Partida Rol por web

-Zhao Yang necesito un vector de disparo hábil -pido al piloto por el vocoemisor mientras intento volver a barrer la zona en busca de enemigos ocultos, sorpresas inesperadas o vectores de escape. Toda información es útil en la batalla.

El anterior barrido había sido infrutuoso... bien podría parecer que el enemigo había colocado interferidores de señales y augures.

Los herejes estaban ahí, frente a nosotros, mucho habían aguantado sin que el castigo del dios Emperador llegase a ellos. Apunto y disparo, algo que había repetido a lo largo del día, con mejor o peor acierto, pero algo que debía de hacer como siervo del Emperador. - Sobre ellos hermanos, llevar el castigo del emperador hacia ellos. 

-¡Matadlos a todos, por Varangia y el Emperador! El psíquico primaris aprobó con un asentimiento las acciones de sus compañeros varangianos, en especial la furiosa carga de Sigurdsson, e invocó al viento del fuego para incinerar a otro de los escasos traidores que aún se atrevían a asomarse a la calle.

Desastre se cubrió tras el parapeto y usó el reflejo de su cuchillo para echar un vistazo a la calle. El tejado seguía lleno de hijos de puta, pero al menos el tejado de enfrente estaba lleno de hijos de puta muertos. Vió las minas en el suelo de la calle. ¿Es que estaban ciego o que? La gente corría por ahí como si no estuviera lleno de explosivos. Al menos las cubiertas de hormigón de los tejados no eran sitios donde esconder una mina fácilmente, así que tenía esa seguridad. Se asomó para disparar con cuidado a una de las minas, pero era un objetivo condenadamente pequeño para disparar sin apuntar.

- ¡Cuidado con las putas minas ahí abajo!- gritó, antes de cubrirse de nuevo. Con eso, ya contaba como contribución al combate.

Einar sintió rabia por no haber podido conseguir la primera carga, la sorpresa de verse en un remolino de balas frenó su impulso inicial. Percibió, o esa sensación tuvo de que tras la eliminación por parte de la comisaria de uno de los artilleros, una de las ametralladoras paraba para cargar. Fue el único estímulo que necesitó, fuese real o no, para reemprender la carga contra aquellos enemigos que tenía enfrente. Escuchó a su camarada Jarl Brotin animarlo, y devolvió un agradecimiento al modo que aquel soldado sabía, un grito de guerra mientras cargaba.

-VARANGIAAAA!

Los afortunados disparos de los imperiales dieron buena cuenta de la mayoría de enemigos, y los pocos que quedaron no pudieron hacer nada frente a la abrumadora potencia de fuego contra la que se enfrentaban, cayendo frente a los disparos del Chimera y del cañón de Towork. Tan solo la ametralladora pesada que quedaba, al fondo de la calle y fuera de la vista de la maypría, pudo abrir fuego hacia Nereida y Einar, los proyectiles perdiéndose por mucho mientras el artillero evitaba la estocada de la comisaria antes de quedar prácticamente triturado por el hacha sierra del varangiano.

Entretanto, los Granaderos siguieron avanzando por el corredor lateral, mientras que los penales cruzaron de edificio para proseguir el avance y apoyarlos más de cerca. Todo parecía ir bien, cuando de pronto la artillería enemiga volvió a disparar, el obús cayendo de lleno sobre la torreta del Chimera con un fuerte impacto, lanzando metralla que segó la vida de un par de Devotos. El cañón automático seguía intacto, pero seguramente necesitaría una revisión antes de que pudiera volver a disparar de forma segura.

Y como si aquella fuera una señal más, más enemigos aparecieron al final de las calles que debían cruzar, dispuestos a hacerselo pagar caro, si bien un segundo barrido de auspex por parte de la visioingeniera logró detectar más trampas colocadas por el enemigo, situadas en puntos estratégicos. Debían o arriesgarse a eliminarlas, o encontrar la forma de deshacerse del alambre de espino que les barraba el paso, todo mientras el enemigo les disparaba cómodamente.

