Partida Rol por web

- Suegro, ese de allí -le preguntó Huohuasai mientras le señalaba con el dedo a las alturas de la fortaleza- , ¿le ves?

Shan Dianqiú entrecerró los ojos y echó el cuello para delante, no del todo seguro de a qué le apuntaban allá en la muralla donde había tantos enemigos; le fue imposible discernir nada relevante en esa dirección hasta que una extraña figura de rojo agitó los brazos en medio de un apasionado cántico, captando por fin la atención del drafelivano.

- Sí, sí; le veo ¿por qué? -preguntó algo extrañado ante la determinación de su yerno. Se giró para mirar bien a aquel enjuto personaje de ojos de lobo y bastó con que le devolviese la misma mirada con la que había pedido la mano de Baozhai para saber que estaba seguro, absolutamente convencido de lo que decía- Hrmmm... Está bien, está bien; veamos si podemos darle un poco más de consistencia a la mezcla ¿te parece?

El azul neón volvió a alumbrar y señales lumínicas comenzaron a saltar en secuencia sobre la superficie del cañón, avisando de la creciente inestabilidad del plasma. Con un chasquido se abrieron las exclusas de ventilación del contenedor a sus espaldas, exhalando vapor a presión, silbando cada vez más fuerte hasta que a Shan Dianqiú le pitaron los oídos.

Cuando por fin liberó aquella esfera de energía contra la fortaleza tuvo que dar un par de pasos para atrás y tomar aire mientras los sistemas se reiniciaban. Iba a a hacer comprobaciones cuando su yerno le apretó el hombro para mostrarle los resultados del disparo, que serían evidentes en cuanto se dispersasen los efectos de la explosión.

Desastre siguió recogiendo carrete hasta que escuchó la explosión de la granada por encima de él. Con una sonrisa, saltó por encima del borde de la muralla y se parapetó tras la batería, todavía humenate por la granada que acabó de explotar. Sin dejar de moverse, cogió el lanzallamas que colgaba de su cinto.- ¡Recoge los cables!- le gritó a 34, que venía detrás de él.

Se asomó por encima y vió todos los defensores de la muralla al alcance del besito de la abuela McKnife y no lo dudó. Sujetó el lanzallamas contra su cadera y, riéndo como un maníaco, vomitó un torrente de llamas contra los soldados del caos.

Su hermano y su sargento ya habían desaparecido en la parte superior de la muralla, y un revelador fogonazo le dijo todo lo que necesitaba saber medio segundo antes de que empezara a escucharse el comienzo de lo que se avecinaba como una muy emocionante batalla para Arrin. Por debajo de él sonaron varios disparos y pudo ver que Dietlinde estaba a punto de empezar con la diversión. - ¡Maldita sea, dejadme alguno!¡No pienso fallar al Emperador y a sus santos! - susurró, subiendo con gran velocidad gracias al fervor de su voluntad y a la firmeza de sus músculos.

Si había algo que por nada del mundo quería perderse Arrin, era el combate. Se había quedado en tierra de nadie, en medio de la parte de arriba y la de abajo, y ahora era el único sin oponente. Aquello no era justo.

Por su mente había pasado incluso dejarse caer y cargar contra el soldado del caos que había disparado a su compañero, pero sería quitarle una pieza a su amigo y no le iba a hacer ése feo. Subiría y se buscaría su propia pieza.

Y dicho y hecho, en apenas unos pocos segundo estuvo arriba, encaramándose de un grácil salto gracias a la potencia de sus músculos mejorados cibernéticamente. Al llegar arriba, vio como su hermano cargaba contra un enemigo todo plumas, fuerza e ira imperial él. - Ah hermano, tú siempre tan entusiasta. - 

Miró al enemigo que había al otro lado y posó su mano en la coquilla que apuntaba hacia el mismo.... - ¡Me vais a comer ésta, perros! - 

El Ogrete estaba furioso, le había fallado a su Capitán incumpliendo una orden directa, no había acabado todavía con su enemigo. Este zumbaba como una mosca a su alrededor evitando cada uno de sus ataques, el Ogrete le aplastó de un manotazo contra la pared arrastrándole por el casco contra el muro de plastiacero, sin embargo el hereje le hizo un corte superficial en le brazo para liberarse sin sufrir daño alguno. Como un animal enjaulado y sin que el combate avanzase Campeador sacó una granada de fragmentación dejándola en su mano torpe, si lo le quedaba más remedió la usaría aunque el mismo sufriera daño en el proceso.

