Una verdad en la guardia imperial era que estar cerca de un comisario imperial, no era una buena idea, y mucho peor si estabas cerca de él cuando se cometía algún tipo de infracción o no se cumplían con el deber como el Emperador mandaba. El fogonazo no es para nada algo que me sorprenda quizás si ver como la cabeza del comandante se transforma en un amasijo de carne informe, pera ya había visto morir compañeros cercanos y a este apenas le conocía. - La tierra le sea leve ... Tras esta ejecución sumaria, las palabras de descanso que nos da el comisario, apenas me hacen mella y espero con mucho que sea nuestro sargento el que de la orden de volver a nuestra zona del campamento.
Rabiah hizo lo posible por no reaccionar de ninguna manera ante lo que estaba pasando. Seker, quien habia sido su rival, habia sido asesinado en su habitienda, seguramente como pago por haber dejado entrar al enemigo en el campamento, de manera desintencionada. Pero Rabiah no dudo que los enfrentamientos que habia tenido con ella habian puesto aun más peso en la mano que empuñó el cuchillo, si habia sido un Tabrisiano quien lo habia hecho. La sacerdotisa lo lamentó; No por Seker, quien habia sido una decepción para todo el regimiento, si no por la mancha que su muerte había causado en el alma de uno o más fieles soldados del Imparator. La tarea de ejecutar a los traidores o a los no aptos debía caer en personas como Holt, gente designada a aceptar esa macula a los ojos de su Dios, cuyo rango sería un atenuante cuando les llegase el juicio.
No habria entierro para el sargento Seker, su cuerpo sería incinerado junto al resto de deshonrados que no supieron o pudieron ganarse la redención al servicio de la Guardia. Con un suspiro, se retiró de nuevo a su tienda, dispuesta a ir preparando la siguiente ronda de entierros y servicios funerarios.
Desastre suspiró con alivio cuando el comisario se hubo ido. Otro día, otro jefe que llegaba para demostrar lo despiadado que era. A estas alturas la angustia y el terror de la muerte cercana ya se había convertido una grotesca rutina para el irlandiano. Tampoco es que pudiera hacer mucho al respecto, ¿que iba a hacer el lord comisario? ¿ponerle un collar explosivo y mandarlo a primera línea? Sería terriblemente original.
Le preocupaba más el efecto que tendría la visita al resto del campamento. No veía al resto de regimientos acostumbrados a las amenazas de muerte constantes que implicaba trabajar con alguien incapaz de tolerar el aprendizaje. Tendría que ir con pies de plomo y asegurarse de no estar en el sitio erroneo en el momento equivocado. Suspiró mientras volvía a su habitienda. Había sido un día muy largo y sólo quería dormir. Al menos con todos esos muertos tendrían espacio hasta que mandaran los refuerzos.
La detonación de la pistola bólter del comisario sobresaltó a Brotinn, que se encontraba lo suficientemente cerca para que una única gota de sangre del desafortunado Changpú saliese disparada y aterrizase sobre una de sus botas. Allí se quedó, como una mácula en el impoluto calzado del psíquico.
Estaba acostumbrado a la crueldad de los representantes imperiales (todavía se estremecía al escuchar los gritos de aquel pobre chamán varagiano, mientras los soldados de asalto inquisitoriales lo arrastraban hacia una de las Naves Negras) pero ver una ejecución a sangre fría de un oficial del alto mando era nuevo para él.
Se estremeció. Mejor no llamar la atención de un hombre como el comisario Holt. Poco importaban la ejemplar defensa del puesto de mando y que se hubiese solventado razonablemente una situación tan grave como la infiltración enemiga en el campamento. Las balas del Comisariado no mostraban piedad alguna.
