Esta partida está en revisión. Si el director no da señales de vida o es aprobada por un cuervo será borrada esta noche
Levanté la vista con esperanza, con ganas de que me dijera algo más que aquel simple hecho de que ahora el capitán no estaba, no tenía razón para estar así pero al verme de pronto arrancada de los brazos de Campbell, me había tomado por completo por sorpresa. Me sentía angustiada y cuando tuve frente a mí al nuevo capitán, temí lo peor. Mi mirada suplicante se posó en los ojos de aquel hombre, que el heraldo había anunciado como Lionel Hartness y cuando estaba por tocar sus manos, reparé en el animal que tenía en el hombro y temí que me hiciera daño. No atinaba a contestarle, asentí muy leve y tímidamente, parecía una chiquilla asustada y de algún modo es lo que era, intenté esbozar una sonrisa pero yo no sabía ocultar mis preocupaciones y dudas, así que ni me forcé una vez más. Lo miré a los ojos unos instantes, apenas un poco, para no romper las buenas maneras de la decencia y luego miré a otro lado para atreverme a responderle.
-Señor mío, sí, yo soy Desireé de Volger.
Acto seguido me puse en pie con un montón de preguntas en mi cabeza. ¿Estaba el capitán bien? ¿Por qué había necesitado de un reemplazo? ¿Volvería pronto? ¿Estábamos ante una horrible y mortal enfermedad? Lo miré suplicante, casi diciéndole que no me diera malas noticias, al fin, ese gran hombre que era el capitán no podía sucumbir así como así, tan acostumbrados como estábamos a verle por los pasillos, iba a ser echado de menos por todos, incluso por los reyes. Acaricié mis manos que temblaban involuntariamente y me propuse calmarme, nuevamente levanté la vista. No, aquella mirada no venía a comunicarme algo especialmente malo, debía ser bueno, sus ojos no mentían y pronto, gracias a aquel par de ojos, empecé a sentirme más tranquila. Mi respiración se hizo más pausada, tenía todo el tiempo del mundo para tranquilizarme por algo que no estaba pasando más que en mi cabeza.
- Lo siento, milord... Dejad que me disculpe por mis exabruptos pero todo ha sido muy confuso y no he podido estar tranquila hasta ahora que venís a verme- sonreí por primera vez desde que él hubiera llegado.- Os agradezco vuestra atención y os escucho ahora.
Sí, ahora era la misma Desireé de siempre, más calmada y sosegada, sin tumbos en mis pensamientos, todo estaba bien o eso me decía el lenguaje corporal del sargento.
Tanto Lionel como Ragnar fueron capaces de percibir el profundo estado de nerviosismo de la doncella. Así que, el nuevo capitán, relajó el gesto y se atrevió a sonreír.
- No tiene que disculparse, señora. Comprendo la situación. Mas acudo a usted con la noticia de lo sucedido y un mensaje del capitán -la observa un instante, esperando ver si su aplomo hace de bálsamo en la doncella- El Capitán Campbell ha contraido algún tipo de enfermedad que le mantendrá en reposo unas semanas. El galeno ya ha estado con él y le ha suministrado un brebaje que ayudará en su recuperación.
No estaba seguro de si lo que debía decir ahora, tendría que hacerlo discretamente. Así que se acercó un poco y posó su mano derecha a la altura del codo izquierdo de la doncella. Al tiempo que continuaba el mensaje bajando el tono de voz.
- El capitán en persona me ha dicho que siente haberse separado de vos tan bruscamente y que espera volver a tener ocasión de hablar con vos, señora -en los ojos de Lionel no se reflejaba emoción alguna, pero su ser desprendía cierta tranquilidad- Ahora, si me disculpáis, he de anunciar al Rey las nuevas -de nuevo aquella sonrisa franca en sus labios mientras retrocedía un paso, liberando así a la doncella.
Ragnar se limitó a contemplar con curiosidad a Desireé, pasando de un lado a otro en el hombro de Hartness. Sin embargo, desvió su atención al cabo de un rato. Dos pares de ojos miraban en su dirección. Un leve y corto graznido hizo que Lionel se percatara también de aquellas miradas.
"Yngvar de Bernicca y el Duque de North, Jarm, hermano del Rey..."
