La mano de Romy se replegó ante el frío contacto, escondiéndose junto a su pecho como si doliese. De algún modo lo hacía. Supo que aquel gesto era peor que todos los insultos del mundo, y al instante se sintió mal consigo misma por hacerle eso a Reed. Pero no podía, no le salía natural acercarse y reclamar su cariño, buscar refugio en él. Tampoco se atrevió a mirarle y toparse con la impotencia gravada en sus ojos grises como la tormenta. Era consciente de que no tenía la culpa, no él como persona. Si Reed hubiese llegado a saber que algo así ocurriría jamás habría dejado que pasase. Pero no era cosa de Reed sino del Centinela, de lo simbólico de este y lo que representaba para Betlam. Como había dicho el Rey Dragón, eso era mucho más importante que todo lo demás. Por eso ella le odiaba, y por ende a Reed.
Lentamente negó con la cabeza, apretando los labios como si las palabras fuesen a volar de ellos. Podía notar la mirada de Reed sobre ella, así que se volteó en el sofá, dándole la espalda. Quería que se fuera y le dejase llorar en paz, dándole a Felina el luto que se merecía. Pero no tuvo fuerzas para decírselo porque el miedo a quedarse sola podía con todo lo demás. Estaba segura de que el Rey Dragón ya no iba a volver, pero le había dejado de regalo una imborrable huella que marcaría su camino el resto de su vida. Además, había otra cosa que debía meditar y que todavía no había querido sacar del baúl de los recuerdos: qué iba a hacer ahora.
La amenaza del asiático había sido clara y concisa, no tenía dudas respecto a eso. Pero todo lo demás, la posibilidad de irse y dejar todo aquello atrás era realmente tentadora. Tan tentadora como cobarde. No quiso seguir pensando en ello, porque lo siguiente era Reed y no quería pensar en él aunque estuviese a escasos centímetros de ella. Cerró los ojos con fuerza escuchando cómo se sentaba a sus espaldas a esperar. Entonces se dio cuenta de lo cansada y dolorida que estaba, y que seguir pensando le causaba extenuación. Decidió que quizá era hora de reposar la cabeza.
Poco a poco, confortada por la presencia del guardián y el dulce pensamiento de encontrarse en su casa, Romy fue sumiéndose en un duermevela, temiendo lo que podía encontrar allí abajo. En el ir y venir de los sueños y los recuerdos balbuceó palabras inteligibles, jadeó y tembló, y se le escaparon algunas lágrimas silenciosas que la tela recogió. No fue agradable ni reparador, pero cuando logró abrir los ojos de nuevo se encontraba más calmada. Permaneció inmóvil, escuchando la respiración pausada de Reed a su espalda. Le había echado una manta por encima, y al menos había entrado en calor. Estuvo así un rato más hasta que el cargo de conciencia se hizo demasiado poderoso como para mantener aquel teatro. Lentamente se dio la vuelta, frotándose los ojos y buscando al Centinela. Tuvo la tentación de sacar la mano para buscar la suya, pero volvió a contenerse.
-Reed –llamó muy bajito. Las palabras se atascaban en su garganta, temblorosas-. Fel… Felina ya no –La frase se quedó ahí y tuvo que parar para no llorar. Ella no lloraba delante de la gente. Tomó aire, encogiéndose bajo la manta –Felina ya no existe.
Y después de decirlo, el mundo fue mucho peor.
El hombre se levantó al ver como Romy se giraba. Se había desprendido de los brazos de la armadura y andó hasta ella, arrodillándose de nuevo. Ante sus palabras, el rostro de James se torció por el sufrimiento que cargaba Romy en aquel instante. Abrazándola para que ella pudiera reposar la cabeza en el hombro, suspiró aunque intentaba sin éxito darle ánimos.
- Llámame James. - dijo únicamente
Esta vez no rechazó el abrazo, cobijándose junto a él. Se había deshecho del casco al encontrarse y ahora le ofrecía lo que entendió como su nombre real. James. Lo repitió en apenas un susurro, sólo por comprobar cómo sonaba pronunciado por ella. Sus brazos rodearon con más fuerza su cuello, temiendo que ahora se fuese.
-Romy -musitó ella, esperando que entendiese lo que significaba.
