Partida Rol por web

Las bajas y los heridos empezaban a llenar el campo de batalla. El fuego graneado de los tyvianos apoyado por el de las escuadras penales barrió los muros de nuevo, hiriendo a muchos enemigos, algunos de gravedad, y matando a otros, incluyendo a uno de los que llevaban un lanzamisiles. El fuego de respuesta no era menos, aunque esta vez los del Caos se concentraron en los de Provost, al ser los más cercanos a los muros, aunque algunos disparos perdidos también llegaron a las otras unidades. Justo cuando estaban a punto de colocar su mortero, unos certeros disparos abatieron por sorpresa al soldado pesado Leonardo y a su ayudante.

En la puerta, un feroz intercambio de disparos llenó el poco hueco libre de muertos. El ogrete que ocupaba el resto del espacio, enfurecido por la granada que le habían lanzado, entró en una furia salvaje y destrozó al enemigo que tenía más cerca de un solo golpe. Un enemigo cargó contra él a través de la abertura: llevaba una máscara de hierro forjado en vez de una capucha de tela, y en vez de un rifle láser, blandía una espada sierra. El motor de la hoja rugió y los dientes serrados chocaron contra la dañada armadura de caparzón de Campeador, pero esta consiguió aguantar el ataque sin que su portador sufriera daño.

Viendo que por el momento la puerta era infranqueable a causa de la lucha, la comisaria Nereida Kriemhild decidió sacar a sus hombres de allí antes de que más misiles hicieran blanco en ellos. Los penales se apartaron de aquél cuello de botella y se acercaron a los muros, sacando sus ganchos de ascenso de entre su equipo. La propia Nereida fue la primera en dar ejemplo, y sin esperar ningún tipo de refuerzo, ascendió rápidamente hasta casi llegar a la parte superior del muro. Todavía tenía que acabar de subir y encaramarse a la almena, y mientras tanto sería vulnerable a un intento de echarla abajo, pero nadie podía negar su valentía.

En el flanco izquierdo, los tiradores tabrisianos se anotaron una imoortante victoria con sus disparos, ya que al artillero de la batería izquierda le desapareció la cabeza mientras maniobraba la plataforma para encararla hacia un nuevo objetivo. En el otro lado del campo de batalla, los Zapadores lograron abrirse paso entre el alambre de espino, y mientras una de las escuadras cubría a los demás disparando con sus escopetas sobre el muro, el sargento Morsov y el soldado Sven lograron acercarse hasta la base de la torre derecha, cuya batería seguía sin disparar a causa de haberse encasquillado el mecanismo, aunque el artillero logró solucionar el problema demasiado rápido para gusto de los imperiales.

En la última fase de la aproximación, el fuego imperial se hizo más intenso, pero también más errático. El enemigo prefirió guardar silencio, y un único misil krak salió disparado nuevamente desde los muros. El proyectil impactó en el blindaje frontal de uno de los Chimeras, sin provocar daño alguno en el mismo. Por su parte, cañones automáticos y bólters pesados dispararon a discreción desde los transportes que empezaban a reducir la velocidad al estar llegando a la base del fuerte.

Balas del tamaño de un puño y la munición explosiva de los bólters barrieron la zona exterior de la fortificación, así como sus muros, aunque la mayoría de los defensores en el interior lograron parapetarse a tiempo. No sucedió así con los de fuera, y muchos de ellos fueron barridos por la potencia de fuego drafelivana. Aun así, mantuvieron la posición.

Finalmente, los vehículos se detuvieron, y las rampas traseras se abrieron cayendo al suelo rojo, levantando una nubecilla de polvo y tierra seca. La pesada infantería drafelivana, vestida con sus armaduras de caparazón ligero azul y armada con sus rifles láser y de plasma, salió gritando de los transportes y los rodearon para empezar a cargar contra el fuerte.

