Partida Rol por web

El corazón del Centinela

4. Una dura revelación

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15/12/2012, 02:07
Narrador

Viernes, 15 de agosto de 2008, 10:20 AM
Union District

Union District combate con Oak Lane y Rockaway District por el título de barrio más elitista de Betlam. Mientras que Rockaway es un barrio para “viejos ricos” y Oak Lane un lugar cerrado y pequeño, Union District es producto del genio del arquitecto Jeremiah Duchin, que diseñó todo el barrio repleto de zonas verdes y locales de élite para que los jóvenes triunfadores de Betlam vinieran a vivir en él.*

Y por ello aquellos con buena vista empresarial supieron sacar partido de esta nueva tendencia. Lana Rowen fue una de estas emprendedoras visionarias. Desde 1992 Romy Shepard desapareció y en 1995 nació la señorita Rowen, encargada de un nuevo museo en la zona más transitada de Union District. Con todo el dinero que Romy había ganado y tras esperar unos años a que se calmaran las cosas (tanto la policía como su propio corazón), Lena pagó a gente (normalmente vagabundos o gente sin techo) para que creara ciertas empresas fantasma que compraran mágicamente algunas obras que ella misma había robado, ya olvidadas. Tras una serie de jugadas legales, estos bienes acabaron en sus manos de forma legal, adquirió el local y creó su propio museo de obras de arte.

Pero pronto se dió cuenta de que sola no iba a conseguir prácticamente nada en ese mundo lleno de peces gordos y se vió obligada a buscar alguna manera de hacerse un hueco, mayormente a codazos, en el mundo del arte.

Se quedó de piedra el día que en una cena de la fundación Lemarck para recaudar fondos se encontrar a un rostro que conocía muy bien. Se trataba de Catherine, su antigua compañera de la Banda de la Piruleta. De las mejores ladronas que ella conocía hasta que sufrió una fractura de gravedad en la pierna derecha, ahora resultaba que su amiga se dedicaba a los negocios. Era la mano derecha de Stephanie Walker, presidenta de la Fundación y una de las mujeres más ricas de la ciudad con permiso de Brooke Wayland.

Kath no reconoció al instante a su compañera, pero ésta se interesó por la historia que Lana le contaba. Su rostro pasó de la curiosidad a la tremenda sorpresa cuando la ex-ladrona, divertida, empezó a dar información sobre la Banda de la Piruleta. Entonces fue cuando la pelirroja reconoció a Romy y se la llevó a un sitio apartado para hablar con ella.

Ahora, gracias a los contactos de Catherine y al pasado que las unía, el museo de Lana Rowen pertenecía a la red de la Fundación Lemarck. Miles de dólares ahorrados en publicidad, una publicidad que de haber llevado a cabo ella misma habría tenido mucho menos éxito que de publicarse con el logo de la Fundación de Walker como se hizo. El negocio iba bien y le permitía vivir de lo segundo que más la había llenado en lo laboral: el arte, sólo detrás del robo.

Ahora, sentada en su despacho y revisando las cuentas del último mes para asegurarse de que todo estaba en orden, su secretaria tocó la puerta para después entrar cuando Lana le dió paso.

Notas de juego

*Copiado guarramente del manual.

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15/12/2012, 03:58
Alice Rogers

- Señora Rowen, tiene una llamada esperándola fuera. Es un joven de la prensa, del Betlam Tribute, dice que usted le pidió una investigación de la que no me ha querido dar detalles, ni tampoco su nombre. - dijo ella, encogiéndose de hombros. Lana no tenía teléfono en su despacho, le parecía muy molesto y cada vez que alguien quería hablar con ella salía a la mesa de Alice a hablar. - ¿Le mando a paseo o desea hablar con él? -

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15/12/2012, 11:20
Lana Rowen

Lana Rowen era una mujer de éxito; elegante, de perfectos modales, carácter de hierro y gustos sencillos. Adoraba el arte y su trabajo, y vestir con trajes confeccionados a mano adornados con perlas. Era exigente con los que estaban bajo su mando, y nunca aceptaba un no por respuesta. Sus notas en la Universidad de Nueva York no habían sido las mejores, pero su testarudez y eficiencia le habían alzado al éxito, invirtiendo la fortuna de su difunta familia en obras benéficas y proyectos culturales con los que embellecer la ciudad de Betlam. Esa era la historia de Lara Rowen, una mujer madura e inteligente que había llegado a lo más alto sin corromper sus propios ideales para alcanzar sus sueños.

