Partida Rol por web

El combate proseguía, pero la decisión había sido tomada. La situación era insostenible, y las bajas demasiadas. Incluso habiendo eliminado a la mayoría del enemigo, quedaban demasiados pocos hombres como para intentar aguantar. Tan solo quedaba dejar morir a los que tardarían demasiado en retirarse para que los pocos que pudieran hacerlo lo hicieran de forma segura.

La comisaria Kriemhild saltó por encima de la almena de la torre, para descubrir con horror que el mecanismo de disparo de su gancho estaba defectuoso. El aparato no funcionó hasta el último momento, demasiado tarde para una caída segura, si bien al menos amortiguó la mayor parte del daño. Aun así, Nereida se estampó contra el suelo de bruces, quedando aturdida unos momentos mientras notaba el sabor de la tierra seca y de la sangre en la boca. Al menos, no se había roto nada por dentro.

Los penales se liberaron de nuevo de la furia asesina provocada por el Frenzon, y muchos empezaron a retirarse de allí lentamente, viendo que nadie les perseguía, algunos aprovechando para llevarse lo que encontraran de entre los muertos. Un puñado de ellos se acercó hasta McKnife y otros heridos, cogiéndolos en volandas y llevándoselos de allí.

A parte de los Hienas que todavía vendían cara su vida, el penal Gabarri seguía en lo alto de la torre, rebuscando entre los cuerpos de los enemigos caídos. La búsqueda le llevó un rato, el suficiente como para que uno de los mutantes de abajo se percatara de su presencia y subiera al piso superior para comprobar de qué se trataba, pillando al legionario con las manos en la masa.

A pesar de la retirada, el objetivo había sido cumplido, si bien no se podía evitar un ánimo general de derrota entre los imperiales. Como queriendo acompañar a la situación, en el horizonte, sobre el Pico del Orador, empezaron a formarse unos pocos pero oscuros nubarrones que ocultaban el sol a su paso, y que lentamente empezaron a dirigirse hacia la meseta sobre la que tenía lugar el asedio.

Viendo que el Orrin se interponía entre ella y el mutante al que iba a disparar, Dagmar volvió a cambiar de objetivo para apuntar al engendro de mayor tamaño, aprovechando que sobresalía por encima de su par de compañeros. No obstante, los movimientos del combate no le permitieron centrar el disparo, y este se estrelló contra la pared cercana.

Las heridas del mutante empezaban a pasale factura, una nueva puñalada de Orrin en su pierna lo hizo trastabillar, si bien algo así no estaba cerca de matarlo aún. El operador tuvo que desviar su atención de su enemigo cuando el otro mutante que tenía a su lado dejó su escopeta y se abalanzó sobre él, atacándolo con una de sus extremidades acabada en púa directa hacia su cabeza, si bien esta solo logró arañar el yelmo.

Reinhardt, por su parte, siguió enfrentado a la misma criatura, lanzando un golpe con su espada sierra que desgarró su vientre de forma superficial, obligando al mutante a retroceder al verse sobrepasado por aquél ataque. Kord seguía echando mano de su cinto de granadas, y arrojó una nueva al interior de la sala. El estallido de luz de la fotónica no tuvo efecto en el par de mutantes que seguían ardiendo sin acabar de caer pero tampoco sin poder apagar sus llamas, pero logró alcanzar al psíquico de lleno, cegandolo físicamente, pero no psíquicamente. Buscando un objetivo con su mente, se fijó en Dagmar y lanzó sobre ella un grito psíquico que, si bien no logró hacerle mucho daño, si la dejó incapacitada para seguir combatiendo durante un tiempo.

Casi como para contrarestar la pérdida de efectividad, por la misma esquina que ellos habían pasado surgió una nueva e inesperada figura. Montante en mano y avanzando lentamente para no hacer ruido, aquella fue la estampa con la que se encontró el especialista Arrin Falkenhorst, que por fin se había reunido con el resto de Doblesueldos.