Se dio cuenta de que necesitaba un apoyo, alguien con quien compartir todo aquello. Sola no podía con todo lo que se le había venido encima. Al menos debía saberlo. Soltó todo el aire y se preparó para seguir hablando sin separarse de él.
-Era el Rey Dragón -comenzó-. Me... drogó. Dolía mucho, mucho. Me desmayé cuando no pude gritar más. Quería que vinieras...
La voz se le rompió, temblando como una niña bajo la lluvia. Había deseado tanto que llegase... pero había llegado tarde.
El justiciero frunció el ceño sorprendido cuando Romy repitió el nombre que había estado usando desde aquella vez en 1978, pero no dijo nada al respecto. Apretó los dientes ante su mención del Rey Dragón intentando ser la fortaleza donde ella podía refugiarse, pero sentía que aquella noche algo muy importante había cambiado.
- Ese hijo de puta... Lamento tanto no haber estado ahí a tiempo para rescatarte... Empecé a buscarte cuando dejé de verte durante un par de días, pero no tenía ninguna pista que me conduciera a ti. Entonces me llegó la información de un secuestro y... - James cerró los ojos, como si le costara seguir - Ahora debes descansar... -
Se negó a tumbarse o levantarse, aunque le liberó de su presa. Ahora que se había atrevido a hablar no quería dejar de hacerlo, y sus palabras no hicieron más que encenderla. Sus ojos ardían de rabia.
-No, escúchame tú -gritó, enfadada. No le importaban las excusas que tuviera para no haber llegado ni lo mal que lo hubiera pasado durante su ausencia. Ahí no había discusión posible-. Ese tipo me ha torturado hasta el desmayo y ha amenazado con destrozarme la vida. Más. Felina está muerta, ¿entiendes? Me has salvado a mí, pero Felina ya no existe porque tu estúpido traje es más importante que cualquier persona en el mundo. Y si no lo hago odiaré haber nacido porque su maldita sombra me seguirá hasta que desee haber muerto en esa habitación.
Inmediatamente Romy cogió los extremos de la manta y se abrazó las rodillas, escondiendo el rostro enrojecido entre ellas queriendo desaparecer. Ya lo había dicho y no había marcha atrás.
- Si hubiera estado en mi mano, habría aceptado todas las drogas del mundo y todas las amenazas existentes con tal de que no tuvieras que pasar por eso. - dijo James levantándose. Fue hasta la esquina donde había estado sentado, cogiendo los brazos del traje y volviendo a colocárselos. - Aunque no de esta manera, siempre he querido dejaras los robos para poder vivir a tu lado... pero nunca me he considerado digno a pedírtelo. -
Con el casco entre las manos, James Goldfield volvió a mirar a Romy. Se enfundó la protección de la cabeza y habló con la voz distorsionada del héroe oscuro. - Tú quizás hayas sacrificado tu traje... pero yo he sacrificado toda mi vida para que sea posible vivir en esta ciudad. Creí que contigo podría algún dia conseguir algo parecido a una vida, pero quizás sea más importante para ti una vida de robo tras robo. No te puedo culpar por ello... -
Y se dirigió a la ventana, tirando en dirección a Romy lo que parecía un walkie-talkie. Salió por ésta tras abrirla y se perdió en la bruma de la noche, dejando a una maltrecha Romy en un sofá. Los robos o la protección de los betlamitas: aquel había sido el argumento de James.
Le dio tanta rabia que se revistiese con el traje y aquella fachada de orgullo que cuando notó el walkie caer a su lado y lo miró, sólo pudo cogerlo y arrojárselo contra la armadura. Rebotó sin que apenas se inmutase y después el Centinela desapareció. No contenta con eso, volvió a coger e objeto y fue hasta la ventana donde lo estrelló contra el pavimento tras asegurarse de que no le iba a dar a nadie. El cacharro se rompió quedando inservible, o esa fue su intención. Bajó las persianas, apagó la luz y fingió que allí no había nadie, por si se le había ocurrido la absurda idea de quedarse vigilándola. Tardó muy poco en volver a llorar, esta vez de pura rabia, preguntándose una y otra vez qué demonios había visto en ese hombre y cómo había llegado a aquella locura. Se movió por el salón como una bestia enjaulada, ansiosa, y la vorágine de pensamientos cambiaba de dirección como el viento de un huracán. Le odiaba y le quería tanto que dolía, y la balanza no cedía en ninguna de las partes.
