Todas las pistas sobre la ubicación del Trol Liebre te indican que se encuentra a las orillas del Mar Mayiro. Viajas durante meses para acercarte lo más posible a esa costa. Y cuando sólo falta una semana para llegar, te plantean la idea de viajar en una barca. La rapidez e ir en línea recta a tu destino, te convencen Después de comprarla, te lanzas al mar y trascurridos un par de días, ves perfectamente la casa de Trol Liebre, tal y como te la habían descrito. Una casa de madera a las orillas del mar, con sólo la vegetación espesa del bosque como fondo. Parecía que era lo único que había en aquel lugar tan maravilloso.
Poco a poco te acercas en tu barca y cuando te quedan pocos metros, ves que un anciano te espera en la orilla, con un bastón grueso sujetando el peso de su cuerpo. Te observa como te vas acercándote, sin inmutarse.
El viaje había sido largo y cansado, pero Sandael siempre ponía a prueba a sus fieles, y nunca daba nada con facilidad, o eso le habían enseñado. Por fin era Caballero de pleno derecho, y el brazalete de sandarita en su brazo y su Tomo Sagrado así lo atestiguaban. Ahora le correspondía a él recorrer el mundo, acrecentar el buen nombre de la orden y servir al Señor. Sin embargo, Bedwyr era consciente de sus propios límites, y sabía que sin duda, a pesar de todo el entrenamiento, a pesar de que no tendría nada que envidiarle a cualquier guerrero, aún era mucho lo que le quedaba por aprender.
En una taberna había oído hablar del Troll Liebre. Al parecer poco tenía que ver con los verdaderos troles, y era alguien de gran poder, alguien que podría enseñarle. Sabía donde estaba, a orillas del mar Mayiro. Pasaron meses antes de que pudiera alcanzar dicha costa, caminando por los polvorientos caminos, ayudando en lo que podía a la gente que se encontraba, lo que le había permitido sobrevivir sin muchos problemas, normalmente protegiendo a la gente o derrotando monstruos, criaturas que solo vivían para la muerte y la sangre, y por ello despreciables a los ojos de Sandael. Su muerte era una purificación del mundo, una limpieza.
Solía acariciar su brazalete dorado, que normalmente llevaba por debajo de la ropa. Aunque era su mayor honor, no era seguro mostrarlo continuamente. De momento, nunca lo había usado, le había valido con su espada larga, pues el poder contenido en él no era algo que usar a la ligera. Tampoco había escrito mucho en el Tomo sagrado aún, tan solo una página con sus andanzas primeras. El libro no era un diario: sólo debía escribir en él aquéllas cosas que los posteriores Caballeros pudieran encontrar de utilidad, aquellas cosas que realmente deseara legar a la posteridad. Sin embargo, sí había escrito un par de párrafos cuando, por fin llegó al mar.
Y es que se había quedado extasiado cuando por fin lo alcanzó. Jamás lo había contemplado, y el majestuoso mar Mayiro, con sus aguas azules como zafiros pulidos y sus espumosas crestas blancas en la cima de las olas, era una maravilla que no podía dejar a nadie indiferente. Sus cristalinas aguas reflejaban la luz como miles de joyas, y Bedywr no puedo sino recordar aquél día, ahora tan lejano, en el que la luz de Sandael le había bendecido entre las cascadas de Tun-Amloth.
Sin embargo, por muy bello que fuese, también representaba un problema. Ir caminando sería muy lento, y aunque Bedwyr era paciente, sin duda no era partidario de perder el tiempo. Tras meditarlo mucho, decidió usar una parte del dinero reunido para comprar una barca e ir con ella.
Cuando la hubo comprado, dudó un buen rato sobre si debía llevar puesta su armadura mientras navegara. Una parte de él, que se había criado con ella y que ya la sentía como una segunda piel, no quería quitársela bajo ningún concepto, y era cierto que sin ella se sentía desnudo, desprotegido. Sentía como si no estuviera preparado para el combate sin ella.
Sin embargo, estaba claro que eso no eran más que sensaciones y trucos de su mente. Estaba preparado para luchar sin ella, evidentemente, y al final la lógica se impuso. Si ocurría cualquier cosa y caía de la barca, podía morir ahogado arrastrado por el peso de la armadura sin posibilidad de salvación. Así que se la quitó, dejándola a su lado en la barca mientras remaba. No se quitó el brazalete, y mantenía siempre su Tomo cerca, en la mochila, cubierto con su funda de cuero. Por supuesto, no es que necesitara protección: el Tomo era inmune al agua y al fuego, y ni un martillo de guerra rompería sus cubiertas, ni un hacha sería capaz de rasgar sus páginas. Aun así, sentía que debía protegerlo.