Gabarri se acercó a los cadáveres de los soldados y mutantes enemigos que estaban desperdigados por la torre. Cuando levantó la raída capucha al primero, un rostro monstruoso plagado de bulbas apareció ante él, tan mutado que apenas parecía una cabeza humana, a pesar de que recordaba vagamente a una. Era una visión que habría hecho subir la bilis a la garganta de cualquier guardia imperial con pocos años de servicio, no digamos a un convicto que apenas había vivido una batalla.

Por lo demás, no había nada que llamara la atención... al menos hasta que Gabarri se fijó en que, medio oculto por una de las bulbas, había una pequeña marca roja. Al apartar la bulba, pudo ver que esta tenía pinta de una especie de triángulo, pero sin la parte inferior. El rojo era porque se trataba de una herida abierta, con la sangre ya coagulada pero sin que todavía se hubiera formado costra. Aquello tenía pinta de no haber sido hecho hacía mucho.

Los soldados y el oficial exhibían el mismo símbolo en mitad de la frente, igual de fresco que el de los mutantes

Viendo que el enemigo había cesado cualquier intento de continuar la lucha, los victoriosos imperiales se permitieron por fin descansar tras la batalla. Empezaron a recoger a sus numerosos caídos para que recibieran las exequias pertinentes, amén de apartar los del enemigo para que fueran incinerados en un montón con los lanzallamas de la Eclesiarquía.

Los medicaes pasaron a atender a los heridos y las tropas se fueron reagrupando, dejando centinelas cerca del puente por si tenía lugar cualquier otra intentiva por parte de los herejes. Cada regimiento se dedicó a afontar la espera a su modo, con los tabrisianos disponiendose a elevar una plegaria por la victoria, los drafelivanos haciendo recuento y números de de los heridos, muertos y munición gastada, los varangianos fumando pitillos de lho en silencioso respeto a los camaradas perdidos, y los tyvianos volviendo a ponerse en perfecta formación, a la espera de nuevas órdenes.

Las nubes se iban oscureciendo por momentos y a una velocidad inusual para cualquiera que hubiera vivido en un mundo con una atmósfera sin contaminar. También iban creciendo en tamaño, uniéndose variso nubarrones para formar otros más grandes, acercándose al tiempo que lo hacían los refuerzos del 58º de Granaderos. Los tyvianos del Grupo de Ataque Norte saludaron a sus compatriotas al tiempo que procedían a ocupar el bastión.

Tras la vanguardia, llegó al lugar a través del muro bombardeado el coronel Valdemar, que rápidamente se dirigó hacia los oficiales que habían encabezado el ataque sobre el puente.

— ¡Victoria! — exclamó, visiblemente contento, mientras, ignorando cualquier protocolo, procedía a estrechar la mano de los sargentos Seker, Morsov y especialmente Ynestrillas — ¡Enhorabuena, muchachos, lo habéis conseguido! ¡Jaja! —rió mientras observaba los restos de la batalla a su alrededor, los agujeros de los impactos, la sangre derramada, el olor a promethium de los cuerpos calcinados y de los restos todavía llameantes de los tanques acechantes destruidos — Parece que tenemos una manera de entrar a la Ciudadela directamente... Si por mi fuera, esperaríamos a que llegaran los del Grupo Sur con Pasha y seguiríamos adelante aprovechando el momento, pero las órdenes son las órdenes. Guardaremos la plaza hasta que lleguen tropas de refresco a relevarnos, y volveremos a nuestras líneas a reponernos —dijo, dando a entender que, para ellos, la batalla había acabado por el momento — Descansen y atiendan a sus hombres, caballeros, y si necesitan ayuda de cualquier tipo, no tienen más que pedirla — se despidió, yendo a organizar a los soldados que había traído consigo.

Gabarri no podía explicarse lo que veían sus ojos, aquello no tenía sentido ni explicación y su mente se reveló contra esa visión. Tenía que significar algo, el no sabía que, pero seguro que alguien más sabio sabría identificarlo y esa sería la clave para ganar la guerra, había hecho algo grande. 