Pero, tras la minimalísta librería negra repleta de libros de arte, que decoraba la pared frontal del salón de su ático, se hallaba una pequeña habitación reforzada donde se escondía una verdad mucho más dura de lo que a su edad podía soportar. En un maniquí, el traje bien conservado de Felina, la ladrona de arte que durante tantos años burló la seguridad de todos los edificios de Betlam en los que se encontraba una reliquia de exquisita belleza. Y en un baúl de madera, cerrado con una fuerte cerradura, cosas mucho más importantes incluso que su alterego. Eran notas, servilletas escritas, periódicos con rallajos indescifrables que durante años fueron las señas que llevaban a Romy hasta el caballero de Betlam o viceversa. Todas esas directrices escondidas en una pajarera abandonada y que había ido rescatando, acompañadas de los pocos efectos personales que habían quedado en la casa que compartían justo después de que él desapareciera de su vida para siempre.

Para Romy era una tortura conservar todo aquello, agujas que se clavaban en su alma cuando llegaba por la noche a casa, como si el efecto de aquellas cosas tan simples y a la vez singulares pudiera sobrepasar las paredes reforzadas de aqul cuarto secreto. Había intentado deshacerse de ellas, incluso en algunas se podía observar el efecto del fuego, pero al final la tímida llama de la esperanza que se negaba a apagarse con el paso de los años le hacía revocar su decisión y salvar los pocos recuerdos que le quedaban de una vida de la que no tenía más prueba que sus recuerdos para decir que había ocurrido. Y así, desde 1992, los años se habían ido sucediendo inevitablemente, como las estaciones, dejando a Romy cada vez más mustia y apagada, a solas con sus recuerdos, y volviendo a Lana Rowen una figura que marcaría un antes y un después en la ciudad de Betlam.

La ejecutiva levantó la cabeza y se pasó una mano por el pelo recogido, ya salpicado de canas. Su rostro estaba salpicado por arrugas que no se había molestado en arreglar, y aun así se apreciaba lo hermosa que había sido no muchos años atrás. Sus ojos, sin embargo, eran tan intensos como siempre, del color del hielo, pero si alguien de su vida pasada hubiese podido mirarlos bien, se habría dado cuenta de inmediato que algo faltaba. Ya no había brillo ni emoción, ya no había en ellos la vitalidad de una joven pícara y enamorada. Sólo las expectativas y dureza de una mujer carcomida por el tiempo.

-Hablaré con él -informó con un tono neutral al tiempo en que se levantaba. A veces, con tal de salir de su despacho, atendía visitas o llamadas ridículas sólo para contentarse con darle largas a algún jovenzuelo con aires de mandamás. Pero, aquella llamada no era por eso.

Romy, Lana Rowen, caminó hasta el despacho de su secretaria sin dirigirle la mirada. Y es que a aquella mujer parecía que le habían robado la espontaneidad.

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15/12/2012, 12:04
Narrador

Alice asintió dejándola salir y luego cerrando la puerta del despacho mientras se iba a dar una vuelta por el museo. Agradecía la discrección de la muchacha que parecía que de alguna manera sentía parte de lo que pasaba por la cabeza de su jefa, aunque tenía claro que no tenía ni idea de lo que realmente había detrás. Sin embargo desde el primer día Lana agradeció haberla contratado. Un rostro bonito y una mente despierta era todo lo que necesitaba alguien para hacerse un hueco en se mundo. Eso ella lo sabía muy bien.

La encargada del museo cogió el teléfono, preguntando quién estaba al otro lado de la línea. - Emh... señorita Rowen... soy Jake Williamson... del Betlam Tribute, ¿me recuerda? El experto en... aplicaciones informáticas. -  Lena frunció el ceño sin entender, esperando que le contara cualquier milonga, pero justo después se le iluminó la bombilla y sintió como si alguien le diera una bofetada para despertarla de su letargo.

Jake Williamson, realmente llamado Enlace, era un hacker que la mujer había contratado hacía ya casi diez años. Le había pagado una cantidad desorbitada porque investigara a James Goldfield, pero sus informes siempre eran totalmente huecos. De cara al público, el hombre trabajaba en un puesto de profesor de la Fundación Wayland y no compraba absolutamente nada especial, ni viajaba, ni hacía nada en absoluto. De no ser porque no había documentos al respecto, parecería a ojos de cualquiera que Goldfield había muerto.