Jiang Li Fhang se arrastró por aquel cráter producto de la artillería hasta poder asomarse por el borde de este, apuntando al soldado hereje con lanzamisiles que había visto desde el Chimera y había intentado darle. Se tomó un segundo para equilibrar su pulso y junto a su hermano abrió fuego sobre la posición del enemigo una vez el rifle de plasma empezó a calentarse lo suficiente, y los ardientes proyectiles salieron por la boca del arma que empezaba a liberar algo de vapor a los lados.

-Vamos, Omnissiah, guía mi mano…

Nereida terminó por superar el ultimo tramo de la muralla y con un salto se puso sobre la torre. Al hacerlo, miró un segundo atrás y le hizo un saludo militar al Sargento Tyviano que le acababa de despejar el camino con aquel certero tiro - ¡VAMOS HIENAS! ¡SEGUID ASCENDIENDO! - animó a sus tropas mientras confiaba en que el otro comisario hiciera lo propio y subiera con ella para prestarle apoyo. 

Con un rápido vistazo detectó a uno de los enemigos prioritarios para ella, los predicadores. Alzó su pistola casi sin tiempo para apuntar y disparó un proyectil bolter que se desvió demasiado de su trayectoria. Nereida entrecerró los ojos algo frustrada por tanto fallo que estaba cometiendo. Aquello era imperdonable. 

Estaban listos. Arriba, con el enemigo aturdido y listos para destrozar sus miserables vidas. Seguramente no esperarían que aquel soldado estrafalario cubierto de plumas y adornos en colores chillones acabara con ellos... Pero eso a él le importaba poco. Tampoco es que ahora mismo fueran a ver nada más allá del fogonazo, cosa que le importaba algo más, pues había algo satisfactorio en ver los rostros de sus enemigos al reconocerle y morir. Pero bueno, trabajo es trabajo.

-¡Albert, vamos a por él! ¡Ese cacharro tiene nuestro nombre!-ordenó con una alegría salvaje, mientras el montante casi volaba hasta sus manos. No tuvo que dar ni dos pasos antes de tener "a tiro" a uno de aquellos bastardos-¡come acero imperial, hideputa!

Reinhardt miró a Gunther y asintió, casi a la vez que la granada fotónica lanzada por Orrin estallaba e inundaba de luz aquella sección de la muralla. El momento había llegado. Sobraban las palabras. Detestaba empezar el combate en esa situación, con su escuadra desparramada a distintas alturas, pero el tiempo corría en su contra y más pronto que tarde iban a perder la iniciativa. Tampoco podía culpar al operador: él estaba tan ansioso por empezar la carnicería como él. La toma de las baterías, pues, recaía sobre ellos cuatro, al menos hasta que los demás pudieran terminar la escalada.

El sargento saltó la almena, y avanzó con cautela conforme desenfundaba su montante, intentando llevar la cuenta de los enemigos que veía sin que eso le impidiera saborear el momento. Cuando por fin se colocó a la sombra de la batería que miraba al oeste, destajó un golpe al traidor que permanecía allí, todavía desorientado. 

—¡Por el Emperador! ¡Victoria o muerte!

La batalla iba según lo planeado...varios humanos que no tenían nada y estaban en un regimiento penal habían ofrecido lo único que les quedaba: su vida.

Por otro lado, el flanco izquierdo donde estaban ellos estaba prácticamente limpio del Enemigo... y Mesut no era nadie para ordenar un avance de posiciones, por mucho que hubiera estado cantando los objetivos, sólo era un soldado más. Para evitar problemas dejó de cantar los objetivos y dio la instrucción que le pareció más adecuada:

-¡Fuego a discreción!-y que las balas guiadas por el Emperador y san Tabris decidieran. Era lo más inteligente, estaban bien situados a pesar de las cortinas de humo y podían ver gran parte de la batalla...que cada uno se cobrara la víctima que pudiera.