Finalmente, divisó la casa del Troll Liebre, en un paraje de ensueño. Una vez más, se maravilló de todo lo que el mundo podía llegar a contener, y de lo que aún le faltaba por ver. Tras un poco más de remar, divisó un anciano, apoyado en su bastón, observándole. ¿Sería el propio Troll Liebre? Bedwyr detuvo la barca y dejó los remos, sin acercarse más a la casa. Alzó su poderosa voz, curtida en la escuela de oradores del Castillo, y llamó:
-Buenos días, anciano. Que la luz del Señor alumbre nuestro encuentro-El saludo tradicional de los Caballeros resonó en sus labios, pronunciado ya cientos de veces-Busco a Troll Liebre. Me han dicho que podría encontrarlo aquí.
Uf, que ganas había de empezar. Me he extendido un poco por la introducción, pero a partir de ahora seré más breve.
Me mantengo callado, observando al muchacho que está en la pequeña embarcación y que sin ningún tipo de pudor, me está gritando. Mis lentes, oscurecidas por la sombra de las palmeras que rodean mi casa, no le permiten ver mis ojos, aunque mi exclamación es realmente clara. Estaba asombrado de aquella visita.
- Así es, ¿que haces aquí...? - Pregunté entrando en el mismo juego de voces con aquel chiquillo. - ... Sal de tu embarcación.
El anciano, haciendo gala de una buena voz también, le respondió, confirmándole que era Troll Liebre.
Por fin.
Bedwyr decidió acercarse, y remó con energía hasta una playa de gravilla que había a unos cincuenta metros de donde el anciano le esperaba.
En cuanto tocó tierra, saltó de la barca, y, sirviéndose de sus entrenados músculos, arrastró la embarcación por la playa hasta dejarla completamente fuera del agua, para que las mareas no se la llevaran. Sacó la mochila, con sus cosas y el precioso Tomo Sagrado, y a continuación sacó la armadura. Se acercó con todo a donde estaba el anciano, y, cuando hubo llegado a unos metros de él, dejó su armadura en el suelo.
-La luz te bendiga. He estado buscándote durante mucho tiempo, vengo de lejos. Soy Bedwyr, un Caballero de Sandael, y he oído decir que eres poderoso. He venido a aprender.
Me quito las lentes y las guardo en mi cinto. Observo sin mover ni un músculo de mi cuerpo al joven que tengo delante.
- Así que has venido de lejos... - Todo el mundo sabía lo que iba a decir, pero parece ser que este jovenzuelo aún no. - ...lo siento, pero yo no acostumbro a tomar a nadie como discípulo, así que olvídalo.
Bedwyr no se desanimó ante la respuesta del anciano. De hecho, se habría sentido un poco decepcionado si le hubiera aceptado sin más como alumno. Todo camino que valga la pena está repleto de pruebas, peligros en los que mostrar la valía. Carraspeó, templando la voz: los años pasados en la escuela de oradores confluían todos en aquel momento.
-Mi buen señor, es cierto que vengo de lejos. Podría haberme dirigido a cualquier lugar, a cualquier persona, de todas las que hay en el ancho mundo. Y, sin embargo, aquí estoy, ante ti, porque he oído de tu poder y sabiduría. He venido a aprender de ella, para usarla para el bien del mundo y la voluntad del Señor de la Luz. Dices que no acostumbras a tomar discípulos. Las costumbres son buenas, sin duda, pero jamás han de cegarnos. Puede que sea la hora de cambiar esa costumbre.
Sandael nos enseña que la sabiduría solo es buena cuando es compartida, y que la que se atesora para uno mismo no posee valor.-citó, solemne-Nos dice que la sabiduría y el poder son como el oro: oculto en las profundidades de la tierra, en las cavernas que nunca han visto Su luz, no tiene valor. Tan sólo cuando se extrae, y los hombres comercian con él, es cuando realmente se hace valioso.
Acéptame, mi señor. Comparte con el mundo tu sabiduría, y yo la usaré para que el mundo la conozca y así se salve de desastres y desgracias que eran evitables.
Calló, observando la reacción del hombre. No había viajado tanto para irse sin más, y no pensaba rendirse.
Levanté mis cejas en admiración de la oratoria del chico que tenía delante. Era increíble, incluso me había inclinado un poco hacia él, atrapado por la melodía de su voz. Estaba asombrado.
- ¡Bueeeeno! Me lo pensaré.... - dije con tono divertido.
