El día amanece y los tres nuevos compañeros se van despertando poco a poco, y se reúnen en la misma mesa donde habían cenado, para desayunar, antes de partir de viaje. El día se presenta claro, sin restos de nubes, y con una temperatura agradable. Todo parece tranquilo, y Mlu ha recuperado parte de sus fuerzas tras un sueño profundo.
Después de poner el desayuno, me siento a disfrutar de mi último desayuno en nuestro hogar. Pero apenas me da tiempo a sentarme cuando Mlu ha terminado casi todo lo que le he puesto. Ni siquiera se ha esperado a que me siente, y eso me molesta bastante.
- Comes mucho... - comento por lo bajo. Y cuando Mlu se para en seco para comer más despacio, le digo. - ..no seas tan fina... vale... no te preocupes. Mirarte mientras comes, no es lo más interesante que he podido hacer en mi vida...
Los últimos comentarios de Cirem me enfadan. Me acabo de levantar, feliz, descansada, con fuerzas, y lo último que me gustaría es que un estúpido me jodieran el día. Dejo el pan caliente sobre mi plato y lo desafío con la mirada.
- ¡Ciram! Pues no mires.
Termino mi último bocado y me dispongo a recoger mi ropa que dejé cerca de la chimenea. La toco y la encuentro seca. Perfecto. Me salgo fuera de la casa para cambiarme.
- Recordar que soy una chica.
Dije antes de salir por la puerta.
Dejo los ojos en blanco y me salgo fuera. A pesar de que es temprano ya empieza a calentar, por lo que supongo que va a ser un día caluroso como pocos. Suspiro pensando en lo mucho que voy a echar de menos aquellos bosques y aquel camino en el que tantas cosas he vivido. Miro al cielo, dándome cuenta de lo bonito que está, y entonces agito la cabeza.
-¿En qué estás pensando, Uriel? -me digo en voz baja a mí mismo. Es cierto que aquel ha sido mi hogar durante mucho tiempo, pero en el fondo de mi ser yo sabía que aquello era algo provisional, por lo que me doy la vuelta y vuelvo a entrar en casa deseando que Mlu esté vestida, no quiero tener que aguantar sus remilgos de señorita.
-¿Ya estáis listos? Es hora de irnos, recordad que tenemos que pasar por el mercado para abastecernos de víveres.
Me dirijo a la mochila que he dejado preparada la noche anterior y me la cargo al hombro, no es demasiado pesada y no sé si eso es bueno o no, pero tampoco me preocupa, si necesito algo ya lo conseguiré en el camino.
-Venga, en marcha -trato de apremiarles.
Recojo mi mochila del suelo, y me la pongo en el hombro derecho. Cojo el cinto, donde tengo la funda de la espada, rota y descolorida, y me la coloco, junto con mis bolsas de cuero donde guardo unas monedas y alguna que otra semilla y hojas secas de plantas medicinales y para condimentar la comida. Miro Uriel y me apremia. Salgo de la casa sin mirar a Mlu.
- Vamos, yo ya estoy listo. Mientras antes comencemos el viaje, antes terminaremos.
Cuando Uriel y Cirem entran de nuevo a la casa, yo ya estoy vestida con mi ropa, seca y con un olor característico de la leña de encina quemada. Me agradaba ese olor, así que sonrío. Me cuelgo mis bolsas de cuero al cinto que sujetaba mi pantalón y salgo de la casa detrás de Cirem.
- Alegra la cara Ciram, que nos vamos de excursión. ¡Como en los viejos tiempos!
Decido ignorar los comentarios de Cirem y de Mlu, ¿alguna vez se aprenderá el maldito nombre de mi amigo?
Caminamos hacia la ciudad, y los guardias nos dejan entrar sin problemas, a pesar de que saben que somos unos ladrones de poca monta, como no solemos meternos en líos gordos, nos ignoran. Por eso y porque siempre que podemos les hacemos participes de nuestro botín.