Mesut observó a un predicador del caos*, un sucio hereje que puso bajo el punto de mira de su láser y disparó...sin demasiado éxito.

Esa es mi señal pensó Jarl cuando se escuchó la detonación de las cargas.

Sin muchos objetivos a la vista después de que los Zapadores volaran la torre este, corrió hacia la alambrada, esperando el próximo movimiento del resto del regimiento mientras ignoraba las funestas predicciones y los lamentos de Snarl.

Seguramente el resto de los varangianos intentarían avanzar por la brecha y él los seguiría. Por ahora todo va según el plan susurró para sí mismo, agradablemente sorprendido por una vez.

Una serie de sucesos acabaron por decidir la batalla para los fieles al Emperador. Primero, el solitario McKnife logró llegar a lo alto del muro, y, situado tras la batería de la izquierda, apuntó el cañón de su lanzallamas modificado. Una enorme llamarada verde cubrió la parte izquierda de la muralla por completo, abrasando a los pocos que quedaban defendiéndola. Intentando salvarse de las llamas, los soldados enemigos se acercaron demasiado al borde del muro, algo que los fusileros tyvianos no desaprovecharon.

Salva tras salva, el disciplinado fuego láser del 58º acabó con lo que quedaba del enemigo en los muros, incluyendo uno de aquellos sacerdotes de capucha roja, aunque el otro logró evitar los disparos e incluso quedar prendido en llamas, aunque el fuego había lamido su ropa y su cuerpo con voracidad, y la receta especial de la abuela McKnife no se despegó de él, quemándolo aún más y obligándolo a moverse con lentitud.

Los tiradores de los Devotos cambiaron de posición de manera gradual, unos cubriéndo el avance de los otros, para luego repetir la operación, aunque pocos objetivos quedaban ya a los que disparar. Libres de nadie que los acosara, los legionarios penales pudieron avanzar sin percances, y los que estaban escalando los muros lo consiguieron, inculyendo entre ellos a la comisaria Nereida.

El comabte en la puerta proseguía, la mole de Campeador bloqueando el acceso al estar trabado en combate con el oficial del Caos. Por el hueco que quedaba, Hienas y herejes continuaban disparándose a quemarropa, mientras el Comisario que los dirigía finiquitó su tiroteo particular con el otro oficial enemigo al arrancarle un brazo de cuajo con un disparo de su pistola bólter, dejando al otro desangrándose en el suelo y con una conmoción.

Pero no todo fueron buenas noticias para los imperiales, aunque respecto a esta, el enemigo poco tuvo que ver. Tras plantar las cargas de demolición, el sargento Morsov y Sven echaron a correr todo lo rápido que pudieron, como hicieron los demás varangianos para ponerse a cubierto. Y no era para menos, pues la explosión fue de proporciones considerables... más que las que debía de haber calculado Yngvarson, pues tanto él como Sven quedaron justo dentro del radio de la misma.

La explosión hizo retumbar la tierra alrededor y acalló todo otro sonido durante un momento, mientras una enorme bola de fuego y humo se expandía hacia el cielo, junto con trozos de la torre. Habría que esperar a que se asentara la nube de polvo, pero parecía que, a pesar del error de cálculo, el objetivo de los Zapadores se había cumplido.

El tiroteo continuaba, con las bajas aumentando en ambos bandos, y aunque la dificultad del terreno había ralentizado el avance drafelivano, los leales al Emperador y al Omnissiah seguían marchando hacia adelante sin pensarlo dos veces. Las grandes agrupaciones de enemigos fuera de la puerta fueron acribilladas con cañones automáticos y bólters pesados, y las escuadras de infantería del 112º acabaron con varios más, incluyendo a uno de los que llevaban un lanzagranadas.

Un misil fue disparado desde las murallas, impactado de nuevo contra el mismo Chimera de antes, en el que ahora sí eran visibles algunos daños por su parte frontal. Pero el portador del arma pesada no tuvo mucho tiempo para recargarlo, ya que dos disparos de plasma fueron hacia él, fallando uno pero fundiéndolo en el acto el otro. Carne y armadura antifrag se fundieron, derretidas por el calor de un pequeño sol azul.

