La madera de la caja es suave, cálida al contacto. Transmite una sensación extraña a Yi Fan a través de las yemas de sus dedos…
Por un instante, por la mente del Dindavara pasa la idea de dejar allí el Medallón, su Medallón, a buen recaudo de todos, de cualquiera que pudiera utilizarlo… cualquiera excepto él.
Pero no es más que un segundo. No es un secreto que Yi Fan posee el artefacto Truil. Biza Carkenna lo sabe, y su cuñado Eric también. Ambos lo vieron durante el enfrentamiento entre el malogrado Fender y la hechicera. ¿Cuánto tiempo tardarían en atar cabos y descubrir a través de Irina que el Dindavara tuvo acceso a la Caja de Milonda?
La historia de Yi Fan podría terminar en un sótano, siendo torturado hasta la muerte por el Gremio de hechiceros hasta que revelara la palabra clave que abre la Caja.
Incluso Asceltis… Su nueva posición la pondrá en situaciones comprometidas en el próximo futuro, y si sospecha que el Medallón no ha sido destruido, ¿no querrá volverse a hacer con él? Yi Fan está convencido que la mujer del velo que conoce no haría eso… ahora, pero el poder cambia a la gente, y no puede poner la mano en el fuego por ella más adelante. Ni por ella ni siquiera por Areth, que no sería capaz de negar nada a su querida hermana.
No. No sólo basta con destruir el Medallón Truil.
Todos deben saber que se ha perdido en la nada del interior de la Caja de Milonda. Yi Fan se ocupará de eso.
Las manos del Dindavara se cierran sobre la caja, como garfios, y la fuerza que ejerce para abrirla hace que sus nudillos se tornen blancos y su rostro se congestione por el esfuerzo. Un último esfuerzo para que la historia del Medallón Truil llegue definitivamente a su final.
Motivo: Abrir la caja por la fuerza
Tirada: 5d10
Resultado: 10, 1, 3, 5, 3 (Suma: 22)
La tirada falla, pero Yi Fan lo va a seguir intentando hasta que lo consiga, usando su hoja Dinda si es preciso. Le he añadido un dado porque considero que es un tema de honor para él deshacerse del Medallón (se comprometió a ello ante el Sacerdote de Hueso) y su pasión de Deber le permite añadir un dado cuando realiza una acción que va en esa misma dirección.
La mujer palidece al ver al dindavara y se lanza hacia él. - Pero, ¿¡QUÉ HACE!? - exclama.
Sin embargo, Areth reacciona rápidamente agarrándola por la cintura y echándola a un lado. Con un rápido movimiento que seguramente ha aprendido de Yi Fan, desenvaina su espada y se interpone entre su compañero y las dos mujeres.
- Quietas ahí - dice con seriedad, sacando una daga de su cinturón y dejándosela al duelista para que no melle el filo de su hoja con la caja de Milonda.
Por un momento Yi Fan se pregunta por qué Areth amenaza también a Emma, pero el gesto de complicidad cuando la abogada se coloca detrás de Irina le deja claro que el guerrero pretende mantenerla fuera de esto, como si ella misma fuera una víctima más. Después de todo este tiempo sumido en las maquinaciones de Asceltis y los gremios de la capital, parece que Areth ha aprendido un par de trucos... o ha quedado corrompido para siempre.
- Lo siento, Irina... Me obligaron a traerles hasta aquí - dice Emma siguiéndole el juego al guerrero. - Pero prometisteis no hacer daño a nadie.
Con algo más de tiempo, Yi Fan introduce el filo de la daga en la apertura de la caja. Con todas sus fuerzas, hace palanca hasta que la caja se abre nuevamente. Esta vez el brillo en su interior es evidente en toda la habitación, como si su intensidad dependiese del tamaño dle objeto que contiene la caja.
O, más bien, contenía. Cuando el dindavara levanta la tapa, donde estaba el medallón Truil tan sólo quedan cenizas. Durante un momento Yi Fan las mira con sentimientos contradictorios: por un lado, el orgullo de un juramento cumplido y, pero por otro sabe que junto con ese medallón desaparecen los últimos vínculos que le atan a esta tierra. Aún tiene otro juramento que cumplir, uno que hizo hace mucho tiempo, a una madre en su lecho de muerte... Uno que no puede romper y que, tras más de un año en el exilio, por fin tiene los medios para cumplir.
Levanta la cabeza y observa a Areth un momento antes de permitirse una ligera sonrisa. No, no son sus últimos vínculos con Ulholm, piensa al mirar al guerrero y recordando a un joven hechicero que murió entre sus brazos. Por improbable que pareciese en un principio, el orgulloso noble dindavara ha conocido gente aquí a quienes ha llegado a llamar amigos y, prácticamente, familia.
- ¿Qué demonios...? - Empieza a preguntar Irina cargándose de valor al ver cómo las cenizas del medallón caen desde la caja de Milonda al suelo.
- Todo ha terminado - sentencia Areth haciéndole un gesto a las mujeres para que se sienten en sendas butacas en el recibidor de la mansión Svetlan. - Decidle a la maestra Svletana que no se moleste en buscarnos. La organización de Asceltis ha desaparecido y nosotros también lo haremos. - Mientras habla, ata a Irina y Emma a la silla con su cinturón de cuero y se vuelve hacia Yi Fan. - Supongo que la caja ya se puede quedar aquí, ahora que el medallón ha sido destruido - comenta encogiéndose de hombros.
Sin más preámbulos, envaina nuevamente su espada, el Filo de los Dahlbach, y se dirje hacia la puerta, volviendo a un Uldnacht más revuelto que nunca con parte de sus Barrios Centrales siendo pasto de las llamas.