Por eso le dijo a Enlace al año de su 'contrato', dolida, que dejara de enviarle los informes y que se quedara con el dinero, que no lo quería. Pero hoy, cuando quedaban pocos días para que se cumplieran 10 años de ese contrato, Enlace la volvía a llamar... y eso solo podía significar una cosa: había novedades. En aquel momento Lana no supo que sentir. Es como si le hubieran lanzado un cubo de agua fría por encima sin previo aviso, pero bajo el frío que sentía a flor de piel surgió una llama de curiosidad que empezaba a quemarla por dentro.

- Tenemos que revisar las condiciones de mi contrato y bueno, no es algo que me apetezca hacer por teléfono, ¿me entiende? ¿Podríamos reunirnos donde siempre? - preguntó él, visiblemente incómodo por aquella pantomima que contaba, seguramente por si el teléfono estaba pinchado. Enlace siempre había sido un paranoico.

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16/12/2012, 16:00
Lana Rowen

Los dedos de Lana se asieron con fuerza al teléfono al reconocer al hombre que había al otro lado de la línea. Nadie pudo verlo, pero su labio temblaba y la fuerza desapareció de sus piernas, amenazando con tirarla. Apoyándose con la mano libre en el escritorio, lo rodeó hasta llegar al asiento de su secretaria, donde se sintió algo más segura. Al menos comprendió que si pretendía renovar el contrato es que había cosas que investigar y, por buenas o malas que fuesen, ninguna de ellas incluía la defunción de James Goldfield. Una parte de ella se relajó e incluso alegró ante la perspectiva de volver a saber de él, mientras que la otra, dolida, temía saber cualquier cosa y hacer que se abriesen viejas heridas.

Romy había entendido muy pronto la cantidad de puertas que el dinero podía abrir, y es lo que había intentado. Sin embargo, James nunca había sido un tipo falto de inteligencia, y si había sido capaz de abandonarla haría todo lo posible por ocultarle sus movimientos. Es lo que había hecho, pero Romy no era una mujer fácil de engañar. Habían compartido muchos años en los tejados de la ciudad y otros dos viviendo como personas normales en Betlam, los más felices de su vida; le conocía lo suficiente como para saber que, a pesar de su cortina de humo, seguía activo de alguna manera. Ese hombre de férreos ideales jamás se estaría quieto hasta cavar su propia tumba.

En una ciudad como aquella no era tan fácil borrar una identidad del sistema, y menos conseguir una nueva, así que se ocultaba de ella no dejando ninguna pista de lo que en realidad hacía. Aquello la había destrozado, y dolía más incluso que verle rehacer su vida con otra mujer. Y, lo cierto es que Romy podía haber ido en cualquier momento a la Fundación Wayland a plantarle cara, o haber vuelto a los tejados bajo la apariencia de Felina, sólo por llamar su atención y obligarle a salir de su escondrijo. Porque si volvía a las andadas, sabía que él acudiría aunque sólo fuera para decirle que dejara de hacer el idiota. Pero era una mujer orgullosa, y también una mujer que había renunciado y arriesgado mucho para estar con él, y James no había dudado en ignorar todo aquello para fugarse. Se repetía que no merecía en absoluto la pena y mantenía aquella fachada para portegerse; pero en el fondo la herida seguía sin cicatrizar, y por más que soplaba aquella molesta llama no terminaba de apagarse.

Lana Rowen hizo acopio de toda su entereza para responder. No podía recordar qué planes estaban escritos en su agenda de hoy, pero ninguno era importante. No más que aquello.

-Por supuesto –respondió, fría y cabal-. Le veré a la hora del almuerzo. No se retrase.

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16/12/2012, 21:03
Narrador

Al medio día Lana se reunió con Enlace en una cafetería de Union District. El informático había elegido el piso de arriba del local donde estarían más alejados de miradas indiscretas. Cuando llegó, Enlace ya estaba allí, tecleando en un portátil que él mismo había fabricado. Enlace era un hombre de treinta y pocos, no muy agraciado pero siempre bien peinado y con ropa a la moda. Quedaba bastante alejado del arquetipo de friki informático.