Un destino similar sufrió uno de los salientes de la muralla, cuando el disparo sobrecargado de Dianqíu se llevó por delante un buen trozo de almena y a los dos soldados enemigos que tras ella se cubrían. El enemigo acusaba las bajas, sobretodo las de sus armas pesadas, aunque una de las ametralladoras seguía dando guerra y abatiendo a no pocos drafelivanos.

Aun a pesar de los reveses, la situación no estaba decidida ni mucho menos. Las fuerzas del mecanizado también iban siendo diezmadas poco a poco, a pesar de que su armadura de caparazón los protegía de buena parte de los disparos. Y el enemigo, más que flaquear, parecía que luchaba con aún más ferocidad si cabe, enardecidos por el discurso de aquella especie de sacerdote impío y del oficial que los comandaba.

No obstante, estos parecieron sobresaltarse cuando se escuchó una enorme explosión, una mucho mayor que cuando las baterías defensivas habían explotado al ser desturidas. Una enorme bola de fuego y humo se expandió hacia el cielo, así como trozos del fuerte, que salieron despedidos por el aire. Por muy intensa que fuera la situación en su lado, parecía que en el del ataque principal sí que estaban divirtiéndose de lo lindo.

Al ver el destello de la granada fotónica, el oficial enemigo que estaba a punto de retirarse a su barracón, deshizo corriendo el camino andando de vuelta a la torre suroeste, en los alrededores de la cuál empezaba a haber movimiento considerable. Un tercer asaltante coronó las murallas con un grito y un gesto bastante obsceno, y aunque los soldados del Caos no entendieron las palabras, el mensaje les quedó bien claro.

Mientras Arrin se encaramaba a la torre, su hermano y el sargento Krause no perdieron tiempo, arrementiedo contra la pareja de soldados que habían quedado cegados por el fogonazo, y despachando a la pareja con sendos tajos de sus preciadas y mortales armas de cuerpo a cuerpo, regando el suelo con la sangre de los primeros herejes. Pero aquella noche habría mucha más, sin duda.

El oficial del Caos reunió a los que tenía cerca de los suyos y con una seca orden, estos abrieron fuego sobre los atacantes. Entre la oscuridad y el no querer dar a los suyos por error, sin saber que habían quedado cual aceituna en mondadiente, los disparos de láser fallaron casi todos. Únicamente uno de ellos impactó en el barzo izquierdo de Orrin, pero su armadura especialmente tratada impidió que el ataque le causara percance alguno.

En la base de la torre, se produjo otro tiroteo. Los Doblesuelos avanzaron, y con sus disparos acabaron con el guardia que los había descubierto, así como con uno de los operarios de ametralladora pesada, que apenas había empezado a girar su arma en la dirección que tocaba. Por la esquina salió otro soldado, que logró darle a otro de los imperiales, aunque el caparazón convirtió el tiro casi letal en una magulladura.

Menos suerte tuvo el especialista Dietlinde, que seguía aturdido y sin reaccionar a lo que sucedía. El soldado del Caos que lo había descubierto se detuvo, afinó la puntería, y esta vez si logró que uno de los disparos le diera, aunque el rifle láser común distaba mucho de ser una amenaza real para los bien equipados Doblesueldos.

A lo lejos, empezaron a escucharse más disparos. Las otras escuadras debían de haber entrado en acción también. Por el vox de Reinhardt se fue escuchando la cháchara militar habitual:

— ¡Aquí Basirov! ¡Coronada la torre noroeste, los chicos de Krause nos han ganado por poco. ¡Empezamos el ataque!

— Aquí Josman. Confirmado, Basirov, nos lanzamos sobre la puerta norte. ¿Qué hay de Elphame?

— ¡Danos un minuto y verás la que liamos!

Otro sonido se unió al del combate: el de las alarmas y llamada a las armas del enemigo, así como varios sonidos parecidos al que hacía un mortero al disparar. Varias bolas brillantes se elevaron hacia el cielo nocturno desde el centro del fuerte. Bengalas. La cobertura y ventaja que les otorgaba la oscuridad a los Doblesueldos no duraría por mucho más.