Viendo como el enemigo había llegado hasta él, Gabarri sabía que había llegado el momento de huir pero estaba seguro de que con su acto, había arrebatado al enemigo de una gran ventaja así que llegado el momento, se alejó del enemigo sin perderlo de vista y, extendiendo ambos brazos al frente con sendas peinetas en cada mano, avanzó un paso tras otro hasta la muralla. - Siempre recordaréis este día como el día que casi atrapais a Gabarri. - dijo antes de soltar una carcajada maniaca y dejarse caer de espaldas seguro de que el emperador le protegería y le permitirían sobrevivir a la caída para llevar esa información a los oídos de los mandos. 

Una vez abajo, sin saber el precio que había pagado para ello, le pegó una patada a un cadáver hereje y le levantó la capucha para ver lo que ocultaba abajo el enemigo del Imperio. Su semblante fue un autentico muro que no reflejó nada, si acaso, un destello de asco puro, pero no perdió más el tiempo - ¡Si queréis vivir otro jodido día para poder demostrar que no sois tan basura! ¡Corred de vuelta! ¡Retirada! - gritó ella misma para luego salir corriendo de allí a todo lo que podía.

La llegada de Arrin era algo positivo sin lugar a dudas, pero logró desconcentrarle lo suficiente para fallar su siguiente puñalada, concretamente aquella en respuesta a la carga del mutante pequeño, pues el hecho de verse sobrepasado numéricamente no se le hacía especialmente agradable al operador.

-¡Me cago en toda la inmundicia de estos leprosos! ¡Kord, usa el láser joder!

Con mucho cuidado, Desastre bloqueó los cierres de la armadura. El sastre había hecho bien su trabajo, pero esa armadura no estaba pensada para caerse de una puta casa. Tenía varias costillas rotas y, cuando le levantaron en volandas, sus costillas bailaron en su caja torácica como las piezas de un xilofono al que habían cortado los hilos. Tosió algo de sangre y supo que no iba a quedar igual que antes. De hecho, tendría suerte si no perdía el puto brazo.

Si todavía tuviera a su ayudante, le podría encargar que recogiera lo que quedaba en el campo de batalla, pero ahora sólo podía concentrarse en que no le arrancaran el brazo malo al llevarlo de vuelta. Bueno, estaba hecho polvo, pero al menos le llevaban y se ahorraba la caminata. Algo era algo.

Reinhardt estaba entregado en cuerpo y alma al combate a muerte que libraba con el gigante por lo que, por mucho que Arrin se hubiera reunido con ellos, no tenía la intención de malgastar la oportunidad que su hermano gemelo le había dado. Orrin le había dejado al mutante aturdido y en bandeja de plata, como quien dice, por lo que el Tempestor se escurrió entre sus potentes brazos y, tomando la espada sierra con una mano por la empuñadura y empujando el reverso de la hoja con el antebrazo de la otra, la usó de ariete y embistió al grandullón contra el muro a su lado. Después, accionó el mecanismo.

Lo que siguió sería recordado por todos durante mucho, muchísimo tiempo. 

Los dientes de la sierra empezaron a bailar sobre el abdomen henchido del mutante, yendo y viniendo una y otra vez, sin freno y sin ningún respeto por lo que había debajo, ya fuera músculo, víscera o hueso. La sangre empezó a manar como no la habían visto nunca hacerlo, tanto que las armaduras de todos quedaron salpicadas de sangre y la sección del túnel, literalmente teñida de rojo. El ronroneo furioso de la hoja y los gritos de Reinhardt iban in crescendo, como si compitieran por ver quien hacía más ruido, pero al final el que ganó fue el hereje, al que el dolor trajo de vuelta demasiado tarde. Sus bramidos pasaron de rabiosos a agónicos, y solo cesaron cuando un sonoro clack les indicó a todos que la espada sierra del sargento, después de tanto empujar, había vencido la resistencia de la gruesa columna vertebral del mutante y se había estrellado contra la pared de ladrillo a sus espaldas. La mitad superior del hereje cayó entonces por encima del Tempestor al suelo detrás de él.

