Partida Rol por web

Morsov escuchaba el fuego láser ser disparado, las detonaciones de los lanzagranadas y las ordenes que volaban en forma de gritos como quien escucha una cacofonía incesante. Se frotaba un ojo con los nudillos mientras que observaba como los varangianos compartían su estado de ánimo. Se les notaba nerviosos y miraban todos en dirección al gran portón aferrándose a sus armas con tal fuerza que los nudillos se les emblanquecían. Las miradas intercalaban entre el sargento y la puerta, un pensamiento colectivo pasó por las mentes de todos e Yngvarson no pudo aguantar más. Suspiró y escupió al suelo.

—¡Muy bien, suficiente! ¡Hombres de Varangia, nos movemos a las puertas! ¡Preparad las granadas y con las escopetas a punto para recibir a los herejes...! ¡El fuerte no debe ser tomado!

Y tras esto, se aferró a sus armas y empezó a correr a toda velocidad en dirección al exterior de la muralla norte. Donde la carnicería estaba pronta a comenzar.

Una nueva descarga del Acechante trituró la sección de la muralla en la que se refugiaban Orrin y a su camarada, y el sargento quedó atónito cuando, al acabar esta, vio que el pulso del operador se mantenía. ¿Había fallado también su diagnosticador personal? Era casi imposible que alguien sobreviviera a una ráfaga directa como la que acababa de castigarle, y sin embargo, ahí estaba. Era una lástima que todo fuera a acabar de aquella manera. 

Con la muñeca de la mano derecha apoyada en el antebrazo de la izquierda, disparó y sonrió al ver el destello rojo que escupió su pistola impactar contra el piloto del vehículo. La alegría no duró mucho, pues pese al impacto, el cabrón había sobrevivido. El gigante mecanizado se tambaleó lo que tardó en recuperar el hereje el control, y cuando lo hizo, se irguió sobre sus seis patas y le encañonó directamente a él. Krause maldijo entre dientes, sabiendo lo que iba a ocurrir después, pero aun así disparó una última vez. El láser rebotó en el chasis y él, furioso por haber fallado a su escuadra y al Emperador, apretó una y otra vez el gatillo, mientras gritaba de rabia. 

Ya le tenía en la mira. Joder, le tenía... Pero aquella mole corrupta había sido más rápida que él, y aquello, junto con la tozudez del mancillado Espíritu Máquina de la batería, le había salido caro. Carísimo. Al ver como empezaban a brillar las bocas del multiláser, supo lo que le esperaba. Pero no cerró los ojos. Si le acertaba, lo afrontaría como un hombre. Lo que no esperaba es que fuera a hacerlo Albert. 

"Por primera vez le echas huevos" pensó, aún enfadado por sus cagadas con la batería, mientras le veía volar en pedazos, casi a cámara lenta... Y sentía, por su parte, los primeros impactos, volando por los aires y aterrizando por juntar aire en sus maltrechos pulmones. Aún aturdido, apenas fue consciente del humo que empezaba a escapar de su uniforme, indicando que las llamas le iban a devorar. Pero, de algún modo, supo que se moría. Que su final estaba cerca. Y mirando aquel cielo tan asqueroso, había que joderse. 

Pero allí, a lo lejos, estaban las estrellas. Y puede que más allá, Terra, y el Emperador mirándole mientras sangraba por él. Con un hilo de voz, sabiendo que no tendría mejor ocasión, musitó:

-Perdóname... todas mis ofensas y... Llévame a tu Gloria...

el enemigo se acercaba, el enemigo estaba acercándose a los alambres, aunque habían llegado una de las arañas y varios de los chuchos demoníacos, pero los penales parecía estar consiguiendo su objetivo por el momento, aunque el grueso estaba todavía de camino, y con los gritos de Don Manuel para que mis camaradas se preparen para lanzar una rafaga, algo que yo sigo con ferrea determinación hacía el enemigo que tengo delante.