Me giró sobre mis pies y me puse dando la espalda al mar, mirando el bosque que tenía delante, mi hogar, las palmeras cercanas a éste. Cruce mis manos en mi espalda, y sonreí.
- ... jo... jo, jo... muy bien... - Me dije para mi mismo aunque en voz alta. Me di cuenta de mi imprudencia y me giró para no darle la espalda al chico.
- ¿Dijiste que te llamas Bedwyr?
Bedwyr sonrió, agradeciendo mentalmente a sus maestros de oratoria allá en el Castillo.
-Así es, mi señor. Bedwyr Saelgar, Caballero de Sandael. Me alegra que estés dispuesto a reconsiderar tu postura.
Volví a recurrir al silencio antes de seguir hablando.
- Para acceder a enseñarte, yo siempre pongo como condición que se me traiga un mesero de buena reputación.
Era evidente que me hacía mayor y necesitaba una persona dispuesta a abandonar todo lo que conoce para permanecer conmigo hasta mis últimos días. Que limpie mi casa, que me cuide y lo más importante, que cocine bien. Era lo que más había apreciado con el paso del tiempo, la buena comida. Y desde que estaba sólo, era una pena de la forma con la cual me alimentaba. Necesitaba alguien, de eso no hay duda, y sobretodo ahora, que quizás me decida a ayudar a este muchacho.
- ¿Conoces mis gustos...?
Aquello sí que sorprendió a Bedwyr. Había esperado cualquier prueba, desde combatir con un dragón a traer una planta del fondo del mar, o subir a una montaña a por una reliquia guardada por trampas. Pero se quedó atónito cuando lo que le pidó el hombre no fue nada de eso, sino un simple ¿criado?
Cuando logró rehacerse de su sorpresa, consideró un instante hacerlo él mismo. Sabía cocinar y limpiar, y podía encargarse con facilidad de aquellas tareas. Sin embargo, aquello no le dejaría tiempo para el aprendizaje, y no había recorrido kilómetros solo para hacer labores del hogar.
Sacudió la cabeza, y preguntó:
-¿Quieres que te traiga... un criado? -dijo, sopesando si se trataba de algún tipo de acertijo o broma- Supongo que podría ir a la ciudad más próxima y ver si alguien está interesado en la oferta. No, no conozco tus gustos. ¿Qué clase de criado necesitas? ¿Tiene que tener algo especial? Y, ¿Cuánto le pagarías?
Bedwyr ya estaba rumiando cómo iba a contratar a alguien así. Esperaba que el hombre no quisiera nada difícil de encontrar, sino simplemente un sirviente doméstico.
Cuando Bedwyr pronuncia la palabra criado, asiento con la cabeza con ilusión.
- ¡Exacto! ¡Lo has entendido muy bien!
Señalo la barca con el bastón que uso para sujetar mi pesado y viejo cuerpo.
- ¡Vale! ¡Entonces, ve a buscarlo en tu barca! Y dejo a tu criterio el tipo de persona que creas conveniente para ese trabajo. Y la cantidad a pagar por sus servicios.
Y vuelvo a mi posición recta e inmutable, mirando al mar, en dirección a la barca.
El extraño anciano se puso a mirar al infinito sin darle mucha información a Bedwyr, en lo que claramente era una despedida. Bedwyr nunca había contratado a un criado, pero había tenido trato con los del Castillo y creía saber algo del tema. Habría que improvisar, un Caballero debía estar preparado para cualquier situación.
-De acuerdo. Le traeré un criado, espero que sea lo que necesitas. No sé cuánto tardaré, pero no creo que más de una semana.
Dicho lo cual, recogió sus cosas y volvió a la barca. Remó hasta alejarse, y siguió hasta que llegó por fin a la costa. Sacó la barca del agua, la ocultó entre la vegetación de la orilla de tal manera que fuese difícil de encontrar, y se puso la armadura. Se sintió mucho mejor con ella puesta, capaz de todo.
Sin más, recogió su fardo y comenzó a andar hacia la ciudad más próxima.
Cuando Bedwyr se alejo con la barca, pensé en voz alta.
- Si no tienes el corazón puro, no podrás encontrar a la persona indicada. ¿Cuales serán los motivos que te han traído aquí? ¿Serán oscuros? Tienen que ser oscuros...
Y me quedé allí, disfrutando de la briza del mar, del calor de la mañana, de la tranquilidad que me daba el meditar mirando al mar. Era una persona afortunada y posiblemente también un maestro afortunado. Lo descubriré con el tiempo.