudo desembrazarse del agarre. La mano de él aferró su seno derecho, mientras la otra mano la mantenía cerca de él. A pesar de la rigidez del cuerpo de ella, sentía el miembro de él presionando fuertemente contra ella. Él la olisqueó y luego la portó hacia donde esperaban los otros.

-Esto se alarga demasiado, señor. Le indicó el esbelto shugenja con su intensa voz. -Deberíamos volver adentro y usar su sangre para despertarlo. El shugenja se aproximó al cuerpo muerto de la mujer-caballo y le clavó una hoja negra en su pecho, abriéndolo en canal. Su mano se introdujo en el interior y extrajo el corazón de la mujer, muerto y sangrante. Luego lo envolvió en un paño que extrajo de su obi.

El león guardó su espada y llevó a la unicornio hacia el interior de la estancia, seguido por el gran yojimbo con el cuerpo aferrado de Shigeru. En el interior vieron que había sangre por el suelo, y algunos cuerpos de hombres en pijama negro en el suelo, siendo transportados por los que aun estaban en pié. Otros limpiaban la sangre del suelo con paños y cubos de agua. Los custodios fueron guiados hacia el piso superior, entre los paneles manchados y rotos. Al llegar al piso superior había otros cuerpos abatidos, cuerpos que aun no eran recogidos. Entre ellos estaba el cuerpo de un samurai de noble porte, con la katana aun en su mano, herido por incontables armas. Su sangre se drenaba por más de un lugar, aunque ya estaba reseca. Posiblemente llevaba un día muerto.

Ambos fueron despojados de sus cosas, quedando solo con sus ropas, y fueron introducidos en una jaula de hierro y roca en un lateral de la habitación.

La jaula es de 1,5metros de alto y ancho, permitiendo que los samurai se mantengan sentados uno junto al otro, pero ponerse de pie es algo difícil de realizar. Los barrotes parecen estar hechos de duro hierro, bien mantenido y nada gastado por el tiempo. La puerta de la jaula esta cerrada por varios seguros.

La estancia esta iluminada por dos antorchas pequeñas, que proyectan numerosas sombras por la habitación. A lo lejos podéis ver las cosas vuestras, reposadas sobre una mesa de madera robusta, vuestras armaduras, objetos y armas, así como los objetos que restan de los samurai que os acompañaban y que ya han pasado a los dominios de Emma-O. 

La jaula esta colocada sobre algún tipo de símbolo arcaico extraño, formando una sinuosas líneas celestes pintadas sobre el suelo duro. 

La magia maligna recorría mi cuerpo, gélida, pestilente y completamente repugnante, embotaba mi cuerpo con una facilidad pasmosa y me dejaba rendida contra Dosei.

¡Cerdo!

Pensé realmente asqueada al sentir su piel al apresarme, pero ahí quedaba todo, debilitada no podía resistirme y en lo único que podía pensar era si al final ese puerco daría rienda suelta a sus instintos. Apenas pude sentir mayor desprecio cuando descubrí el cuerpo de Fuyuko siendo profanado una vez más o el de Shinji allí mismo desparramado.

Pero la carnicería del exterior no podía compararse con la del interior. Sangre y vísceras decoraban el lugar, tanto de sus seguidores como los acompañantes de Shigeru en su anterior encuentro. Un estómago débil no lo habría aguantado.

Y tras éste panorama, al final llegamos a nuestra esperada cárcel o el lugar de nuestros últimos minutos de vida y del imperio si seguiamos incapaces de hacer nada para evitarlo. Allí nos lanzaron, siendo lo suficientemente considerados como para devolverme el kimono, posiblemente centrado en asuntos mucho más importantes a sus ojos.

- Parece que no podré escapar de aquí.

Susurro al Akodo bastante abatida rememorando mi anterior encierro, mientras intentaba ponerme el kimono para evitarle algo de incomodidad por la situación.

La jaula fue trasladada por la gran mole, ayudado por unas cadenas que ascendían hacia arriba, hacia el tejado. La estructura metálica se tambaleó en el aire avanzando lentamente hasta el centro de la sala. Sha'ir observó que en el centro de la estancia había unas extrañas letras y dibujos pintados en el suelo. Pronto sabría cual era el plan del león, cuando se acercó el shugenja y comenzó a invocar a los dioses, dando pequeños pasos alrededor de la jaula, en un extraño baile. Una luz gris azulada comenzó a brillar en las letras, y de ellas surgió un fluido del mismo color que ascendió de todos los lados de la jaula, creando una extensa red, como una telaraña que los envolvía más y más. Poco a poco la visión del exterior se fue desapareciendo y solo se podía ver aquél color fluido rodeándolos.