Mientras Morsov y el resto de los varangianos corrían hacia la puerta, Jarl se fijó en una extraña figura renqueante que acompañaba a la chusma caótica. El psíquico razonó que debía tratarse de una parodia retorcida de uno de sus sacerdotes del Ministorum.

Sea como fuese, parecía gritar y berrear obscenas órdenes y expresiones a los soldados traidores. Mejor sería quitarlo de en medio. Completamente sintonizado con las energías del Empíreo en este punto, Jarl sólo tuvo que hacer un pequeño giro de muñeca para que varios relámpagos cruzaran la distancia que le separaba de su enemigo...

 -Te estás forzando demasiado, Jarl. ¡Vas a atraer a algún depredador de la disformidad como sigas así!

-Estimado compañero, cuando de verdad me fuerce lo notarás...

Y finalmente la sangre Tyviana se derramó en Alabastria una vez más.

Ciertamente a Onorato le sorprendía  que de entre todo el combate que se había dado hace un rato y el actual que se libraba que, las fuerzas de los granaderos apenas tuvieran sus primeros caídos. Dirigió su rifle una vez más hacia las hordas que marchaban contra el fuerte, a punto de disparar escucho un sonido característico, un silbido,  luego un destello y finalmente un estruendo.

Los herejes recibieron una vez más la lluvia de fuego de Tyvia. Almeyque le dirigió una mirada antes de volver a su posición de disparo.

[EN CONSTRUCCIÓN POR PROBLEMAS FORO]

Al ver lo que había logrado con su disparo, Reinhardt siguió apretando el gatillo una vez tras otra, pero no logró dar de nuevo en el blanco y sus disparos se perdieron contra el blindaje del tanque. Al menos logró que el piloto, más cauto ahora que había sufrido en su propia carne, maniobró el acechante para evitar mostrar la burbuja que hacía de cabina, con lo que la ráfaga de sus cañones se perdió también contra la torre y el cielo.

Tirado en el suelo, y apenas consciente de sí mismo pero recuperándose, el operador Orrin seguía herido de muerte mientras las llamas lo envolvían, aunque por alguna especie de milagro estas apenas crecieron y tan solo chamuscaron levemente su uniforme. Parecía que el Emperador todavía tenía planes para él...

Al verse librado de la mayoría de enemigos, Arrin pudo concentrar sus ataques en menos lugares, y por fin uno de sus espadazos logró acertar en uno de los soldados enemigos. El hereje quedó partido por la mitad ante la tremenda fuerza del especialista, tan imbuido de rabia como estaba.

Los Doblesueldos de las demás escuadras siguieron aproximándose, ahora con más cuidado y calculando sus disparos para evitar darle a Arrin o a su binomio, abatiendo a otros dos caóticos y dejando a un único soldado con vida. Aquella parte del fuerte estaba prácticamente tomada... si lograban acabar de una vez con aquél acechante.

La carnicería en el campo de batalla estaba siendo maravillosa: el señor de Ynestrillas no podía estar más satisfecho con el escenario que se veía a su alrededor. Los gritos, la miseria hereje, los cráteres, el olor, era como estar en casa. Uno de los poco ponderados beneficios de ser una escuadra de granaderos era lo sencillo que era soportar la morriña y el valor de la nostalgia: sólo hubiera necesitado una escudilla de olivas y un chato para que fuera la perfecta sobretarde.

-¡A MI DIESTRA! ¡GRANADA DEFLAGRADORA! ¡CAAAAAR-GUEEEEEEEEN!

Hizo el gesto con la espada, y decenas de manos al unísono comenzaron a cargar de nuevo el lanzamisiles auxiliar con la presteza que concedían innumerables entrenamientos y disciplinas. Ni siquiera tuvo que seguir la doctrina de "fuego inteligente" ya que el resto de los regimientos estaban aplicando ya su fuego láser hacia la masa; y era algo que agradecer, pues el sargento podía ser hombre valiente, pero no era en especial intelectual o imaginativo, y su opinión es que las estrategias y procedimientos estaban ahí para algo.

