Partida Rol por web

Hace varias semanas recibiste la visita de un mensajero ricamente ataviado. Te llevaba una invitación perfumada para que asistieses a un suntuoso banquete en la mansión del señor Claudius Giovanni. Giovanni pertenece a una rica familia de comerciantes italianos, y es tan temido como respetado. Una invitación como esta es un gran honor, que no puede ser desdeñado a la ligera, ni siquiera aunque provenga de alguien tan misterioso y de tan siniestra reputación como Claudius Giovanni.

Paolo estudió con detenimiento la carta, evaluó su caligrafía, el pergamino, las formas gramaticales. Acarició el papel con delicadeza, pasó la mano por el sello dejándose llevar por sus pesquisas. Se levantó y fue a consultar un antiguo tratado sobre la nobleza italiana, quizás encontraría alguna información útil que pudiera utilizar en su favor. Debía conocer todo lo posible para saber que temas se podrían tratar en una conversación informal, si disponía de algún pariente famoso del que pudiera relatar una historia de heroísmo. Lo que fuera para poder hacer el papel que la iglesia esperaba interpretara a la perfección.

Paolo inspiró profundamente y se acercó al ventanal que daba al enorme claustro de la abadía. Odiaba todo aquello, cenas de gala, intercambio de formalidades, intrincadas normas de etiqueta y protocolo artificiosos e innecesarios. Se llevó los dedos a la frente tratando de disipar sus miedos masajeando sus sienes. 

- ¡Giacomo! - Gritó acercándose a la mesa de escritorio y haciendo sonar una pesada campana de bronce.

Te sorprende ver lo poco que se sabe de la familia Giovanni, por no decir que no viene nada de ellos, solo lo oído, una familia pudiente de gran influencia y merecedora de gran respeto y temor a la par; pero no hay documentos que hablen de parientes, de historia. Algo era claro Claudius Giovanni era un misterio.

Una vez haces sonar la campana, pasan unos minutos antes de que Giacomo acuda a tu llamado

-¿Si abad? ¿En qué puedo serviros?

Paolo se humedeció los labios y habló con voz rasposa y autoritaria. Observó pensativo a su fiel prior y asintió en silencio a una pregunta que nadie había formulado.

- Debo atender un compromiso ineludible en representación de nuestra orden y de la santa madre iglesia. Pronto partiré en dirección a los cárpatos, a la mansión del señor Don Claudio Giovanni.

Haz que realicen los preparativos para la llegada de la comitiva que me acompañará hasta el dichoso evento. Tendrás que encargarte de ocupar mi lugar durante mi ausencia, espero no imponer carga demasiado pesada sobre tus hombros hermano Giacomo. Rezaré para que Dios guíe tus pasos con sabiduría y te otorgue la fuerza  necesaria para realizar tan gran labor.

Y ahora si me disculpas, me dirigiré al laboratorio. Me gustaría dejar bálsamos curativos para quemaduras y heridas en caso de que los necesitárais en mi ausencia.

Tras despedir a su hermano se dirigió a los sótanos de la abadía donde se encontraba su laboratorio secreto. Tras uno de los estantes accionó el resorte que conducía a su sancta sanctorum, su remanso de paz, su capilla de la iluminación. Consultó los pesados volúmenes con diagramas sobre la lectura de las estrellas. Llenó un cuenco con agua y vertió en el mercurio y azufre, buscando en su oscura superficie los augurios que encerraba. Si la sabiduría de los hombres no había podido guiarle, quizás los secretos de Dios ofrecieran consejo.

En tu laboratorio secreto, después de llenar un cuenco con agua y verter en él mercurio y azufre, la solución se vuelve roja, no sucede nada más, solo un agua de color roja en la que tu reflejo se ve enrojecido.

Al día siguiente, un elegante carruaje llega para recogerte para emprender lo que probablemente sería el viaje más largo de tu vida... a los oscuros bosques de los Cárpatos.

Tras dos semanas de incómodo viaje por malas carreteras, a través del barro y la lluvia, llegas a últimas horas de la noche al Cordero Rojo, una acogedora posada donde hay ya otros invitados a la mansión Giovanni. La cena tendrá lugar a la noche siguiente, y hoy pernoctaréis en la posada

áAhí estaba la ciudad, alzándose entre las montañas como una fortaleza, sus calles adoquinadas serpenteaban entre grandes casas amontonadas como gigantes dormidos. ¿Que secretos encerraba aquel burgo? Le hubiera gustado poder asistir a presentarse en la iglesia, conocer al sacerdote que la llevaba y quizás incluso pedir cama en la sacristía o el palacio episcopal. Pero debía dejarse llevar por el protocolo o Don Giovanni podía considerarlo un desprecio a su hospitalidad. 

Cuando llegaron delante de la enorme taberna Paolo agradeció a sus acompañantes por la ayuda y servicios prestados, al tiempo que realizó una sencilla bendición levantando los dedos con un gesto afable.

- Id con dios, y que él pose su mirada sobre vosotros para guiar vuestro camino.

Tras intentar arrastrar su baúl lleno de libros ungüentos y muestras de plantas medicinales junto con otra túnica limpia y las sagradas escrituras, observa el carruaje y llama la atención del cochero y su ayudante.

- Disculpen el atrevimiento, pero sería una gracia de vuestras mercedes si pudieran ayudarme a subir mis pertenencias hasta las habitaciones que me hayan destinado.