—¡TU TURNO, HIJO DE PUTA! —gritó, mientras recuperaba el equilibrio y se disponía a apuntar con su pistola al psíquico enemigo.

Tras lanzar la granada fotónica, el grito de Orrin mientras se disponía a girar la esquina para disparar hizo que dudase por un segundo entre disparar al psíquico o ayudar a su compañero. Sabía que debía disparar a la abominación psíquica y acabar con su amenaza de una vez por todas, pero no podía abandonar a su camarada ante semejante bestia mutante. Con un quejido, esperó medio segundo a que Orrin saliese de su zona de objetivo, y cuando el predictor de movimiento dió luz verde, disparó contra el pecho de la criatura 3 disparos en rápida sucesión mientras Jurgen hacía lo propio.

- ¡Joder, parece que tu San Drusus me ha enviado a proteger tu culo pálido, camarada! Y ahora, despéjame la jodida linea de tiro, para que pueda comenzar la fiesta del láser.

Dagmar se apoyó de espaldas contra la pared, tratando de recuperar el control sobre sí misma, sin que la cabeza dejara de darle vueltas. Orrin cambió el objetivo de su nueva puñalada en el último momento, pero al hacerlo se pasó de largo y no logró atizar al mutante, aunque este en respuesta tampoco pudo acertar de nuevo. El que si acertó fue Kord, que aprovechando el hueco que había dejado el operador, disparó dos veces sobre el mutante, el láser sobrecargado atravesándolo limpiamente y tirándolo al suelo echo un despojo con dos agujeros humeantes en el pecho.

El tempestor seguía decidido a acabar con el engendro enorme, y vaya si lo hizo. Aprovechando que este había quedado momentáneamente aturdido, se lanzó sobre él espada sierra en mano, desgarrando con sus dientes motorizados desdde la base del cuello de este hasta la pelvis, abriendo en canal a la bestia y regando toda la zona con un torrente de sangre y vísceras triturdas que manchó por completo de rojo las armaduras de Reinhardt y Orrin. Los órganos restantes cayeron al suelo con un sonido húmedo y viscoso, el suelo quedó resbaladizo al formarse un pequeño charco de tanta sangre como se había derramado. El desventrado mutante quedó apoyado contra la pared, deslizándose por la misma hasta quedar sentado en el suelo, con un espantoso y grueso corte en su cuerpo.

Los dos mutantes en llamas parecieron recuperar cierto control sobre su cuerpo justo cuando el fuego más parecía dañarles, pero en vez de apagar las llamas, alzaron sus pistolas pesadas y dispararon sobre Orrin y Krause. El disparo al operador falló, mientras que el tempestor sintió como algo golpeaba su yelmo y rebotaba hacia el techo.

El psíquico, entretanto, eligó una nueva víctima y lanzó sus poderes sobre ella. Orrin sintió como algo buscaba penetrar en su mente, algo que buscaba recrearle su peor miedo, pero todavía estaba por ver si la férrea voluntad que el mayor de los Falkenhorst había mostrado hasta ahora le ayudaría también en esta ocasión.

Justo cuando el combate parecía ir acabando, Arrin corrió para unirse al mismo, pasando por delante de Dagmar, si bien no quedaban objetivos a los que pudiera atacar sin que su hermano o su oficial se movieran.

La fallida puñalada fue seguida de algo más, algo como un... Gusano intentando enterrarse en su mente. Era nauseabundo y retorcido, y no le hacía falta preguntarse de dónde venía la sensación. Sin embargo, aunque intentó acometer con fuerza, hasta el momento Orrin había demostrado una voluntad a prueba de engendros disformes, y en esta ocasión, con ayuda del Emperador y de las palabras del sargento, no fue distinto. 

-¿¡QUIÉN MIERDAS TE HAS CREÍDO QUE ERES, RETRASADO FOLLA-ENGENDROS DEL DEMONIO!? ¡TE VOY A DESTROZAR LA PUTA CABEZA CUANDO TE ENGANCHE, DESVIADO HIJO DE MIL PUTAS!-bramó el mayor de los Falkenhorst, mientras alzaba la pistola para responder al mutante que le había disparado.