-¡A MI SINIESTRA! ¡GRANADA DEFLAGRADORA! ¡CAAAAAR-GUEEEEEEEN!

Bajó de nuevo la espada, una vez ambos regimientos hubieron recibido las instrucciones solicitadas y procedieron a ello, ahogándose algunos gritos de las bajas por el torrente de los ruidos más inmediatos de las recargas y los dispositivos.

-¡MANTENGAN MANIOBRA! ¡DISPAREN A MI SEÑAL! 

Levantó la espada.

-¡FUEGO!

Las granadas volvieron a arrancar simultáneamente de cientos de armas por el campo de batalla, dirigiéndose de nuevo hacia los espacios en que podían causar un mayor daño a todas las unidades, esta vez la metralla dando lugar a combustible, ambas dos compitiendo en muertes miserables y causa de gran regocijo contra unidades enormes.

-Campeador, fuego contra esos perros, tenme a bien. Cubre a la penalería.

Comentó de una manera más casual al ogrete que estaba a su lado. Podría haberlo enviado ahí abajo, pero consideró que no mantenerlo entre sus filas hubiera hecho un efecto negativo... y además prefería tenerlo cerca por si el enemigo llegaba hasta allí. Era su prerrogativa como oficial.

Esta vez fueron los disparos de Lascaris los que fallaron y los de Andre los que abatieron con precisión a un par de enemigos, un par de bajas más en las ya cuantiosas que acusaba el bando caótico. Pero aun así, no dejaban de cargar mientras disparaban.

Los disparos de los drafelivanos se cobraban aún más víctimas, aunque la verdadera aportación de su regimiento fueron los que llevaban las armas especiales y pesadas. El segundo blindado enemigo se movía en zig zag por el campo de batalla, pero aunque esto lo hacía ser más difícil de impactar, también hacia que apuntara peor, y sus disparos se perdieron en la nada. Además, no sirvió de nada, pues de nuevo tres bolas de plasma dieron de lleno en él, la primera destrozándolo en el sitio y las otras dos dándole el golpe de gracia al hacerlo estallar en pedazos.

A la orden de Ynestrillas, los tyvianos sembraron la muerte de nuevo, esta vez una de fuego. El hecho de recargar y disparar con tanta presteza les impidió apuntar correctamente, pero no por nada eran veteranos y expertos en lo que hacían. Los explosivos cayeron casi del todo sobre la horda enemiga y detonaron, llenando el campo no de metralla, si no de llamas. De nuevo, multitud de cuerpos quedaron destrozados y muchos más cayeron abrasados, entre ellos el último de aquellos predicadores.

Otra serie de relámpagos de poder puro salieron de la mano de Jarl Brotinn y abrasaron también al último oficial enemigo, dejando unos restos carbonizados y humeantes que en nada se distinguían de los de sus hombres. Los legionarios penales que no estaba ocupados con las bestias y los tiradores devotos, sin más objetivos destacables, sumaron sus disparos sobre la masa ardiente del enemigo, llevándose a varios por delante.

Y a pesar de todo aquél castigo, los herejes seguían adelante. Más drafelivanos y granaderos cayeron, así como Hienas, e incluso algunos varangianos que, liderados por su sargento, salían en ese momento del fuerte para abalanzarse ellos sobre el flaqueante, pero no derrotado todavía, enemigo.

Al pie de los muros, la carnicería sembrada por aquellas bestias continuaba, abriéndose paso a través de las ligeras protecciones y los cuerpos de los penales como si fueran papel, esquivando los ataques que estos les devolvían. El legionario McKnife logró evadir el zarpazo cuasi mortal que iba a recibir, pero su hacha tan solo hendió el aire, pues la bestia logró evadirlo. Del mismo modo, la estocada de la comisaria Kriemhild quedó en tan solo un elegante movimiento cuando la criatura se hizo velozmente a un lado.

