Apenas habían pasado un par de días del encuentro con Jonathan Spencer y Lana Rowen había descubierto inquietantes cosas. Tras pedir un par de favores para que un colega en la policía analizara las huellas de la carpeta de Enlace y las cotejara, descubrió que el hacker llevaba más de 3 meses muerto, en cuyo archivo policial se habían incluido varias fotografías de su autopsia, con una bala en la cabeza. El caso que le correspondía estaba sin resolver por tener falta de pruebas y seguía abierto hasta la fecha.
Pero aquel día Jonathan se puso en contacto con ella para decirle que había hablado con Marcus King y que estaba dispuesto a hablar con ella. El punto de reunión fue inusual: una de las cafeterías más prestigiosas de South Beach, cerca de la sede de Hieroglyphics Inc. en Betlam.
Al llegar allí, un camarero la atendió recogiendo su chaqueta e indicándole que subiera unas escaleras hasta el piso superior. El sitio era un nido de cristal y acero inoxidable que reflejaba la luz por todos los rincones, dándole un aspecto muy vivo a una cafetería de élite como aquella.
En el piso de arriba, sentado en un sofá de tres plazas mientras leía el periódico en el que curiosamente estaba su cara, portada por la presentación de su último Sphinx G3, se encontraba Marcus King, que dejó el diario en la mesa de cristal que tenía delante, la cual estaba rodeada por otros tres sillones como ese: ya era obvio que aquello era una especie de sala de reuniones.
Pese a que le veía habitualmente en la prensa o en la televisión, no vió de verdad al antiguo vigilante como estaba haciéndolo ahora mismo.
En los años 70 y 80 se rumoreaba que el llamado Horus podía parar el tiempo para esquivar las balas (y la propia Romy había visto una o dos veces como lo hacía). En la actualidad, se rumoreaba que sabía parar el tiempo para no sufrir los efectos de la edad. Y aunque el físico de King no era el del hombre que había vuelto locos a mujeres y hombres por igual (Felina entre ellos, al menos una vez), seguía teniendo una apariencia invidiable y un atractivo natural que, desde siempre, había llevado por bandera.
Marcus le dedicó una flamante sonrisa al escuchar el ruido de los tacones bajos de Lana y sin más preámbulo se acercó a ella. Llevaba unos pantalones de vestir de color marrón, unos zapatos de cuero y una camisa blanca sin corbata y con un par de botones abiertos, dándole un toque informal.
Con la cara dura que siempre le había caracterizado, cogió una de las manos de Lana y besó su dorso, sin dejar de mirarla a los ojos. - Así que la gatita ha salido por fin de su cesta para dar un paseo... - dijo él, con una expresión que denotaba estar disfrutando de aquello, aunque sin mala leche. Entonces su voz se tornó un poco más seria. - Aquí puedes hablar tranquilamente, los dispositivos electrónicos no funcionan aquí arriba y nadie subirá a molestarnos. -
Horus había sido uno de los vigilantes más imponentes en su época, temido por sus poderes y adorado como al dios egipcio que trataba de encarnar. Verlo en acción era todo un espectáculo visual que pocos habían tenido la oportunidad de disfrutar sin sufrir su ira. Felina podía considerarse privilegiada en ese aspecto, habiendo incluso descubierto lo que había bajo el traje en un apasionante encuentro, empañado solamente por la soberbia del héroe enmascarado. Y es que Horus tenía muy claro el efecto que causaba, y eso no hacía más que alimentar su propio ego, algo que Felina detestaba a la vez que le divertía. Por ello, jamás habría sido capaz de sentir por él las intensas emociones que el Centinela despertaba en ella.
El lugar le pareció encantador, a su manera, imitando el férreo y flagrante carácter que siempre había hecho destacar a Horus. Nunca se había imaginado a ella misma en aquellos sitios, pero al final había ocurrido. El efecto del exceso y la falta de dinero podía ser abrumador. También se había vestido para la ocasión, con uno de aquellos caros trajes confeccionados a medida, ensalzando sus atributos femeninos sin el descaro que había tenido de joven. Felina ahora era elegante, tanto como él. Y verle le causó una mezcla de añoranza seguida por la exasperación. El tiempo no cambiaba ciertas cosas, y aquel aire omnipotente jamás podrían borrarlo de Marcus King. Dejó que presentase su cordial saludo, mirando hacia otro lado.
