Partida Rol por web

Reinhardt se detuvo tras las rocas, encaramándose a ellas para ver si alcanzaba a ver al tirador. Tenía la garganta seca y la voz le sonaba ronca como el motor de un Leman Russ de tanto gritar ordenes, pero se volvió hjacia Cauldwelle porque en ese momento era la mejor baza que tenía a su disposición.

—Encuentre a ese tirador cuanto antes, y cuando lo haga —dio una palmada en el hombro a Kord—, encárgate de acabar con él. Los demás seguiremos avanzando hasta el siguiente risco.

Orrin empezó a trazar otro arco con el zweihander doblesueldo, aprovechando la inercia del arma para apartarse de la cuchillada del xeno... Y, ya que estaba, decidió dejarse llevar un poco más por el peso y la fuerza que había generado, lo justo para quedar bien posicionado de cara a acertar el siguiente tajo.

-¡Saluda a tus dioses de mi parte, escoria!-le dijo con un gruñido cargado de ira y frustración. Partiría por la mitad a aquel malnacido o moriría en el intento.

Los Doblesueldos siguieron avanzando a la carrera, de cobertura en cobertura, bajo el fuego del francotriador enemigo, que esta vez sí se cobró una baja, cuando uno de la Elphame se desplomó en el suelo, su visor atravesado por uno de los afilados discos. Ante la orden de Reinhardt, Kord asintió y se encaramó al risco tras el que se cubría, haciendo gala de que su agudeza visual no se limitaba a la hora de disparar, encontrando rápidamente al tirador enemigo, un escurridizo explorador enfundado en una capa de camaleonina. Trató de abatirlo, pero su excelente camuflaje se lo puso difícil incluso a un experto tirador como Hagen.

Entretanto, Cauldwelle logró echar esta vez mano a sus poderes, ayudando a los demás a evitar los disparos, mientras que en el duelo entre el Vengador restanto y el Falkenhorst, ninguno lograba imponerse, el primero tan rápido que evitaba los contundentes golpes del segundo, pero careciendo de la fuerza necesaria para acabar con su rival.

Arrin y Hans, tras acabar con el Eldar, siguieron corriendo hacia adelante para tratar de hallar al enemigo que se escondía entre los árboles caídos y los escombros, rocas y sombras diversas. Al llegar a la siguiente elevación y ver que podían subir tras algún tipo de cobertura, sacaron las pistolas-cable y las usaron para subir al siguiente "nivel". 

- Vamos Doblesueldos, que no se diga. - animó a sus compañeros. 

Al llegar arriba, les enseñaría a esos Xenos la furia de los de su regimiento. Si tenían que extirparlos como un cáncer de la piel del planeta, lo haría con sumo gusto. 

El Vengador que combatía con Orrin era hábil, evitaba o detenía todos los ataques que le lanzaba el operador, devolviéndolos con insultante gracia. Solo falló una vez, solo cometió un error, pero fue la única vez que importó. Después de numerosos intentos, el mayor de los Falkenhorst logró atravesar a su rival de lado a lado, no tardando en deshacerse del cuerpo para acompañar a los suyos.

Enfrascado en su duelo personal con el explorador eldar, Kord tuvo que ser dejado atrás mientras el resto avanzaba protegidos por los poderes de Cauldwelle. Ambos francotiradores intercambiaron un tiro tras otro, fallando a veces por centímetros, hasta que finalmente uno de los haces láser dió en el blanco, justo en el ojo del eldar, después de atravesar la mira de su rifle por la que observaba a Kord. El triumfo de Hagen fue breve, pero, pues atrayendo la ira del hechicero xeno, los relámpagos dieron de lleno en el Doblesueldo, que ya herido, fue incapaz de sobrevivir al ataque psíquico.

El asalto al siguiente risco fue aún más duro que el del anterior. El enemigo aprendió de sus tácticas y no cayeron de nuevo en el engaño de las granadas fotónicas. Cuando alcanzaron la cima, más Vengadores les esperaban preparados, ahora sí cobrándose en vidas de Doblesueldos los metros ganados en la ofensiva.

La estratagema del enemigo fue revelada cuando más Vengadores aparecieron de repente en los flancos y a sus espaldas, ocultos hasta ese momento mediante los poderes del brujo eldar. Resignados, los imperiales se prepararon para vender caras sus vidas, cuando de pronto llegó la caballería.