-Mlu, toma unas monedas -le digo tendiéndole algo de dinero-para que compres algo de ropa para el viaje y de comida, nosotros vamos a ver que encontramos por otro lado -sé que a Cirem no le va a hacer gracia que le de dinero a Mlu, pero es la única forma de librarnos de ella y poder robar sin molestias. Aunque no me importe viajar con ella, robar sigue siendo cosa de dos, no creo que puediera hacerlo con alguien que no fuera Cirem.
Cuando nos libramos de ella, él y yo nos miramos en busca de una víctima, entonces encuentro una perfecta, una joven que va con su ama y que van ricamente ataviadas.
-Cirem, ¿qué te parecen esas dos? ¿Tú las entretienes con tus galanteos y yo me apodero de su bolsa?
Cojo las monedas que me ofrece Uriel, y lo miro.
- Que no te engañe mi apariencia. Tengo dinero, vengo de una familia adinerada. Pero agradezco tu gesto.
Guardo las monedas en uno de mis bolsitos de cuero de mi cinto, y me giro sobre mis pies.
- Me voy a dar una vuelta. Portaros bien.
Y desaparezco entre la gente del mercado.
Una vez que Mlu se ha ido, me siento más tranquilo. Caliento mis manos frotándolas con fuerza, y una sonrisa acude a la comisura de mi boca. Observo el mercado. La calle empedrada está llena de paja, como de costumbre, algún caballo tirando de un carro pasa de vez en cuando y algún jinete que quiere alardear de que sabe montar en un hermoso caballo. Los puestos serpentean por la calle sin ningún orden aparente, y los habitantes del lugar, los llevan con ruidos y bolsas de mimbre llenas de fruta fresca y hortalizas.
Paseando con Uriel, preparado para hacerme con algún bolsito de cuero lleno de oro, me llama la atención sobre dos posibles víctimas. Asiento con la cabeza.
- No creo que sea ningún problema.
Cambio mi forma de andar, mi expresión y mis gestos. Intentando aparentar un galán, un hombre adinerado que pasa por una mala racha o que viene de un largo viaje. Cuando estoy a escasos pasos de las dos protagonistas de nuestro hurto, un revuelo llama mi atención. Y no sólo la mía, si no la de todo el mercado.
Una joven rubia, ataviada con un peto de cuero ligero y corto, y un pantalón también de cuero que llega por encima de las rodillas, cabalga a lomos de un caballo a toda velocidad, entre medias de la gente que se aparta como pueden para no ser atropellada. Detrás de ella, van dos alguaciles en sus respectivos caballos, portando su armas al grito de "¡Detente!". Pasan tan rápido delante nuestra que no me da tiempo a entretener a las dos jóvenes, ya se entretienen ellas con el espectáculo de la jinete y los soldados.
Aquella distracción me hace sonreír, miro a Cirem y le indico que él se acerque a la señora, que es la que está más cerca de él, mientras yo me acerco a la joven. Empujando a la gente, logramos colocarnos tras ellas y, antes de que se puedan dar cuentas, dos pequeños sacos repletos de monedas de oro y plata están en nuestros bolsillos.
-Buen trabajo, Cirem, deberíamos agradecer a esa muchacha su aparición, gracias a ella hemos obtenido un buen botín sin apenas esforzarnos -sonrío.-¿Qué hacemos ahora? ¿Buscamos a Mlu y nos ponemos en camino?
El trabajo había sido perfecto. La distracción unida a nuestras habilidades y destrezas manuales, nos había hecho con unas bolsas de oro y plata. Era evidente que esto era lo nuestro, y que por supuesto, sólo robamos a los que tenían. Una vez alejados de las dos víctimas, le respondo a Uriel.
- Si, deberíamos irnos, parece ser que hoy la cosa está muy movida en la Ciudad. Busquemos a Mlu y larguémonos de aquí. Ya tenemos lo que habíamos buscado. En otro lugar donde nos conozcan menos, quizás nos podamos a parar armas y demás cosas.
