Partida Rol por web

Sentada en la silla de piedra junto a Artemisa, me concedo un momento para cerrar los ojos, descansar y pensar en otra cosa. Tanta conspiración es agotadora.
Mi mente se traslada a mis aposentos. Mi lugar. El lugar en el que me gustaría estar, a pesar de todo. Me imagino paseando mientras rozo con los dedos el dosel de la cama, mientras piso el cómodo suelo de pétalos de flores, y acabo sentada en mi tocador frente al espejo, y la sonrisa que se estaba dibujando en mi cara con la fantasía desaparece, ya que incluso en mi mente, en el espejo, veo reflejada a Némesis.
Una ligera sombra rodea su cuello, como un reflejo difuso de la cadena que llevo en el mío propio. Al verlo, mi sonrisa vuelve, aunque Némesis tiene una expresión aburrida en el rostro.
- Ya lo has oido. - Le digo al reflejo. - Esta noche atacaremos a Dionisio.

Tu cuerpo se llena de adrenalina mientras Némesis se adueñaba de tu cuerpo y sentías cómo la adrenalina de la venganza corría por tu cuerpo, marcando la pauta de lo que pasaría a continuación. Al ser tú la vigía, no había peligro de ser descubierta en tus andadas y, por lo tanto, anduviste a tus anchas mientras te dirigías a Dionisio cuando los titanes no lo notaron y atravesaste salvajemente su pecho con tus manos desnudas mientras sentías la sangre entre tus uñas resquebrajarse y darle paso al frío bronce que había cubierto a los demás olímpicos en las otras cacerías. El éxtasis cubría tu cuerpo, aunque supieras que lo hacías en nombre de Zeus, al ver cómo Dionisio perdía toda capacidad de luchar y tras tu golpe, quedaría en el olvido para siempre.

Solo debías esperar un poco más, tal vez un solo día más para que tus cadenas no se convirtieran en motivo de dolor, tal vez después de esto, Zeus reconocería tu labor de una manera positiva y tal vez allí, todo esto valdría la pena.

En ese momento después de matar a Hades, sentías el éxtasis de la caza dentro de ti, ese ser titán que se removía ansioso, extático, expentante. Pero sentiste una ruda mano atravesar tu pecho con violencia, sin ningún tipo de calidez, ansiosa, tal vez vigorizada por las ansias, la cual alcanzó tu corazón y al apretarlo, sentiste que el bronce comenzaba a recorrerte una vez más. Tras esto, te sentías nerviosa pero ya sabías a dónde ibas y sentías que el fuego del averno cubría tus grilletes, desintegrándolos, haciéndolos añicos. Eras libre de la esclavitud, aunque ahora habrías de volver al Tártaro.

Lo entiendo n.n.