Rabiah miró con suspicacia al sargento Seker, dudando momentaneamente de su sinceridad, pero desistió de seguir antagonizándole porque parecía que había dejado atrás el tema de la maldita espada maldita. Ya tendría tiempo y lugar donde hacerle pagar su falta de respeto y su soberbia. La sacerdotisa se quitó el manchado casco y abrió alguno de los ganchos de su armadura, para aflojarla y poder respirar mejor. Sólo durante un momento, por supuesto, para que su voz llegase a todos durante la oración. Ya volvería a apretársela hasta el entumecimiento cuando acabase. Observó al Coronel-Marqués cuando este parecía dispuesto a marcharse, y le invitó con un gesto a unirse en el rezo. Sin esperar a que el hombre aceptase o no su oferta, levantó las manos hasta la altura de cabeza, gritando un sonoro

Imparator Akbar! – Acto seguido se inclinó hacia adelante, continuando con su oración – Glorioso es, el más grande, que escucha a aquél que lo alaba y que merece toda alabanza. – Ahora sí, se puso de rodillas e inmediatamente llevó la frente hasta el suelo. Se levantó, sentándose sobre sus propios gemelos, orando en bajo gótico para que el resto de regimientos presentes pudiesen seguir el rezo – Gran Emperador, nos postramos ante ti para darte las gracias y suplicar por tu continua misericordia. Gracias, Emperador, por dejarnos obrar en tu nombre y traer gloria a los majestuosos dominios que has dejado en nuestro cuidado. Te suplicamos señor que nos permitas continuar defendiéndolos a fuego y espada en tu nombre. Imperator Akbar!  - Esta vez su grito fue repetido por todos los soldados tabrisianos, haciendo retumbar el puente con el eco de sus voces clamando al cielo, hacia el sol, antes de volver a postrar la frente en el suelo y levantarla de nuevo para la siguiente oración. El proceso se repetiría durante decenas de oraciones.

Krause dio un paso hacia delante, dispuesto a acabar con eso de una vez por todas, pero su entusiasmo con la espada sierra había convertido el túnel en un cenagal de sangre y vísceras y no pudo evitar perder el equilibrio y caer de bruces contra el suelo. 

Al llegar al lado del Tempestor, Arrin contempló mejor la magnífica obra que había hecho con aquel hereje y su boca no pudo menos que sonreír, sonrisa que se acentuó al escuchar a su hermano gritando injurias al enemigo. - San Drusus está orgulloso de vuestro celo, démosle su castigo a éstos herejes. - dijo con voz clara y casi beatífica. Tanto los gritos de su hermano como la acción de su superior eran inspiradoras para él. Kord demostró porqué era el tirador designado del grupo, reventando a otro enemigo. 

Con Hans a su lado, se detuvieron encima del montón de carne, vísceras y sangre que el Tempestor había esparcido en nombre del Dios-Emperador. El terreno se había vuelto resbaladizo, pero era un lugar apropiado para simbolizar el resurgimiento de los Doblesueldos, atravesando a sus enemigos y esparciéndolos para purgar su vergüenza y volver a la senda luminosa. 

Casi con delicadeza, el arma de Arrin pasó a las manos de Hans, que intercambió con presteza el espadón por el rifle de fusión. Arrin lo levantó y se lo apoyó en el hombro, apuntando hacia otro hereje en la sala. No lo veía bien, pues el Tempestor se interponía en su camino, pero he ahí que San Drusus quiso, una vez más, mostrarle a Arrin que eran en verdad los elegidos para conseguir purgar su pena y luchar en su nombre, pues justo en ése momento el Tempestor resbaló y cayó al suelo, despejando por completo su línea de visión. - Ah, gracias señor. - musitó Arrin. Reinhardt no sabía si se dirigía a él o a quién. 

Con pulso firme, el rayo de fusión golpeó de lleno al mutante, que cayó al suelo con un enorme agujero incandescente en su ser. - He vuelto, Tempestor, y he visto algo. - 

Tras empezar a escuchar gritos de júbilo y ver que Tang Tang estaba siendo atendido, Jiang Li bajó por la torre, echando un ojo alrededor, apartando algunos restos junto a su hermano, pareciendo que buscaba algo entre las ahora destrozadas dependencias de la torre enemiga.