—¡Seeñooraa, haan explotaado! ¿Lo haa viistoo?—dijo orgulloso Abe a la Comisaria tras aniquilar a más enemigos.

Avanzó entonces hasta la esquina del edificio, viendo más enemigos al final de la calle. Sin tiempo para apuntar, disparó a Tuki-Tuki contra el enemigo que parecía más grande de todos. Sólo podía quedar uno, o eso pensaba Abe. 

No había mucho más que pudiera, estaban en un cuello de botella. Era lo que cabría de esperar, pero tendrían que hacer valer su astucia para poder hacer algo - ¡Las minas tendremos que quitarlas a mano y que de las alambradas se encargue el chimera! ¡Ese cañón de plasma! ¡Sobrecargado contra los del final de la calle de inmediato! ¡Cañón automático de las hienas acribíllelos! ¡Los que no tengan competencia para retirar las minas que hagan fuego de supresión sobre ellos! ¡MOVEOS!

Al no quedar enemigos a la vista Murat y su compañeros corrieron a una nueva posición de disparo, tal y como indicaban los libros de estilo de los tiradores trabisinos. Desde allí, podían de nuevo iluminar con la verdad del Emperador a aquellos malditos herejes.

El tirador calmó su respiración y apuntó a uno de los enemigos. El haz láser fue directo a uno de los brazos del hereje.

Desastre, al ver que los de abajo habian visto las minas, saco el gancho y lo usó para cruzar a la siguiente azotea.

Sin muchas opciones, Brotinn decidió intentar detonar una de las minas más alejadas para intentar ir abriendo paso a la infantería. Se sentía frustrado como el resto, pues el enemigo estaba demasiado lejos para poder usar sus poderes con eficacia, y hacía llover muerte sobre ellos...

Waldemar se asomó desde la esquina en la que estaba. Podía ver a lo lejos a sus enemigos, pero, calculando, aún les podía alcanzar con su lanzagranadas. Preparando una granada krak para eliminar al enemigo con gran blindaje, le hizo una seña a Ejulf para que se preparara, y llegando momento indicado, se asomaron desde su esquina disparando, para así intentar alcanzar a sus enemigos.

Se estaba complicando la cosa, los herejes se habían cogido posiciones óptimas de disparo y llenado las calles de minas que nos impedían el paso. Debíamos dar cobertura a los compañeros que se pusieran a desactivar las minas, antes de que mas morteros nos cayesen encima. - Vamos a ver si ahora si. Apunto y disparo hacia el enemigo. 

Mientras el artillero se ocupaba de arreglar los daños en el cañón de la torreta, Zhao maniobró el Chimera para situarlo en posición, encarado hacia la calle y listo para dar el acelerón con el que llevarse por delante aquellas alambradas. Entretanto, el siempre voluntarioso Gabarri salió al descubierto para empezar a desactivar la mina más cercana, mientras que desde la distancia, los rayos azules de Brotinn hicieron estallar una de las más lejanas con seguridad.

El resto de soldados no parecían tener prisa por imitar al penal, prefiriendo esperar a que el vehículo avanzara y les diera cobertura a la vez que despejaba el camino. Aunque los hubo que se atrevieron a asomarse para devolver el fuego, y tanto el láser largo Murat, el lanzagranadas de Waldemar, el cañón automático de Towork y el bólter pesado que desde el Chimera manejaba Sui Hui Ying no dejaron a nadie con vida en todo el extremo de la calle, arrasando coberturas, armaduras y cuerpos de igual forma.

En el callejón lateral, los Granaderos ralentizaron su avance para devolver el fuego que recibían, sin poder alcanzar a los traidores pero sin que las balas de estos lograran traspasar la gruesa armadura de los del 58º. Aun desde la distancia, podían escucharse los gritos de Ynestrillas alentando a sus hombres a combatir, mientras por encima de sus cabezas, los penales avanzaban por las azoteas, encontrando más enemigos ocultos.