Aquello era lo que había estado esperando el enemigo. La mayoría de sus armas no servían de nada contra los blindados, pero la infantería era otra cosa. En cuanto vieron aparecer a los primeros soldados imperiales, una tormenta de fuego salió despedida desde las almenas. Láser, balas, granadas, todo aquello recibió a la valiente carga de los servidores del Dios Máquina.

El suelo quedó sembrado de cuerpos inertes vestidos de azul, pero estos no dejaron de avanzar, gritando y apuntando con sus armas bajo la cobertura de los vehículos, listos para devolver el golpe al enemigo.

Los Doblesueldos estaban acostumbrados a la adversidad. Se crecían ante ella y la acababan superando costase lo que costase, ningún enemigo podía aguantar frente a su perseveracia y determinación. Pero aquél muro ciertamente se las estaban haciendo pasar canutas. A pesar de su buen ascenso hasta el momento aun sin usar el camino abierto por el cortadro láser de Orrin, un paso en falso dio al traste con la subida del especialista Dietlinde. Había logrado realizar la mitad del recorrido, cuando se vio abocado al vacío, cayendo cinco metros hasta darse de espaldas contra el suelo.

A un destino similar se enfrentó el otro especialista de la unidad, cuando uno de los asideros no soportó el peso de Arrin y su panoplia de guerra. Desequilibrado por un momento, el menor de los hermanos se despeñó muro abajo, soportando el golpe tan solo algo mejor que su camarada de armas.

Pero donde unos sufrían reveses, otros lograban medrar. El operador Orrin y su camarada lograron alcanzar la cima del muro con esfuerzo, pero situado en su posición tras las almenas, oculto a posibles patrullas, ya no tendría que escalar más. La escuadra del sargento Krause había llegado arriba del todo, aunque con tan solo dos miembros de la unidad. Viendo lo sucedido, el propio sargento se puso manos a la obra, y, utilizando los asideros aprovechando el espacio vacío que había dejado la caída de Arrin, empezó a escalar el muro, subiendo a buen ritmo. Si seguía así, pronto estaría junto a Orrin... pero los demás Doblesueldos también habían tenido un buen inicio. Más les valía que el Emperador estuviera con ellos en aquella hora.

Entretanto, los soldados enemigos seguían con sus patrullas, todavía sin percatarse de lo que estaba a punto de venirse sobre ellos... aunque con cada momento que pasaba, la operación corría más peligro de ser descubierta.

Arrin maldijo para sus adentros, pues de su boca no salió ni un quejido ni mientras caía, ni al chocar contra el suelo. El entrenamiento había sido muy duro y encima él era un hueso muy duro de roer. Estoico hasta la médula, se sobreponía a las dificultades y a los contratiempos con verdadera alma de Doblesueldo. 

Levantose raudo y sin proferir sonido alguno, haciendo sólo un par de movimientos con el hombro sobre el cual había caído para desentumecerlo, de nuevo empezó la escalada apretando los dientes e ignorando el dolor que poco a poco iba pasando, algo más lento ésta vez y tanteando el terreno para llegar arriba aunque fuera lento, pero seguro. Sabía que en cualquier momento les lanzarían una cuerda o algo para tratar de ayudarles a que llegaran lo antes posible, pero éso no era óbice para que él tratara de llegar por su cuenta. 

- Malditos heréticos....no impediréis con una simple pared que la justa ira del emperador caiga sobre vosotros. - pensó, dándose fuerzas para subir en su piedad y fe en el sagrado emperador. 

La comisaria había confiado en llegar de una vez, pero no fue así, por lo que se vio obligada a seguir ascendiendo. En cuanto llegó al borde del muro trató de golpear con la espada al enemigo que tenía justo al frente, pero entro lo complicado de la pose, sumado a la situación, Nereida falló el ataque por mucho. Se había confiado demasiado y ahora le tocaba rezar al Emperador para que pudiera terminar el ascenso a la mínima oportunidad

-¡Vamos! ¡Seguid subiendo! - gritó a las demás Hienas que la seguían.