Pasado un rato Jiang Li bajó a la plaza, sus manos recargaban el rifle de plasma que se había cobrado varias víctimas entre los soldados heréticos y su maquinaria. Junto a él y en consonancia, marchaba su hermano, los dos entonando una plegaria mientras el arma era recargada. Jiang Li se detuvo para ver al coronel-marqués saltarse cualquier protocolo y saludar a la gente de manera afable.

-Oh, mira.-Llamó la atención de su hermano para quedarse los dos mirando como pasmarotes, especialmente cuando vieron a la sacerdotisa arrodillarse y pegar la frente al suelo, seguramente acompañada de Tabrisianos sobre todo en los rezos al emperador. La mirada de ambos paseó por la zona, fijándose en cuantas armaduras azules, conteniendo antiguos compañeros de armas, ahora estaban en el suelo tendidos. Jiang Li bajó el rostro y sujetó el medallón de Mao Fú en su diestra mientras murmuraba una plegaria al Omnissiah; había marchado hacia el combate tan adelantada a los demás que apenas había tenido tiempo ni ocasión de fijarse en las bajas propias.

-Ehmmm, sí,  Imperator Akloquesea...- musitó con más o menos entusiasmo el autorizado Brotinn. Tan devoto como el que más del Trono Dorado, la manifestación pública de devoción de los tabrisianos estaba en las antípodas de la callada adoración que se le profesaba en Varangia. Se encogió de hombros. Habría que haber capturado vivo al caudillo enemigo, ya que seguramente tendría valiosa información de la fortaleza.

-Bien, tendremos que intentar averiguar los planes enemigos por otros medios mas... esótéricos. Desempolva el Tarot Imperial, Snarl- le dijo a su camarada mientras buscaban un lugar tranquilo a cubierto donde meditar y realizar sus lecturas de las cartas. Cuando lo hizo, vio en la columna del futuro tres cartas -el Primarca, el Hereje y la Torre. Interesante- susurró mientras entrecerraba los ojos y extendía sus sentidos psíquicos alrededor...

 Los pocos supervivientes se retiraron de la escena, demasiado escasos en número como para que la artillería enemiga considerara que dispararles durante la huida sería un malgasto de munición. El puñado de heridos que llevaban con ellos les ralentizaba, y aun así más de uno se quedó por el camino, aunque esto dio tiempo a Gabarri a alcanzarlos, después de sufrir un destino similar al de la comisaria Kriemhild al tirarse desde lo alto de la torre huyendo de un mutante que lo atacaba y que le hizo un corte en la pierna.

Aprovechando la lentitud, Nereida pasó la mirada por el campo de batalla, observando en silencio la cantidad de cadáveres que ahora adornaban el desfiladero que llevaba a la Ciudadela. Tanta muerte por no ganar nada... pero aquella era la vida en las Legiones Penales. Todos los Hienas que habían muerto lo habían hecho redimiéndose al servicio del Emperador, el máximo destino al que podían aspirar todos ellos.

Arrodillándose frente a uno de los numerosos mutantes caídos, la comisaria alzó su capucha mientras los legionarios iban pasado a su lado, iniciando la larga marcha hasta el campamento.

Las nubes se iban oscureciendo por momentos y a una velocidad inusual para cualquiera que hubiera vivido en un mundo con una atmósfera sin contaminar. También iban creciendo en tamaño, uniéndose variso nubarrones para formar otros más grandes, acercándose inexorablemente hacia la Ciudadela.

FIN DE COMBATE

Todo el mundo recibe:

Por tomar las torres exteriores: 50px

Por tomar el muro interior: 150px

Por encontrar una forma de destruir la horda de mutantes: 400px

Por tomar la puerta principal: 400px

Podéis empezar a gastar vuestros PX, aunque lascompras no se harán efectivas hasta la próxima escena.