Partida Rol por web

El brujo alarga un poco la partida con la excusa de consultar los cielos y finalmente se levanta.

- Las estrellas nos observan y aprueban nuestra misión, pero amenazan con apagarse si no continuamos cuanto antes.

Cuando el viaje se reanuda, Tch'moar cavila sobre la posibilidad de una trampa del hombre pequeño, llevar lejos al hechicero para dejar la aldea desprotegida frente a los malos espíritus. Trata de alejar los oscuros pensamientos y sigue caminando.

Y el brujo conduce a su partida hacia la montaña cornuda a marchas forzadas, tratando de huir hacia delante y esquivar al mokele-mbembe. Los hombres, azotados por el cansancio, protestan y se quejan, más entre dientes que de viva voz, pero su actitud trasluce sin lugar a dudas: siguen por temor a los terrores de los que habla el brujo, no por que piensen que deban hacerlo.

Tch'moar percibe el descontento de sus acompañantes y, sin previo aviso, se sube a una roca y les hace detenerse.

- Escuchad, hijos, hermanos. Chidubem os ha enviado conmigo puesto que no me tiene en gran estima, no es raro temer lo que se desconoce, y os ha elegido porque os cree débiles y prescindibles. Pero yo digo que veo en vosotros, con orgullo, fuertes miembros de los nuestros, y el propio Chidubem deberá agachar la cabeza cuando vea que regresamos triunfantes, pues aunque él no lo crea este es un cometido heroico. Con cada paso que damos por la asfixiante jungla alejamos al mokele-mbembe de nuestras mujeres y niños, y los nombres que resuenan en la memoria son los de aquellos que valientemente se arriesgaron por los demás. Nuestra tarea no será en vano, y esta gesta cantada por las demás tribus. Os entrego estas palabras, pues sé que Chidubem se las guardaría para él.

El descontento de los cazadores parece dar paso a otros sentimientos, también negativos, pero ya no centrados en ti. Eso, por supuesto, te da un margen de maniobra que se te estaba agotando. Unos por fidelidad a su tribu, otros por aprecio a sus familias, otros por testarudez y/u opososición a la discriminación del poder de Chidubem, siguen adelante, sumando cansancio a sus ya doloridos cuerpos. Y tú te unes a ellos en la fatiga y el viaje.

Se sucenden los días, alargando las jornadas de viaje todo lo posible, los hombres aguantando como pueden la forzada marcha. Y tus doloridos pies con ellos.

Una semana ha pasado y habéis caminado bastante más de lo esperado, pero sin poder concretar claramente hasta que uno de los cazadores informa que ha visto señales antiguas de la tribu. Hasta aquí os extendísteis un día y aquí uno de los vuestros marcó una piedra guía. De aquí en adelante os espera lo inóspito.

En poco tiempo el terreno comienza a cambiar, trasmudando en una selva más tupida y húmeda, si cabe.

No sólo ha cambiando la selva, algo más, apenas perceptible, también lo ha hecho, pero no consigues saber el qué. Los sonidos de la selva van amortiguándose según avanzáis por las nuevas pendientes y al poco una lluvia pegajosa lo envuelve todo, eclipsando cualquier otro sonido.

Un par de jornadas, a lo sumo tres, os separan de la montaña.

El brujo pone algo intranquilos a los que se dan cuenta de que sus rituales de protección se hacen más frecuentes ahora, cada vez que se detienen. Se despierta a veces, de repente, entonando cánticos y mirando a su alrededor como si hubiese escuchado algo para sacudir al cabeza y volverse a dormir. Elige cuidadosamente el lugar donde acostarse y cambia de idea en mitad de la noche, o decide quedarse sin dormir sin razón aparente, pero contesta que son simples precauciones si le preguntan.

Debido a la constante lluvia, los cazadores tienen que turnarse para que haya dos de ellos adelantados para asegurarse de que el camino es seguro, bordeando barrizales resbaladizos y posibles cuencas que puedan convertirse en trampas mortales. Son eficientes y de momento no tenéis contratiempos, pero la humedad y el barro relentizan la marcha.

Suspicaz, juegas con la idea de que tal vez no sea casual que la lluvia se de ahora que estáis tan cerca de vuestro objetivo. El suave siseo de la lluvia y el chocar de las gotas contra las hojas lo inunda todo, apagando los ruidos de la selva. Un momento. ¿Los inexistentes ruidos de la selva? Jamás se da esa situación, ni siquiera cuando llueve... Tus temores, en cierta manera, se ven confirmados cuando oís un apagado grito, seguido de llamadas:

- ¡Ekene! ¡Ekene! ¿¡Dónde estás!?