El tanque había abierto su compuerta y sus compañeros salieron en tropel hacia el enemigo, Huohuasai, uno de sus yernos que quiso impresionar a la familia entrando en la misma unidad que su suegro, le miraba expectante pero guardando respetuoso silencio.

- ¿Sabes? Creo que esta es nuestra parada- le dijo con tono afable antes de ponerse en pie y salir del chimera.

A su alrededor todo el mundo corría hacia las líneas enemigas, así que se agrupó junto al regimiento que avanzaba a su izquierda mientras iba calentando el plasma, iluminando de azul alrededor y emitiendo aquel zumbido preocupante.

- Está ya ¿no? -le preguntó con una mirada lupina su yerno.

- Todavía no, hay saber cuándo está preparado para servir- le contestó mientras se hacía hueco al frente-. Disculpad, llevo plasma caliente, cuidado, muy amables, gracias.

Al llegar a la primera línea quedó extrañado pues no tenía claro de a quién disparar, Huohuasai llegó en aquel momento y disparó hacia un montículo a unos quince metros por delante y fue entonces, cuando del montículo asomaron las fuerzas traidoras a disparar, que supo que había llegado el momento.

Con un estallido de neón líquido el cañón plasma vomitó su carga, provocando una explosión a la que acompañó el sisear de cuerpos y equipo derritiéndose para acabar con el griterío de los heridos. Aquel espectáculo singular, obra de las tecnologías del Omnissiah y liberado por su mano dio a Shan Dianqiú un sentir de orgullo que le era desconocido hasta entonces.

- Vamos, quedan mesas por atender- bromeó antes de continuar avanzando, no del todo consciente de los peligros de la guerra todavía.

Una vez cargado el lanzallamas otra vez, Desastre se permitió un momento para suspirar. Dejó caer la herramienta (que quedó colgando de la correa del hombro) y sacó su pistola de gas con la cuerda y el gancho. Disparó hacia arriba, incrustando el taco y expandiendo el clavo químico que quedó firmemente sujeto, anclando el cable de acero.- Así sí joder, ojalá hubiera tenido uno de esos en la residencia de estudiantes de Nuestra Señora del Pecado Redimido- masculló, indicando con la cabeza a 34 para que hiciera lo mismo. 

Con agilidad, Desastre dejó que el cable entrara en carrete mientras se impulsaba con las piernas. Aquel condenado cacharro hacía la escalada mucho más fácil. Incluso le dejaba una mano libre que uso para, casualmente, sacar una granada del cinturón, quitarle la anilla con los dientes y arrojarla por encima del saliente de la muralla.

Jiang Li se deslizó por la escotilla que daba al transporte de tropas tras dejar el bolter pesado y alcanzó a su hermano Lee a la salida, corriendo junto a las tropas hasta adelantarse a estas, en el infierno de balas y explosiones se abrió camino hasta el cráter donde casi se lanzó hasta apoyar el cuerpo en este, parándose unos breves segundos a respirar y mirar el campo de batalla real, antes de acariciar su arma. Junto a ella su hermano esperaba a empezar a disparar.

El sargento Krause persiguió la estela de asideros que Orrin había dejado tan bien como podía, pero el tiempo y la improvisación habían hecho que . Uno de los asideros a los que se agarraba cedió, causando que perdiera agarre y se deslizara una corta distancia hacia el suelo, pero por suerte, y algo de maña, logró asirse a un saliente de la estructura. Instantes después, alcanzó la cima inmunda y se parapetó tras las almenas cara a cara con su operador, con Gunther a sus espaldas. 

—Arrin, Dietlinde —dijo, asomándose hacia abajo un único instante—. Más os vale subir de una vez, o acabaréis perdiéndoos el banquete. 

Acto seguido preparó una granada fotónica y mantuvo la posición, a la espera. 

