El Fuerte Briggs. Una de las construcciones más importantes e imponentes para el ejercito de Amestris, aquel muro impenetrable que había logrado mantener a raya al ejército de Drachma durante décadas, aquella baza de poder que adquirió la fama de indestructible gracias al liderazgo de la General Armstrong. Era difícil imaginar que bastó solamente una semana para decimar a sus defensores y dar el primer paso hacia el descenso del norte, sin embargo aquellos que menos lo habrían esperado son precisamente las personas que aún albergaban aunque sea un poco de esperanza por el Muro. Sus defensores mismos, aquellos que uno tras uno fueron cayendo.
Luego de la muerte del Mayor Pip Pip a manos de Shuji Tsushima, la señal parecía ser más que clara para aquellos miembros que aun se encontraban con vida: sobrevivir, sobrevivir a toda costa. Llegar al día de mañana... Y rezar para que finalmente saliese el sol, que se abriesen los caminos, que llegasen los refuerzos de Central. Una de estas personas era la Teniente Primero Claudia Falman, quien poco después de la muerte del Mayor se habría marchado para tomar distancia de la mujer que había tratado de asesinarla la noche anterior.
Tic... Tac... Tic... Tac...
Por desgracia esto no duraría. Pronto pudo escuchar pasos detrás de ella, primero tenues, distantes, pero cada vez más cerca. Al principio le costó ver, sin embargo pronto pudo descubrir de quién se trataba gracias al intenso brillo rojizo de la piedra que portaba en su mano derecha: Hanae Nakamura la había encontrado. Pronto aquello se transformaría en una persecución, sobretodo porque sin la ayuda de su confiable automail no parecía haber manera alguna de que la Teniente lograse enfrentarse a una alquimista, ni hablar a una que finalmente había decidido mostrar sus verdaderos colores y hacer uso del poder de la piedra filosofal.
Tic... Tac... Tic...
Gritos, insultos, el ruido del metal e inclusive disparos se escucharon a través de los pasillos, ambas mujeres dándolo todo para dar caza la una a la otra, aunque Hanae parecía estar deliberadamente evitando asesinarla en el instante, como si disfrutase con verla sufrir o si simplemente quisiese hacerlo con sus propias manos. Eventualmente la persecución terminaría en la habitación de la teniente Falman, quien se apresuraría a cerrar su puerta, a trancarla, todo para que al final esta fuese reducida a escombros por un destello rojizo. Lo siguiente que pudo sentir fue la mano de Hanamura en su rostro, seguido de una sensación invalidante que rápidamente se esparció por todo su cuerpo. Era como si... Algo tratase de salir de ella. No. Como si algo estuviese siendo violentamente arrancado de ella. Hanamura estaba utilizando la piedra para arrancar su alma...
Tac... Tic... Tac...
El ruido de un reloj fue lo último que ambas lograron escuchar. La mirada de ambas se dirigió lentamente hacia la cama de la teniente Falman, solo para descubrir allí una bomba y un temporizador. Hanae se apartó... Pero fue demasiado lenta.
Tic.
Antes de que fuese capaz de hacer absolutamente nada la bomba estalló, arrasando con todo a su paso y cobrando las vidas de ambas muchachas, tanto la alquimista como la Teniente. Pronto saltarían las alarmas y las luces rojas inundarían el muro, acompañadas además de las llamas que poco a poco comenzarían a extenderse y consumirlo todo a su paso, sin nadie más que estuviese dispuesto a apagarlas. Sin nadie más que se preocupase de cuidar el muro.
Pronto toda esa enorme construcción metálica se encontraría vacía, desprovista de vida... Salvo por una sola persona, si es que así podía llegar a llamársele. Sus pesados pasos de metal hacían eco a través del muro y, como si fuese incapaz de sentir dolor alguno, atravesó las llamas sin un segundo pensamiento para adentrarse en la habitación de la teniente. Quería observar los daños de la destrucción, saber si otra vida había sido cobrada... Reconocer cuales habían sido los resultados de su trabajo, uno bien hecho, pues gracias a él, después de décadas de guerra y disputas, el Muro de Briggs finalmente había caído.
El Alquimista Estatal Shuji Tsushima. El último sobreviviente. El último traidor.
Al llegar a la habitación de Claudia, lo primero que Shuji diviso entre el humo y fuego fue un color rojizo intenso y brillante siendo emanado a través de la mano del cadáver carbonizado de Hanae Nakamura. A metros de esta también se encontraba en condiciones similares lo que fue Claudia Falman. Dado esto, Shuji se acerca al cadáver de Hanae para agarrar la piedra filosofal y guardarla, mientras que lleva lentamente y en silencio el cadáver de Hanae por los pasillos del muro, hasta salir de este.