-Que romántico –bromeó con aquel cariz sardónico sin poder evitarlo, aunque pronto regresó a su acostumbrada formalidad. Tomó asiento en el extremo opuesto al suyo y denegó cualquier ofrecimiento-. Gracias por recibirme después de tantos años. Son las circunstancias, sino no me atrevería a molestarte -explicó, dejando atrás las bromas.
A veces, por mero interés y añoranza, había seguido la vida de algunos superhéroes y villanos desenmascarados, sólo por ver cómo se desarrollaba aquella pequeña familia. Aunque, en general, después de lo de James había dejado bastante de lado todo aquel mundo hasta años más tarde. Se preguntaba cuál habría sido el destino de algunos como Sentencia o Polecat.
Tras ofrecerle algo para beber, King se levantó mientras ella hablaba, abriendo un armarito del que sacó una botella de vino del 90, descorchándola con mimo. Sacó dos copas frías del armario y las llevó a la mesa, dejando una frente a la mujer, aunque la mantuvo vacía. La suya la rellenó con algo de vino, lo movió un poco en la copa de globo y después le dió un sorbo mientras cerraba los ojos.
Tras respirar hondo una vez, la miró a los ojos con una serena sonrisa de seguridad. - No te preocupes. Siempre acepto las visitas de las mujeres atractivas. Sobre todo cuando ya nos conocemos a fondo. - dijo de nuevo con aquel tono, acompañándolo de otro sorbo corto. Colocó su tobillo izquierdo sobre la rodilla derecha, agarrando la izquierda con ambas manos. - Además, hace muchos años que nadie de esa época me visita, debo reconocer que echaba un poco de menos recordar los viejos tiempos... aunque no vienes para eso, claro. ¿Qué ocurre? Y por Dios, dame un nombre, ni siquiera te pido el tuyo, pero me resulta super extraño llamarte todavía "Felina" -
Finalmente aceptó el vino, degustándolo sin mucho atine. No era una experta en esas cosas, lo suyo era sin duda el arte, pero sabía apreciar cuando algo era bueno. Dejó la copa sobre la mesa y cruzó las piernas, repasando con los dedos el recogido de su pelo y respondiendo al cumplido con una sonrisa escondida y una mirada cómplice. Se preguntó qué pensaría su mujer respecto a todos aquellos comentarios subidos de tono. Y, en general, qué pensaría sobre toda su vida.
-No me importaría recordarlos si fuesen buenos tiempos. Aunque podría hacer una excepción -comentó con una sonrisa turbia. Lo habían sido, desde luego, pero los sucesos siguientes habían logrado que sintiese una mezcla agridulce que nada le agradaba-. Soy Lana Rowen; propietaria del Museo de Arte Antiguo de Union District -aclaró. Reposó las manos sobre el regazo y suspiró largamente-. Hay alguien que está husmeando en mi pasado y no quiero que nada de eso salga a la luz. Desconozco por qué, pero siempre fue dual: ni vigilante ni villana. Eso me dejaría en tierra de nadie.
Marcus se encogió de hombros sin perder su sonrisa, aunque su tono de voz ya se había vuelto serio. Sus palabras resonaban gravemente como las de un órgano. Nunca había tenido la misma pasión de palabra de la que Adalid había hecho gala en su época, pero sus argumentos rígidos y su porte seguro le habían dado siempre una gran credibilidad en la ciudad de Betlam, no por nada tuvo el cargo de alcalde al alcance de la mano, enturbiado únicamente por los actos de ajenos.
La mente de Lana divagó un poco al pasado y se preguntó cómo había hecho Horus para que Iris le revelara su identidad secreta. Había sido él quien le había ingresado en un centro psiquiátrico cuando sus problemas de personalidad se habían convertido en demasiado graves como para que siguiera de vigilante. Poco después uno de los enemigos de Horus e Iris se coló en el psiquiátrico y acabó con la vida de la muchacha para luego quitarse la vida.