Comprobando la situación, el hidalgo Manuel demostró que merecía el título de "ingenioso" percatándose de un pequeño detalle allí en su campo de batalla. La mayoría del flanco estaba cubierto debido al pequeño... problema que había supuesto Campeador, pero ya estaba todo resuelto, y siendo sinceros los galeotes estaban allí para morir igualmente, así que no había problema. Le recriminaré más tarde no haber obedecido lo que se le dijo bastante rápido, se anotó mentalmente. Las normas son las normas.

-Soldados, tienen sus órdenes. Señor de la Estocada, a sus labores: en caso de que nadie esté herido de consideración, mantenga posición consolidada y busque un ángulo de distancia seguro, pero el señor Leonardo me parece indispuesto en estos momentos. Señor de Lascaris, si a bien me tiene, abran fuego sobre aquel contubernio.

Señaló con la espada sierra al grupo fuerte tras las filas, donde una parodia de predicador imperial se encontraba encapuchado y proclamando lo que sin duda eran blasfemas salmodias... blasfemas o no, había reparado el tyviano, estaban ayudando a mantener la moral y la formación en sus tropas, y por cierto que no querían eso.

-Los demás a mi cargo, continúen manteniendo formación y ciñéndose a las instrucciones establecidas. ¿Ven ustedes aquella purria, entiendo?

Esperó a escuchar un ¡sí, señor! y asintió.

-Espléndido. Yo también. Quiero dejar de verla -dijo, mientras se adelantaba para tomar posición, avanzando unos pasos para seguir teniendo a sus unidades cerca de referencia- Y ahora, si me disculpan.

Cuando terminó de dar las instrucciones, se acercó para disparar con su pistola de oficial reglamentaria sobre uno de los soldados enemigos que habían sido trabados, con la puntería que traen años de práctica especializándose en un estilo de disparo y únicamente en un estilo de disparo, la ventaja de la casta con respecto al pueblo llano que deben soportar la tara de la versatilidad. Pero sin duda, o al menos sin dudas en la cabeza del noble, así lo había querido dios.

-¡CAMPEADOR!

Gritó, para hacerse oir por encima del ruido de disparos y miseria.

-¡ESTÁ PERMITIENDO QUE ESE DEGENERADO DESTROCE SU ARMADURA! ¡MUY MAL, CAMPEADOR! ¡TENGA MÁS CUIDADO CON SUS COSAS! ¡AHORA, MÁTELO RÁPIDO Y FUERTE!

El sargento observaba sentado y con la espalda apoyada sobre la pared como la compañía de zapadores se abría camino a través de los alambres de espinos. Reduciéndolos a escombros pisoteados conforme iban avanzando sobre ellos. Algunos se arrojaban contra el fango víctimas del fuego de supresión, intentando cubrirse del fuego enemigo o cayendo inertes ante el inclemente ataque proveniente de las almenas.

La compañía sin embargo se defendía de los disparos, intercambiando fuego y regalando más tiempo a Morsov y a Sven al atraer la atención de los enemigos. Todo sería en vano cuando la batería abriese fuego, ya que estarían totalmente expuestos a sus ráfagas mortales. Por lo que era imperativo hacer una explosión lo suficientemente grande como para incapacitar a los operadores de la batería y crear una brecha por la que los zapadores podrían pasar más fácilmente al interior del fuerte.

Observó su mochila abierta, las cargas de demolición estaban unidas por una cinta plástica que las sujetaba en el interior. Cuatro kilogramos de explosivo plástico que podían activarse mediante un temporizador, un dispositivo a distancia o un impacto lo suficientemente brusco. En Varangia aquellos versátiles explosivos variaban en potencia dependiendo de la situación. Por lo general son utilizados como herramienta para destruir las gruesas capas de hielo rocoso del mundo gélido, permitiendo así la creación de pasos y túneles a través de las altas montañas heladas. La Guardia Imperial, no obstante, halló tanto en los explosivos como en los propios zapadores un atractivo que debía ser añadido ipso facto a sus fuerzas. Tanto para abrir grandes agujeros en las fortificaciones enemigas, como para convertir las trincheras rivales en desfiladeros de azufre y pólvora.

