Con suavidad, el guerrero Dindavara pasa una mano manchada de sangre por el rostro del joven asesinado, cerrando unos parpados que ya nunca se abrirán.
Por algún motivo, sus pensamientos retroceden hasta la noche en que ambos se conocieron, la misma noche en la que salvó la vida del hechicero al enfrentarse a los asesinos que habían mandado a por él. Luego, esa misma noche, Alex se emborrachó en la taberna donde también coincidieron con Henry. Yi Fan recuerda cómo desaprobó la conducta irresponsable del hechicero.
Ahora, por fin, termina de darse cuenta que éste fue el momento en el que comenzó a preocuparse por él…
Agita la cabeza. La voz que susurra a su lado se abre paso en sus oídos a pesar de que prefiere refugiarse en sus memorias. Pero la voz insiste. A regañadientes, vuelve la cabeza. Es Henry, claro.
- Levántate guerrero... Salvo que quieras seguir el mismo destino que el hechicero - dice señalando hacia el campamento.
Maldito sea todo él. Pero tiene razón. No hay llamas en el campamento. El fuego ha sido extinguido. Pronto, las amazonas se reagruparán y no tardarán en buscar a los culpables. A ellos.
Yi Fan se pone en pie. Pálido como un cadáver y ensangrentado por múltiples heridas. Pero se mantiene firme y su mirada oscura se vuelve hacia el asesino.
Vámonos.
Henry no lo duda y se pone en marcha. El Dindavara va a seguirle, pero se vuelve una última vez hacia el chico. Parece que estuviera durmiendo. Que fuera a despertar en cualquier momento.
Guardándose para sí lo que quiera que esté pensando en ese momento, Yi Fan se da la vuelta y sigue a Henry, sin volver ya la vista atrás…
Haciendo acopio de tus últimas fuerzas, sigues a Henry alejándote del campamento Truil. Finalmente, tu pierna herida decide no soportar tu peso durante más tiempo. Trastabillas, pero consigues no caer al suelo y continúas cojeando, casi a la pata coja.
Henry frunce el ceño al verte y mira por encima de ti hacia el horizonte para ver si alguien os sigue.
- Demasiado cerca... - le escuchas susurrar. Tiene razón. Si las amazonas consiguen encontrar vuestro rastro, no estáis suficientemente lejos del campamento como para poder evitarlas.
Sin embargo, el hombre de Asceltis se encoge de hombros y se aproxima a ayudarte mientras busca a su alrededor.
- Allí, guerrero - dice señalando un recoveco entre las rocas donde podréis ocultaros un tiempo. - Pero reza a tus dioses para que no hayan tenido tiempo para organizarse bien, porque aún no hemos salido de aquí.
Finalmente conseguís ocultaros bajo un saliente y esperáis a que la intensidad del sol disminuya, agradeciendo estar en una zona de eterno crepúsculo, lo cual extiende las sombras lo suficiente como para despistar a cualquier oteador ocasional.
Pasan los minutos y parecen horas, e incluso las horas se alargan tanto como días. Casi has perdido el sentido del tiempo cuando escuchas los cascos de un caballo acercándose a vuestra posición.
Si han sido mis dioses los que me han traido aquí... Responde el Dindavara en un susurro agotado al asesino. ...entonces creo que será mejor que no les vuelva a rezar.
Sin fuerzas para decir ni hacer nada más, Yi Fan sigue como puede a Henry hasta el nuevo escondrijo que ha encontrado. Una vez allí se encoge para entrar dentro y, en las sombras y casi a ciegas, se dedica durante lo que le parecen horas a comprobar una a una sus heridas, vendarlas con los jirones que obtiene de su destrozada camisa y de su faja.
Realiza estas tareas de manera automática, sin pensar siquiera en ellas, sin pensar en nada. Prefiere no pensar en nada, sólo en asegurarse que todos los cortes y tajos que le recorren el cuerpo han dejado de sangrar.
Cuando termina, el Dindavara se hace un ovillo en su hueco y cae en una especie de semiinconsciencia. No logra dormir, pero sin embargo tiene la impresión de estar en un sueño irreal, rodeado de oscuridad. La parte racional de su mente que aún conserva le susurra que su estado es debido a la pérdida de sangre, que si descansa lo suficiente recuperara las fuerzas, pero otra parte de su ser se siente confusa, cansada y aturdida. Susurra incoherencias para sí mismo y aconseja a Alex que se mantenga alerta, para poco después recordar que está muerto...