Los restos desparramados del hereje al que acababa de matar salpicaron de rojo el blanco huesudo de la armadura del sargento, que no pudo evitar sentir una extraña mezcla de orgullo y asco al mismo tiempo. Orgullo por haber alcanzado los primeros la muralla al mando de los mejores hombres del 9º Grupo de batalla, y asco por lo impío de la sangre que ahora le manchaba. El viscoso líquido había prendido el odio que sentía hacia el Enemigo como si fuera combustible en vez de sangre, y los disparos del resto tampoco hacían por calmarle.

Pero no importaba. No merecía la pena rendirse a la rabia, no tan pronto: lo realmente importante era apoderarse de las baterías y de la muralla. Después, cuando los herejes no tuvieran donde huir, sí que se daría el lujo de sucumbir a su propia sed de sangre... pero por el momento lo mejor era intentar mantener la cabeza lo más fría posible. Un par de haces de luz le acariciaron, y aunque no parecía que fueran capaces de dañarle realmente, se puso a cubierto tras la batería, allí donde tenía más a mano al artillero, que seguía aturdido por la explosión de la granada fotónica. Mientras cambiaba de posición, pudo ver a Arrin 

—¡Arrin, ya era hora! ¡Tu hermano te lleva ventaja! ¡¿A qué esperas?!  

Después, intentó trinchar con su espada al soldado de la batería. 

Orrin se rió salvajemente al ver el traidor partido literalmente en dos caer a sus pies, celebrando con alegría aquella justa victoria contra los bastardos de aquel planeta dejado de la mano del Emperador... Al menos, hasta su llegada. Él se había convertido en su Justa Furia, y no dejaría títere con cabeza. Los traidores, sin embargo, debieron pensar que tal alborozo le haría susceptible a su fuego, lo que demostró ser un error cuando se echó a un lado, viendo como el láser se perdía inofensivamente en la distancia. 

Ahora tenía dos opciones: responder a esos... O hacerse con el juguete grande. Y para él la elección era evidente. 

-¡Albert, nos toca desalojar a ese cabrón tan feo, a por él!

Silbaba el cañón de plasma desprendiendo calor y gases azulados, aquello debía ser el reposo que la máquina necesitaba después de forzarla. Shan Dianqiú se fue a poner de rodillas para rezar por el descanso de aquella sagrada máquina cuando pudo sentir la mirada de su yerno quemándole de lado.

- ¿Qué te aqueja, Huohuasai? -le preguntó mientras se giraba para prestarle atención.

Fue entonces que comprobó que aquel enjunto drafelivano no paraba. Tan pronto había terminado de disparar contra la horda había comenzado a disparar contra el muro y ahora contra la zona más a la derecha donde una figura imponente del caos destacaba sobre las demás.

La paciencia era sabia consejera pero entre explosiones y disparos estaban muriendo buenos vástagos de la Humanidad. Quizás el Omnissiah templaba así sus herramientas, con decisiones como aquella, elegir entre los protocolos armamentísticos y el maximizar tu utilidad. Shan Dianqiú asintió comprendiendo y desenfundó el M36 para someterlo a la misma configuración que el cañón de plasma, tomó puntería y...

- ¡Suegro, no! -le advirtió Huohasai, quien demasiado tarde se fijó en el craso error que Shan Dianqiú acababa de cometer.

La culata le quemó el brazo, el gatillo saltó y con un chispazo aquel arma de fabricación estándar y uso extendido a lo largo y ancho de El Imperio se apagó por completo para dejar de dar señales de funcionamiento.

- Ay, Omnissiah, qué desbarajuste- dijo Tangtang rascándose el lateral de la cabeza algo confundido, habría de repasar bien las instrucciones con cuidado para la próxima vez; aquel arma ya le había mostrado su rechazo por falta de criterio y aquella era una respuesta de las máquinas que pronto tendría que subsanar.

Morsov observaba maravillado la tamaña enormidad de fuego que se generaba a unos metros por delante de él como en cámara lenta. La gigantesca explosión no dejaba de crecer y expandirse. Iluminando el campo de batalla con un incandescente brillo amarillo. Trozos de metal afilado y caliente salen volando en todas las direcciones, pues la batería se había elevado unos veinte metros sobre el cielo con la detonación, convertida en una bola de fuego que caía de vuelta al suelo con un sonido retumbante. Al chocar contra el mismo, se produjo un segundo estallido de piezas semiderretidas y extremidades carbonizadas.