Horus había quedado tocado por lo ocurrido, pero dijo varias veces que era por la muerte en sí y que en ningún caso se sentía culpable por haber sido el responsable del ingreso de Violet Parker. De no haber sido el Alacrán, Violet habría acabado con su propia vida, incapaz de soportar las cosas que había en su cabeza. había dicho una vez el vigilante. Sólo había visto una vez a Iris sufrir uno de sus ataques y... tuvo que aceptar que Horus estaba en lo cierto.
- Lana Rowen... bonito nombre, me gusta. Así que posees un museo de arte. ¡Já! No podía ser de otra manera, ¿verdad? Tú posees un museo y yo tengo mis pirámides, aunque las mías estén hechas de acero y cristal. - comentó el, despreocupado al principio - Es un asunto grave, sí. Yo puedo ayudarte con algún dispositivo de mi empresa: podría evitar que siguieran tus llamadas y pudieran buscar nada en tu ordenador, aunque tendrías que usar uno fabricado por nosotros. Aun así, si ya te tienen fichada y están rebuscando en tu vida... estamos ante un problema más grave. ¿O ya se te había ocurrido algo en lo que yo te pueda ayudar? -
-Gracias.
Lo cierto es que estaba orgullosa de hasta dónde había logrado llegar por sus propios medios, creando una zona de confort en la que moverse. No todos podían decir lo mismo, y lo cierto es que tanto ella como él podían sentirse afortunados.
-No sé exactamente hasta donde saben –dijo, calibrando la situación y eligiendo cuidadosamente sus palabras-. Pero sé que hay alguien en la cárcel que tiene información relevante y que podría ponerme en compromiso. Se hace llamar Cable. Esperaba que pudieses buscar con quién ha tenido contacto recientemente para encargarme yo misma. Mientras, estoy borrando pistas y tirando de los hilos, pero toda ayuda me parece poca para protegerme. A mí y a los míos.
Marcus escuchó atentamente las palabras de Lana, pero cuando dijo la última frase sus ojos se entrecerraron curiosidad. Inclinandose hacia adelante mientras sostenía la copa pero esta vez sin darle trago alguno, el magnate habló.
- ¿Está él contigo? Nuestro amigo del casco naranja. O el que era nuestro amigo, al menos.- Lana se quedó de piedra. ¿A qué se refería el hombre? ¿Estaba insinuando que sabía que había algo entre ellos? O peor aún: ¿estaba insinuando que había más de un Centinela?
Los labios de Lana se apretaron con fuerza, evitando mostrar la debilidad que recorría su cuerpo en aquel momento. Soltó todo el aire manteniendo la mirada y tardó un momento en responder.
-No. Prefirió la responsabilidad de su traje -explicó brevemente con el resentimiento gravado a fuego en cada palabra-. Pero todo esto también va con él.
Marcus se volvió a recolocar en el sofá, mirándola como si pudiera descifrar sus más oscuros secretos. Pero únicamente le dió otro trago a la copa añadiendo un calmado - Lo siento - parecía sincero, aunque su rostro no denotaba mucho lamento, sí compasión. Debía ser la primera vez que le oía decir algo así.
- Lana... tengo amigos. Y contactos. Puedo poner a tu disposición algún teléfono móvil y ordenadores desde los que no te podrán vigilar ni aunque lo intenten. Tengo gente a mi servicio en la red que puede serte muy útil, depende de lo que necesites. Pero salvo que quieres cubrirte las espaldas, todavía no sé qué es exactamente lo que está tras de ti. Has venido a mi, y sé que tú nunca me pedirías ayuda si esto no fuera tan grave como me dices que es. Eso es suficiente razón para que yo te ayude. - dijo él, ahora más serio que nunca.
- Pero necesito información o al menos que me digas cómo puedo hacerlo. -
Lana cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz. Dudaba, pues no estaba segura de que desvelar más información sobre el Centinela fuese seguro. Sin embargo, si no era a él, ¿a quién podría recurrir? Era la única persona en el mundo que podría proporcionarle una retirada segura con toda seguridad. Y no sólo para ella.
