-¡Me viene muy mal, Macarena! Soy un tipo ocupado, ¿sabés? Ese pelotudo de tu primo Ricardo... ¿Se creía que iba a ser un juego de niños? Y ese mafioso le va a dar billete, de seguro. ¡Y a todos nosotros! -De nuevo un silencio al otro lado de la línea.- Está bien, está bien, niña. Estaré allí.
tengo una duda, estoy o no en la conversión telefónica?? =S
Sí estás en la conversación. Doy por hecho que la Maca tiene el teléfono como en la otra ocasión, en medio de los dos.
-Nos vemos alli entonces.- dijo, y colgó el teléfono.
“Ni las gracias me ha dado… ¿Qué se pensará esta fresca?”, gruñó Elías para sí al escuchar el clic al otro lado de la línea. Colgó el teléfono con rabia y fue a hablar con Adela. Urdió una excusa con rapidez:
-Adela, cariño, me ha surgido un imprevisto. Tengo que ir a Atocha; una joven representante con quien me topé ayer desea que conozca a alguien del gremio. Puede que no regrese para el almuerzo, pero descuida que no olvidaré el encargo, ¿ok?
Regresó a su habitación sin esperar respuesta, sumido en ásperas cavilaciones: “¿Y entonces? ¿Será una artimaña de estos pibes para arrebatarme la carta? ¿Iré a entrevistarme junto a ellos con el Portugués? Viene el poli, es cierto, pero si llegara a reconocerme… ¿Qué obtienes tú de todo este asunto, Elías? ¡Sueños locos, nada más, locos y contagiosos!” Preso de una creciente irritación, buscó en el armario la carta dentro del diario, la maldita carta con aquel tipo colgado como una res. “En esta postura colgaron al Gallego, pero aún no entiendo si fue ejecutado o… si se dejó sacrificar, lo cual sería más espeluznante si cupiese.” Se guardó la “cosa” en el bolsillo sintiendo un escalofrío. Porque eso era en aquellos momentos, una “cosa”, un artefacto que no pertenecía al mundo de los hombres corrientes y molientes.
No se despidió de Adela, ni siquiera pudo oír si ella lo reclamaba de alguna forma; salió con precipitación del piso.
Adela no puso ninguna traba - no tenía motivos para hacerlo, se decía Elías - así que el mago bajo las escaleras con su extraña carga bien guardada. Estaba nervioso y ahora que su hermana no lo veía no pudo reprimir el temblor de sus manos. Sus manos, que no temblaban ni frente al público más exigente. Pero este truco podía costarle caro. La última vez que había jugado con este tipo de baraja... No, mejor no darle vueltas al asunto. El Samaria había quedado muy atrás. Y el Portugués no era Aldecoa. O con eso quería convencerse Elías mientras cogía el metro para acudir a su cita...
Solo me faltan un par de mensajes en el otro lado y os reencontraréis todos en una nueva escena.
Un buen rato después, tras un par de trasbordos en metro y un pequeño viaje en el cercanías Elías se encontraba en la entrada de la Estación de Atocha. Allí, aparcado justo enfrente a la estación en una zona que normalmente estaba reservada para taxis, Domingo esperaba apoyado en su coche junto a la Maca y a Agustín, ignorando las miradas desairadas que los taxistas le lanzaban desde sus vehículos. Estaba claro que el policía aparcaba donde le daba la gana.
Seguimos en la escena: La Ciudad Durmiente.