Morsov tomó un par de cargas, cada una con una mano. Prepararlas tomaba tiempo; colocar cada una a un metro de distancia de la otra, ajustar el cronómetro a un minuto con cinco segundos (Lo justo y necesario para poder alejarse a una distancia segura), y el rango de sensibilidad, entrejuntar y cubrir los cables y finalmente encender los dispositivos. Un «¡Beep!» resonó en el interior de las cargas y el sargento no pudo evitar sonreír. La bomba había sido plantada. Miró a su lado a Sven y se preocupó en volver a adquirir una expresión ceñuda antes de hacerle gestos numéricos con las manos. "Dos cargas, sesenta y cinco segundos, un metro de distancia".

Se apresuró a recoger su mochila y la granada que había dejado en el suelo mientras su siguiente preocupación se limitaba a salir del rango de la explosión cuanto antes. Se llevó la mano libre a la oreja y empezó a escupir ordenes a la compañía.

—¡Cargas colocadas, detonación en un minuto! ¡Quiero todo el fuego sobre los canallas de las almenas antes de los fuegos artificiales! ¡Y que alguien me diga si el camarada Brotinn ha muerto, si no es el caso lo quiero junto a la compañía de inmediato!

Bueno, había llegado la hora de los Héroes. Por desgracia para el grupo, parecía que a la mayoría les pesaba el culo, seguramente de comer tantas salchichas. Y puede que no todas de las de carne picada. Por suerte para Orrin, eso le dejaba más gloria para él. La llegada del sargento solo podía significar una cosa: empezaba la juerga. No podían perder más tiempo. No ya por una sed de gloria insaciable, que también... Sino porque su éxito dependía de lograr dar el primer golpe antes de ser descubiertos. 

Y si tenían que confiar en que los holgazanes de Dietlinde, su hermano y sus asistentes treparan hasta allí arriba... En fin. Más les valía rezar a San Drusus porque cegara repentinamente a todos los soldados y que no les pillaran. Pero hablando de cegar, él tenía algo para eso. Sacó rápidamente una de las granadas fotónicas y, tras asentir levemente al sargento, la lanzó por encima del muro para después avanzar tras ella, con una sonrisa salvaje en el rostro. 

Jarl se sentía frustrado. Más y más de los guardias ante las puertas principales de la fortaleza seguían cayendo bajo el fuego de los herejes. Según los antiguos ritos varangianos cualquiera que muriese con el hacha o el rifle láser en la mano tenía abiertas las puertas del Valhala, pero no había peor destino para un Guardia Imperial que caer ante el oscuro espejo que resultaban ser sus contrapartidas traidoras.

Cerca de las murallas, el sargento Yngvarson gesticulaba a sus hombres. Brotinn estaba demasiado lejos para oírlo por encima de todo el estruendo, pero sin duda agradecería que se neutralizase la amenaza más inmediata para el regimiento.

Decidido a hacer su parte, cerró los ojos hasta detectar los sutiles cambios en el empíreo que permitían el acceso a la energía disforme. Y esta vez sí, cuando los abrió, múltiples relámpagos salieron proyectados de la palma de una de sus manos. Cuando habló, su voz fue un trueno.

El había fallado en su disparo pero los Devotos estaban haciendo en su conjunto un buen trabajo. De momento la batería estaba inutilizada pero designó nuevos objetivos:

-Fuego al infiel que se intente acercar a la batería*-adivirtió-intentad no darle a la Hiena que está por la zona-se le ocurrió algo-comunicad con el mando...que ordenen a esa hiena tomar la batería y que dispare al Enemigo, le cubriremos... así a ver si puede demostrar que está ahí por casualidad y que sólo tuvo mala suerte y un pequeño desliz pero que todavía confía en la Luz del Emperador

Tomó su láser largo y por último añadió:

-Si habéis acabado con los infieles que están cerca de la batería, id por los herejes con armas pesadas**-y eso es lo que hizo Mesut. disparó al soldado con lanzagranadas.

Los Tyvianos marchaban con algo que podía considerarse suerte, o tal vez una buena estrategia, o incluso ambas.  

Hasta el momento todo el regimiento que iba en la marcha se mantenía en pie, siguiendo órdenes a diestra y siniestra, caminando hacia la victoria. La única anomalía en su forma mecánica de cumplir las órdenes había sido el gigante que peleaba entre los penales de Provost que se encontraban  en las afuera de la puerta de la fortaleza.

Por otro lado, la única pérdida, por los momentos había sido el soldado Dagon y su compañero los cuales fueron convertidos en una masa roja palpitante que desprendía un vapor rojizo.

Don Ynestrillas mantenía la moral mientras daba órdenes con su espada de sierra la cual movía de un lado al otro, haciendo gestos y señas con ella indicado a donde debía atacar, esta vez le dio órdenes a Onorato, al principio se le hizo algo difícil escucharlas por el fuego pirotécnico y tableteo intenso que generaban loas armas, pero luego de unos instantes Almeyque Lunar, su compañero le explicó de lo que se trataba.

A pesar de eso, Onorato y Almeyque seguían con una visibilidad parcialmente nula, se podía ver cierto era, pero costaba más de lo normal, pues el humo que las hienas habían lanzado y que acto seguido los Tyvianos habían usado como cobertura aun no se disipaba, y no tenía intenciones de hacerlo.

Aunque las ordenes habían sido claras, De Lascaris no pudo observar a ninguna aberración como la que Don Ynestrillas había descrito, pero si vio otras más. De todas maneras, sus disparos erraron y volvió a sentirse en cierto modo decepcionado, siguió la marcha a la par del regimiento.

La batalla, al menos en aquél frente, empezaba a decantarse hacia el bando imperial. Apenas quedaban enemigos en los muros y el fuego que llovía sobre los imperiales flaqueaba cada vez más. No obstante, con sus oficiales y sobretodo con aquellos individuos de capucha roja vociferando sus heréticas consignas, el enemigo no parecía dar signos de rendición o cansancio. Para tomar aquél fuerte, habría que exterminarlos a todos.

En la derecha, el sargento Morsov colocó los explosivos con ayuda de Sven, mientras el resto de Zapadores los cubrían. El fuego graneado de sus escopetas sobre las almenas destrozó a cualquiera que quedara defendiendo aquella zona, e incluso acabaron por completo con la batería cuando algunos perdigones impactaron en sus reservas de munición, haciéndola estallar en pedazos, llevandose la parte superior de la torre con ella.

Los tyvianos respondieron con un animado grito a su oficial y siguieron avanzando bajo el eficaz liderazgo de Ynestrillas, barriendo con sus rifles a todo aquél que trataba de asomarse para disparar, cobrandose numerosas bajas entre los siervos del Caos, tal y como su sargento les había ordenado. Frente a los muros, los legionarios penales pudieron recobrarse un poco cuando el fuego de apoyo hizo que no les llovieran tantos disparos encima, y dos de las escuadras, aunque bastante dañadas, empezaron el ascenso por los muros tal y como les había ordenado la comisaria Nereida, aunque en aquella vulnerable posición sufrieron más bajas. La propia comisaria estuvo a punto de ser ensartada por una bayoneta enemiga al llegar a lo alto del muro, pero por fortuna, la afilada hoja falló, y un impresionante disparo láser procedente de los tyvianos acabó casi inmediatamente con el enemigo, volatilizándole la cabeza.

En la puerta, el oficial del Caos siguió tratando de cortar a Campeador con su espada sierra y este aplastarlo con su Destripador, pero ambos lograron evitar los ataques del otro. El otro comisario imperial que dirigía a los de Provost, viendo que era imposible avanzar más, apuntó su pistola bólter contra los muros, disparando sobre el otro oficial que se había asomado para hacer lo mismo. El proyectil explosivo arrancó un trozó de máscara de hierro y de cara del hereje, provocando además que los disparos del mismo fallaran.