Aquellos escurridizos monstruos tenían pinta de ser un verdadero peligro, mucho más que el de la clamorosa turba que se les echaba encima de forma tan caótica como los oscuros dioses a los que servían.

Su espada era muerte para sus enemigos. Varios rayos láser habían acabado con unos pocos enemigos, pero él estaba seguro de que la mayoría habían caído por sus espadas.

Centró toda su atención en el último hereje, levantando la espada y preparado para descargar el golpe. Su binomio hizo lo mismo, los dos dejando un segundo de pausa para disfrutar del momento y ver el miedo en la mirada del hombre herético.

Sus espadas bajaron y subieron como guadañas, segando la vida del hereje.

Arrin se giró y vio otras figuras disparando hacia él, agachó la cabeza y se dispuso a embestir con la espada por delante.

Como poco esas bestias suponían un peligro mayor en la actualidad, los tanques habían sido destruidos de manera eficiente por los drafelivianos, pero ahora les tocaba lidiar con los peludos amigos de los herejes. Nereida vio con horror como ambos canes evitaban con insultante facilidad los ataques que les habían dedicado, dejando a la comisaria con un regusto amargo en la boca y tensando la mandíbula.

Le mostró los dientes al perro de mierda y no dudó en intentar engañar a la bestia antes de atacarla. Por desgracia la finta no fue ejecutada como debería haber sido, y se imaginó a su instructor de esgrima saltándole los dientes de una bofetada. Gruñó algo y arremetió contra el mastín del caos. Si esta vez no evitaba su ataque, estaba segura de que acabaría con él... ahora solo faltaba eso, que el Emperador velara por ella.

Cuando la ráfaga que el Acechante le dedicó se dispersó a su alrededor, Reinhardt dio las gracias al santo patrón que daba el nombre a su escuadra por haberle protegido. Respiró hondo, flexionó las piernas y clavó los pies en el suelo. No había otra salida, pues no pensaba dejar atrás a Orrin. El operador estaba al borde de la muerte y se negaba a rendirse, y él, que la tenía enfrente y la miraba de tú a tú, tampoco pensaba hacerlo. Los lores y los comandantes habían tenido a bien mandarles a aquella misión suicida, y actuaban en nombre del sagrado Emperador. Su suerte estaba echada. 

—¡Orrin! —gritó, por el enlace, mientras con los dos ojos, biónico y orgánico, perseguía la cabina expuesta de la araña— ¡Aguanta!

De lo concentrado que estaba en su objetivo, ni siquiera se había percatado de los refuerzos que habían llegado para ayudar al especialista. Exhaló un suspiro largo, dobló el brazo izquierdo frente al pecho y volvió a apoyar la muñeca de su mano derecha sobre la zurda. Torció la cabeza, aguantó la respiración y disparó. El disparo rebotó contra el chasis y se perdió en el cielo, pero a diferencia del disparo que había precedido a este último, el sargento mantuvo la calma y aguardó una nueva oportunidad, si el Emperador tenía a bien concedérsela. 

El maldito perro esquivó el hacha de McKnife y le lanzó una dentellada directa a la cadera que esquivó por pura suerte al tropezar con una piedra suelta en aquel erial de mierda al que le habían mandado para que muriera. Desastre volvió a asir su hacha del cuerpo de bomberos contra la cabeza del bicho con tino, si ese bicho no se apartaba le iba a partir el cráneo.

Sin embargo, por mucho que el dolor hubiera desaparecido momentáneamente por la saturación de su sistema nervioso, no tardó en hacerse notar, con la horrenda sensación de saber que aquel olor a quemado correspondía a su cuerpo y sus ropas, que poco a poco iban cediendo al fuego. Debía apagarse, pero algo en su mente no acabó de encajar, probablemente algún primitivo impulso de huida, y en su lugar empezó a arrastrarse por el lugar, empezando a balbucear cosas ininteligibles que sin duda pronto se convertirían en alaridos conforme el fuego ganara la batalla. 