Lionel camina hacia una de las paredes mientras saluda con la cabeza a ambas personalidades. Se coloca de pie, de espaldas a la pared y observa a sus majestades danzar, esperando el momento en que por fin pueda acercarse...
Baile, un pie detrás de otro, la música, las notas, una lucha constante por borrar todo pensamiento de mi mente y dejarme llevar únicamente por mi cuerpo, pero es de muy mala educación no mirar a los ojos de tu pareja mientras bailas, así que eso es lo que hago. Mi mirada es alegre a pesar de la preocupación que invade mi corazón. Su mano en la mía, mientras habla, mientras baila, mientras declara…
Sus ojos siempre han sido demasiado expresivos, normalmente para bien, pero ahora, ahora, por dios Katherine, no, tu eres… y entonces de nuevo la mirada de aquel idiota, ese niñato engreído posaba sus ojos sobre la persona equivocada, no sabía hasta que punto, no sabía lo poco que podía valer la vida de un hombre, tal vez se creyera especial por su posición, e instintivamente aprieto con más fuerza a Katherine, provocando que ella diera un traspiés…
Sentí entonces su olor a sencillo jazmín, su cálido aliento se me antojó el preludio de un dulce sabor, mis piernas no quisieron seguir moviéndose y sentí como tiempo desgranaba cada instante, como la música iba cesando, como la gente a mi alrededor iba paralizándose, como incluso ella había dejado de respirar, un eterno instante de anhelo, culpabilidad y desorientación, el mundo había cambiado, mi mundo había cambiado.
Un paso hacia atrás sin soltar sus manos, de repente el bullicio de la fiesta me golpeó casi físicamente, no quería estar allí, quería ir con ella a algún lugar oscuro, uno de esos que mi rostro y mi alma conocen a la perfección, Salgamos fuera, creo…creo que me he mareado un poco, si, desde luego, un mareo, una certera estocada quizás habría sido más apropiada.
Katherine se inclinó suavemente, luego dio un paso hacia atrás, sabía que había estado cerca y lo notó raro pero no pudo menos que guardar silencio, esperando que él lo olvidara e intentando continuar como si nada el baile pero no pudo. Súbitamente Zlatan pareció sentirse mal y enseguida se preocupó, no pensó en nada, ni en nadie, sólo en él y que él estuviera bien. Lo tomó del brazo y lentamente la figura pequeña al lado de aquella más fuerte se encaminaron hacía la salida del salón.
Las palabras del nuevo capitán me devolvían la tranquilidad, ya pasaría yo en otro momento, si se terciaba a ver al capitán. Me senté de nuevo, erguida, luego de agradecerle la molestia e incluso sonreí tranquila, serena. Después de todo, yo podía marcharme cuando quisiera, ya Dana no estaba allí. Mi mente sin embargo estaba en otro lado y ni siquiera me atrevía a beber del vino que estaba en la mesa, ya se me había arruinado la noche y como decía mi padre, pensaba demasiado y ese era mi gran problema. Pero ya nadie de mi familia existía y tenía que conformarme con lo mucho que en el seno de la familia real se me daba. Miré con aire ausente al joven Visntad, parecía estar tramando algo y si le conocía bien, debía ser otra de sus andanzas de las cuales todos en el palacio estábamos enterados. Preferí voltear hacia otro lado pero sin dejar de prestar un poco de atención.
De regreso al salón me enteré de la desagradable noticia de lo ocurrido al capitán Campbell. Desagradable porque se trataba de un hombre apreciado por todos y alguien cuya pérdida no nos gustaría sufrir. Necesitaba saber ahora quién asumiría sus funciones pues era a él a quién debía comunicar la presencia del Arthur, el forastero que estaba siendo atendido en las habitaciones de servicio. Desconocía cuánto tiempo el tal Arthur pretendía estar entre nosotros, pero no era mi labor averigüarlo y para eso es que necesitaba hablar con el capitán pues él habría de ser el encargado de preguntar.
Por los pasillos me había topado a Ewan a quien saludé al pasar. Parecía llevar prisa, pero procuré consultarle quién sería el reemplazante de Campbel, eso de las jerarquías militares no eran mi fuerte y así fue como me enteré que Lionel Hartness, uno de los mejores, sino es que el mejor, de los arqueros del rey sería el capitán en funciones.