Al final estuvo completamente segura de que iba a perder la cabeza si no frenaba el flujo de sentimientos, así que decidió abrir el armario de los medicamentos en busca de algo útil. Los años le habían enseñado a curarse sola las heridas, así que contaba con un amplio conjunto de medicinas. Rebuscó hasta dar con algo para el dolor muscular y también pastillas para dormir. Se las tomó con un vaso de agua y fue a su habitación dispuesta a no despertarse hasta dentro de una semana. Al abrir la puerta, la sangre se le congeló.
Su traje, el de Felina, estaba sobre la colcha limpio y reluciente.
24 de Abril, 1987
Romy estaba sentada junto a la ventana de la cafetería con una taza entre las manos. De vez en cuando miraba a la gente pasar, alternando con la hora que marcaba su reloj. Aunque en apariencia no parecía especialmente nerviosa, su cuerpo estaba descompuesto por la angustia y la incertidumbre. Desde que James había salido por la ventana de su piso no había vuelto a saber nada de él. De hecho, había tomado especiales precauciones para no encontrárselo de nuevo. Sin embargo, el momento había llegado y tenía que hablar con él.
Viernes 24 a las 20:00.
Cafetería Firenzze. Forest Hill.
Última oportunidad.
Esa era la nota que había colado bajo la puerta de su piso y también en la pajarera habitual, hacía ya tres días. No estaba segura de con cuánta frecuencia revisaba aquellos sitios, pero si tenía la misma sensación de abandono que ella probablemente le habría dado tiempo a verlo y también a mentalizarse. Ella no estaba segura de haberlo conseguido por la forma en que le temblaban las manos y las rodillas.
Siempre le había gustado aquella cafetería, tal elegante y amplia. No la había elegido por eso precisamente, aunque ayudaba. Las mesas estaban distribuidas para ofrecerles intimidad y, además, contaba con un segundo piso que raramente estaba ocupado. Allí se encontraba ella con la extraña sensación de que todo estaba patas arriba. Había citado a James allí porque era un sitio normal. Porque ella, ahora, era una persona normal. Y porque volver a los tejados le habría resultado demasiado doloroso. Sin embargo seguía pareciéndole terriblemente absurdo. Ella y él en una cafetería, tomando café. Un sueño hecho realidad, aunque no exactamente de la forma en que había deseado que ocurriese.
Siete minutos tarde, escuchó unos pasos subiendo por las escaleras al segundo piso donde ella esperaba. No sabía si era por verte vestido de calle con la luz de la cafetería, que normalmente se veían en habitaciones en penumbra o con un casco o pasamontañas de por medio, pero encontrarse a James de tal manera la dejó totalmente impactada.
El hombre llevaba unos pantalones de color marrón con una chaqueta a juego, unos zapatos oscuros y una camisa blanca. El rostro de James es lo que causaba impresión: tenía unas profundas ojeras, la mirada vacía y una barba de varios días que claramente había dejado de cuidar. No la miró hasta que estuvo sentado mirándola como la miraría alguien que no tiene claro qué va a hacer con su vida.
- Perdona la tardanza, me cuesta llegar a los sitios andando. - dijo con un tono que no estaba claro si iba en serio o iba en broma
No quiso ser tan descarada, pero no pudo apartar los ojos de él ni un solo momento desde que apareció por las escaleras, con una mezcla de sorpresa y alivio. Era un hombre muy atractivo y el traje le sentaba estupendamente, incluso con aquella cara de no haber dormido durante días. Ella tampoco estaba en su mejor momento, pero el maquillaje hacía milagros en esos casos. Se había cuidado de ello. Llevaba el pelo recogido, un vestido verde de mangas largas y un fular gris entorno al cuello. El color negro que perfilaba sus ojos intensificaba su mirada, que le devolvía exactamente la misma sensación de abandono.
Con un gesto tímido recogió un mechón de pelo tras su oreja y agachó la mirada. En su mente había esperado un recibimiento un poco más cálido o cordial: dos besos habría estado bien. Suspiró.