Dejo la escena abierta por si quieres añadir algo (en el epílogo no tendréis permisos de escritura).
La partida finaliza en:
Epílogo
Fue en ese momento, cuando sale junto con Areth de la mansión Svletana de nuevo a las calles de Uldnacht, cuando Yi Fan se da cuenta de que se ha acabado. Y esta vez de verdad. Con la destrucción del Medallón Truil, las deudas que le mantenían atado a esta ciudad, a este país, a esta gente, a sus compañeros, quedaban definitivamente saldadas. Había llegado el momento de volver. De cerrar el ciclo y retornar al origen de todo. De emprender el camino de vuelta a su patria… Dindavara, un lugar al que ya no sabía si podría llamar de nuevo hogar.
El sol se pone tras este largo día y las sombras se alargan en las calles. Yi Fan aspira una bocanada de aire, que sabe a humo y miedo. Desde aquí se escucha el tumulto en la lejanía, que proviene de los Barrios Centrales, y el humo es visible en la distancia. También el resplandor del fuego, que destaca cada vez más ahora que llega la noche.
Yi Fan toma entonces la decisión de dirigir sus pasos hacia el caos que ahora reina en el centro de la ciudad. Ayudará en todo lo que pueda, ya sea con su Dinda o acarreando cubos de agua si es necesario, hasta que todo termine. Y lo hará sin valerse del destruido Medallón. Otra contradicción más en el largo camino de contradicciones que le han llevado hasta este momento.
Y mañana, si sigue vivo, recogerá sus pocas pertenencias y emprenderá viaje de nuevo hacia Dindavara. Dejándolos a todos atrás. Posiblemente para siempre. Yi Fan observa a Areth, que abre camino, y siente pena en su corazón. Sabe que lo más probable es que el viaje a su patria sea sólo de ida, que posiblemente jamás vuelva aquí, que a pesar de las pruebas conseguidas él también tendrá que enfrentar el delito de romper su exilio, un hecho que lo condenará a muerte, si es que siquiera consigue llegar de una pieza hasta el Alto Riyan.
Suceda lo que suceda, lo descubrirá pronto.
Y aunque la muerte le aguarde, no puede más que aceptar que debe cumplir la promesa hecha a su madre, a la que nunca estará suficientemente agradecido por haberle hecho desistir de cometer suicidio ritual tras la caída en desgracia de su familia y haberle obligado, contra su voluntad, a elegir el camino del exilio.
Le debía la vida, literalmente, y está dispuesto a sacrificarla con gusto por la oportunidad de saldar su deuda con ella, con la posibilidad de cumplir la promesa que le hizo en su lecho de muerte.
No sólo le debe la vida, le debe su vida. Le debe la persona que es Yi Fan hoy en día, el hombre en quien se ha convertido, tan diferente de ese joven aristócrata que albergaba tanta rabia y vergüenza en su interior y que sólo veía el mundo en blanco y negro.
Ella evitó que tomara el camino fácil, y al hacerlo, al obligarle a vivir, lo cambió. Con todo lo bueno y todo lo malo que ello ha significado. La nueva vida que le dio le llevó a cometer errores, a tomar decisiones que tuvieron implicaciones para muchos otros, a vivir en una eterna contradicción, a ser transformado por la relación con aquellos a los que conoció y a transformar las vidas de otros debido a su intervención.
Gracias a ello, descubrió quién era realmente Yi Fan.
Esta parte de su vida, este viaje, ha terminado. Un viaje que, sin duda, había merecido la pena. Había vivido, y siempre agradecería a su madre ese regalo, a pesar que dar cumplimiento a esa promesa pudiera significar su muerte.
Yi Fan mira de soslayo hacia Areth. Mañana será un día para la despedida, mañana partirá de Uldnacht. Por un lado se siente aliviado, por otro apenado, y una ligera punzada de ansiedad le asalta el alma. Pero sólo es un cambio. Otro cambio más. La vida es cambio.
El Dindavara acelera el paso para ponerse a la altura del guerrero, que le mira y sin decir nada, asiente. A pesar de su dura mollera, Yi Fan cree que entiende que la parte del viaje que los ha unido en esta historia a ambos está a punto de llegar a su fin. El guerrero le da un afectuoso puñetazo en el hombro al Dindavara. Duele, pero dibuja una sonrisa en el rostro pétreo del exiliado.
No es necesario romper el silencio con palabras. No entre ellos, pero Yi Fan lo hace preguntándole a Areth si está cansado.
¿Yo? No, joder. Claro que no. Responde el guerrero Uld con tono socarrón, a pesar del castigo que lleva encima tras este duro día, el mismo que ha sufrido el Dindavara.
Yi Fan asiente y después señala hacia adelante, en dirección a los barrios centrales, en dirección al caos, al humo oscuro, al fuego, a las llamas.
¿Te apetece que vayamos a ver si esos malditos hechiceros nos han dejado un pedazo de Alder para nosotros?
Areth abre los ojos, sorprendido durante un segundo, pero inmediatamente una sonrisa de oreja a oreja aparece en su curtido rostro y echa a correr hacia las calles como una exhalación, dejando al Dindavara plantado en el sitio.
Yi Fan suelta una carcajada y echa a correr detrás de su amigo. Mañana será el momento de las despedidas, pero hoy es hoy, y el día todavía no ha terminado. Mientras corre para alcanzar a Areth, se siente ahora más vivo que en mucho, mucho tiempo.
Y mientras la gente huye de los barrios centrales y del caos que se ha desatado en ellos, muchos de ellos no dan crédito cuando se cruzan con dos hombres que corren en dirección opuesta, con una expresión de feroz alegría en sus rostros.
Dos locos corriendo. Hacia las llamas.