Me detuve en la puerta de acceso y recorrí el salón buscando al sargento tanto para darle mis parabienes como informarle de Arthur. Mi mirada volvió a cruzarse con la del heraldo mas la desvié con premura, no quería ponerme nerviosa. Eché en falata la presencia de la reina, tampoco estaban allí el señor conde y su acompañante. Anahí bailaba con su padre, radiante ella, pero a Dana no la veía por ninguna parte, tampoco a su abuela y lo más extraño era que Desireé continuaba en el salón. Supuse que Dana y Alzbeta andarían juntas, cosa que esperaba no molestara a la reina, mal que mal se trataba de su madre y sabido era que para Alzbeta de Cadiam sus nietas eran la niña de sus ojos.
Me relajé, o al menos eso intenté, tuve un mal presentimiento, algo parecía no cuadrar en toda esa situación pero no sabía qué. Al fin pude ver entre las parejas, cerca del muro y de la pareja conformada por el rey y su hija, a un hombre con un halcón en su hombro, no hacía falta más para saber de quién se trataba. Ahí estaba la persona a la que buscaba.
-Sargento Hartness -le dije inclinando la cabeza respetuosa-, me supongo que estais esperando para hablar con el rey -le hablaba con suavidad-, si gustais puedo acercarme a él y comunicárselo, mas antes quisiera poder comentaros algo que, dado el nuevo caracter de vuestras funciones, considero prudente informaros.
Los minutos transcurrían y los presentes danzaban, bebían y conversaban despreocupados, salvo la doncella Desireé, quizá. Allí, junto a la pared en actitud de centinela, a la que estaba habituado por sui profesión, Lionel contemplaba el gran salón. Trató de reconocer los rostros de mayor importancia, sobre todo los de los que ostentaban algún título nobiliario. Un rostro pareció centrarse en su persona.
"Joan de Bamburgh, posiblemente el lazo de amistad más fuerte de la Reina Constance. Viene hacia aquí..."
Tras sus palabras, Lionel la mira y sonríe con amabilidad, a la vez que hace una reverencia con la cabeza.
- Mucho me temo que ahora soy Capitán, consejera. Al menos hasta que el Capitán Campbell se recupere, claro está -su voz era suave y tranquila, como de costumbre- En cuanto a vuestra suposición, estáis en lo cierto. No quería interrumpir la diversión de Su Majestad. Pero decidme, señora, ¿qué podéis necesitar de mí?
-Disculpadme -le dije sincera-, ha sido un error involuntario, lamentablemente por mucho que lo he intentado no consigo aprenderme ésto de los rangos militares y me temo que nunca podré -esbozo una sonrisa, desenfadada-. Veréis, capitán, hará cuestión de una hora fui requerida para atender un asunto de mediana importancia. A las puertas del castillo llegó un hombre, un forastero, cuya debilidad le hizo desmayar. Ha sido atendido, me he encargado de ello, y ahora reposa en uno de los cuartos de servicio mas de él no se nada más que su nombre. Comúnmente asuntos como éste suelo resolverlos sin dudar pero hay algo que me ha llamado la atención -hice una pausa antes de continuar-. Este hombre, Arthur, no tiene aspecto de ser un aldeano, no viste como ellos ni carga lo que ellos. Parece un buen hombre, no he percibido maldad alguna en él y, si como sospecho, se trata de un hombre versado en las armas, pudiera, quizás, poner su espada al servicio de la corona.
Guardé silencio, en espera de las consideraciones de Lionel, por supuesto dejándole en claro que, de considerar oportuno entrevistarse con Arthur, no tendría que hacerlo esa misma noche. Ya se hacía tarde, pasaba de medianoche y poco a poco los invitados habían ido retirándose ya fuese a sus aposentos o a sus respectivos hogares. La fiesta, como cada año, duraría cinco días consecutivos, día y noche, pero estaba claro que también había que descansar, en especial la gente de servicio.
Por suerte los sirvientes, al igual que la guardia, había establecido un sistema de turnos, con lo que se conseguía que no trabajasen en exceso, pudiendo descansar y alimentarse como es debido. Esos días eran de fiesta para todo el reino, no sólo para aquellos que estaban invitados al castillo.