Es Henry quien le despierta, por supuesto. Su rostro a apenas unos centímetros del suyo y su mano en su boca para evitar que haga algún ruido. Entonces señala hacia arriba, hacia afuera.
Sí, lo oye. Los cascos de un caballo, sólo de uno. Si es cierto, entonces tienen mucha suerte...
Yi Fan se remueve un poco en el estrecho hueco para estirar los músculos. Al instante, latigazos de dolor le recorren el cuerpo, abrasadores. El Dindavara aprieta los dientes y hace un gesto al asesino para indicarle que está preparado.
Si se trata de una sóla amazona, entonces tienen una posibilidad de acabar con ella. Después, estaría dispuesto a hacerse con el caballo y alejarse de allí aunque para ello tenga que montar de lado.
Poco a poco, se asoma fuera del escondrijo, dispuesto a salir afuera en cuanto oiga como la montura llega hasta su posición...
Siguiendo tu instinto y los años de entrenamiento, te sobrepones al dolor y te aproximas al lugar por donde estimas que pasará el caballo. Sujetando con fuerza tu dinda en la mano izquierda, te agazapas bajo las piedras que forman el saliente donde os habéis ocultado, mientras observas cómo Henry se escabuye por detrás, preparándose para flanquear al enemigo.
Los lentos pasos del caballo se aproximan cada vez más y no tardas en ver los cascos del animal frente a ti. Como si jinete o montura presintiesen vuestra presencia, el corcel se para a poco más de un metro de tu posición. Te dispones a aprovechar la situación y atacar antes de ser visto cuando un fardo cae de golpe junto al caballo.
Cambias tu posición asumiendo una pose más defensiva, pero no tardas en darte cuenta de que no es un paquete envuelto lo que ha golpeado el suelo, sino una persona. Cuando te plantas frente al caballo te das cuenta de que es la propia jinete quien ha caído.
Con tu espada envainada, haces girar el cuerpo para ver su estado. Cubierta de quemaduras y heridas, la mujer está en un estado deplorable. Inconsciente y febril, se aferra con fuerza a un arco que ha soportado la caída sin romperse, como si fuera su única ancla con el mundo de los vivos. Aprietas los dientes con fuerza mirando a la truil miembro de la tribu de amazonas que ha acabado con la vida de tu amigo, cuando te fijas en que no tiene el rostro pintado de azul. Apartas el pelo cubierto de sangre que le tapa la cara y sólo entonces reconoces a la mujer que yace frente a ti. Martha.
Martha… la sorpresa y la preocupación embargan al Dindavara. La exploradora ha conseguido escapar del campamento Truil tras provocar el incendio… pero quizás el precio haya sido demasiado alto para ella.
Cruza una mirada con Henry para después intentar comprobar la gravedad de las heridas de la mujer y tratar de hacerle recobrar la consciencia. Después de haber perdido a Alex, el destino quizás les da la oportunidad de salvarla a ella.
Debemos irnos. Susurra al asesino de Asceltis. Todos nosotros y ahora mismo.
Henry observa con su sonrisa torcida a la mujer inconsciente en el suelo. Su gesto de fastidio es evidente cuando escucha el "todos nosotros", como si realmente estuviera pensando dejarla ahí tirada. De repente, frunce el ceño y se agacha hacia la mano de Martha.
- Es el arco de Anguy... - afirma al observar el arma a la que se aferra la mujer como si su propia vida dependiese de ello.
Suspira mientras mira hacia atrás, vigilando si alguna de las amazonas truil ha podido seguir a Martha hasta aquí. Sin embargo, algo te dice que gira la cabeza para evitar que le veas el rostro. Pero cuando vuelve ha miraros mantiene el mismo gesto cínico de siempre.
- Está bien - dice finalmente. - De todas formas no llegarás a Uldnacht con esa pierna.
Como si sus palabras te redescubrieran el dolor de tus heridas, de repente empiezas a sentirte mareado. El esfuerzo de caminar hasta aquí y esconderte había mantenido la adrenalina en un nivel suficiente como para mantenerte activo, pero súbitamente sientes cómo tus fuerzas empiezan a desaparecer y el mundo se oscurece a tu alrededor.
La partida continúa en la escena siguiente
El Medallón