Los oscuros dioses a los que servían parecían haberles abandonado, pues a pesar de las plegarias, un desafortunado disparo de lanzagranadas hizo que el proyectil estallara demasiado cerca, hiriendo al oficial contra el que combatía el ogrete, demasiado concentrado en lo suyo como para prestar mucha atención a las órdenes del sargento Don Manuel.

Entretanto, los tiradores tabrisianos seguían disparando cautelosamente, cada vez con menos objetivos sobre los que elegir. Pronto deberían cambiar de posición, aunque era posible que para cuando se hubieran recolocado, la batalla ya hubiera terminado.

También en el flanco izquierdo, desapercibido para todos, un solitario legionario penal empezó a escalar el muro por su lado, de manera inadvertida. Al menos, hasta que estuvo a punto de llegar arriba del todo, momento en que hizo volar una granada sobre el muro, en caso de que hubier alguna sorpresa esperándole arriba.

La carga de los drafelivanos se encontró con un muro de fuego en el primer momento y no pocos fueron los que cayeron, sembrando el estéril suelo de Alabastria con su sangre. Pero las tornas pronto cambiaron, y bajo la cobertura de los Chimeras, los leales al Dios Máquina empezaron a devolver los disparos mientras avanzaban. Esquivando balas de ametralladora pesada, misiles y fogonazos de láser, los imperiales cargaron cuesta arriba entre gritos.

Los cañones automáticos de las torretas de los vehículos barrieron las grandes concentraciones de enemigos del exterior, como también hicieron los bólters pesados, aunque estos se repartieron más por los muros y lograron acabar con uno de los lanzamisiles enemigos. Pero aun así, la defensa enemiga no flaqueó. Los servidores del archienemigo parecían enardecidos por las hereticas letanías de un individuo con una capucha roja que desde las murallas leía pasajes de un libro en la lengua del Caos.

Los drafelivanos buscaron cobertura en dónde pudieron, ya fuera dentro de los cráteres, como en el que se ocultó la especialista Li Fhang, o detrás de los alambres de espino que les impedían avanzar y que debían eliminar para abrirse camino. Una de las unidades avanzaba justo por el medio del camino, sin obstáculos, pero también sin posiblidad de esconderse de los disparos. Detrás de la misma, iba corriendo el soldado pesado Dianqiú, llevando consigo un cañón de plasma con el que todavía le quedaba mucho para estar familiarizado. Aun así, el Omnissiah debía de estar con él ese día, o quizás es que apuntar y disparar a una masa grande de enemigos no debía de ser tan difícil incluso con aquella arma, pero lo cierto es que un proyectil supercalentado salió de la boca del cañón cuando apretó el gatillo, fundiendo a los soldados del Caos a su paso hasta estallar en medio de una bola de fuego.

Era un buen día para estar del lado de los que llevaban las armas de plasma.

Arrin se repuso rápidamente de la caída y pronto estuvo en pie de nuevo. Se acercó al muro y empezó a escalar de nuevo por el mismo lugar como si nada hubiera sucedido, sin emitir queja alguna. Por encima de él, su hermano Orrin esperaba para poder actuar a que no fuera el único en las almenas, aunque no tardó en unirsele el sargento Krause, que escaló sin percances a pesar de su inicial intento fallido.

Para el especialista Dietlinde, el golpe fue un poco más duro, y tardó algo más en recuperarse, por lo que todavía no reanudó la escalada de nuevo. Quizás sería más conveniente esperar a que hubiera un hueco libre en los asideros. Pero no había tiempo para retrasar las cosas, sentían que la calma de la noche no duraría mucho más, bien fuera porque los descubrieran, o porque los demás equipos de asalto empezaran a actuar en cuanto estuvieran en posición. Por ello, Reinhardt asintió hacia Orrin, y este se subió a la almena al tiempo que arrojaba una granada fotónica en el centro de la torre.