Cuando el joven Vinstad le habló de nuevo, volvió a sentir los ojos de aquel clavados en los suyos, y por primera vez se atrevió a mirarlos. Por primera vez se atrevió a fijarse en la persona que tenía delante, apartando de pronto la barrera del título nobiliario, que le recordaba siempre que hacer semejante cosa podría ser tachada de atrevimiento si se hacía con descaro.
Grises. Tan grises como los suyos. Había un cierto brillo en ellos que Nymus no alcanzaba a descifrar. Malicia... astucia quizá, pero le pareció que sólo trataba de encubrir una sombra... ¿de que?
Durante un instante casi sintió lástima por él, olvidándose de su arrogancia, de sus andanzas y despropósitos.
El noble parpadeó, rompiendo así el encantamiento. Nymus, incómodo, apartó la vista, al recordar con quien hablaba y sobre qué. La barrera se formó tan rápidamente como se había desvanecido minutos antes. Lo siguiente que vió hacer al sobrino del rey fue inclinar la cabeza ligeramente hacia Katherine, como haciéndole una señal. ¿eeeh? Al parecer Vinstad había hablado, y Nymus había despertado demasiado tarde para escucharlo.
Avergonzado, fingió no haber comprendido al noble en el bullicio de la cena. Se acercó ligeramente y dijo en un tono moderado:
-Le pido disculpas, Sir Vinstad-se ruborizó un poco al dirigirse por vez primera al noble por su nombre-me temo que no llegué a entenderle a causa de la música..
Esperaba que el noble no perdiera la paciencia al tener que repetírselo, pues quería "trabajar" para él. Y no sólo por el pago prometido. Aunque la forma en que esto le beneficiaría o perjudicaría aún no podía saberlo, por algún sitio tenía que empezar.
Lionel sonríe amablemente tras la disculpa.
- No se preocupe, consejera. De hecho, ni yo mismo termino de acostumbrarme a mi nuevo cargo -sus facciones se relajan durante un breve segundo, para recuperar su expresión habitual mientras escucha lo que tiene que decir Joan- ¿Un forastero? Mmm... Teneis una opinión interesente, señora. Creo que merecerá la pena entrevistarse con él... -baja la mirada al suelo, pensativo- Mencionasteis su desvanecimiento. ¿Se encuentra herido? ¿Muestra signo de haber combatido recientemente? Serían detalles que podrían interesarnos, consejera. Podría indicar a la guardia que establezca patrullas...
Para el joven sobrino del rey, no fue una sorpresa ver salir a Zlatan del brazo de Katherine, ya le parecía que no se miraban como simples primos; no la miraba como él miraba a Anahí por ejemplo y eso que su prima era una joven muy agraciada por la naturaleza. Se sonrió mientras miraba a la pareja escapar por entre los danzantes para salir por la gran puerta.
Casi hubiera querido correr tras ellos pero tenía planes mucho mejores, al menos lo parecían en ese momento y rara vez se dejaba algo por la mitad. Ya lo había planeado, casi degustado y estaba a punto de pactar un trato pero allí no era el lugar porque cualquiera podría oír y así echarle a perder todos los planes, con gusto hubiera arrancado al jovencito de allí pero era mejor que no.
-Que tengo un trabajo para vos... Os veré en unas horas, durante la cacería seguro que estarás los establos. Esperad por mí.
Y esperó que esta vez el plebeyo le hubiera escuchado bien, a pesar de todo se sentía un tanto turbado porque esos ojos le hacían sentir algo que pocas veces había sentido. Trató de convencerse de que no era más que el recuerdo de alguna amante que hubiera tenido los ojos de ese color, eso debía ser porque no hallaba otra razón a esa sensación de sentirse atraído por una mirada de varón.
El hecho de que el Obispo Baltar pareciera una estatua de pétreo mármol mientras la fiesta avanzaba,no pasaba desapercibido para aquellos de buenos modales.Algunos de los comensales situados cerca de él intercambiaron unas pocas frases de cortesía,si bien resultaba evidente que su humor no mejoraba.
Sin embargo,Baltyar era muy capaz de aguantar horas en semejante situación,midiendo y juzgando los actos de cada uno de los presentes.No en vano era la voz del Señor en esta pecadora tierra de Northumbría.