-Está bien... -cedió, aunque antes agarró la copa y la vació hasta la mitad, casi con desesperación-. Hasta el 89 él y yo estuvimos juntos. Luego pasó lo que pasó y yo desaparecí del mapa. No sé qué fue de él; no he sabido nada de él hasta hace... una semana o así. Ha desaparecido -Hizo una pausa prolongada, cerciorándose de que no iba a echarse a llorar otra vez. Abrirle su corazón a desconocidos era algo que nunca había hecho y que en menos de una semana había repetido dos veces. Inaudito. Se había inclinado hacia adelante, cruzando los brazos sobre las piernas-. Un hacker que tengo en nómina estuvo indagando por mí, tratando de sacar cosas en claro, y logró información que compromete al Centinela (y a mí por ende) que venía de Cable, el que te he mencionado antes. Temo que todo eso llegue a parar a malas manos. Y tengo la sensación de que alguien me está haciendo llegar toda esa información. Además... -Hizo una pausa y bajó la voz, casi aterrada-. Hice que buscasen las huellas de mi contacto porque no me fiaba de él. En teoría lleva muerto tres meses.
Dejó que la información cayese con todo su peso.
-Estoy aterrada, Mark. No sólo por mí o por lo que le pueda haber pasado a James. Es que... Él no lo sabe porque desapareció pero... -Romy se llevó la mano al rostro. Ya le temblaba la voz de nuevo, y también las manos, y su mente le recriminaba su debilidad. Decirlo en voz alta era hacerlo más real de lo que había sido en diecinueve años-. Tenem... Tengo una hija. Es lo único que me queda en este mundo.
Romy estaba sentada sobre la taza del baño, sosteniendo entre sus dedos aquel aparatoso chisme que tardaba más que el demonio en dar respuesta. Sus piernas se movían nerviosamente, temblando bajo la pálida luz del cuarto. El resto de la casa estaba en penumbra, absolutamente en silencio, y llevaba así días y semanas. Había perdido la cuenta junto a su razón de ser. Las horas pasaban mortecinas, danzando con el insomnio y la hambruna, incapaz de afrontar una verdad que cada segundo se hacía más patente: No iba a volver.
Ella sabía que estaba ahí fuera, combatiendo el crimen y esperando a que abandonase aquel lugar para regresar en algún momento, pero Romy había sido incapaz de moverse. Se le habían acabado las lágrimas, las penas e incluso los enseres. Pero aun así se negaba a abandonar la casa de sus sueños, porque eso sería darse por vencida y admitir que había ocurrido, que todo había terminado. El tiempo transcurría lento bajo el agua de la ducha, aburrido frente al televisor y muerto cuando se tiraba larga sobre el sofá, la alfombra o la cama. A veces dormía, dejando que las pesadillas la atrapasen. Otras, incapaz de aguantar el dolor que se comprimía en aquellas paredes, salía por la ventana y se sentaba en el alfeizar dejando que la trémula luz de la ciudad o el crepúsculo inundases sus ojos enrojecidos. A veces sentía que el asfalto le llamaba, diciendo que era mejor acabar con todo cuanto antes. Pero Romy no era esa clase de personas, así que se resignaba a regresar al interior, helada, y se arrebujaba en aquellas sábanas que ya no olían más que a suciedad. Así había pasado casi un mes desde aquel fatídico día que regresaba a su mente una y otra vez para clavar sus garras en su alma y despedazarla cada vez un poco más. Y el tiempo no lo hacía menos doloroso.
Pero un día había notado algo diferente en ella, algo que no estaba bien, que no debería ocurrir. Estuvo rumiando la idea largamente hasta que, abrumada por la incertidumbre, se había arrastrado fuera de aquella cueva oscura para acudir a una farmacia. La luz del sol le había dañado las pupilas, aunque no tanto como las miradas que se posaban en su desgarbada figura. Volver al piso había sido todo un alivio. Y allí estaba, con los ojos clavados en aquel palito blanco que, de repente, comenzó a volverse rosa.
Romy recordaría aquel momento como algo interminable. El tiempo pareció detenerse mientras sus dedos dejaban resbalar aquel chisme, que rebotó contra el suelo varias veces antes de llegar al pasillo. Dejó de sentir frío, miedo o desesperación, y llevó sus manos hasta su vientre, posándolas con un cuidado infinito, como si fuese cristal. Había soñado tanto con aquel momento que ahora que era real no podía creérselo. Tenía ganas de llorar sin saber muy bien si de felicidad o tristeza. Ahora que él se había ido llegaba la esperanza, la manera de continuar y seguir adelante. Pero, ¿quería? ¿Quería hacerlo después de todo lo que había pasado? Él… la había abandonado dejándola totalmente sola y arruinada. Ya no era Felina, ni tampoco nadie importante. Romy Shepard estaba casi muerta para el mundo, y ahora…
A duras penas logró ponerse de pie. Caminó tambaleante hasta la habitación y se dejó caer en la cama una última vez, exhausta. De inmediato se sumió en un sueño que duraría días. Un sueño, al fin, reparador. Un sueño del que se despertaría dispuesta a levantarse.
Aquella mujer le echó un gel frío y pringoso sobre el vientre. Romy se estremeció y se mordió el labio inferior, nerviosa. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. La mujer de bata blanca, muy amable, le dio un suave apretón en el brazo. Le había dicho que era raro ver a una mujer como ella acudir a las consultas. No estaba segura de si se refería a que estaba algo mayor, a que era guapa, o a cualquier otra cosa que no supo identificar. Decidió responder con una sonrisa nerviosa y nada más. -Veamos… -dijo la enfermera, poniendo un trasto sobre su piel y moviéndolo, haciendo una ligera presión-. ¡Ah! Ahí, está su bebé.
Romy contuvo el aliento y se incorporó, tratando de descifrar algo en aquella masa de rallajos negros y blancos. Frunció el ceño, frustrada. No veía nada. -Aquí –dijo, señalando un punto en la pantalla-. Es pequeño todavía. Tendrá cerca de tres meses.
Sus ojos azules captaron aquel diminuto bulto en la pantalla. Era tan pequeño, tan insignificante… Había estado pensando que lo más sensato era abortar. No tenía trabajo y no estaba dispuesta a seguir vendiendo aquellas preciadas obras que tanto esfuerzo le había costado. Además, era lo único que le quedaba de Felina: el botín. Sin embargo, en aquel momento sintió que aquella criatura debía nacer. Aquella insignificante masa de células debía ver la luz del sol y la luna, crecer, reír y conocer el mundo que su padre estaba defendiendo eternamente, noche tras noche. Pensó en su madre, en si también se habría encontrado en aquella tesitura, con el miedo a ser una progenitora desastrosa al criar a un hijo en soledad. Y, de pronto, se dio cuenta de lo mal que debía haberlo pasado tratando de sacar a su hija de aquel antro roñoso con los únicos medios que tenía: su cuerpo.
-¿Puede… sacar una foto o algo? –quiso saber Romy, más acobardada de lo que había estado jamás.
-Claro –dijo mientras toqueteaba algunos botones en el panel-. ¿Va a enseñársela a algún familiar?
Romy alcanzó un paquete de clínex y se limpió el vientre de aquel gel, taciturna.
-No. Soy… soy madre soltera. Tampoco tengo familia aquí.
-Debería estar acompañada. Y alimentarse bien para estar fuerte –le dijo, cálidamente.
Se forzó a sonreír con tristeza, pero en el fondo aceptó el consejo de buen grado. Tenía razón, debía cuidarse para sacar a aquella criatura adelante, mucho más de lo que su madre lo había hecho. Podía hacerlo, no había nada en aquella vida que no pudiese lograr, se dijo, apartando totalmente a James de su mente. Quizá debía saberlo pero… si no se había quedado por ella es que no compartían los mismos sueños. Aquel sería su secreto y su esperanza, la nueva meta por la que darlo todo.
-Estaremos bien, no se preocupe –aseguró, dejando la mano sobre su vientre.
El CEO de Hieroglyphics escuchó con atención toda la historia de Lana sin interrumpirla ni una sola vez, dedicándole en todo momento una reconfortante mirada de serenidad. Su expresión tampoco varió, sólo frunció el ceño cuando le dijo que Enlace llevaba en teoría tres meses muerto.
Pero cuando Lana le confesó que tenía una hija, una hija con James, se levantó y se sentó a su lado. Pasó un brazo por los hombros de la mujer mientras con delicadeza hacía que ella descansara la cabeza en su propio hombro. Lana no pudo contener más lágrimas y éstas acabaron por desbordarse de sus ojos. Fue todo lo digna que pudo, pero hacía tanto que no sentía, tanto que no notaba aquello en su interior, que la marea de sensaciones de los últimos días había terminado por derrumbarla.