No levantó la mirada hasta que la mujer se sentó y entonces bajó el portátil para observarla. Le dedicó una escueta pero sincera sonrisa durante un instante y luego volvió a ponerse serio. Tras carraspear, el hombre llevó la mano a una bolsa que tenía en el suelo junto a su silla y metió la mano en ella, sacando una carpeta morada de las de toda la vida. Colocó la carpeta mirando a Lana y se la pasó por la mesa. 

- No he dejado de llevar un seguimiento de todo desde entonces, señorita Rowen. -dijo él, que seguía tratándola como si fuera 10 años más joven. Cuando Enlace le hizo un gesto, ella abrió el dossier tras quitar las gomas elásticas. La primera página era como siempre la presentación del dossier y la pasó. La segunda comenzaba por un breve resumen de lo que aquel dossier trataba.

Sólo necesitó echar un rápido vistazo. Leyó en diagonal, nerviosa por lo que podía encontrar. 'James Goldfield', 'orden de búsqueda', 'Fundación Wayland', 'desaparecido'.

James Goldfield había desaparecido. La realidad le golpeó en el pecho como un mazazo certero y su dedos se crisparon mientras su corazón comenzaba a desbocarse. La mujer intentó controlar la respiración como podía, pero difícilmente podía controlarse para no salir de allí corriendo a leer el dossier.

- Señorita... hace dos días que nadie sabe de él. Pero no ha sido hasta la madrugada de ayer cuando la Fundación Wayland puso la denuncia a la policía. En cuanto me llegó el historial semanal de denuncias que siempre investigo, reconocí el nombre y... bueno, supuse que igual querría saberlo. - dijo él, mirándola con un poco de lástima. 

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16/12/2012, 22:01
Lana Rowen

El pretexto que Lana Rowen le ofreció a Enlace en su día para que investigase a James Goldfield había sido escaso, pero al informático no le hizo falta mucho para darse cuenta de que no pretendía ningún mal con ello. Era una mujer despechada con el dinero suficiente como para asegurarse de que el hombre de su vida, de alguna manera, estaba bien. Romy sabía que nunca estaría lo estaría del todo, o eso quería creer después de diez años atascada en la fase de “superación”. La perspectiva de olvidarla no era posible, no después de aquel romance idílico de novela que les había llevado a tanto en tan poco.

Sus ojos repasaron las hojas rápidamente, captando las palabras claves que necesitaba para descifrar el mensaje que el hombre quería transmitirle, y cuando lo hizo el tiempo se detuvo y retrocedió más de veinte años atrás, hasta aquella noche en que Sentencia dijo: Tienen al Centinela. Las emociones de ese instante regresaron a ella, esta vez de forma mucho más intensa y dolorosa. Sintió que la escasa estabilidad de la que gozaba, esa hermosa y apacible mentira que había construido durante diez años para tapar los socavones de su vida, se derrumbaba como un edificio en llamas atrapándola con toda su fuerza bajo los escombros. Su cuerpo, marchito por la edad, no dudó en mostrar ese mismo efecto: el color huyó de su rostro y en su lugar quiso aparecer el miedo y las lágrimas, pero supo controlarse para mantener la compostura. Aunque se negó a levantar la vista incluso cuando Enlace volvió a tomar la palabra. Su mano temblaba tanto que tuvo que soltar el papel.

-Yo… -balbuceó, incapaz de expresar algo coherente en aquel momento. Se llevó los dedos a los labios y retrocedió todo lo que pudo en su asiento, mirando el dossier con aprehensión, como si fuese un objeto maldito. Mientras, en su mente comenzaba a formarse la idea de que era culpa suya, de que todo eso tenía que ver con el pasado y que, si hubiese hecho todo lo posible por mantenerle a su lado aquello jamás habría ocurrido. Era incoherente e irracional, pero fue la única forma que Romy Sephard pudo encontrar para hacerse responsable de la situación por haber dejado pasar el tiempo sin siquiera tratar de acercarse a hablar con él. Además, su propio instinto, ese que le había salvado de tantas, se lo estaba gritando con cada latido. Lentamente alargó la mano y cerró el dossier. Seguidamente cerró los ojos y respiró profundo para serenarse hasta recuperar el control de la situación-. Quiero que lo encuentre –ordenó, devolviéndole una mirada severa y fría como el hielo-. Sé que todo eso de la Fundación Wayland ha sido una pantomima, y usted también. Quiero que se dedique en cuerpo y alma a encontrar a James Goldfield: remóntese todo lo que haga falta, remueva archivos, basura, cadáveres, TODO. Le pagaré lo que me pida y le contaré lo que necesite. Pero encuéntrelo.