-Empezaba a pensar que no lo habías leído, la verdad –dijo atropelladamente. Se había propuesto hablar con sinceridad y estaba decidida a cumplirlo. Esperó a que la camarera de turno le tomase nota antes de seguir-. Me alegra que hayas venido.
Siempre resultaba agradable ver a alguien una última vez. O, al menos, ver a alguien con quien habías compartido tantas cosas. No era lo mismo, pero algo parecido le había pasado al enterarse de que Iris había sido internada en un psiquiátrico. No la había vuelto a ver desde entonces, ni tampoco a Horus, quien se había retirado haciendo pública su identidad. Poco a poco todos se daban cuenta de que les llegaba la hora. La suya también.
Romy estiró las mangas del vestido. Llevaba ambas muñecas vendadas por el roce del cuero y le daba vergüenza que las vieran. Se aclaró la voz y sus manos se asieron entorno a la taza.
-Quería pedirte disculpas por la otra noche. Estaba, hum, bastante mal. Tú no tenías la culpa, hiciste lo que pudiste.
James pidió una caña y según llegó, se la bebió de un trago. No pidió más, pero apartó el vaso y entrelazó sus dedos mientras escuchaba a Romy y la miraba a los ojos. - No te preocupes. Entiendo tu reacción, yo mismo no habría sido mucho más cabal en tu situación. - dijo de forma demasiado correcta, pero tan correcta como sincera. Su tono y la forma en la que la miraba le dió a entender que lo que fuera que estaba quemando la vida de James aquellos días no era Romy. - ¿Cómo te encuentras? He estado preocupado por ti. -
Romy se quedó anonadada por la rapidez con la que acabó su bebida. Pero fue la extrema cordialidad lo que realmente le dolió en el alma, reafirmando más su decisión. Sus palabras decían que sí, pero su mirada expresaba algo totalmente distinto. No tuvo que pensar demasiado la respuesta.
-Mal -Se encogió de hombros, como si no tuviese mucha importancia. Pensó que era mejor ahorrarse las explicaciones dramáticas y no dilatar demasiado el momento-. La otra noche dijiste que para mí era más importante una vida de robo que, bueno, todo lo demás. Felina no era eso, aunque tú y todo el mundo lo veáis así. Ese antifaz era mi vida porque detrás de ella no tengo nada más. No tengo familia ni... -Dejó de hablar para tomar aire-. El Rey Dragón me dio dos opciones. Me pareció que lo mínimo que podía hacer era decirte que me voy de Betlam mirándote a la cara. Mi tren sale mañana.
Con las últimas palabras de Romy, la expresión de James cambió por completo. De una dolorida apatía pasó a una confusión extrema que hizo que su mandíbula se descolgara durante un instante. Quizás podía haberse esperado un reproche, que ella le dijera que la relación se había acabado fuera lo que fuera lo que tuvieran juntos. Pero jamás se le hubiera ocurrido que Romy pudiera plantearse abandonar la ciudad.
- ¿Te vas... de Betlam? - murmuró él, empezando a mirar con desesperación los ojos y las manos de la ladrona. - Escucha, Romy, quizás siempre haya sido así, y entiendo que te refugiaras en Felina para sentir que había algo en tu vida, pero... -
El hombre rompió el lazo que unía sus manos y las llevó con cuidado a las de Romy, rodeando también su taza sin dejar de mirarla como si le pidiera permiso para hacer aquello. - ...no estás sola, ya no. Me tienes a mi. Yo estaré a tu lado si lo deseas, quizás no sea fácil y... te juro que me gustaría dejar atrás mis responsabilidades. Pero no es tan fácil. Hay mucha gente que depende de mi. -
James bajó la cabeza declarándose obvio culpable de todo aquello, pero en su tono no había prepotencia si no una simple y clara sinceridad: de algún modo que no entendía su vida estaba ligada al justiciero del casco naranja. Quizás aquella fuera una de las condiciones de un hombre así, al fin y al cabo, había sido lo que les llevó a conocerse, a enamorarse.
- Pero... yo te amo, Romy. Como no he amado a nadie en mi vida y... - James respiró hondo, mordiéndose un lado del labio inferior por la tensión que sentía - ...no voy a aceptar perderte. -
Romy se mordió los labios, insegura. Algo le había dicho que volver a verle iba a ser mala idea, y ahí estaba el por qué de sus dudas. Todo dejó de estar claro y ordenado en su cabeza, y la única réplica que se le ocurría era decir "Pero mi tren sale a las ocho". No cabía dentro de su paradigma un James asustado le estuviese pidiendo que se quedase, cogiéndola de las manos y sin traje. Que le dijese que la amaba mirándola a los ojos fue el golpe definitivo.