Asiento y nos mezclamos entre la gente buscando a Mlu hasta que, por fin, la encontramos.
-Mlu, eh, Mlu, es hora de irnos de aquí -le digo mientras le hago señas con la mano.
La mañana había dado sus frutos, si no llega a ser por la mujer rubia en su caballo, fuese sido incluso divertida. Había comprado una bolsa de ajos secos en grano, un par de piedras de carbón duro, arena absorbente (me habían asegurado que esas piedras que apenas ocupaban la palma de su mano, eran capaces de absorber hasta 1 litro de agua), y demás productos necesarios para realizar mis tareas.
Cuando estaba simplemente paseando, veo a Uriel llamando mi atención. Me dirijo hacia él entre la gente.
- ¿Ya habéis terminado? Yo ya tengo todo lo necesario.
-Sí, es hora de ponernos en marcha, ¿por dónde tenemos que ir?
Saco mi brújula y la observo detenidamente.
- Tenemos que ir hacia allí, en dirección al Monte Apyr, al terrible Monte Apyr.
Guardo la brújula y miro a mis dos nuevos compañeros.
- Ahora será menos terrible, gracias a vosotros. Calculo que allí hay una pieza de la armadura del Grifo. Así que... pongámonos en marcha. ¿Habéis conseguido algún caballo o algo para el viaje? ¿O vamos a ir a pie?
Miro a Mlu y me encojo de hombros.
-Hoy no había buenas monturas -respondo. La verdad es que con todo el jaleo tampoco nos hemos ocupado de mirar a ver si nos podíamos hacer con algún caballo, y con el oro robado tampoco nos daba para comprar ni una mula vieja, así que nos tocará ir a pie. -Pero no te preocupes, en el siguiente pueblo que paremos a lo mejor podemos encontrar algo. Además, caminar es un buen ejercicio, y creo que a todos nos vendrá bien movernos un poco. Así que...al monte Apyr -digo en voz baja -bueno, no es un destino perfecto para ir de vacaciones pero supongo que en él podremos encontrar buenas aventuras -"y recompensas", añado para mí mismo después-. Venga, Cirem, alegra esa cara, ¿no te gusta caminar?
Estoy de muy buen humor, por lo que enseguida me pongo a la cabeza de aquel extraño grupo de viaje y comienzo a silbar una alegre melodía mientras evito a la gente que se pone en mi camino.
Sonrío a Uriel de una forma falsa y desesperada. No estaba de humor, aunque suponía que con el tiempo sea costumbraría a la presencia de Mlu. Y la idea de ir a andando...
- Me agrada caminar, es más, es lo único que he hecho en los últimos años. Hace mucho que no monto un caballo. Pero he de decir, que si no encontramos pronto uno... en fin... una cosa es andar kilómetros por el camino buscando un desvalido carruaje, y otra muy distinta es recorrer una gran distancia en busca de un monte... - miro a Mlu y entrecierro los ojos - ¿Terrible?
Resoplo. Era increíble la fantasía que tenía siempre Mlu. Es más, ahora estaba yo y Uriel siguiente una de ellas.
- Que le vamos a hacer, supongo que andar, como bien dices, Uriel, nos vendrá bien. ¿Cuanto tardaremos en llegar? ¿Nos pilla algún pueblo o ciudad por el camino?
- Ciram... Ciram... Ciram... como bien dice Uriel, no te quejes tanto. Siempre has sido un quejica y el tiempo no te ha cambiado.
Saco mi brújula y la observo detenidamente.
- Pues, exactamente hay hasta llegar al Monte... - Miro más de cerca la brújula. - No tengo ni idea. Esta brújula indica donde están las piezas de la armadura, no las distancias.
La vuelvo a guardar.
- Pero según mis cálculos, por los mapas antiguos que tenía mi padre, apostaría que en una semana, a paso de Ciram, llegaremos a nuestro destino.
Y sonrío alegremente. La ilusión de Uriel se me estaba contagiando.