A pesar de que la resistencia aumentaba a cada metro que avanzaban, la ofensiva imperial fue aplastando cada reducto que encontraba y rechazando cada nueva emboscada que les tendía el enemigo. El armamento pesado y la buena puntería de los artilleros y especialistas barría posición tras posición, y los más avezados en el cuerpo a cuerpo tuvieron una decena de oportunidades de brillar.

La batalla no se dio sin pérdidas. Dura era la vida del legionario penal, pero Gabarri se ganó por fin la redención cuando tratando de abrir paso a los demás, cortó el cable que no tocaba y se lanzó sobre la mina que intentaba desactivar, salvando a sus compañeros al precio de su vida. También el sargento Ynestrillas pereció cuando sus Granaderos fueron emboscados por ogretes mutados por la corrupción, permitiendo a sus hombres retirarse de forma ordenada mientras plantaba cara a las abominaciones, que acabaron él.

Los del Mecanizado sufrieron los que más, teniendo que lamentar la pérdida del artillero Dianqiú cuando finalmente su cañón de plasma detonó en sus manos debido al sobreesfuerzo, no dejando nada de su portador; así como la del Chimera que encabezaba el ataque cuando zapadores enemigos lograron flanquearlo y lanzar sobre él cargas y disparos de fusión. El operador Zhao, sobrecargado debido al dolor simpático al estar conectado al vehículo, murió en su asiento, lanzando al vehículo en una última carga que se llevó por delante la batería de artillería de la que había estado protegiendo a la infantería.

También fue una batalla llena de actos heroicos. Pues los explosivos de Waldemar y Heredia segaron fila tras fila de enemigos, al tiempo que el cañón automático de Abe destrozaba coberturas y hombres por igual, la presencia del risueño penal, que parecía ajeno al fuego enemigo, una inspiración y un alivio para los que con él luchaban. Los precisos disparos de Murat perforaron la cabeza de un oficial tras otro, y de una especie de predicador que daba fuerzas al resto de herejes con sus impías letanías; mientras, el lanzallamas de McKnife barría azotea tras azote hasta acabar con el mortero que les bombardeaba, y los poderes empíreos de Jarl calcinaban y atravesaban, o volvían a los traidores los unos contra los otros, como cuando un grupo de granaderos herejes se lanzó las kraks los unos a los otros.

El hacha sierra de Einar mató a un mutante tras otro cuando estos les acosaron desde los callejones y las alcantarillas, mientras que Sui Hui Yin se unió a la refriega cuando escapó de los restos del Chimera, aplastando herejes con su servobrazo como si de hormigas se tratara. A la cabeza de todo estaba la comisaria Kriemhild, repartiendo arengas y órdenes con la misma frecuencia con la que repartía estocadas y puñetazos.A medida que avanzaban y la resistencia crecía, también lo hacía la calidad de las tropas enemigas, y acabó batiéndose en duelo con el comandante enemigo en el último cruce antes de llegar a la calle principal. Con su muerte, la voluntad del enemigo se quebró del todo, retirándose y desapareciendo en desbandada.

El grupo de flanqueo alcanzó finalmente su objetivo, aunque más de la mitad de la fuerza había quedado atrás, ya fuera como muerto o como incapacitado para seguir combatiendo. Cansados y heridos, los que quedaban se mentalizaron y prepararon para el que debía ser el empuje final, pero cuando se lanzaron una vez más hacia adelante y empezaron a atacar al enemigo, tuvieron una perspectiva más amplia de la calle.