Marcus no intervino hasta que poco a poco Lana se fue calmando y sus lágrimas se extinguieron. Entonces levantó la mirada y Marcus se la devolvió, infundiéndole ánimos sin palabras. Entonces comprendió qué había visto Iris en él por aquel entonces. Romy Shepard era una mujer fuerte, una mujer por encima de todo que nunca había necesitado a nadie que no fuera ella misma (o así fue antes de ser uno con James). Iris también lo era, pero Violet Parker era una persona débil y totalmente necesitada.
Y pese a todo lo que le acababa de contar, pese a que él no tenía motivo alguno para ayudarla, escucharla, ni hacer nada por ella, Marcus King se mantuvo a su lado, en silencio, hasta que Lana se sintió con fuerzas para volver en si misma. Aquella autodisciplina que tan arrogante le hacía era también una gran roca inamovible que jamás se había doblegado ante nada. Supo entonces que cuando llegara el fin de los días de Marcus King, éste lo miraría con la cabeza alta, sin dudar ni un solo instante.
- Yo apenas visitaba los fines de semana a mi mujer cuando nos casamos. Estaba totalmente metido en mi trabajo, como si no existiera nada más. Llevaba tres meses así, y yo ni me había fijado. Un día me cogió, me obligó a hablar con ella y me contó lo que había. Lloré como nunca había llorado en mi vida. Fue entonces cuando empecé a delegar mis responsabilidades y a dedicarle a mi familia el tiempo que se merecía. No he vuelto a ser el mismo desde entonces. - dijo él, acariciando levemente su hombro derecho, con una leve sonrisa en los labios.
- Tardé años en comprender que en esta vida debemos dejar una huella imborrable. Que una persona no muere cuando se apaga su vida, si no que muere cuando no queda nada ni nadie que haga mención de ella. Se dice que antes de morir uno debe plantar un árbol, escribir un libro o tener un hijo. - el ex vigilante sonrió un poco más, suspirando - Los libros se olvidan y se acaban quedando en las estanterías. Los árboles no pueden decir quién los plantó ni llevan tu nombre escrito. Pero un hijo... un hijo es el mayor regalo que alguien puede recibir en su vida. -
- Estoy seguro de que las cosas hubieran sido diferentes si lo hubiera sabido. Pero no te martirices por ello, porque fue tu decisión y fue lo que creías correcto en aquel momento. Pero... hay que encontrarle. No sé si quieres que vuelva a ti, no me incumbre y no voy a hacerte esa pregunta. Pero debemos encontrarle. Tiene derecho a saber que hay alguien en este mundo que no le ha podido llamar 'papá'. - Marcus soltó su hombro, pero le cogió una mano y la apretó con fuerza - Aunque no le conozco como tú, no me cabe duda que una persona que entrega su vida por un bien tan grande entregaría su vida por un hijo si pudiera. -
Lana no supo si las palabras del vigilante la confortaron o alimentaron más su malestar. Si Horus había sido capaz de dejarlo todo para estar con su familia, ¿por qué James, teniendo un equipo detrás para continuar aquel legado, no lo había hecho también? Antes había achacado todo aquello a que era el único capaz de continuar aquel legado, pero ahora que sabía la verdad se le hacía más incomprensible. No obstante, ya había soltado todas las lágrimas que se había guardado, y Romy no era una mujer que repitiese el mismo espectáculo dos veces seguidas. Siguió escuchando todo aquello y recapacitando sobre el hecho de que compartían una hija preciosa: Caroline. Quizá hubiese sido cruel ocultárselo todos aquellos años pero nunca había querido volver a interferir. Habían tomado una decisión, tanto él como ella, y no iba a tropezar otra vez con la misma piedra. Ella creía que si no había tenido el valor de quedarse a su lado, un hijo no iba a cambiar ese parecer.
Suspiró, ya más tranquila, y le devolvió el apretón en la mano eternamente agradecida por aquel hermoso gesto de amistad. Los sentimientos que les unían y que en el pasado les habían enlazado eran mucho más fuertes de lo que había creído.