La lista de pecados capitales que observaba crecía por momentos: Gula; Lujuria mal disimulada; Celos; había quienes incluso deseaban a la mujer del vecino.
Los ojos del obispo no cesaban en su escrutinio.Anotó mentalmente todas y cadaa una de las faltas morales a las que asistió,para discutirlas muy seriamente con Su Majestad.Por supuesto,el Rey hacía gala de una excelente conducta moral,intachable salvo por la excesiva euforia que dejaba entrever cuando la reina lo acompañaba.
Sin embargo...ella era otra historia.Había rumores,historias. Posiblemente falsas,desde luego,pero que de ser ciertas serían escandalosas.
Mientras Baltar meditaba,el joven Vinstad se acercó para intercambiar unas frases con Nymus,el plebeyo.Baaltar casi se había olvidado de él.Sin embargo la naturalidad con que Vinstad lo trataba sugería una relación previa...
Disculpad,mi señor de North le dijo al joven noble antes de que se marchara ¿Conocíais a nuestro afortunado campesino de antes?
Vinstad se volvió un tanto incómodo pues le parecía que el obispo había escuchado más de lo que él hubiera querido pero por suerte hasta ahora nada había dicho que pudiera comprometerlo o no del todo. Se acomodó en su asiento de modo que aún podía vigilar la puerta por si la pareja del conde volvía de pronto, aunque bien le parecía que eso sería imposible; se mesó los cabellos antes de responder, porque él mismo estaba pensando en sí conocía a aquel muchacho.
-No, no le conocía de antes pero creo que podría hacer mi buena acción del día. Ya sabéis de las grandes diferencias de clases entre la plebe y la nobleza, así que un trabajo extra no le viene mal a nadie.
Echó una mirada al joven de los ojos grises que tanto le perturbaba, no era el momento de volver a ponerse a pensar en de dónde conocía esos ojos pero quizás aquel joven muchacho tenía una hermana y quizás él había tenido la fortuna de conocerla, sonrió volviendo su atención al obispo. Se preguntaba si en verdad sería fiel a sus votos o sería uno de esos hipócritas más que se encierran con alguna joven que no teme a Dios para poder hacer sus cosas.
-¿Veis mal mis intenciones, señor Obispo?
Le daba igual lo que le respondiera, ya tenía la mente muy lejos de allí. En el pueblo, en el palacio de Iovanos o quizás en los establos.
El cielo empezaba a hacer un poco más claro, pronto habría que iniciar un nuevo día. Claro, para los que trabajaban a pesar de las fiestas de aniversario de Northumbria. Los nobles más importantes de la ciudad, estaban invitados a la cacería con el rey, así que pronto los bailes fueron mermando. La reina volvió justo a tiempo para ver como su hija terminaba de bailar con su padre y se acercó a ellos mientras se colgaba del brazo de su esposo, le había echado de menos y él podía notarlo en su mirada o al menos eso creía; con la mirada buscó a la pareja formada por Zlatan y Katherine pero al no encontrarlos, sólo frunció el seño. Fue el momento justo para que el nuevo capitán de la Guardia Real se presentara ante él y le indicara de la situación de Ian, por algunos días no podrían contar con él.
Jarm y su nuera se fueron juntos, aunque eso no era escandaloso, se veía hasta normal. El obispo fue conducido a su carruaje pero con muchos temas para hablar con su majestad apenas se prestara el momento pues nada de lo que había visto podía quedarse así. La joven Desireé había optado por marcharse poco después que Hartness le diera noticias y lady Ginevra, luego de bailar un par de piezas con un caballero, también se había retirado. Vinstad aprovechó para irse luego de terminar su charla con el obispo y el pobre Nymus, pudo al fin librarse de las miradas escrutadoras de aquellos dos.
Poco a poco el salón fue vaciándose, quedaban algunos rezagados, gente que había bebido de más y que los soldados pertinentes se encargaron de sacar luego de la salida de ambos reyes, a quienes se les había visto más contentos que de costumbre. Anahí se fue casi al mismo tiempo que sus padres, no era prudente que se quedara a esperar nada, pues ya nada había que ver en el salón para una jovencita como ella. El heraldo salió después que ellos, clavando su mirada sin poder evitarlo, en la nuca de la doncella Joan que iba tras los reyes, sin duda, la reina aún tenía cosas que arreglar pero el día siguiente, lo tendría todo para ello.