¿Su objetivo? Darle un "funeral" y entierro digno a lo que alguna vez fue su compañera y la persona con la que creó lazos reales aún sosteniendo toda esta mentira, sentimientos carbonizados por la traición y ahogados por la búsqueda de libertad que alguna vez lo trajo a este muro. Shuji era un espía de Dragma, al mismo tiempo que un traidor de este, en búsqueda de la libertad que alguna vez le fue arrebatada a las personas por los conflictos de poder entre naciones, el muro por caer era el símbolo que representaba que la opresión no duraría para siempre, que el poder podía ser destruido por la acción organizada y que la libertad era lo único que siempre nos movería a derrocar al opresor.
Luego del entierro se voltearía por una última vez a ese muro maldito, ahora vacío y desprovisto de toda vida, para entonces apuntar hacia este con una de sus manos, en esta la piedra filosofal incompleta que fungía como el último recuerdo de aquella última persona que había confiado en él.
Usando el ultimo recuerdo que le quedaba de Hanae Shuji lanzo un estruendoso y melancólico rayo en contra del muro, atravesándolo, partiendo por la mitad lo que alguna vez fue uno de los grandes bastiones de poder de Amestris. La piedra filosofal se oscureció, se llenó de grietas y finalmente se partió en fragmentos que acabaron por convertirse en polvo en sus manos metálicas.
Su trabajo estaba hecho. Solamente le quedaba amargar su pena en ese sentimiento de libertad indescriptible que lo trajo alguna vez aquí, por fin todo había acabado, y con ello también un vacío indescriptible carcomía a Shuji. La armadura hueca simplemente termino siendo una vaga representación de lo que sería su final.
Sin soltar una sola palabra, pero con suspiros que evidenciaban un llanto que posiblemente jamás volviera a ser emitido por su cuerpo, Shuji se despedía de Hanae, del muro y de todo lo que tuvo que dejar atrás. Con pena y sin gloría, Shuji dejo esa gran llamarada que yacía en medio del blanco paisaje que lo rodeaba, sin avisarle a Dragma ni a Amestris, pronto sabrían que el caos y la confusión sería desatados.
Shuji Tsushima murió, y tras de él solamente quedaba esa fría armadura sin nombre, caminando sin rumbo por el frío paramo.
La historia de lo que sucedería después resultaría confusa para todo aquel que decidiese registrarla en un futuro, incluso para Drachma, los gestores principales de la hazaña que hace tan solo unos meses todos habrían tildado de imposible. Briggs destruída, sus oficiales de más alto rango muertos, Amestris en el más puro caos y pánico... Y nadie a quien adjudicarle tal logro.
Ningún espía retornó con vida a la poderosa Drachma. Ningún soldado logró escapar y contar la historia, y aquellos pocos que lograron esconderse dentro del caos acabaron consumidos por el rayo, el frío de la tormenta o simplemente los escombros del muro destruido. Sin registro, sin culpables, sin muro.
Lo que en su momento fue una muestra de poder de Amestris, de su Gloria, pronto sería renombrado como un paso maldito por los soldados de las dos naciones enfrentadas. Después de todo, el culpable parecía ser un fantasma. Sin embargo esto no hizo mucho por retrasar las acciones de Drachma una vez descubrieron lo ocurrido y sus oficiales lejos de escandalizarse pronto alistaron al mayor número de tropas que pudieron. Hombres, mujeres, inclusive niños. El reclutamiento fue obligatorio y la guerra no tardó en cernirse.
Drachma venía años preparando un momento así, e incluso las fuerzas de los alquimistas estatales, los condecorados perros del ejercito, fueron insuficientes para detener el avance de Drachma. Después de todo su tecnología era más avanzada y sus números simplemente avasalladores. Si un alquimista estatal valía por cien hombres, Drachma era capaz de reponerlos al instante.
La guerra arrasó con el Norte, y pronto el círculo perfecto que conformaba la nación de Amestris perdió uno de sus trozos más importantes a manos de aquellos que se proclamaban como sus legítimos dueños, quienes no contentos con haber recuperado el norte y envalentonados por su victoria pronto comenzarían los preparativos para una nueva guerra. Una guerra no de recuperación, sino de conquista.
¿Y el Alquimista Relampagueante? Ningún hombre volvió a saber de él. Sin embargo corre un rumor por el norte, algo que ambos ejercitos se han empeñado en negar, sobre un fantasma que da caza a todo aquel que porte un uniforme militar. Un asesino a ojos de los más temerosos, despiadado, más otro rumor también habla sobre un alma benevolente que da cobijo y refugio a los civiles que han sido afectados por la guerra o que han sufrido el abuso de los soldados.
-Pero eso es otra historia...-
F I N