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16/12/2012, 22:51
Enlace

Enlace asintió a sus palabras pero estaba claro que había algo más. El hacker se frotó las manos mirando la tapa de su portátil y luego volvió a mirarla a ella.

- Hay algo más. Página 15 del dossier, pero no lo lea ahora, hágalo cuando esté a solas. Es... algo cuanto menos importante. Tome. - él sacó algo de su 'mochila'. Era una bolsa de plástico. - Dentro hay un teléfono móvil, sólo tiene un número en la agenda. Las llamadas no se pueden pinchar, pero sólo funciona para llamarme a mi. Lo usaremos cuando sea necesario hablar. -

Levantándose, cogiendo la mochila y poniendo el ordenador bajo su brazo, pasó a su lado. - Estaremos en contacto, señorita. Y no se preocupe: esto ya está pagado. -

Y Enlace se fue, dejándola con sus pensamientos.

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16/12/2012, 23:44
Lana Rowen

Aceptó los consejos de Enlace y tras recomponerse guardó aquella carpeta como si fuese lo más importante del mundo y puso rumbo a su casa, cancelando todo lo que tuviese pendiente para aquel día, y también el siguiente. La edad pesaba y eso la había vuelto más intuitiva y precavida, y en aquel instante todo le decía que lo que se hallaba en la página 15 de aquel documento le iba a cambiar la vida, una vez más.

Romy llegó a su casa, un ático de los más altos de la ciudad, mucho antes de lo esperado. Era un lugar amplio y luminoso, funcional pero sin perder ese toque elegante y minimalista que tanto le agradaba. Sin embargo, aquel día la encontró más fría y solitaria de lo que jamás había estado, y sintió que los muros se cernían sobre ella atrapándola en una marea de recuerdos imborrables. Se liberó de los zapatos y la chaqueta, y con una taza de café recién hecha salió al exterior, donde la ciudad murmuraba bajo sus pies y el cielo parecía un lugar infinito y despreocupado. Respiró el aire cálido y seco, y al abrir los ojos deseó tener alas. Pero había deseado ya tantas cosas en la vida que no habían llegado…

Con una soltura que a pesar de los años no la había abandonado, tomó asiento encaramada a la cornisa, desprovista de cualquier miedo a caer. Empleando la taza de sujetapapeles empezó a leer aquellas líneas que le trajeron demasiados recuerdos, preguntándose de dónde habría sacado toda aquella información Enlace. Pero llegó un momento, cuando todos los secretos comenzaron a ser desvelados, en que aquella pregunta dejó de importarle. Aquellas hojas contenían la verdad del Centinela, de los Centinelas y la organización que se ocultaba tras el caso naranja. Una verdad de la que ella jamás había sido consciente y que James se había cuidado de decir una sola palabra. ¿Cuántas cosas más se habría guardado en todo aquel tiempo?, se preguntó. Y al volver la página su corazón pareció detenerse.

Sus dedos soltaron el clip con el que la imagen iba sujeta y la alzó unos centímetros, temblorosa. Era él, mucho más viejo y desgastado de lo que recordaba; como ella. Pero sus ojos eran inconfundibles, al igual que la expresión recta de su rostro y la manera sobria en que vestía. Sonrió con tristeza, tratando de encontrar aire en algún lugar. Había pasado tanto, tanto tiempo desde entonces, desde la primavera del 76. Ni siquiera se dio cuenta de que había empezado a llorar cuando notó las gotas húmedas sobre su mano. Casi se le había olvidado cómo hacerlo. Se abrazó a sí misma a falta de tener alguien que la consolase y posó la imagen sobre sus labios, siendo cada vez menos dueña del llanto irrefrenable que la acosaba y la desesperación que apresaba sus pensamientos. No estaba lista para darse cuenta de que lo había dado todo y no había recibido lo mismo a cambio. No estaba lista para darse cuenta de que todo había sido un error y que había desperdiciado diez años de su vida. No estaba lista para despedirse.