No había terminado de enfriarse del disparo anterior que Shan Dianqiú había disparado de nuevo y ahora apuntaba para volver a hacerlo una vez más. La expulsión de gases de refrigeración comenzaba a ser tan abundante que pitaba bajo la presión al escapar pos los conductos del arma y su mochila de carga, alumbrando de azul plasma al drafelivano lo cual no era la mejor señal cuando se operaba con ese tipo de armamento..

- ¿Qué te ha parecido? Ahora sólo quedan todos los demás -articuló mientras apuntaba, esta vez hacia las huestes traidoras que se acercaban-  Tengo suficiente para un disparo más, Huohasai, creo que nuestros colegas en tierra se merecen ese riesgo.

Cayó entonces en la cuenta de que, aunque los acechadores hubiesen caído, aquellos perros monstruosos se habían lanzado a la carrera y repartían garrazo y mordisco sin reparo alguno por su propia vida, la mismísima sargento de los penales que había sido tan educada con su regimiento se batía como una fiera con su espada sierra pero no parecía tenerlas todas consigo.

- Tobirisianos, compañeros de almena -les preguntó con su acento casi diciendo su gentilicio bien- ¿Creeís que podríais acertar a esos monstruos? Yo lo haría encantado pero el plasma no distingue y mi puntería no es buena, de allí que mi secreto sea siempre disparar a lo más voluminoso que haya, jejejejejé.

Jiang Li apartó la vista del Acechador derribado con una sonrisa satisfecha y centró su arma laser en el perro que estaba a su alcance, moviéndose entre los penales que estaban situados a la derecha de la puerta. Ese ser parecía ser peligroso en aquella situación, y desde luego más rápido que los herejes que avanzaban entre el fuego de los Tyvianos y los disparos de sus aliados. Quiso tener cuidado de al menos no dar a los hombres, criminales, que estaban ahí abajo, al fin y al cabo eran la barrera que tenían antes de que esos seres cuadrúpedos decidieran encontrar un nuevo objetivo.

Parecía que los imperiales habían conseguido cierta ventaja. Pero algunas de aquellas infectas alimañas habían alcanzado las líneas imperiales. Los penales, liderados por la comisaria Kriemhild, estaban atrapados en un brutal cuerpo a cuerpo.

¡Tenemos que ayudarles! No esperaba que los soldados adyacentes le hiciesen caso, pero no puedo contenerse. En Varangia se decía que todas las vidas tenían igual valor, así que Jarl entrecerró los ojos y proyectó un par de rayos hacia los perros mutados por el Caos...

Apenas asomarse a través de los portones, el fuego enemigo fue recibido y varios zapadores cayeron. Los varangianos saltaban sobre los cuerpos de los caídos y solo alguna que otra pisada llegó a tocarles. Morsov guiaba a la cabeza de la carrera mientras que iba escupiendo ordenes a toda velocidad. Si seguían allí lo iban a pasar muy mal. Miró por encima del hombro a los penales de Kriemhild mientras que corría al otro lado. Encargarse de aquellas bestias mutantes era solo un abreboca. El plato fuerte se avecinaba, hirviente, desde el norte.

—¡Zapadores, todos al flanco derecho. Todos detrás de los alambres y dando fuego de apoyo a la carne de horca! ¡El enemigo se aproxima!

Otro de los inmensos tanques había caído con fuego Drafelivianos, pero aún así los herejes no detenían la marcha, en especial los sabuesos que ya se encontraban batallando con los penales de Kreimhild.

Onorato quiso dirigir el fuego una vez más a la hordas, sin embargo las explosiones recientes le dificultaron tal acción, y no pudo hacer nada más que esperar para obtener así un tiro limpio.