Cuando se rompieron filas, el psíquico se apoyó en su báculo. Parecía agotado y lo único que le apetecía en aquel momento era beber algo con una concentración sintalcohólica razonable y olvidarse tanto de los horrores de la Disformidad como los más mundanos, por ejemplo las ejecuciones sumarias en la Guardia Imperial. Con paso lento, puso rumbo a la cantina...
Para cuando se produjo el disparo, Jiang Li aun miraba, sobre las puntillas de sus pies, en dirección a los Tabrisianos, esperando en vano que la noticia de la muerte de Iskander fuera todo un error y apareciese entre las filas de sus hombres. Giró inmediatamente la cabeza para ver como Changpú caia inerte al suelo, y se le revolvieron hasta las tripas. Ella consideraba que el campamento había sido defendido como se había podido…Pero tampoco es que su opinión importase mucho. Dirigió la vista a los demás Drafelivanos, mientras su hermano, a escasos centímetros detrás de ella, empezaba a entonar una oración al Omnissiah una vez mas.
Lo que pasó en la formación sorprendió completamente a Gabarri y no precisamente para mal. El comandante de puesto que había permitido que aquello pasase yacía muerto junto con todos aquellos que habían muerto por su error. Seguramente habría más responsabilidades que reparar, personas que estaban presentes cuando se tomó esa decisión, pero la responsabilidad principal y última era de aquel que había sido ejecutado delante de todos ellos.
Ahora todos sabrían lo que era tener la soga al cuello todo el tiempo con un tarado con gorro de plato y un bolter de gatillo sensible como jefe y responsable último de las decisiones y de tu vida.
— Debe de haber otra manera — dijo von Rauken, no dejando que la ira y la frustración que sentía por dentro se notaran en sus palabras.
— No la hay, Lord General. Todas las naves de la Armada disponibles deben dirigirse de inmediato a Hethgard. La Flota Enjambre Dagon avanza imparable. No solo está en juego el Saliente Orpheus, lo está la Cruzada entera — respondió el Almirante Groesson. Su silueta holográfica parpadeaba de tanto en tanto al hablar, cuando se producía algo de estatica en la transmisión — No se han avistado movimientos de naves enemigas ni se preveen enfrentamientos, y de todas formas, el sistema no quedará desprotegido. Lord Draven ha prometido que su flota permanecerá en la órbita de Alabastria, guardando los transportes y el planeta. No tiene nada de que preocuparse, Gebhard.
Más arrugas se formaron si cabe en la frente del Viejo Tiburón al escuchar aquello. En aquél momento, las naves del Comerciante Independiente suponían la mitad de la fuerza espacial del Imperio en aquél sistema. Con la partida de las naves de guerra de la Armada, se convertirían en la única.
Al Lord General no le gustaba tener que depender de otros. Sobre todo, si no se regía por las férreas reglas del Imperio. Sobre todo, si contaba con un gran poder al margen de casi cualquier autoridad. Sobre todo, si se veía obligado a necesitar de ese poder para tener una posibilidad de acabar la campaña con éxito.
Sobre todo, si no podía estar seguro de cuales eran sus verdaderas intenciones.
Se despidió de forma cordial y breve del Almirante Groesson, y tras cortar la comunicación, se apoyó sobre el pozo del estrategium y dejó escapar un largo suspiro de resignación. Ni siquiera se giró al escuchar los taconazos de un par de botas al cuadrarse a su espalda.
— Espero que haya al menos una buena noticia, Klaus — advirtió al Tacticae, aunque no es como si Evitz pudiese influir en los acontecimientos pasados.
— El... el daño de los ataques ha tenido un grado variable según el Puesto, señor — empezó a decir el asesor — No todos han sido atacados, pero el método ha sido el mismo. Infiltración a base de uniformes del Korps, información veraz y códigos antiguos aunque válidos. Antes de que se pudieran llevar a cabo las pertinentes comprobaciones, el enemigo ya estaba actuando — explicó — Una coordinación que descarta que se tratara de grupos de resistencia dispersos por el planeta. Debieron de aprovechar la tormenta para evitar los puestos avanzados y lograr acercarse a nuestras líneas — Evitz hizo una pausa antes de continuar — Tengo entendido que el Lord Comisario ya se está encargando de "concienciar" sobre seguridad.
— Deje a Holt hacer su trabajo, por el momento. Un escarmiento no nos vendrá mal a nadie. No se puede bajar la guardia con el archienemigo, como nos han demostrado bien.
— Sí, señor — respondió Klaus — En cuanto a la reanudación de las operaciones... — fue pasando varias páginas en la placa de datos que llevaba entre las manos hasta encontrar la que buscaba — Los trabajos se han reanudado en el Dique y los ingenieros están realizando turnos dobles para asegurarse de que serán concluidos lo antes posible.
— Bien. Con esa tormenta despejada por fin, podemos atacar la Ciudadela de una vez. Ya hemos perdido demasiado tiempo. Tan pronto como las obras estén listas y van Carten haya reorganizado los números...
Una puerta estalló de repente al fondo del centro de mando táctico principal, al tiempo que se escuchaban gritos de indignación y buena parte del personal presente se levantaba de su asiento, unos por ver si había que detener a quien estuviera causado semejante alboroto, y otros por simple y malsana curiosidad.
Evangeline Cauldwelle avanzó con paso acelerado, su bastón de fuerza golpeando el suelo con dureza y levantando pequeñas ondas gravíticas allá donde impactaba. La Psíquica Primaris no se detuvo hasta estar a un par de metros del Lord General, a pesar de que para entonces una docena de rifles láser sobrecargados la tenían en su punto de mira.
— ¡Lord General! — exclamó, visiblemente airada — ¡Un momento de su tiempo, si es tan amable!
Von Rauken se la quedó mirando en el sitio sin decir nada, suficiente señal para que los Vástagos Tempestus del Alto Mando de la Cruzada apartaran sus armas y volvieran a sus puestos, inmóviles como estatuas.
— Hemos dispersado la tormenta, como exigió — habló Cauldwelle, todavía con aquella ira apenas contenida en su voz — Ha costado la vida de tres psíquicos autorizados, pero hemos dispersado la tormenta. Y no solo eso — prosiguió — Su procedencia era, efectivamente, psíquica. Quien fuera o lo que fuera que la provocara es muy poderoso, pero semejante despliegue de poder siempre deja una señal, una marca, un rastro disforme. Un rastro que hemos podido seguir hasta su origen — pequeñas descargas de electricidad recorrían los cables que salían de su pelado cráneo hasta la capucha psíquica que llevaba atornillada a la cabeza, acorde con el humor de la psíquica — No está en la Ciudadela. Proviene del Monte del Orador. Y todavía está allí.
El Lord General estuvo a punto de fruncir de nuevo el ceño. Había dado por supuesto que lo que quedaba del archienemigo se encontraba confinado en la Ciudadela, tanto él como sus predecesores habían considerado el Monte como un obstáculo natural demasiado insalvable como para que el enemigo intentara algo a través de él. Y había pagado su error de novato con las vidas de buenos hombres y mujeres. Pero enseguida cayó en algo que eliminó de golpe su enfado. Si el enemigo tenía algo escondido en el Monte, significaba que estaba fuera de la protección que ofrecía la Ciudadela. Lo que significaba que estaba al alcance de su mano.
El gesto le sonó extraño, puesto que no lo había ejercitado desde que las nubes habían cubierto la meseta, pero por primera vez desde entonces, Gebhard von Rauken se permitió esbozar una sonrisa — ¿Ves, Evitz? — comentó von Rauken a su asesor — Por mal que parezcan las cosas, siempre hay una buena noticia — se giró por fin hacia el Tacticae, de nuevo con aquella expresión seria e imperturbable que tantos campos de batalla había ganado — Ponme con Braibant.
FIN DE LA ESCENA