-Ree... James -le costaba adaptarse después de tantos años. Apretó sus manos-. James, yo también te amo y quiero estar contigo, pero...
Cuando llegó el momento del pero se dio cuenta de que había muchas cosas que podía decir y que todas ellas, en realidad, le importaban más bien poco. Se quedó pendida de sus ojos con la palabra en la boca, tratando de salvar la situación. Su mirada bajó apenas unos milímetros hasta aquellos labios de los que tantas veces había bebido, y reparó en cuántas cosas iba a lamentar por actuar yendo en contra de la razón. Porque ser racional no iba con ella en absoluto.
Romy soltó sus manos para cogerle de la muñecas y sin tener muy en cuenta lo que había encima de la mesa, se echó hacia adelante tirando de él para que hiciera lo mismo, besándole con intensidad y anhelo. Después de todo él era lo único que jamás podría borrar de su memoria.
James respondió a su beso al instante inclinándose también hacia adelante. El vaso de cristal y la taza de loza se precipitaron contra el suelo haciéndose añicos mientras se había formado una burbuja alrededor de los enamorados. El mundo había dejado de funcionar y sólo estaban ellos, entregados a algo que les había proporcionado tanto placer como sufrimiento, ambos elementos difíciles de medir en la balanza de su relación.
Sin dejar que le soltara las muñecas, su hombre alzó las manos para llevarlas al rostro de la mujer, cogiéndolo con necesidad como si la ex-ladrona fuera a salir corriendo por los tejados como tantas otras veces en el pasado. Alguien subió al escuchar el estrépito pero pareció volver a bajar con la misma rapidez. Sin embargo ellos no advirtieron nada de eso pues en sus mentes no había otra cosa que aquel beso, un amasijo de sentimientos, esencia de cerveza y café que ebullía en la pasión que ambos sentían el uno por el otro.
No se supo los minutos que pasaron así, bebiendo del otro como si fuese la única fuente de oxígeno que quedase en toda la tierra. En cierto momento se separaron y se miraron como nunca antes lo habían hecho. - Vivamos juntos... te prometo que estaré contigo todo el tiempo que pueda evitar estar en el trabajo. Cuando las cosas mejoren... se acabará y podré dejarlo definitivamente. - James apretó las manos de Romy con la esperanza brillando en sus ojos - Y no habrá absolutamente nada más que se interponga. -
Inconscientemente, Romy decidió en aquel instante que estaba dispuesta a perder la cabeza y lo que hiciera falta por estar a su lado, algo que cambiaría su vida para siempre. Pero en ese momento sólo tenía ojos para James, oídos para escuchar el frenético latido de su corazón y las palabras invisibles, manos con las que deshacerse en roces y caricias, el olor del café mezclado con el del Centinela hinundando su nariz, y el compendio de sabores incompatibles en su boca que ni de lejos impidieron que aquel fuego se apagara. Y quería más que todo aquello.
De repente ya no estaba en su sitio, sino en las rodillas de James, y del pintalabios ya no quedaba ni rastro sobre sus labios. Las manos de Romy reposaban sobre sus hombros y las de él rodeaban su cintura, obligadas a contenerse por lo público de aquella sentida reconciliación. Había muchas cosas que preguntarse, al menos por parte de ella, pero ninguna tenía cabida en ese espacio en el que los sentimientos estaban a flor de piel y todo su futuro se mostraba como una mañana clara de verano, tan apacible como innegable. Y cuando él habló, compartiendo aquella mirada tan similar a la de la primera vez que se descubrieron, supo que decía la verdad.
Romy sonrió, inclinándose para besarle una vez más. Sus mejillas estaban enrojecidas, tanto como sus labios, y sus ojos brillaban como zafiros bajo la luz del sol. Asintió, llena de júbilo.
-Me quedaré a tu lado siempre -Apoyó su frente sobre la suya tras posar otro beso sobre sus labios-. ¿Me llevas a casa?