Esta estaba cubierta de cadáveres y restos de vehículos en llamas, en su mayoría imperiales. El humo y la abrumadora cantidad de disparos en una y otra dirección dificultaban la visión, pero no se distinguía por ninguna parte el Leman Russ sobre el que iba Holt ni al propio Lord Comisario por ninguna parte. Los pocos imperiales a los que podían ver estaban desorganizados y atacaban sin coordinación alguna. Las comunicaciones que quedaban eran un caos, y por encima de todo todavía podían escucharse los oscuros cánticos del enemigo retransmitidos mediante vocoemisores ocultos que nadie se había molestado en buscar y destruir en medio de la batalla.

Su ataque por el flanco apenas duró unos minutos, los suficientes como para dejar claro que no se conquistarían más metros aquél día. Con la moral por los suelos y el cansancio haciendo mella, la orden de retirada no tardó en llegar. La Guardia Imperial cedió terreno de forma ordenada, y salvo por la artillería ligera, los traidores dejaron de presentar batalla.

Pronto se reunieron con el resto de la fuerza, no peleando por atravesar la avenida principal, sino por cruzar el puente que los llevaría de nuevo a líneas amigas. A pesar de que el Imperio se había hecho con una cabeza de playa en el interior de la Ciudadela que pronto fue reforzada y fortificada, acababan de comprobar que adentrarse más en la fortaleza iba a ser un auténtico infierno en comparación a lo que se habían enfrentado hasta ahora.

El Lord General reposaba la cabeza sobre el brazo apoyado en el asiento. Frente a él tenía informes tanto en placas de datos como en papel de cómo había resultado el asalto al interior de la Ciudadela. Al menos dos mil buenos hombres y mujeres no volverían a levantarse para luchar por el Emperador, y las pérdidas de material eran acorde a las humanas. Las calles de la fortaleza habían resultado ser una trampa mortal en sí mismas, y el ataque frontal de Holt había quedado en nada. El propio Lord Comisario había sido rescatado de los restos humeantes de su Leman Russ, y en aquellos momentos se debatía entre la vida y la muerte, atendido por las Hermanas de la Vela Eterna.

En total, habían logrado asegurar los dos kilómetros más cercanos al puente. Una base que fortificar desde la que seguir ganando terreno al enemigo, poco a poco y costase lo que costase. Demasiado poco a poco, y a demasiado coste, para su pesar.

Y además estaba el otro asunto. No bastante tenía con los traidores, que los malditos eldar tenían que tomar parte en aquella guerra. Sabía de sobras que los xenos no sentían amor alguno por el Archienemigo, pero entonces, ¿Que los había llevado a intentar sabotear el asedio? Seguramente llevaran allí desde el inicio, y que tuvieran buena parte de la culpa del fracaso de la primera fase del mismo. Maldita escoria alienígena... Había ordenado a la 11ª al completo peinar hasta el último metro del Monte del Orador, pero sabía que ya no los encontraría allí. Las veces que había combatido contra ellos, había sido como jugar al gato y el ratón, los misteriosos xenos siempre un paso por delante.

¿Y la advertencia que les habían hecho? No quería creer ni una palabra del mensaje que le había transmitido Cauldwelle, pero si había un mínimo de certeza en él... Si tenía que empezar a desconfiar incluso de sus propios hombres. Dejó escapar un suspiro de resignación. En toda su carrera, podía recordar pocas ocasiones en las que se hubiera encontrado con una situación tan complicada.

Al escuchar el suspiro, el tacticae se atrevió a levantar la voz — ¿Y cual es el siguiente paso, Lord General?

Al final, Klaus lo había acabado convenciendo de que iban a necesitar refuerzos. Las peticiones habían sido enviadas, pero entre que llegaban a territorio imperial, eran valoradas, con suerte aprobadas, y con aun más suerte respondidas con prioridad y buena organización, pasarían semanas, puede que meses. Si no había suerte...

— ¿El siguiente paso, Evitz? Cuál va a ser — respondió, resignado, pues realmente no había más que una opción — Volver una vez más a la brecha.