El explosivo se desvió ligeramente de donde tenía pensado el operador, pero aun así el fogonazo afectó a todos los presentes, cegándolos momentáneamnte. El visor de los cascos del sargento y de Orrin rápidamente compensaron el destello, impidiendo que la repentina descarga de luz les supusiera percance alguno a los Doblesueldos. Y así, por fin, empezó el combate por el fuerte de la Encrucijada.

El destello, obviamente, llamó la atención de todo el mundo, sobretodo porque fue seguido de cerca por los gritos de los soldados del Caos que habían quedado cegados por el mismo. Aun así, nadie sabía que sucedía al principio, por lo que los demás que estaban en las murallas empezaron a acercarse a ver que era lo que ocurría, así como uno de los oficiales enemigos que estaba a punto de retirarse a su barracón.

En el exterior del fuerte, los guardias mantuvieron su posición, aunque aprestaron sus armas. Dos que estaban de patrulla vadearon la torre para comprobar el pie de la misma... encontrándose frente a frente con la escuadra de Doblesueldos. Varios disparos de láser pudieron escucharse: los imperiales no perdieron tiempo y abrieron fuego sobre uno de los enemigos, aunque logró esquivar uno de los disparos y el otro, a pesar de ser sobrecargado, lo rozó únicamente. El otro soldado del Caos casi chocó con Dietlinde, todavía algo aturdido, y no perdió tiempo en apuntar su arma y dispararle, aunque la oscuridad le impidió acertar.

Aquella noche estaba a punto de volverse muy movida.

No me dio tiempo ni siquiera en saber que Leonardo Dragon había muerto junto con su ayudante, solo lo supe por las palabras del sargento, aunque este no lo dijo de forma directa, pero al hechar un vistazo al campo de batalla, no veo a nadie de grabedad herido, por lo que me paro "entendido, Don Manuel, no hay ningún herido a la vista, os cubro" digo mientras mi compañeros continuan y yo disparo sobre uno de los herejes, que parecía ser un predicador del caos, "muere por su gran gloria, hideputa"

Las piernas de Morsov se movían a toda velocidad, sus pies aplastaban y resbalaban con los escombros bajo el barro. El corazón le latía furibundo mientras bombeaba sangre a sus nerviosas extremidades. El sargento derrapó cerca de un pequeño muro a unos metros a la izquierda de la almena y su cuerpo se deslizó por el suelo. Se acurrucó en el sitio y se retiró el dispositivo Vox de la oreja para poder taparse los oídos.

La tierra debajo de él se sacudió con un estruendo. Y atisbos de luz invadían sus ojos cerrados. El atronador rugido de la explosión llegó a sus oídos y a pesar de tenerlos tapados la onda expansiva le aturdió. Abrió los ojos y observó una gran nube de humo seguida de una lluvia de escombros en forma de pequeñas rocas con estelas del mismo humo. ¡¿Habría abierto una brecha?! Era imposible que no fuese el caso, claramente esa explosión bastaría para enviar a más de un pobre diablo a las estrellas. Y aunque no hubiese sido suficiente; ellos se encargarían de la limpieza.

Se levantó rápidamente del suelo y colocó el Vox en su oreja, lo encendió y empezó a dictar las siguientes ordenes al escuadrón que le escucharía alto y claro:

—¡Todos al muro! ¡Y llévense al infierno todo lo que se mueva ahí dentro! ¡Vamos a descongestionar esos pasillos!

Con el camino más o menos libre los zapadores podrían escalar los muros sin necesidad de equipo de escalada, entrarían al fuerte a velocidad relámpago y asegurarían el objetivo mientras que la batalla continuaba en las puertas que se habían convertido en un desfiladero. Solo hacía falta entrar por el agujero que hicieron.