Tch'moar comienza a mirar en todas direcciones inmediatamente, sospechando una emboscada en la que Ekene ha sido el primero en caer. Trata, sin éxito, de distinguir formas humanas entre las ramas de los árboles, y busca al desaparecido sin verdadero interés.

Quizá haya quedado sepultado bajo el barro o se lo haya tragado la arena que devora.

Los cazadores, instintivamente, se han lanzado hacia la fuente de los gritos, dejándote atrás sin percatarse o sin darle importancia. Más allá continúan los gritos apenas comprensibles de uno de los hombres.

- ¡¡Allí, allí, he visto algo!!

La lluvia continúa inundándolo todo: visión, sonido, olfato...

O bien podría ser que el Mokele-mbembe nos ha alcanzado...

El brujo avanza cubriéndose con los árboles, deteniéndose a escucharlos de vez en cuando, con la oreja pegada a la corteza.

Los árboles también están callados. O no tienen nada que decir o nada de lo que dijesen podría ayudarnos.

Sigue avanzando, algo alejado del grupo, pero intentando no perderlos.

Pronto comienzan los gritos, pero esta vez de dolor. Ni siquiera la lluvia los acalla. Distingues por lo menos un cazador gritando de dolor y otro maldiciendo. Dos hombres más son visibles escasamente a traves de las gotas, cubriéndose con los árboles. De repente, mientras tu cerebro trabaja a toda máquina, uno de los más jóvenes cazadores pasa acelerado, la respiración muy acelerada, con cara aterrada. Casi topáis, te mira y sin cruzar palabra ha dejado bien claro que no va a quedarse aquí digas lo que digas, seas quien seas, y comienza el movimiento de retirada.

Tch'moar se debate por un momento entre la curiosidad y el miedo, pero gana este último y se retira con cautela, buscando refugio en una madriguera o en un tronco hueco donde pasar desapercibido mientras toquetea sin cesar los colmillos de su pecho en un orden concreto.

Los gritos pronto cesan, quedando tan solo el sonido de la lluvia. Tu respiración agitada y tu pulso acelerado parecen inundar la selva con su sonido, pero sabes que eso no es posible, son sonidos que sólo retumban en tu cabeza, pero el miedo a ser descubierto, a sufrir un horrible final como el de los cazadores, te causa un profundo malestar. No sabes cómo han muerto ellos, pero imaginas cientos de horripilantes posibilidades.

Apretando tu espalda contra las raíces semi-descubiertas por las constantes lluvias, te hundes en el barro quedando mimetizado con tu entorno. Sólo el constante siseo de la lluvia parece hacerte compañía durante varios minutos. Todavía aterrado por la idea de ser descubierto (y eliminado más o menos dolorosamente), te fuerzas a permanecer oculto todavía un poco más. Eso resulta tu salvación.

Unas pesadas pisadas se hunden en el barro cercano a tu escondite en el hueco del arbol y llegas a poder oir un olisquear el aire desmesurado no muy lejos de tu posición, pero fuera de tu campo de visión, hacia tu espalda. Un breve silencio y luego reprimes un respringo al ver como un gigantesco(1) animal escamoso y de cuatro patas se lanza en carrera hacia la dirección por la que huyó hace unos minutos el joven cazador .

El brujo observa con los ojos muy abiertos, la mandíbula apretada, deteniendo la respiración. Mokele Mbembe. Cuando el aire quema en el interior de su pecho y cree no poder aguantar más, el monstruo se aleja. Eso debería darme algo de tiempo para avanzar... ¿pero debería moverme? Finalmente decide abandonar su escondrijo, al fin y al cabo están en pleno día, la noche resultará aún más peligrosa, y corre en dirección a su destino.

Corres en dirección contraria a por donde fue el monstruo. Aunque te encuentras cansado por las largas marchas forzadas de los últimos días, el miedo al Mokele Mbembe azuza tus músculos. La lluvia, antes pertinaz, va cesando a los pocos minutos, con lo que ahora, además de huellas, dejas un rastro olfateable. Eso te preocupa más, si cabe. Vuelve a acelerar el ritmo, pero tu corazón, tus pulmones, tus piernas, protestan.