Era casi hipnótico. Los zapadores tenían una especial inclinación a quedarse observando los fuegos artificiales con cada oportunidad. Una cosa de manías, dirían algunos, quizá hubiesen detonado explosivos desde que la edad les daba la capacidad de accionarlos, pero no había otra cosa más atractiva al ojo que una explosión bien preparada. El sargento observaba como la detonación empezaban a expandirse en vez de decrecer, y la magna llamarada abarcaba más terreno conforme pasaban los instantes. ¿Se trataba de un error de cálculo? ¡Imposible! Se habían alejado lo suficiente y puesto a cubierto en sus habitáculos improvisados, saldrían quizá aturdidos pero nunca lastimados. Aun así, la explosión seguía creciendo y la onda expansiva podría romper sus huesos y órganos internos. Morsov cogió a Sven de su hombro y tiró de él, levantándose de golpe y arrojándo su cuerpo a un grupo de escombros más pequeños pero alejados del sitio donde estaban; reconocer donde se trazaba una distancia segura no era solo incierto, si no que imposible. Entre maldiciones, el sargento le pedía al emperador fuerzas para sobrellevar aquel terrible destino.

La espada sierra del hereje desgarró el brazo del ogrete haciendole brotar sangre a borbotones, dejando entrever el blanquecino color del hueso astillado en la base del corte. Aprovechando la furia de Campeador cuando este arremetió con todo lo que tenía hacia delante, momento el cual aprovechó el oficial del caos para desgarrarle un talón haciéndole morder el suelo al enorme gigantón contra todo pronostico. Dolorido y ultrajado Campeador se arrastró con sus enormes brazos hacia su rival, cuando este confiado iba a proceder a darle descabello se llevó la granada a la boca arrojándola detrás de él tratando así de acabar con él y con sus hombres, pero desde una postura tan forzada la granada rebotó erraticamente contra unas e las esquinas del portón.

Fuego. Eso les enseñaría a esos hijos de puta quien mandaba. Desastre dejó que cayera el duro lanzallamas sujeto por la correa. Estaba reforzado con placas de plastiacero por todos lados, no se rompería ni aunque un ogrete lo usara para golpear herejes. Uno de esos cerditos de rojo quedaba en pie, había conseguido esquivar las llamas con la distáncia. Entrecerró los ojos, no por mucho tiempo. De un salto se montó en el asiento de la batería defensiva (que todavía tenía restos de combustible ardiendo pegados en partes del fuselaje) y se puso a mover palancas y botones. Como en toda su vida, Desastre ignoró las instrucciones de seguridad, los manuales y las fases de aprendizaje y saltó directamente a la parte de matar. Chirriando con un quejido, la batería giró bruscamente sobre sus rodamientos para encarar al último enemigo de pie sobre la muralla, todavía dolorido por el beso de la abuela McKnife. Desastre sonrío.

- Se acabó tu suerte hijo de puta- murmuró, mientras buscaba el activador del cañón acomplado. Iba a volar a ese cabrón.

Tras observar el panorama, Nereida determinó que al menos, esta parte de la batalla, el primer escalón, estaba más que solventado. Aún quedaban herejes en pie, pero viendo como se iba desarrollando la lucha, les quedaría poco para terminar por obtener el control de la zona exterior de la fortaleza. Observó con cierto orgullo al soldado McKnife, era sin duda, el que más bajas se había cobrado, pero pronto se le pasó esa sensación, no era más que escoria y empatizar con la basura del Imperio no era bueno para un comisario.

Pero aquellos pensamientos no llegaron a ninguna conclusión, la tremenda detonación casi la hizo perder el equilibrio. Se giró para observar como parte de una de las torres había desaparecido y como los Varangianos se jactaban de ello. Se quedó sorprendida pero no dijo nada, no había nada que decir, aunque intuía que aquella explosión había sido demasiado potente. Sin mucho margen de maniobra, apuntó desde su posición al único predicador del caos que veía y le pegó un tiro con la pistola bolter... Esta vez el tiro iba bien encaminado tras haber apuntado unos segundos, ahora solo faltaba que ese cerdo lo evitara.