-Muchísimas gracias, Marcus –dijo, alcanzando su bolso para limpiarse el rostro marcado por las lágrimas-. Quizá tengas razón. Ya va siendo hora de encarar el pasado. Tengo que encontrarle... y esas son todas las pistas que tengo.
Sólo respondió a su agradecimiento con una sonrisa, levantándose. Fue hasta una mesa donde cogió una pluma estilográfica y un bloc de notas, apuntando algo en él.
- Museo de Arte Antiguo en Union District. Haré que mañana te llegue un paquete allí. Tendrá un teléfono móvil, un ordenador y un regalo especial: una de las últimas invenciones de la compañía. - volvió a sentarse donde al principio, acabando su copa con una renovada sonrisa de orgullo. Llevó la estilográfica consigo, mostrándosela a la mujer. - Esta preciosidad es una maravilla de la tecnología. Parece una pluma normal, pero cuando tiras de la parte superior de este modo... -
Marcus cogió la parte de arriba de la pluma y la giró hacia la derecha para luego tirar hacia arriba. Sólo un 'click' y gracias al silencio que había en la sala Lana pudo escuchar un casi inaudible zumbido que provenía de aquel utensilio. - Durante un minuto y medio aproximadamente todos los dispositivos de escucha se llenan de interferencias. Micrófonos y cosas por el estilo no serviran de nada mientras esto esté activo. Úsalo cuando necesites un momento de intimidad, cuando lo uses tardará un par de días en recargarse. Te dejaría uno de los que funcionan permanentemente con electricidad, pero si de repente te resguardas de todas estas cosas en tu lugar de trabajo quien quiera que te vigile sospechará que sabes algo, así que intenta fingir todo lo que puedas. -
- Yo haré lo que pueda por informarme del tal Cable, a ver qué me pueden contar de él. Quizás te contacte por el teléfono en algún momento para darte noticias, asegúrate de no estar en el museo cuando hables por él, y en caso de salir a la calle no dejes de moverte mientras hablamos. - continuó, antes de asentir. - ¿Recibido?
Lana observó aquel chisme ensimismada. A ella lo de la tecnología no le iba mucho, pero debía admitir que era sorprendente y, en muchas ocasiones, realmente útil.
-Claro como el agua -dijo, tomando nota mental de todo aquello-. Yo veré que puedo hacer con el renacido de la nada.
Cogió la copa y vació lo poco que quedaba de ella.
-Por cierto, quisiera pedirte un último favor -Se tomó un momento para recabar fuerzas-. Si en algún momento me ocurriese algo, quisiera que contactases con mi hija, Caroline, y le hicieras saber la verdad. Está estudiando Arte en Nueva York.
Marcus le devolvió una mirada llena de gravedad, asintiendo levemente. - No pasará. - dijo él levantándose junto a ella poniendo una mano en su brazo e infundiéndole fuerzas - Nos encargaremos de darle una buena patada en el culo a quien quiera que pretenda nada contra ti, por los viejos tiempos. -
Mientas Lana abandonaba aquella sala de reuniones, Marcus le llamó la atención. - Ah, Lana. - dijo, recuperando aquella sonrisa suya - Gracias por este momento. Es el segundo mejor que hemos pasado. -
Y guiñándole un ojo, el antiguo vigilante conocido como Horus se despidió de ella con un gesto de mano
Con la seguridad de que Marcus se encargaría de todo, Romy se decidió a abandonar las pirámides de aquel dios cuya bondad se excedía para con ella. Estaba mucho más tranquila, y pudo creer firmemente en sus palabras devolviéndole un sentido apretón de manos. Se dio cuenta de lo agradable que era darse cuenta de que todavía le quedaban amigos incondicionales a pesar de los años.
Sonrió con picardía, y después eternamente agradecida.
-Procuraré venir para charlar de viejos tiempos cuando todo esto se solucione -aseguró, pensando en las típicas reuniones que se celebraban bajo rótulos como: Decimoquinto encuentro de los Veteranos de Guerra. Ahora que cada día tenía un pie más cerca de la tumba, le pareció entrañable poder compartir recuerdos sin ningún tipo de preocupación o malicia-. Gracias por todo.