La cena había sido todo un éxito, había terminado sin grandes males o al menos eso parecía.
El Rey habia bailado largo rato con su hija, pero como habia notado de reojo, la salud de su capitan de la guardia estaba jugandole una mala pasada justo esa misma noche. No quiso arruinar la felicidad de su hija asi que continuo bailando, mañana se encargaria de todas las obligaciones pertinentes al tema.
-Te estas Divirtiendo querida hija?, que piensas de esta cena?
Pregunto el rey a su acompañante mientras bailaban para amenizar el tiempo con la princesa. Un par de canciones se sucedieron y la fiesta ya estaba en su punto culmine. Cuando la ultima cancion termino, a discrecion del rey, este saludo a su hija con respeto a la vez que la reina se hacia notar nuevamente en la sala. Formalmente dio por terminada la cena al dirigirse al heraldo y darle las ordenes pertinentes, antes de eso se dirigio una ultima vez a los presentes.
-Amigos mios, ciudadanos de Northumbria, la cena inaugural ha terminado pero las fiestas continuan durante 4 dias mas. Por eso regocigense y sean felices en estos dias venideros, y recuerden que sus origenes los llaman a estas tierras, y que sin origenes un hombre no es nada. Ahora vallan y vuelvan a sus hogares y expandan la alegria que hemos tenido hoy en este salon hacia el resto de la tierra que amamos. Salud!
Con un ultimo brindis, el rey despide ceremonialmente a la cena inaugural de las fiestas de Northumbria. Luego de que el resto de los invitados lo acompañara en el brindis, las princesas son escoltadas hacia sus aposentos y el se dirige hacia el recientemente nombrado capitan, solo por un momento. Este le informa sobre el delicado estado de salud de Ian, y el Rey responde simple y conciso.
-Capitan, lo espero mañana en la mañana para discutir los asuntos pertinentes a su nuevo rango.
Luego, se retira junto a su amada reina.
La noche ha terminado, mañana sera un largo dia...
El rey de armas alzó su copa con los demás, atento a las palabras del rey y el brindis final. Estaba pensativo, mucho, y siquiera dió a la copa más de un sorbo. Se la quedó mirando un momento, fijándose en el reflejo tosco de la luz en la plata, claroscuro como la vida misma.
Los invitados iban marchándose, después de que sus majestades hicieran lo propio, acompañadas de su familia y sevidumbre. La miró mientras se marchaba, aún con la copa en la mano y sentado en torno a la mesa. Era curioso, pensaba, como cambian las cosas en un momento: el bullicio de antes y la soledad de ahora.
En cuestión de dos o tres minutos, la sala quedó vacía, tan solo con los guardias y los criados que recogían la mesa. Para no incomodar, se levantó, dejando allí su copa, y miró el salón, recordando a los que allí se habían sentado. El espacio improvisado por la pista de baile ahora era tan solo iluminado por la macilenta luz de algunos candelabros sin apagar, dando a la otrora vívida estancia un ambiente progresivamente tétrico y triste.
Caminó, despacio, pero no hacia sus aposentos, sino hacia el camino de ronda de la fortaleza, que bordeaba el lienzo de muralla y las defendidas torres. Los soldados le miraban, un tanto extrañados por su paseo, pero sin abrir la boca. La noche era fresca, y la luna refulgía con sus argenteados rayos, cubriendo con su manto especial a las peñas y quebradas más cercanas, pero también a los más lejanos campos de labor y las casas que se extendían allí abajo.
Caminó, acariciando la desnuda, rugosa y fría piedra de las almenas a su paso, con la mano libre de su guante, pensativo. "Otra vez", se decía a si mismo. "Otra fiesta más, otra noche desperdiciada, otro día de soledad". Se había convencido de que quizá aquello formaba parte de su vida, de su ser, de lo que representaba. No gozaba, sin duda, de los dones y atributos arquetípicos de otros caballeros y nobles, blanco de las miradas de las damas, o al menos de sus secretos y velados comentarios, fantasías y deseos de futuro. No era muy apuesto, ni demasiado atlético, ni valiente o virtuoso. A decir verdad, su prudencia era excesiva, y a la vez opresiva. Se conocía demasiado, y sabía en qué podía derivar un exceso de confianza en hablar: desconcierto y alejamiento.