El tercero de los Valkyrias cruzó el cielo, descargando sobre los xenos sus salvas de cohetes y ráfagas de multiláser y bólter pesado, volando por los aires los refuerzos xenos. A su vez, la escuadra Josmane al completo se lanzó desde el aparato en paracaídas gravíticos, aterrizando en medio del combate y uniéndose a sus hermanos de Compañía.

Recuperando el número y la iniciativa, la batalla se decantó de parte de los imperiales, demostrando su superioridad en las distancias cortas. Mientras los xenos morían bajo espadas y rifles a quemarropa, Cauldwelle se batió en duelo con el brujo eldar, que se vio obligado a hacer presencia en batalla. La psíquica mantuvo distraido a su contrario varios minutos, pero empezó a ser doblegada fruto del cansancio y la potencia psíquica del xeno, hasta que Orrin se percató de lo que sucedía y empezó a acercarse al brujo mientras profería toda clase de insultos e improperios sobre él, sobre sus antepasados hasta la onceava generación, sobre los de su clase, y sobre toda su raza por si acaso no fuera a dejarse algo sin maldecir. La constante retahíla de brusquedades lograron atraer la atención del eldar el tiempo justo para que Reinhardt saltara sobre él y le destrozara el yelmo cónico y la cabeza que protegía de un mandoble con la espada sierra.

Con aquello terminó la refriega, y reforzados con la Josmane, dieron paz a los muertos y trataron a los heridos para luego proseguir el ascenso hacia la cumbre, el Valkyria volando por detrás de ellos, manteniéndose en reserva hasta que fuera necesaria su intervención.

Pero no lo fue. Para cuando volvieron a encontrar a los xenos, ya casi cerca de su objetivo, estos habían dejado ya atrás toda pretensión de combate honorable. Docenas de guardianes con plataformas de armas pesadas y de guerreros especialistas les esperaban, acompañados de más exploradores con rifles, así como un esbelto gigante de hueso, del que se decía que era un rival más que digno para los Dreadnoughts del Adeptus Astartes: un Señor Espectral, apuntándoles con una enorme espada... Y con las lanzas brillantes montadas en sus hombros.

Era imposible que superaran aquello, pero el enemigo no disparó. En su lugar, un guerrero se adelantó, un Vengador Implacable. El estandarte a su espalda era indicador de su rango, un Exarca, el líder del resto de los suyos. O más bien, la líder, pues se reveló como mujer cuando se quitó el emplumado yelmo para lanzarles un desafio.

Un duelo a muerte entre ella y el guerrero que eligieran. Si perdían, serían aniquilados. Si ganaban, tendrían el derecho de hablar con su líder.

No hubo discusión al respecto de a quién enviar. El mandoble de Arrin chocó con la espada de la Exarca en duelo que, pese a la habilidad de sus combatientes, o quizás precisamente debido a ella, fue breve. 

Arrin sintió que algo le absorbía la energía cuando la espada de la eldar le atravesó las entrañas, saliéndole por la espalda, como si el arma le estuviera chupando la vida misma. Pero la vida de un Doblesueldo daba para mucho. Aprovechando la obligada proximidad, Arrin echó mano a su cuchillo de combate, y lo hundió debajo de la boca de la eldar, atravesando su mandíbula  y prácticamente su cabeza.

La Exarca cayó de espaldas al suelo, imitándola Arrin al poco una vez se arrancó la espada del vientre. Su hermano y la psíquica corrieron rápido a su lado, dejando claro el veredicto. A pesar de que por poco, el humano seguía vivo, y la eldar no.

Atravesados por un centenar de ojos furibundos, los Doblesueldos fueron guiados hasta su objetivo, el lugar en el que estaba el dirigente eldar. A pesar de ser evidente que ganas no faltaban, ni uno solo de los xenos hizo mención alguna de romper el pacto acordado. Guerreros de armadura verde se hicieron a un lado para revelar a una figura recostada en el suelo.

La Vidente parecía realmente agotada, empapada en sudor a pesar del aire frío de la montaña y con las orejas de no haber dormido en un mes. De ella provenía la señal psíquica que habían estado buscando, ella había convocado y mantenido la tormenta, gastando casi todo su poder en ella. Por aquella razón los eldar habían combatido en lugar de huir entre la niebla como solían hacer. No podían mover a su líder, y morirían todos antes que dejarla atrás.

— Lucháis bien... pero por la causa equivocada... en el lugar equivocado. Toda esta cruzada... es un error — les dijo entre esfuerzos — Queréis liberar este mundo... pero todo lo que conseguiréis es... condenarlo... — explicó — En la Ciudadela hay algo, un arma, un artefacto antiguo... Que no debe caer en manos de nadie — su mirada brillaba con intensidad — Los hay entre los vuestros... que saben de ello, y lo quieren... Pero se debe dejar... a sus guardianes en paz. Lo que hay allí... no puede ser liberado... O toda la Brecha Jerichó, y más allá... sufrirá.

Apenas parecían quedar fuerzas en la vidente, pero si había sido capaz de conjurar aquella tormenta durante días y cubriendo toda la meseta y no había muerto en el intento, es que realmente poseía una voluntad y un poder psíquico prácticament inalcanzables para un mortal.

— Id... — les dijo, quizás sorprendiendo incluso a alguno de los suyos más que a los propios Doblesueldos — Id... y decid esto a vuestros mandos. No escucharán... Pero estarán sobre aviso... Es cuanto puede hacerse ya... El destino... ya está escrito... — sentenció con sus últimas palabras antes de dejar caer la cabeza y los hombros, exhausta.

Tras la conversación con la vidente, el grupo fue escoltado por una escuadra de Vengadores hasta una distancia prudencial de los eldar, y dejados allí, en medio de la montaña. El Valkyria que quedaba acudió a su encuentro y los recogió para llevarlos de nuevo a líneas amigas, con el mensaje de la vidente en sus mentes. Cauldwelle en particular se mostró más callada que de costumbre. Los eldar tenían fama de mentirosos y embusteros, diciendo tres mentiras por cada verdad a medias en pos de cumplir sus propios e inescrutables objetivos.

Pero algo en el fondo de sus psiques les reconcomía. La sensación... la posibilidad, por remota que fuera, de que la vidente estuviera diciendo la verdad.

El Lord General reposaba la cabeza sobre el brazo apoyado en el asiento. Frente a él tenía informes tanto en placas de datos como en papel de cómo había resultado el asalto al interior de la Ciudadela. Al menos dos mil buenos hombres y mujeres no volverían a levantarse para luchar por el Emperador, y las pérdidas de material eran acorde a las humanas. Las calles de la fortaleza habían resultado ser una trampa mortal en sí mismas, y el ataque frontal de Holt había quedado en nada. El propio Lord Comisario había sido rescatado de los restos humeantes de su Leman Russ, y en aquellos momentos se debatía entre la vida y la muerte, atendido por las Hermanas de la Vela Eterna.

En total, habían logrado asegurar los dos kilómetros más cercanos al puente. Una base que fortificar desde la que seguir ganando terreno al enemigo, poco a poco y costase lo que costase. Demasiado poco a poco, y a demasiado coste, para su pesar.

Y además estaba el otro asunto. No bastante tenía con los traidores, que los malditos eldar tenían que tomar parte en aquella guerra. Sabía de sobras que los xenos no sentían amor alguno por el Archienemigo, pero entonces, ¿Que los había llevado a intentar sabotear el asedio? Seguramente llevaran allí desde el inicio, y que tuvieran buena parte de la culpa del fracaso de la primera fase del mismo. Maldita escoria alienígena... Había ordenado a la 11ª al completo peinar hasta el último metro del Monte del Orador, pero sabía que ya no los encontraría allí. Las veces que había combatido contra ellos, había sido como jugar al gato y el ratón, los misteriosos xenos siempre un paso por delante.

¿Y la advertencia que les habían hecho? No quería creer ni una palabra del mensaje que le había transmitido Cauldwelle, pero si había un mínimo de certeza en él... Si tenía que empezar a desconfiar incluso de sus propios hombres. Dejó escapar un suspiro de resignación. En toda su carrera, podía recordar pocas ocasiones en las que se hubiera encontrado con una situación tan complicada.

Al escuchar el suspiro, el tacticae se atrevió a levantar la voz — ¿Y cual es el siguiente paso, Lord General?

Al final, Klaus lo había acabado convenciendo de que iban a necesitar refuerzos. Las peticiones habían sido enviadas, pero entre que llegaban a territorio imperial, eran valoradas, con suerte aprobadas, y con aun más suerte respondidas con prioridad y buena organización, pasarían semanas, puede que meses. Si no había suerte...

— ¿El siguiente paso, Evitz? Cuál va a ser — respondió, resignado, pues realmente no había más que una opción — Volver una vez más a la brecha.