Él era más de lo que daba a ver, mucho más. Pero su otra personalidad, la más llana y alegre, era demasiado viva, nerviosa y irreflexiva. No podía hallar las palabras apropiadas sin calcularlas antes de lanzarlas, o al menos eso creía. Por eso, hablar con él era como hacerlo con el mayordomo de palacio: puro protocolo. Ese tipo de conversaciones, él lo sabía, se olvidan en un momento, por encorsetadas y carentes de importancia.
Y esa era su vida: pasar de puntillas detrás del telón, ser el antítesis al centro de atención. Uno más, en suma, y olvidado en su mediocridad cuando no eran necesarios sus saberes y servicios. Por eso, su vida había sido un chiste, una broma pesada digna de una tragedia griega o de una sátira romana. Ningún fin más allá de la utilidad, parcas recompensas y la soledad como horizonte. El problema de ser lúcido, después de todo, es que cuando vas a caer en el abismo sabes perfectamente que va a suceder, pero no puedes detenerlo. Como en una carga suicida en una batalla: alguien debió de dar la orden, no puedes detenerla, aunque sabes que fracasará, tan solo puedes participar en el fracaso.
Se quitó el tocado con la mano desenguantada, dejando que el viento meciera los bucles de su cabello mientras, con la mirada, revisaba el paisaje, sin verlo realmente. Pensaba en él, pensaba en ella, en su propia indecisión. Analizó su comportamiento, en busca de fallos, de matices, miradas o palabras que hubieran podido espantarla. Se dijo que, quizá, él no era hombre de ninguna mujer. ¿Por qué sino ella habría evitado volver a sentarse frente a él en la cena? Estaba claro que no estaba hecho para eso, que la vida no podía sonreirle. Pensar lo contrario era pecar de incrédulo y confiado.
Un leve acceso de rabia le hizo palpitar las sienes, inchando sus venas. ¿De que le servía su cargo, si a nadie le importaba? Nobles de cuna, caballeros valerosos y consejeros intrigantes. Aquello era lo único que parecía importar en la corte. El resto, en verdad, era visto como parte de la servidumbre, en mayor o menor grado, y valorado en función de su eficacia. Gran falacia esta. El conocimiento nos hace libres, y a veces demasiado. Él sabía que la sangre azul era tan roja como la de los demás, y que los linajes y casas no eran otra cosa que la perpetuación de la desigualdad del mundo, de la reproducción del orden secular implantado siglos atrás, nacido del cambio y la ruina de otro mundo anterior que no supo, o no pudo sobrevivir incólume a las crueles embestidas del tiempo.
¿Que había sido de los grandes emperadores de Roma, otrora señores del mundo conocido? ¿Y que quedaba del Egipto de los faraones, luz del mundo hacía ya tantos siglos que nadie recordaba ya? ¿Que diferenciaba a un rey de un emperador? ¿No había sido Nerón un loco que se quitó la vida al final de sus días, por mucha estirpe de la que procediera? ¿No había sido la emperatriz Teodora de Bizancio una vulgar bailarina venida a más, convertida en la señora del heredero del Imperio? ¿Que había sido del mensaje de amor de los evangelios? ¿Qué quedaba de eso, qué lo diferenciaba con los tiempos que les tocaban vivir? Interés, poder, corrupción, sangre... La misma tramoya, con distintos actores, como en un teatro clásico.
"Piensas demasiado, Mortimer", se dijo con una sonrisa. "Quizá ese es tu problema". Bajó los escalones de aquel cubo de flanqueo*, sin perder aquella sonrisa. "Qué feliz es la vida sin razocinio" pensó. "Y que insulsa".
Caminó lentamente hasta sus aposentos, donde después de ponerse la camisola, se metió en la cama y miró al techo hasta quedarse dormido.
*Torre esquinera de un castillo.
≈≈ Escena cerrada ≈≈
Ya se han abierto las escenas en las que continuarán desarrollándose las historias, a saber: